¡TODA LA TIERRA GRITE DE GOZO!
1. “Aclamad
a Dios toda la tierra, estallad, gritad de gozo y salmodiad” (Salmo
98,4).
Hermoso marco, el que masivamente, nuestras familias han
querido dar inicio al Mes de María. No pareciera ser posible de otra manera, si
consideramos la noble tradición religiosa de la Iglesia diseminada a lo largo
de nuestra Patria. Mas allá, de ser este hecho consecuencia de un muy buen elaborado
proyecto pastoral hecho a fines del Siglo XIX o responder a una antigua tradición arraigada
desde la declaración del Dogma de la Inmaculada Concepción, es necesario ver el
hecho de este Mes como parte de un proyecto de santidad que Dios ha dispuesto
para que nuestras almas sean sanadas a lo largo de estos días santos de
conversión por medio del Rosario, la Santa Eucaristía, y la Palabra de Dios,
que no deja de invitarnos –permanentemente- a una nueva vida.
Cuando las fuerzas parecen declinar con el paso del Año:
el estudiante debe cumplir con sus exámenes finales y eventuales pruebas de
Simce y Pre-selección Universitaria, los trabajadores y empleados se ven
envueltos a evaluaciones laborales para mantener sus puestos, y eventualmente
buscar vacantes cercanas de asenso, cuando se produce el mirar hacia atrás
respecto si hemos sido fieles a los dones entregados, cuando mas el cuerpo y la
mente quisieran encontrar mayor alivio, el peso del tiempo y los afanes de cada
día parecen multiplicarse hasta exponencialmente.
¡Son tiempos difíciles ¡Surgen de la nada inconvenientes,
molestias y desencuentros, los cuales no se explican únicamente de manera
natural sino principalmente porque las fuerzas del Mal no dudan en actuar ante
el hombre y la sociedad debilitada.
Los tiempos de gracia son a la vez tiempos de prueba: Lo
vemos cuando Dios entrega al hombre el poder de administrar la creación,
otorgándole el poder sacar de todos los frutos puestos en el paraíso, menos de
uno…era la prueba que no fue superada por Adán y Eva; lo vemos cuando Dios pide
al patriarca Abrahán que sacrifique a su primogénito; lo vemos cuando los
israelitas fueron sacados de la esclavitud en Egipto y debieron recorrer
durante cuarenta años por el desierto. Un trayecto que normalmente tardaríamos
solo unos días a pie exigió cuatro
décadas: muchos que briosos partieron, cayeron con el paso de los años y no
superaron la prueba. ¿Es que acaso Dios no da la gracia suficiente? ¿Es
culpable Dios de la inconstancia del hombre?
Dios hizo al hombre “a
su imagen y semejanza” por cierto, pero donde El no se deja vencer es en la
generosidad: su misericordia es infinita, su bondad ilimitada, su amor es
eterno, por ello, como en resumen de su ser, como un icono de si, quiso
dejarnos a Aquella que serviría de Medianera Universal de toda gracia, como es
María Santísima. Si ella hermosamente señaló su melifluo predicador: “Nunca se ha oído decir que quien recurriese
a Ella su plegaria haya sido desatendida” (San Bernardo de Claraval).
Sin lugar a dudas, al mirar nuestros monasterios,
templos, capillas y catedrales exclamaría el Salmo 98: “Dios se ha acordado de su amor y su lealtad para con la casa de
Israel. Todos los confines de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios”.
Lejos esto de dejarnos en la inercia de una tranquilidad ha de movernos, por el
camino de la conversión, a un mayor apostolado, de tal manera que el solo hecho
de celebrar el Mes de María es un acto misionero de la mayor relevancia, pues:
hace remover los afectos de la primera infancia cuando nos acercábamos con plena
pureza y confianza a recibir por Primera vez a Jesús Sacramentado; nos hace
cuestionar seriamente de nuestra vida presente llena de superficialidades,
maquinaciones “pseudo celestiales” y
“terrenales”, como si el fin pudiese
justificar en ocasiones aquellos medios que conllevan indebidas acomodaciones y
entreguismo a los criterios y pareceres mundanos. La realidad de hoy es muy
simple: ¡O somos de Cristo o somos del mundo!
Cuando una persona ha contraído el sagrado vínculo del
matrimonio suele utilizar una argolla que lleva inscrito interior el nombre de
su esposa. También, quien ejerce la plenitud del sacerdocio, lleva un anillo
que representa la Iglesia local a la que sirve y que se llama “esposa”, la cual
reverentemente se saluda de rodillas. ¿Qué pensaríamos de un hombre casado que
usa la argolla de acuerdo a las personas que le rodean? ¿Por qué ante
determinadas personas ocultar su condición de casado? ¿Qué puede justificar una
vaguedad en este aspecto? ¡Nada! ¡Nada justifica ocultar voluntariamente lo que
uno es?
De la misma manera, ¿Qué pensaríamos de un sacerdote que
oculta su identidad de consagrado para pasar desapercibido en algunos
ambientes? La cosa es muy simple: donde no te puedes presentar como sacerdote
fácilmente identificable con tu hábito, no deber estar. ¡No podemos renegar de
lo que vitalmente somos! Se es sacerdote, como enseña un refrán local: “aquí y en la Quebrada del ají”.
En ambos ejemplos que hemos citado se da una opción, que
emerge de una vocación a la que se ha sido llamado, habida consideración que
convocados universalmente a la santidad, debemos procurar transmitir a los
demás lo mas nítidamente nuestra identidad, cual es la pertenencia imborrable
como hijos de Dios e hijos de la Iglesia desde el bautismo sacramentalmente
recibido.
El don de la fe recibido aquel día, que ojala lo
celebrásemos aun con mayor entusiasmo que el propio natalicio, hace que
tengamos una manera de vivir que no puede confundirse con los criterios del
mundo. Así lo procuró hacer cada uno de los Santos que la Iglesia ha elevado a
los altares, llegando al martirio asumido en casos que van mas haya de la
excepción. Precisamente, durante este Mes Bendito procuraremos diariamente
recordar a los mejores hijos de la Iglesia, porque en ellos, tenemos la más
próvida enseñanza, que es dictada por los mejores maestros. De la escuela de
los Santos para ser santos: sin rebajas, sin mediocridades, sin travesuras, sin
pausas, sin garabatos…! Santos con mayúscula y punto!
2. “Reavivar
nuestros recuerdos en virtud de la gracia otorgada” (Romanos XV, 15).
¡Se debe notar a quien pertenecemos! Quienes están
llamados a ser creyentes deber leer en cada una de nuestras acciones y en cada
una de nuestras palabras de que parte estamos: Si de los que clamaban
sarcásticamente “baja de la Cruz”, o
de los que no dejaban de implorar: “acuérdate
de mi cuando estés en tu Reino”.
Iniciamos un tiempo de conversión: Hay un canto que
resulta impostergable entonar cada día de este mes: “Hoy he vuelto Madre”, porque encarna el alma de estas
celebraciones, cuyo lema central ha sido, es y será que: ¡Vamos a Jesús por medio de María!. En este
sentido, descubriendo la Vida de la Virgen, en cada uno de sus misterios, sean
de dolor, de gozo, y de gloria, tal como los meditamos en el rezo diario del
Santísimo Rosario, resulta imposible no encontrarse con Jesús, quien quiso
hacerse presente en el mundo por medio de María y ser llamado por la Escritura
como el Hijo de María. Ningún camino es mas seguro para llegar al corazón de un
hijo que el de una madre, y en el Corazón de Jesús y en el Corazón de María
ello se da perfectamente.
Se equivocan gravemente quienes ven un óbice en la
devoción de la Santísima Virgen en vistas a una mejor cercanía entre todos los
cristianos, toda vez, que tal como nos enseña la experiencia cotidiana es la
madre la que mejor sirve para mantener unida la familia y a sus hijos entre si.
¡Quien mas que una madre clama por la armonía fraterna de quienes son carne de
su carne! A tiempo y destiempo procura alcanzar dicho cometido: con María
Virgen acontece de manera semejante, Ella más que nadie y antes que todos,
anhela que todo bautizado reconozca a su Hijo y Dios como Divino Redentor. Por
tanto, la búsqueda de una cercanía entre los hijos de Dios no se hace relegando
a la Virgen a un plano secundario sino precisamente destacando su rol
fundamental en el anuncio de la Buena Nueva de la cual fue materna portadora y testigo fidelísima. ¡Los cristianos no
somos huérfanos: tenemos una Madre que es la Virgen María!
San Pablo, en la Carta a los Romanos dice: “En algunos pasajes os he escrito con cierto
atrevimiento, como para reavivar vuestros recuerdos, en virtud de la gracia que
me ha sido otorgada por Dios” (XV, 15). Tres veces hace hincapié en
llamarnos a la conversión: Lo hace con atrevimiento,
lo hace para reavivar, y lo hace apoyado en la gracia. Solamente
atendiendo al uso de los verbos entendemos que se trata de una viva exhortación,
una “interpelación” en terminología
actual, la cual se explica por la necesidad para alcanzar la santidad por una
parte y, por las múltiples dificultades que presenta para el creyente el mundo
actual, por otra. ¡No son tiempos fáciles! ¡Son tiempos desafiantes! ¡Son
tiempos cuesta arriba!
Por ello, en el Evangelio el mismo Señor nos dice que “los hijos de este mundo son mas astutos con
los de su generación que los hijos de la luz”. En jerga de los sectores
alternativos se suele decir: que este es el mundo de “los vivos”, no de “los pollos”.
En círculos mas noveles subsistía la clara diferencia entre los “bacanes” y los “Nerds”, lo que a su vez actualmente se suele un poco simplificar
hablando de una generación: “On” y
una “Off”.
Mas, la pillería y viveza tienen “pies cortos”: es entusiasta, briosa en los comienzos, pero suele
quedar a mitad de camino, lo cual en la vida espiritual acontece como en un campo
deportivo o en medio del fragor de una batalla, porque aquel que no avanza,
retrocede. Nuestra búsqueda debe tener largo alcance. El encuentro con Jesús es
determinante no admitiendo tardanzas, dilaciones ni claudicaciones. Una vez de
Cristo: ¡Siempre de Cristo, todo de Cristo!
El Apóstol Pablo una vez que ve a
Cristo señala: “ya no soy yo quien vive,
es Cristo quien vive en mi” (Gálatas II, 20). Fue tal la certeza de estar
con el Señor, que a partir de ese instante no hubo otra posibilidad de poder
subsistir más que caminando junto a Jesús. Y, bien sabemos como fue ese
peregrinar, que el mismo describe con meridiana
claridad en su segunda carta a los bautizados de Corinto: “¿Son ministros de Cristo? Como si estuviera
loco hablo, yo más; en trabajos más abundantes; en azotes sin número; en cárceles
mas; en peligro de muerte muchas veces; de los judíos cinco veces he recibido
cuarenta azotes, menos uno; tres veces he sido azotado con varas; una vez
apedreado; tres veces he padecido naufragio; un día y una coche he estado como
naufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos; peligros de
ladrones; peligros de los de mi nación; peligros de los gentiles; peligros en
la ciudad; peligros en el desierto; peligros en el mar, peligros entre falsos
hermanos; en trabajo y fatiga; en muchos desvelos; en hambre y sed; en muchos
ayunos; en frío y en desnudez; y además, de otras cosas, lo que sobre mi se
agolpa cada día, la preocupación por todas las comunidades” (XI,23-33).
Los múltiples desafíos que implica la vivencia de nuestra fe hoy, solo se
puede asumir a la luz de una fe que implique la certeza de estar apoyados en la
sólida roca que es la verdad bimilenariamente transmitida por el magisterio
perenne, que ha sido la garantía sobre la cual se ha desarrollado y expandido
nuestra religión a lo largo del mundo, a lo largo del tiempo y en lo mas hondo
de nuestro ser, llegando a ser el mejor abono para el desarrollo de los
pueblos. Por ello, al acercarnos a Dios, al procurar vivir nuestra fe nos
hacemos mejores ciudadanos, a la vez que nos comprometemos a respetar todos los
aspectos de la vida del hombre, tanto en su dimensión espiritual como corporal.
Nada de lo que humanamente ha sido asumido por Jesús en la Encarnación puede
estar ajeno al mensaje de Salvación, de tal manera que al consagrar este Mes a
la Virgen María redoblamos nuestro esfuerzo por hacer que no sólo al interior
de nuestras almas reine Cristo, sino –también- lo haga en lo mas hondo en la
célula de la sociedad que es la familia, “por
la cual pasa el futuro del mundo” (Rodelillo, 1987 San Juan Pablo II).
Amen.
Pbro. Jaime Herrera
González.Cura Párroco de Puerto Claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario