jueves, 2 de octubre de 2014

Tiempo para creer




 
 DOMINGO VIGÉSIMO QUINTO / TIEMPO ORDINARIO / CICLO “A”

1.      El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña” (San Mateo XX, 1).

Nuevamente nos encontramos con una parábola. Se trata del dueño de un campo, que es imagen de Dios. Que sale a contratar operarios, en distintos horarios.

Dios es el que llama a la fe: Antes que podamos hacer muchas cosas, es necesario comprender que la fe radica en la razón no en la emoción. Por ello, uno acepta como cierto, como verdadero aquello que Dios nos ha revelado., lo cual es una realidad sublime,  que está más allá de lo que el hombre puede comprender totalmente, pero no por ello,  es irracional.

Por el contrario, uno cree para entender y entiende para creer. En ambas realidades el sentimiento, la emoción y las ganas resultan prescindibles, pues lo que cuenta es la certeza de Quien se rebela y la garantía de haber recibido como un don inmenso el poder creer.

Ahora bien, si se da que me emocione, bueno; si se da que me sienta mejor, bueno, si se da que tenga ganas, bueno. Pero mi fe no está esclavizada a una realidad jabonosa, que cambia según las circunstancias, tal como si estuviese  esclavizada de lo que tiene fecha de vencimiento.

No se puede creer para  favorecer respetos humanos, se cree para amar a Dios.  Él nos creó para buscarlo y  para encontrarlo en este mundo, y finalmente para poseerlo en la eternidad. Nuestra carta de ciudadanía definitiva está puesta, desde nuestro bautismo,  junto a Dios, no porque me guste, sino porque Dios lo quiere así.

Nuestra voluntad debe  procurar cumplir la voluntad de Dios, por ello, hacer lo que Dios quiere libera  plenamente y nos realiza integralmente.  Como católicos debemos convencernos que el don de la fe es lo más importante que Dios nos ha dado para esperanzadamente poder participar de su vida que es  el amor sin límite. No nos cansaremos de repetir que la medida del amor de Dios es amar sin medida. Por esto, el amor,  esta palabra, tan manoseada en nuestro tiempo, ha tenido la grandeza de ser usada por el mismo Dios para darse a conocer, tal como leemos en el Santo Evangelio: “Dios es amor”.

Cada uno ha recibido del cielo la gracia necesaria para alcanzar la santidad. Diversas en  épocas, para cada uno siempre es posible volver a Dios. No hay circunstancias favorables para tomar a Dios en serio; ayer como hoy,  el camino ha sido cuesta arriba

Por cierto no le fue fácil a los Apóstoles comprender y aceptar lo que Dios les pedía. Sabemos que en ocasiones dudaron, temieron, y se molestaron, por lo que Jesús les pedía: Entonces, un día dijeron: “Esta doctrina es imposible”, ante el anuncio del Señor respecto que Él sería el verdadero Pan de vida. Ante el episodio de la resurrección uno dijo: “Si no veo la herida de sus clavos no creeré”,  “eso no te puede pasar a Ti”,  increpó Simón Pedro a nuestro Señor, cuando anunciaba que iba a morir en una Cruz en Jerusalén.

En ocasiones,  nos parece que la fe es una senda expedita, facilita y simple. Pero olvidamos que encierra,  por una parte,  la certeza de hacer lo que Dios quiere –y eso nos basta- pero,  por caminos que frecuentemente nos llevan a reconocer a Jesús como un verdadero signo de contradicción. Y vivir en fe ¡vale la pena! Hay tantas cosas por las cuales nos afanamos y desvivimos, en la actualidad: procurar un mejor estándar de vida, alcanzar un mayor reconocimiento social, mantener una cuota de determinados poderes e influencias, el pasarlo bien en todo, sobre todo, y con todo.

Mas, a pesar de nuestros desvelos y esfuerzos por conseguir más placer, más poder, y más tener cosas, persiste una insatisfacción que hondamente se hace nostalgia, dando a nuestra vida en este mundo una carácter algo melancólico, tan característico de nuestros días, porque el poseer y el placer no son capaces de dar a nuestro corazón lo que realmente anhela y requiere. ¡Sólo el amor de Dios, conocido y recibido por el don de la fe, es capaz de colmar al alma nuestra de lo que más necesita!

Dios sabe qué necesitamos,  porque Él nos ha creado de la nada, Entonces, ¿Quién mejor que Él puede  hacernos felices y libres de verdad?

El camino que no va de la mano con la fe tiene dos características: la excesiva exposición  y la excesiva introspección. La primera lleva a la múltiple exageración de un estado que aparenta lo que no es realmente, viviendo de una manera fantasiosa. Se agudiza la voz, se grita y se ríe sin saber por qué, en ocasiones se recurre al paliativo de la droga, del alcohol en exceso, y de las energizantes para crear estados de ánimos falseados. Todo se exagera en nuestro tiempo. La sobreexposición no es sinónimo de una rica vida social sino la muestra de la nostalgia por una vida más consistente, más madura, más verdadera, más creyente.

Por otra parte, el mundo que vivimos es tremendamente individualista. Nos hace pensar que lo que importa única y primeramente es el metro cuadrado donde nos movemos y existimos, por esto,  nuestra vida social es simplemente utilitarista, es decir, no nace de la necesidad real de sabernos parte de un conjunto, sino que participamos de ella en tanto cuanto nos reporta un beneficio: No se trata de lo que yo hago por mi Patria, sino de lo que la Patria hace por mí, no se trata de cómo yo sirvo a mi familia, sino de cómo la familia me sirve.

 

Todo ello hace que –finalmente- se viva solitariamente, aun en los casos en que se participe activamente de reuniones y se permanezca acompañado de muchas personas. Participar en una junta, en una fiesta, en un carnaval no nos hace más participes socialmente hablando,  si acaso no hay un cambio real de sabernos parte de un todo, que será nuestra Iglesia, nuestra Patria, nuestra  familia. ¡Hay tanta soledad en las fiestas actuales!

La fe resulta como un verdadero catalizador del estado de ánimo de la persona, por eso creer ayuda realmente a mantener centrado el corazón, evitando estados de ánimos de los cuales el enemigo de Dios se apoye,  con el fin de hacernos dudar de la única certeza que poseemos,  cual es,  todo aquello que Dios nos ha dado a conocer y que la fe reconoce como cierta y la Iglesia enseña como verdad creíble.

2. Un llamado universal ser santos creyentes.

El dueño del campo que contrata a sus trabajadores desea que todos tengan trabajo. Ello es imagen del anhelo de Dios porque todos los hombres se salven.

Vivir en fe implica corresponder a la gracia dada por Dios. La salvación no responde a un truco divino, no responde a un acto de magia, sino que realmente,  como enseña el Obispo de Hipona, “El que nos creó sin ti, no te salvará sin ti”. Hay que responder a la gracia recibida, entre las cuales está el don de la fe.

Esa fe se fortalece creyendo. La Biblia nos enseña, desde los patriarcas, pasando por reyes y profetas, hasta la vida de los Apóstoles, y primeros discípulos del Señor, que la fe exige actos de abandono, de cambios radicales de vida, pero también, de aceptación, sabiendo que lo que se deja por amor a Dios es nada en comparación a aquello que Él nos ha prometido. Por ello, la vida del creyente no termina en un desasimiento sino en un fortalecimiento, es decir, si acaso nos desprendemos de algo,  es porque nos tomamos de la mano de Dios –de su diestra poderosa- que nos da seguridad y vida verdadera.

Quien se apoya en lo que Dios dice no se apoya en la inconsistencia de lo podría ser posible sino en la seguridad de quien dijo de si: “Yo soy el que soy”. Nada hay más seguro que creer en Dios, de ser así,  iremos por la vida,  con el orgullo de ser católicos, sabiendo que hemos apostado a ganador.  

La virtud de la humildad con la certeza de saberse amado por Dios, en nada se oponen, por el contrario se ameritan ordenadamente, tal como lo dijo Santa Teresa de Ávila: “La humildad es estar en verdad”. El hecho de mantener una postura definida frente a determinadas interrogantes que el  mundo  hace respecto de la vida moral exige que la Iglesia y quienes le son fieles,  mantengan una actitud abierta a la vida y  cerrada a la muerte, manifestando en todo momento que la fuerza de nuestra verdad, es que es verdad. Para ello no necesitamos de aplausos, reconocimientos, estridencias, vozarrones. Nos basta una cosa: ¡Dios lo quiere! , ¡Dios lo hizo!, ¡Dios es la verdad!

3. Un llamado universal a ser santos creíbles.

La fe sin obras es fe muerta:  Si el amor de Dios tiene como termómetro de veracidad en la oración, en el caso de la fe lo tiene el estilo de vida que se lleva, es decir, en la medida cómo la fe impregna cada una de nuestras iniciativas, logros y anhelos. No basta con decir “yo creo”, es necesario –además-  vivir lo que se cree.  Sabido es que o acaso vivimos como creemos o terminaremos creyendo lo que vivimos.

El mundo actual necesita de testigos de la fe los cuales no se encuentran sino donde siempre la Iglesia los ha tenido, es decir, en los santos y mártires. Cada uno de ellos nos habla de la felicidad que se encuentra de poder dedicar una vida completa y en todo al servicio de la verdad de Dios.

Padre Mateo Crawley
Monseñor Francisco Valdés
Los mártires nos enseñan y hablar de un amor absoluto, que a su vez, va de la mano con una verdad objetiva. Por esto hace bien leer a las generaciones más jóvenes la vida de los mejores hijos de la Iglesia, como son los santos y beatos, los que a su vez han contribuido eficazmente a desarrollo espiritual de sus naciones. Juanita Fernández del Solar, Alberto Hurtado Cruchaga y Laura Vicuña Pino fueron y son un testimonio actualizado de fidelidad a Dios, en los cuales,  como tantas almas privilegiadas de nuestra Patria como son el Padre Mateo Crawley-Boevey, SSCC, el Arzobispo Emilio Tagle Covarrubias, el Cardenal José María Caro Rodríguez, el Obispo Francisco Valdés Subercaseaux, el laico Mario Hiriart, podemos leer el camino que Dios traza hoy para ser Iglesia en el medio del mundo sin ser mundanos. Amén.
Monseñor Emilio Table
 
 
 

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