HOMILÍA
MATRIMONIO NANJARÍ CHAMY & ROSENKRANZ FERNÁNDEZ
Esposos Nanjarí & Rosenkranz en Viña |
“Aquí
estamos para hacer tu voluntad”. Fue la antífona del
Salmo XL que todos repetimos. De alguna manera encierra el sentido más hondo
que nos ha convocado hoy a esta Santa Misa. Muchos de quienes están presentes
acuden semana a semana a la Eucaristía, y comulgan con frecuencia, otros lo
hacen quizás de manera más eventual, y no faltara quien rara vez acude a un
templo. Ya el carácter ojival de este templo, como representando dos manos que
lanzan unidas una plegaria al cielo, nos habla elocuentemente de una realidad,
que se ubica más allá de cualquier ficción y aleja de una mera fantasía. Es que sabemos que estamos
en un lugar sagrado no sólo porque así lo digamos y los creyentes lo reconozcamos,
sino porque Deus ibi est: Está
presente, real y substancialmente, Aquel que un día asumió nuestra humana
naturaleza, y por medio de una cruz de madera
y un sudario de tela, evidenció que la medida del amor de nuestro Dios
–aquí presente- es que nos ama sin medida.
Creemos en un Dios que “no se chanta”, que “no arruga”, que “no se desdice”,
que “no experimenta”, sino que, por ser tal,
solamente puede ordenar todo lo
que de la nada ha hecho hacia un fin que es: bueno, noble, justo y hermoso, independiente
que el hombre acabe de reconocerlo oportuna y plenamente.
Contra la corriente imperante
en la actualidad diremos que el amor es más que un sentimiento pasajero, es más que las ganas, porque no anida en la volubilidad de un deseo, sino en la
certeza de aquello que se presenta y descubre como un bien amable, lo cual hace
que la razón y el corazón caminen por una vereda donde la opción asumida
adquiere el carácter único e irrevocable de lo que en unos instantes mutuamente
se dirán con los labios y vuestra mirada: “Te
recibo a ti y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la
adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los
días de mi vida”.
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Como muchos saben
conozco al novio desde él que tenía diez años de edad, y había recibido
recientemente la Primera Comunión, en tanto que, a la novia –prácticamente-
desde el instante mismo que se conocieron. La razón es muy simple: pues, lo
único que falta a los padrinos del novio es pasar
por la libreta al sacerdote que habla, ya que –¡era que no!- me considero
parte de vuestra familia. Por esto hemos compartido muchas jornadas, marcadas
por la alegría del advenimiento de un nuevo año, por el bautizo de un miembro
de la familia, por el cumpleaños de algún integrante, como por la partida de
algún ser querido, o alguna prueba el Señor no deja de permitir para la mutua
fortaleza, crecimiento y vivencia de la caridad fraterna. Alguno más suspicaz
dirá: “Padre ha compartido los asados
preparados por el novio”, Si es verdad y muchas veces, aunque reconozco
nunca he sido invitado al “Bar del Lalo” porque “la religión me lo prohíbe”.
Más allá de las
múltiples anécdotas que podría citar en este momento, estimo que es un deber
exigible por dos razones, detenerme en algunos aspectos que inciden de manera poderosa
en la nueva vida que, ambos novios llevarán a partir de esta celebración.
La primera es por razón
de los lazos de amistad: En efecto, la escritura recuerda que Jesús dijo a sus
discípulos “no os llamo siervos, sino
amigos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor”. Creo que la amistad
de un sacerdote hacia cualquier persona es sana, eficaz y necesaria, en la
medida que ésta tienda a fortalecer el espíritu familiar, de modo que así como antaño
hubo médicos de familia que hacían
mucho bien, buenamente podemos preguntarnos hoy, ¿por qué no ha de darse que
los médicos del alma cuiden
espiritualmente el alma de la familia?
Por esto, los primeros
en llamarme “cura” fueron los
pequeños primos que hace cerca de un cuarto de siglo acolitaban en este mismo
altar en el cual Jesucristo viene en su Cuerpo, Sangre y Alma para reiterar la
verdad que cambió el mundo: “Dios nos amó
hasta el extremo”, cumpliendo en cada Santa Misa su palabra empeñada: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del
mundo”. ¡Quien cura, sana; quien sana, reintegra; quien reintegra,
dignifica!
Lo que digo como amigo
lo digo entonces como sacerdote, pues,
un buen amigo no es aquel que simplemente está en la bonanza, el éxito y
los amaneceres de la vida, sino que permanece fiel en medio de la adversidad,
inserto en los fracasos y en vigilante en el atardecer de nuestra jornada en
este mundo. Si hermanos: “Quien encuentra
un amigo, encuentra un tesoro”, dice la Santa Biblia.
Per hay una segunda
razón, la cual me exige dirigirme en mi condición de amigo y sacerdote: Y,
tiene que ver con la segunda parte de las palabras dichas por Nuestro Señor
sobre la amistad: “Vosotros sois mis
amigos, si cumplen mis mandamientos”. Por cierto, el amigo habla a tiempo y
destiempo, no teme importunar cuando se trata de rescatar a quien eventualmente
parece naufragar, ni vacila al momento de procurar hacer el bien a quien lo
necesita.
¿No recordamos acaso
las palabras de la Virgen María en Caná de Galilea dichas a unos atribulados
novios? ¡No tienen más vino! ¡La fiesta se termina! ¡Calabaza, calabaza cada
uno para su casa! Y de pronto, cuando todo parecía irreversible, cuando unos se
aprestaban para despedir abruptamente a los invitados, y estos se alistaban
para escabullirse raudamente ante el impase, surgió la voz de una mujer: fuerte, clara, maternal, convencida…era la Madre del Señor, que
había sido invitada a las Bodas, quien exclama: ¡Hagan todo lo que Jesús les diga! (San Juan).
La cercanía espiritual
hacia los novios me hace ser doblemente exigente al momento de dar a conocer
las implicancias que tiene para su condición de bautizados el hecho recibir el
sacramento del matrimonio, por el cual mutuamente se donan.
Dijo la segunda
lectura: “Habéis sido bien comprados!
Glorificad, por tanto a Dios en vuestro cuerpo” (1 Corintios VI, 20). La
voz fuerte de la Virgen en Cana de Galilea invita a implorar el don de
fortaleza en la vida matrimonial, -tan necesario ayer como doblemente resulta
en la vida presente-, por medio del cual tengan la certeza que son uno solo por lo que toda prueba
resulta llevadera, habida consideración que toda carga pesa la mitad si es
llevada entre dos. El hogar y la familia se edifica a partir de hoy por ambos,
lo que hará necesario aprender a dialogar, a conversar, a tener los momentos de
intimidad para exponer claramente los deseos, los sueños, las dificultades y
las eventuales desventuras.
La voz de Virgen Madre es clara a lo largo de todo el Evangelio: No
duda en decir al Arcángel ¿Cómo es esto
posible? No vacila en llamar la atención a Jesús cuando éste se pierde en
el templo: “Tu padre y yo estábamos muy
preocupados buscándote”; Irrumpe ante su Hijo y Dios para decirle “No tienen vino”. Queridos novios: Las
palabras deben expresar certezas, deben estar revestidas de cercanía, y
permanecer alejadas de todo carácter impulsivo y de cualquier espíritu que
evidencie desdén. Hoy hay en la sociedad un trato que exuda crispación, y se
corre la tentación de que este se haga presente, también, al interior de la
familia. Para ello, ser cuidadoso en
lo que se dice, en cómo
se dice y en cuándo se dice, en
todo lo cual tiene importancia: la oportunidad, la paciencia, la caridad y el
amor entrañable por la verdad.
Hace unas semanas
atrás, nuestra mirada se detenía en el umbral del portal de Belén, en el cual
contemplamos cómo nuestro Dios viene al mundo para que el mundo vaya hacia
Dios. La imagen de un dios distante, belicoso, etéreo, produce entre sus seguidores gran temor y olvido, como –también- conlleva entre
los adversarios a la burla e ironía cuyas consecuencias siempre terminan
causando desazón. Es notable cómo el mundo entero se doblega en Nochebuena por
la presencia de “un recién nacido
envuelto en pañales”, y de una Madre virginal atenta, cariñosa, afectuosa y
protectora de su Hijo y Dios.
El don de la maternidad
es un bien preciado y necesario para el mundo, que no puede darse sin la
cercanía de aquel que acoja el llamado hecho por Dios al momento de crear al
hombre: “Creced multiplicaos, poblad la
tierra y dominadla”. Los hijos son una bendición de Dios nunca un problema,
por esto, la Iglesia invita a los esposos a ser padres preocupados, responsables
y generosos al momento de tener los hijos. ¡Vuestros padres serán los abuelos
más felices, y también, yo estaré feliz
de tener más pega al bautizarlos…
Finalmente, la voz de
la Virgen en Cana es de unas mujer convencida,
con lo cual los novios se tuvieron como seguros de lo que debían hacer, porque no
les habla con una voz dubitativa. La Iglesia como Madre, enseña la verdad
plena, porque sólo en Ella reside la plenitud de la revelación, de tal manera
que es depositaria de la verdad que es Cristo, quien sobre si señaló: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Aprendan a confiar en la Iglesia Santa, que es madre, como los novios confiaron en la Virgen aquel día.
¡Como cambió la vida de ellos ha de transformarse la vuestra a partir de esta
Eucaristía!
Vuestra juventud de hoy
se revestirá de verdadera sabidurías si dan a Dios el lugar principal de todas vuestras
determinaciones. No es una senda expedita la que comienzan a recorrer, es un
mundo nuevo que está plagado de recovecos que serán necesarios superar. Para
ello tienen el testimonio de vuestros mayores, el consejo de vuestros amigos,
la oración de toda una Iglesia que no es mera espectadora en esta celebración,
sino que como madre y Maestra está llamada en todo momento a señalar el camino
que les permita hacer vida lo que hoy prometen, a practicar fielmente la
fidelidad conyugal en un mundo renuente a la virtud de la castidad, la cual
también ha de vivirse en la vida matrimonial.
A los pies de la imagen
de la Patrona de nuestra Patria hoy sellarán sus vidas ante Dios, y Él con su
gracia, la cual siempre puede más que
nuestras intenciones, les concederá el don de formar una nueva familia donde la
fe enriquezca cada una de vuestras iniciativas, de tal manera que haciendo lo que Jesús les diga puedan
vivir el gozo inmenso de saber que están cumpliendo la voluntad de Dios.
Con ello, experimentarán
que realmente Dios no quita nada al hombre, sino que lo entrega todo en la
persona de su Hijo Unigénito, por lo que en modo alguno la gracia del cielo es
rival de nuestra libertad sino más bien su primer y necesario garante. Dios no
es un invitado más a vuestro matrimonio, sino que es El quien hace posible que ustedes un día se conociesen, se comprometiesen y recibiesen
hoy el sacramento del matrimonio, de una
vez para siempre.
Virgen del Carmen,
nuestra Madre y Reina: En tu nombre hoy estos novios unen sus vidas. Queremos
que presidas su amor, que defiendas, conserves y aumentes su ilusión. Quita de
su caminar cualquier obstáculo que haga nacer la sombra o las dudas entre
ambos. Apártalos del egoísmo que paraliza el verdadero amor. Libéralos de la
ligereza que coloca en peligro la gracia en sus almas. Haz que abriendo sus
almas, merezcan la maravilla de encontrar a Dios el uno en el otro. Conserva la salud de sus cuerpos y resuelve
cada una de sus necesidades. Y haz que el sueño de un hogar y de unos hijos
nacidos de su amor, sean realidad y camino que los conduzca buenamente a tu Sagrado
Corazón, en quien confían y a quien consagran su vida de esposos católicos.
Amén.
SACERDOTE
JAIME HERRERA GONZÁLEZ, DIÓCESIS DE VALPARAÍSO.
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