FECHA: QUINTO DOMINGO / TIEMPO
ORDINARIO / CICLO
“B”.
1.
“Al acostarme, digo:
¿Cuándo llegará el día? Al levantarme: ¿Cuándo será de noche?, y hasta el
crepúsculo ahí estoy de sobresaltos”. (Job
VII,4)
Cuando recién el Señor
nos está dando a conocer cómo debemos ser verdaderos apóstoles, de pronto nos
invita a tener fe en los momentos de adversidad e implorar el don de la
fortaleza y la virtud de la perseverancia.
En efecto, por diversas
circunstancias nuestra educación adolece seriamente de la formación humana de
saber sobreponerse a la adversidad, lo que tiene como consecuencia de dejar
todo a medio camino, y abandonar lo iniciado ante el menor atisbo de dificultad.
Esto ocasiona que terminemos en el mejor de los casos en la improvisación, pues en la mayoría de
ellos, tendremos una actitud abúlica, y de desinterés. Edificios a medio terminar,
campos a medio plantar, caminos a medio
pavimentar, lo vemos frecuentemente, en una visión “macro”, pero en la vida “micro”, en la vida cotidiana de cada
uno, son múltiples las cosas que dejamos a medio terminar.
Leemos
en el Evangelio que: “Cuando todavía
estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso
a hacer oración.
Simón
y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le
dicen: «Todos te buscan.» Él les dice: «Vayamos a
otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para
eso he salido” (San Marcos I, 35-38).
El
Señor no espero el amanecer, ni la luz del día para emprender su camino, sino
que lo hizo “cuando todavía estaba oscuro”. Es decir, no debemos esperar
condiciones favorables, o beneficios humanos determinados, o como dicen los
futbolistas “que se den las cosas”,
para hacer el mejor esfuerzo y tomar determinada iniciativa pastoral o
apostólica, a la que el Señor nos esté invitando.
Todo momento es
proclive para quien ama a Dios, cualquier tiempo es el mejor cuando de salvar las almas
se trata, pues ¡es la caridad de Cristo
la que nos urge! No hay que regatear con
la voluntad de Dios, la cual ha de ser un imperativo en nuestro obrar.
Más tarde, mañana,
después y más rato suelen ser expresiones de
buenas intenciones, pero que oculta un sesgo de desinterés, menosprecio,
dilación innecesaria.
El apostolado involucra
la totalidad de nuestro ser: por eso dice el evangelio: “se puso de pie”, “salió”
y “fue”. Nuestro Señor no anda con medias tintas, es resuelto en el actuar. “Se
dijo, se hizo”. La educación imperante
hace mucho tiempo en nuestra Patria hace que tengamos en general una actitud
dilatoria. Y esto se ha acrecentado los últimos años donde se ha promocionado
una vida llena de derechos ausente casi totalmente de deberes.
Por otra parte el
cumplimiento del deber está casi sujeto a si uno es observado o no en su
cumplimiento. Esto hace tener una vida infantiloide, que es incapaz de
enfrentar el cumplimiento de los deberes sin que tenga que ser observado.
La falta de probidad en
la vida pública, la irresponsabilidad en la conducción de vehículos y el alto
número de infracciones, el desconocimiento de la propiedad intelectual ajena,
el modo cómo que se asumen los trabajos
y se dejan con tanta ligereza, sólo tienen como origen la falta del don de fortaleza en nuestra sociedad,
en la cual el límite del cumplimiento está en la duración de las ganas que
eventualmente se puedan tener.
Si tengo ganas hago
esto ¿y si no tiene deseo? No lo hago. Ese es el criterio decisivo que tenemos para
cumplir nuestros deberes: las ganas. Por esto se hace necesario crecer en la
virtud de la perseverancia, según enseña el Apóstol San Pablo: “Pues Dios, según su bondadosa determinación,
es quien hace nacer en ustedes los buenos deseos y quien los ayuda a llevarlos
a cabo” (Filipenses II, 13). A grandes
desafíos, gran perseverancia.
¿Qué implica la
perseverancia? Es un valor que radica en la resolución y el esfuerzo que se
emplea para alcanzar una meta y obtener un desafío. Una persona motivada es una
persona que está en movimiento, vale decir,
que el impulso inicial se sostiene luego en infinitud de nuevos reimpulsos, que permiten avanzar y
llegar al destino propuesto por el camino de la perseverancia. Santo Tomas de
Aquino nos dice que la perseverancia es una virtud que necesita del don de la
gracia habitual, pero requiere del auxilio gratuito de Dios que conserve
nuestra alma en el bien hasta el fin de la vida. (Suma Teologica,
Parte Segunda, cuestión 137).
2.
“Él sana a los de roto
corazón, y venda sus heridas”
(Salmo CXVIIL, 3).
El refranero popular en
ocasiones nos ayuda a sintetizar, lo que en ocasiones nos resulta arduo. En
este caso, ante la virtud de la perseverancia diremos: “el que la sigue, la consigue”. Sea una carrera en educación
superior, sea la obtención de una plaza laboral, y recibir la atención de la persona bien amada, en todo
se puede aplicar el valor de la perseverancia en el creyente. “Qui autem perseveraverit usque in finem, hic salvus erit”
(S. Mateo X, 22.) “Aquel que persevere hasta el fin, será
santo”.
Habitualmente recurrimos
a la enseñanza de los Santos, porque ellos vivieron como nosotros, pero
vivieron bien, es decir, hasta lograr la perfección en la búsqueda de una vida
virtuosa y santa. El Santo Cura de Ars, se caracterizó por entregar notables
enseñanzas en sus sermones, uno de los cuales dedicó puntalmente a la perseverancia. Conocedor de las almas,
y experto en administrar el sacramento de la confesión, nos entrega cinco
puntos para meditar sobre esta virtud, tan necesaria en nuestros días.
Docilidad
a la gracia: “El
primer medio para perseverar en el camino que conduce al cielo, es ser fiel en
seguir y aprovechar los movimientos de la gracia que Dios tiene a bien
concedernos. Los santos no deben su felicidad más que a su fidelidad en seguir
los movimientos que el Espíritu Santo les enviara”.
En efecto, mientras
muchos tratan de vivir una libertad egoísta y desenfrenada que termina encallando en un libertinaje
esclavizador, como fieles debemos saber que sólo dejándonos mover por Dios
alcanzaremos la verdadera libertad que no se desvanece ni se apolilla. En la
medida que aumenta nuestra dependencia en Dios,
crece la genuina independencia, pues es el amor de Dios quien nos hace
nos hace libres. ¡No creamos en las alegrías del mundo que eslavizan el alma!
¡No existe la felicidad al margen de la fidelidad!
No
ser mundanos: “Debéis
huir del mundo, ya que su lenguaje y su manera de vivir son enteramente
opuestos a lo que el cristiano debe hacer, es decir, son incompatibles con el
comportamiento de una persona que anda en busca de los medios más seguros para
llegar al cielo”. Gran importancia
debe tener este consejo del Patrono de quienes tienen cura de almas, si
consideramos que, nuestro Señor en la Última
Cena, pidió que, insertos en este mundo no fuéramos mundanos,
lo cual implica que la opción de ser cristiano pasa no sólo por procurar tener
los mismos sentimientos del Corazón de Cristo, sino por además, con determinada
determinación llevar a la vida cotidiana lo que Dios nos pide: sin atenuación,
sin recorte y sin tardanza.
Es evidente que en
medio de la cultura que estamos viviendo nos vemos urgidos a optar por
determinado estilo de vida: o de Cristo o del mundo, no siendo posible la
mezcla de lo uno y otro en un gelatinoso
agiornamiento de las costumbres, toda vez que, si nuestro Dios es exigente y exige absoluta fidelidad,
el espíritu del mundo, en su esencia, no
desea compartir su libertinaje: Nuestro Dios es un Dios celoso, pero el
mundanismo es un falso ídolo celópata, del cual debemos resueltamente alejarnos
de su espíritu y de su vida.
Oración
constante: San Juan María Vianney, en tercer lugar nos dice
que “la oración es absolutamente
necesaria para perseverar en la gracia, después de haber recibido ésta en el
sacramento de la Confesión. Con la oración todo lo podéis, sois dueños, por
decirlo así, del querer de Dios, mas, sin la oración, de nada sois capaces”.
Con claridad lo dijo Jesús: “Orad para no
caer en la tentación”, por lo tanto la perseverancia tiene en la oración un
pilar insustituible, sin la cual todo esfuerzo queda en una simple buena
intención que queda a mitad de camino.
Tan importante es la oración,
que ni el pecado la hace totalmente infecunda si consideramos que previa a la confesión
sacramental se da siempre una plegaria que clama misericordia y no deja de agradecer
la nueva oportunidad de retomar el camino de Dios, del Evangelio y de su
Iglesia Santa. Entonces, si Dios mueve al mundo, a Dios lo mueve la oración.
Vida
sacramental activa: Un aspecto no menor, para mantenernos
perseverantes en el camino propuesto, nos enseña el santo sacerdote
citado, es que “una persona que frecuenta los sacramentos hace que el demonio pierda
todo su poder sobre ella”. Podemos tener muchos conocimientos, haber pertenecido
desde la infancia a tal comunidad, poseer una familia creyente, incluso tener
un acrecentado espíritu de oración, pero si no recibimos los sacramentos por
flojera o negligencia el camino para ser fieles se verá interrumpido por
nuestra inconstancia. Lo que es el alimento para el cuerpo humano que lo
fortalece y hace crecer, es la vida sacramental para nuestra alma. ¡Sin ellos
quedamos exánimes!
Espíritu
de mortificación: Finalmente, sentencia el Cura de Ars,
que “hemos de practicar la mortificación:
este es el camino que siguieron todos los santos. O castigáis vuestro cuerpo de
pecado, o no permaneceréis mucho tiempo sin recaer”. Lo anterior lo hacen
incluso quienes para ganar una competencia deportiva se privan de aquello que
es legítimo y hasta necesario. Se come menos, no se “carretea”, se abstiene de
vida conyugal, no ingiere gaseosas ni alcoholes, algunos alimentos están vedados,
en fin, los ejemplos pueden
multiplicarse con amplitud, y esto sólo para obtener una presea oxidable.
Entonces, para obtener el trofeo de la Vida Eterna ¿de qué nos privaremos y
mortificaremos? La escuela de los santos es la más segura porque llegaron al
Cielo, entonces no dudemos en seguir cada uno de estos consejos si
verdaderamente anhelamos alcanzar la bienaventuranza eterna. Amen.
Sacerdote
Jaime Herrera González, Cura Párroco de Puerto Claro en Valparaíso.
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