jueves, 3 de septiembre de 2015

NORMAS LITÚRGICAS DURANTE AÑO SANTO DADAS POR MONSEÑOR EMILIO TAGLE COVARRUBIAS, ARZOBISPO DE VALPARAÍSO, EL 4 DE MAYO DE 1983.


En este Año Santo celebramos en extraordinaria forma este maravilloso tiempo de resurrección.
Jesús se apareció tantas veces a los suyos que, golpeados duramente por su Pasión y Muerte, les parecía difícil volver a verlo triunfante.
De nuevo estaba con ellos, ya era realidad más que esperanza.
Jesús los buscaba y los llamaba.
Inundados de gozo comunicaban la noticia.
Pero no es ésta sólo una historia del pasado.
Desde entonces, hasta hoy y para siempre, se encuentra presente en la santa eucaristía Jesús Resucitado.
A la voz del sacerdote, desde su Gloria del cielo viene a los altares, no sólo para estar junto a nosotros, sino para llegar hasta lo más hondo, como alimento de las almas.
Por eso la Sagrada Eucaristía es la gran celebración d Jesús Resucitado.
En la Eucaristía, sólo vemos pan y vino. Si nos guiamos por lo que vemos, nos quedamos fríos y ciegos ante esta realidad insondable.
Pero la fe nos certifica que por amor nuestro está vivo, con su Corazón palpitante.
Jesús está allí´: vamos a la Eucaristía a celebrar con Él cada día nuestra fiesta cumbre, porque nada hay ni habrá en este mundo de mayor altura en que pueda participar el ser humano.
Jesús continúa ejerciendo su sacerdocio en la acción publica y oficial de la Iglesia que es la Liturgia “cuya cumbre es la Eucaristía y hacia la cual tiende toda su vida y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza” (S.C.10).
Jesús está allí: todos vamos a visitarlo y adorarlo en su Presencia real y verdadera, a renovar con Él su sacrificio al Padre y recibirle y entregarle a los hombres como Pan del Alma. Junto con renovar su entrega en sacrificio, nos entregamos con Él todos los cristianos al Padre de los Cielos para su gloria y para la santificación y salvación de la humanidad.
Al hacerlo, debemos darnos cinta profunda y clara de lo que significa, del rol que en Ella nos corresponde y de las normas a que debemos atenernos en su celebración.
Corresponde exclusivamente a la autoridad eclesiástica su reglamentación, que debe ser observada fielmente por todos son que nadie pueda cambar cosa alguna por cuenta propia (S.C.22-23).
Por eso cumplo con mi deber de Obispo de recordar las disposiciones litúrgicas emanadas del Magisterio de la Iglesia y corregir las faltas, para que sea celebrada santamente.

  PADRE JAIME HERRERA  &  OBISPO EMILIO TAGLE 1982 

a). Es muy triste comprobar que se va perdiendo el sentido de la piedad, respeto y recogimiento que merece el lugar sagrado y hasta se forman corrillos para charlar dentro de la Iglesia. “Mi casa es casa de oración”, nos dice el Señor.
Es urgente recuperar el silencio que merece su Presencia y terminar con las conversaciones en el templo.
Cristo Nuestro Señor expulsó a los que lo profanaban.
b). Al entrar a la Iglesia y al pasar frente al Santísimo Sacramento debe hacerse una genuflexión en señal de adoración: este acto tiene un profundo contenido.
“Para que el corazón se incline ante Dios con profunda reverencia, la genuflexión no puede ser apresurada ni distraída” (Ibid. número 26).
c). La Sagrada Eucaristía comienza con la Liturgia de la Palabra destinada a preparar su celebración. “Abríos al Redentor”, en forma especial en este Año Santo, pues es Él mismo quien nos habla.
Las Lecturas entregan la Palabra de Dios que no puede ser sustituida por ninguna palabra de hombre, sea quien sea. (Cfr. Juan Pablo II: “Dominicae Cenae” 1 y 2).
Su proclamación debe hacerse con la dignidad que corresponde (Cf.Id.n.2)  no sólo con la claridad y el tono de voz que permita ser escuchada por todos sino con el alma, para que llegue a la mente y al corazón de los oyentes.
No se puede improvisar lectores ni lecturas. Siempre debe prepararse inmediatamente el texto y su expresión.
El Evangelio está reservado al diácono o al sacerdote. Las otras lecturas las pueden hacer los seglares espiritual y técnicamente preparados.
d). Los textos litúrgicos “Señor ten piedad”, “Gloria”, “Santo”, la aclamación después de la Consagración, “Cordero de Dios” constituyen un rito por sí mismos y no deben reemplazarse ni alterarse (Cf.Celeb. Euc. Nº 21, 79, 102, 103).
e). Las moniciones deben ser muy breves. Sólo son indicaciones y sugerencias, y no meditaciones de lo que se anuncia.
f). La recitación en voz alta del Canon o plegaria eucarística, incluyendo su terminación “por Cristo, con Él y en Él” así como las oraciones antes de la Comunión, corresponden exclusivamente a los sacerdotes. Los fieles sólo pueden responder “Amén”. (Nº.55).
La consagración se realiza “el gran Misterio de nuestra fe”, el gran milagro del Amor. Cristo se hace presente. Se renueva la ofrenda de su Sacrificio Redentor.
Ante Él hay que arrodillarse.
Es el signo de adoración que debe estimarse y mantenerse en todo su valore. Por eso, “en la Consagración todos los fieles deben permanecer de rodillas” (T.Ins.n.20).
Hay que insistir incansablemente que nadie, en ninguna Misa, se puede quedar de pie, aunque esté en la entrada de la Iglesia, salvo que esté imposibilitado para hincarse.
El toque de la campanilla anuncia este solemne momento.
Terminemos cuanto antes con estas faltas de respeto.
La Comunión es el gran don del Señor, por eso no se admite que los fieles tomen por sí mismos el Pan Consagrado y el Cáliz Sagrado y mucho menos que lo hagan pasar de uno a otro (Id.n.9).
Corresponde al sacerdote y al diácono su distribución y sólo pueden excusarse de hacerlo cuando estén impedidos por enfermedad o avanzada edad.
La Sagrada Eucaristía merece de los fieles todo respeto y reverencia en el momento de recibirla.
Cuando comulgan de rodillas, ya eso es señal de adoración.
Cuando lo hacen de pie acercándose procesionalmente al altar, deben hacer antes un acto de reverencia, en el lugar y la manera adecuada, cuidado de no desordenar el acceso y retiro de los fieles. No procede después de recibirla, hacer genuflexión.
En seguida hay que vivir esos momentos de íntima y estrecha unión con Cristo guardando un tiempo de silencio, sea en la misma celebración o después de terminada.
Son minutos privilegiados e intocables, de alabanzas, acción de gracias y oración del corazón.
Normalmente la Sagrada Comunión, como participación del sacrificio, debe recibirse en la Misa, pero,  por justa causa, puede hacerse fuera de ella.
La música y el canto son expresiones del alma. Elevan a Dios si es religiosa. Reza dos veces el que canta bien, si es profana, aleja de Él.
Por eso, tanto la letra como la melodía de los instrumentos deben ser religiosas.
La introducción de lo profano desvirtúa y contradice el sentido de la música y el canto en la iglesia. Dificultan la oración, estorban, distraen.
Cuanto antes hay que eliminarlos resueltamente de la Iglesia.
El canto corresponde a toda la asamblea. El coro sólo lo apoya y dirige.
No es un grupo que realiza una presentación que los fieles ignoran y escuchan.
Hay que introducir nuevos cantos adecuados sin echar al olvido muchos hermosos cantos conocidos y practicados desde años.
Dentro de la celebración, los cantos deben durar un tiempo prudente. No pueden prolongarse indebidamente.
El culto eucarístico, aún fuera de las horas de Misas, debe llevar a nuestros templos (Juan Pablo II: 24 de enero 1980).
Las iglesias deben estar abiertas durante las suficientes horas de la mañana y de la tarde, para que los fieles puedan fácilmente orar ante el Santísimo Sacramento (Ins. 25 de Agosto de 1967).
 La adoración a Cristo en este Sacramento de Amor debe encontrar expresión en diversas formas de devoción eucarística…”Bendición del Santísimo, Jubileo de las Cuarenta Horas, Hora Santa…”.
Jesús nos espera. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración (Dominicae Cenae, n.3 Juan Pablo II).
Participemos cada día con fe y amor extraordinarios en este Año Santo, como fieles hijos de la Iglesia, cumpliendo las normas litúrgicas que Ella ha dispuesto para su digna y santa celebración.
Los Rectores de Iglesia tendrán a bien dar a conocer ampliamente en todas las Misas esta instrucción y velar por su fiel observancia.
Reciban muy queridos hijos mi bendición de Pastor.
+ Emilio Tagle Covarrubias, Arzobispo-Obispo de Valparaíso.
Valparaíso, 4 de Mayo de 1983.
Esta Carta será leída en todas las Misas del domingo siguiente a su recepción en las iglesias de la jurisdicción episcopal de Valparaíso.
       
        

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