“EL REINO DE DIOS SE EXTIENDE EN CADA
NACIÓN.
Una particular cercanía encontramos entre la ciudad
de Colosas (Turquía), a la cual escribió San Pablo, y nuestra Patria, puesto
que está ubicada en una región que habitualmente “se le mueve el piso”, tal como aconteció el año 61 donde quedó
derrumbada gran parte de la ciudad lo que ocasionó gran decadencia. Sabiamente
el apóstol les escribe al enterarse de la catástrofe pues se requería de un
valeroso espíritu y de un mancomunado esfuerzo para reconstruir la ciudad desde
los escombros y las cenizas.
Pero no se detiene allí la semejanza. Pues, también hubo un derrumbe en el plano moral a
causa de ciertas herejías que se introdujeron en la naciente comunidad
cristiana, lo cual tuvo grandes y evidentes consecuencias: Divisiones,
violencias, incertidumbres, y enemistades. Las consecuencias del caos moral es por cierto incomparablemente superior a cualquier
calamidad de la naturaleza: una daña el cuerpo, la otra –además- hiere el alma.
Por ello interviene San Pablo con sus consejos en
orden a buscar la primacía del amor de Dios cuyo fruto inmediato es el amor
al prójimo. Sólo así al interior de la sociedad se verificará que sean unas verdaderas
extensiones del Reino de Dios, no sin el aporte, la constancia, la iniciativa, la proactividad de cada uno. En
esta tarea no hay espectadores sólo quienes actúan en primera persona.
Ciertamente, la nueva vida a la que se nos
invita ha de ser como reflejo de la nueva humanidad creada por Cristo, no sólo en cada persona, sino en toda
la vida social, cuya célula es indudablemente la familia desde la cual adquiere
entidad el mundo del trabajo, de la amistad y de la educación.
Tras cada visión de Dios subyace siempre una visión de la sociedad. El gran filósofo español, Donoso
Cortes en su libro sobre el catolicismo señaló: “Junto a toda teología hay siempre una política”. Un mundo que se
construye al margen de Dios necesariamente se termina volcando contra el mismo hombre y la sociedad.
A lo largo de la historia esto lo hemos constatado tantas veces, de manera
particular cuando por un sistema ideológico se opta por hacer de nuestro
Creador y Redentor del hombre el primer marginado. Entonces, de lo que Dios se
diga, del hombre se dirá; de lo que de Dios se silencie, del hombre se
silenciará.
El Salmo responsorial
nos que hemos escuchado es el último de los ciento cincuenta que conocemos. Ha
sido descrito como una “sinfonía de alabanzas”.
En el Evangelio se usa el verbo griego de “symphoneuo”
que literalmente significa “unir voces”. Es
imagen de la oración común que conduce una vida común “armoniosa”. La plegaria
hecha alabanza a Dios, expresada en diversas voces e instrumentos, encuentran
una perfecta armonía “con el mismo ánimo
y con una sola alma” (Romanos XV, 6).
La profunda desarmonía que imperó durante mil días
en nuestra Patria, sin lugar a dudas fue originada por las notas disonantes
emitidas por aquella ideología “intrínsecamente perversa” que, originada desde una minoría, terminaría provocando males a una sociedad
completa que avanzaba a pasos agigantados hacia una guerra interna y
fratricida.
Estamos ciertos que
para tomar la decisión se requirió de un fino grado de discernimiento, el cual,
lejos de ser un acto impulsivo, respondió
a la consecuencia de un juramento prestado en orden a defender la Patria de
toda agresión que mermase su integridad y la grandeza de su alma. El “alma
de Chile” fue violentada por la irrupción
de la dictadura del proletariado.
¡A grandes males,
grandes remedios! Sin duda la jornada iniciada el día 11 de un gran mes, marca
indeleblemente la historia de nuestra Patria. La profundidad de la herida
producida por la irrupción de un sistema cuyo fin era la implementación de un absolutismo ateo, que condujo primero a
una grave crispación social y luego, llevó a la sociedad a la antesala de una
guerra civil cuyas consecuencias habrían sido simplemente inenarrables.
Por aquella
intervención providencial se procuró
tender a una reconciliación esforzándose en abrirse a tener un mismo pensar y
un mismo sentir. Como sabemos, desde un primer momento se estableció que
cualquier proyecto pasaría por el reconocimiento de Dios no sólo como creador
sino como garante de su libertad, asumiendo al hombre como un ser dotado de
espiritualidad, con lo cual se sepultaba
toda viabilidad a visiones reduccionistas de su grandeza desde el materialismo
y el determinismo ciego.
El Santo Evangelio nos
refiere la gran novedad que trae Jesús: el perdón y la misericordia fueron parte
de la noticia que trajo para transformar el mundo desde su interior.
Evidentemente, hubo un rechazo inicial, no
porque eran palabras desconocidas, sino porque eran exigentes y difíciles: “Amar a los enemigos”; “no maldecir”; “ofrecer la otra mejilla” y
“no reclamar” cuando alguien toma lo que nos pertenece. ¡Todos quedamos
al debe en el pleno cumplimiento de estas cuatro palabras!
Desde la realidad de la
presencia de Dios como amor, que todo lo
perdona, que todo lo espera, que todo lo entrega, nos invita una vez más, a imitarle procurando “ser compasivos como el Padre de los cielos
es compasivo” (San Lucas VI, 36).
En efecto, el amor
no puede depender sólo de lo que recibimos de los demás. Las
mezquindades, los resentimientos, las venganzas no pueden limitar la llamada a
la que Dios nos invita. El verdadero amor debe querer el bien del prójimo,
independientemente de lo que aquel pueda hacer por nosotros de bien o de mal.
En este sentido el
amor del creyente está convocado a ser espejo
del amor Dios. Ciertamente, la acción de amar al prójimo que nos ha hecho un
mal es una verdadera “creación” porque nace de lo que no es.
La odiosidad, la venganza y la mezquindad no forman parte de las enseñanzas de Cristo, puesto que se alejan de los cuatro consejos dados en este
día por el Señor: “no juzgar”, “no condenar”, “perdonar” y “dar
abundantemente”. El ADN de la moral cristiana tiene estas marcas que
favorecen en todo momento el reencuentro y la unidad al interior de la
sociedad.
De acuerdo a lo
anterior, nuestra opción debe ser buscar de manera preferencial a los amados
por Dios. ¿Quiénes son? ¿Dónde se encuentran? En la Carta del Apóstol San Pablo
leemos claramente: “No nos cansemos de
hacer el bien, porque a su tiempo recogeremos el fruto, si no desfallecemos. Y,
así, mientras tenemos tiempo, hagamos bien a todos, y mayormente a nuestros
hermanos en la fe” (Gálatas
VI, 10).
Entonces, nuestra
mirada avizora a aquellos que en sus vidas optaron por recibir la visita de
Dios y son los bienaventurados por haber
creído, de los cuales el ícono es la
Virgen María, en cuya vida y palabras Dios habló.
Es posible que muchos
de los presentes hayan sido menores de edad hace cuarenta y dos años. De hecho,
quienes tenían dieciocho años hoy tienen sesenta. Por lo tanto, el tiempo
transcurrido es amplio y no hay objeción para que se aplique la sabiduría
ancestral descrita en el refranero popular: “El
tiempo sana las heridas”. Por
cierto que ello no basta, puesto que se requiere además, de la aplicación
concreta del evangelio a la vida y de la vida al evangelio, en especial con el
perdón, que nunca daña y siempre enaltece a quien lo imparte de manera oportuna
y generosa, tal como lo hemos recordado hace unos momentos.
El día 24 de Octubre de 1974, se dio cumplimiento -luego
de 156 años- a la promesa de O’Higgins hecha a la Patrona de Chile. La
independencia de Chile se recuperó en virtud de la intervención de la Santísima
Virgen del Carmen ante la cual se celebró a sus pies una sincera Acción de Gracias, pues: ¡qué duda cabe!..¿No
es verdad? que se evitaron tres guerras: primero una guerra civil (1973);
segundo una guerra con Perú (1975), y tercero una guerra con Argentina (1978). Estas
realidades nos llevan a rezar en este día por cuantos murieron en el
cumplimiento de su deber y juramento, como por quienes, eventualmente, sufren
penas aflictivas y son procesados por una justicia llamada a ser oportuna, veraz
y pacificadora. ¡Viva Cristo Rey!
PADRE
JAIME HERRERA GONZÁLEZ / CALLE SANTOS TORNERO Nº 215 / VALPARAÍSO / CHILE /
FONO: 9-97402707
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