martes, 22 de septiembre de 2015

XIIL Aniversario del 11 de Septiembre, 2015


“EL REINO DE DIOS SE EXTIENDE EN CADA NACIÓN.

 Una particular cercanía encontramos entre la ciudad de Colosas (Turquía), a la cual escribió San Pablo, y nuestra Patria, puesto que está ubicada en una región que habitualmente “se le mueve el piso”, tal como aconteció el año 61 donde quedó derrumbada gran parte de la ciudad lo que ocasionó gran decadencia. Sabiamente el apóstol les escribe al enterarse de la catástrofe pues se requería de un valeroso espíritu y de un mancomunado esfuerzo para reconstruir la ciudad desde los escombros y las cenizas.

Pero no se detiene allí la semejanza. Pues,  también hubo un derrumbe en el plano moral a causa de ciertas herejías que se introdujeron en la naciente comunidad cristiana, lo cual tuvo grandes y evidentes consecuencias: Divisiones, violencias, incertidumbres, y enemistades. Las consecuencias del caos moral es por  cierto incomparablemente superior a cualquier calamidad de la naturaleza: una daña el cuerpo, la otra –además- hiere el alma.

Por ello interviene San Pablo con sus consejos en orden a buscar la primacía del amor de Dios cuyo fruto inmediato es el amor al prójimo. Sólo así al interior de la sociedad se verificará que sean unas verdaderas extensiones del Reino de Dios, no sin el aporte, la constancia,  la iniciativa, la proactividad de cada uno. En esta tarea no hay espectadores sólo quienes actúan en primera persona.

Ciertamente, la nueva vida a la que se nos invita ha de ser como reflejo de la nueva humanidad creada por  Cristo, no sólo en cada persona, sino en toda la vida social, cuya célula es indudablemente la familia desde la cual adquiere entidad el mundo del trabajo, de la amistad y de la educación.



Tras cada visión de Dios subyace  siempre una visión de la sociedad. El gran filósofo español, Donoso Cortes en su libro sobre el catolicismo señaló: “Junto a toda teología hay siempre  una política”. Un mundo que se construye al margen de Dios necesariamente se termina  volcando contra el mismo hombre y la sociedad. A lo largo de la historia esto lo hemos constatado tantas veces, de manera particular cuando por un sistema ideológico se opta por hacer de nuestro Creador y Redentor del hombre el primer marginado. Entonces, de lo que Dios se diga, del hombre se dirá; de lo que de Dios se silencie, del hombre se silenciará.

El Salmo responsorial nos que hemos escuchado es el último de los ciento cincuenta que conocemos. Ha sido descrito como una “sinfonía de alabanzas”. En el Evangelio se usa el verbo griego de “symphoneuo” que literalmente significa “unir voces”. Es imagen de la oración común que conduce una vida común “armoniosa”. La plegaria hecha alabanza a Dios, expresada en diversas voces e instrumentos, encuentran una perfecta armonía “con el mismo ánimo y con una sola alma” (Romanos XV, 6).
La profunda desarmonía que imperó durante mil días en nuestra Patria, sin lugar a dudas fue originada por las notas disonantes emitidas por  aquella ideología “intrínsecamente perversa que,  originada desde una minoría,  terminaría provocando males a una sociedad completa que avanzaba a pasos agigantados hacia una guerra interna y fratricida.
Estamos ciertos que para tomar la decisión se requirió de un fino grado de discernimiento, el cual,  lejos de ser un acto impulsivo, respondió a la consecuencia de un juramento prestado en orden a defender la Patria de toda agresión que mermase su integridad y la grandeza de su alma. El “alma de Chile”  fue violentada por la irrupción de la dictadura del proletariado.

¡A grandes males, grandes remedios! Sin duda la jornada iniciada el día 11 de un gran mes, marca indeleblemente la historia de nuestra Patria. La profundidad de la herida producida por la irrupción de un sistema cuyo fin era la implementación de un absolutismo ateo, que condujo primero a una grave crispación social y luego, llevó a la sociedad a la antesala de una guerra civil cuyas consecuencias habrían sido simplemente inenarrables.

Por aquella intervención providencial se procuró tender a una reconciliación esforzándose en abrirse a tener un mismo pensar y un mismo sentir. Como sabemos, desde un primer momento se estableció que cualquier proyecto pasaría por el reconocimiento de Dios no sólo como creador sino como garante de su libertad, asumiendo al hombre como un ser dotado de espiritualidad,  con lo cual se sepultaba toda viabilidad a visiones reduccionistas de su grandeza desde el materialismo y el determinismo ciego.



El Santo Evangelio nos refiere la gran novedad que trae Jesús: el perdón y la misericordia fueron parte de la noticia que trajo para transformar el mundo desde su interior. Evidentemente,  hubo un rechazo inicial, no porque eran palabras desconocidas, sino porque eran exigentes y difíciles: “Amar a los enemigos”; “no maldecir”; “ofrecer la otra mejilla” y “no reclamar” cuando alguien toma lo que nos pertenece. ¡Todos quedamos al debe en el pleno cumplimiento de estas cuatro palabras!
Desde la realidad de la presencia de Dios como amor,  que todo lo perdona, que todo lo espera, que todo lo entrega, nos invita una vez  más, a imitarle procurando “ser compasivos como el Padre de los cielos es compasivo” (San Lucas VI, 36).
En efecto, el amor no puede depender sólo de lo que recibimos de los demás. Las mezquindades, los resentimientos, las venganzas no pueden limitar la llamada a la que Dios nos invita. El verdadero amor debe querer el bien del prójimo, independientemente de lo que aquel pueda hacer por nosotros de bien o de mal.
En este sentido el amor del creyente está convocado a ser espejo del amor Dios. Ciertamente, la acción de amar al prójimo que nos ha hecho un mal es una verdadera “creación” porque nace de lo que no es.
La odiosidad,  la venganza y la mezquindad  no forman parte de las  enseñanzas de Cristo, puesto que  se alejan de los cuatro consejos dados en este día por el Señor: “no juzgar”, “no condenar”, “perdonar” y “dar abundantemente”. El ADN de la moral cristiana tiene estas marcas que favorecen en todo momento el reencuentro y la unidad al interior de la sociedad.
De acuerdo a lo anterior, nuestra opción debe ser buscar de manera preferencial a los amados por Dios. ¿Quiénes son? ¿Dónde se encuentran? En la Carta del Apóstol San Pablo leemos claramente: “No nos cansemos de hacer el bien, porque a su tiempo recogeremos el fruto, si no desfallecemos. Y, así, mientras tenemos tiempo, hagamos bien a todos, y mayormente a nuestros hermanos en la fe” (Gálatas VI, 10).
Entonces, nuestra mirada avizora a aquellos que en sus vidas optaron por recibir la visita de Dios y son los  bienaventurados por haber creído, de los cuales el ícono es la Virgen María, en cuya vida y palabras Dios habló.
Es posible que muchos de los presentes hayan sido menores de edad hace cuarenta y dos años. De hecho, quienes tenían dieciocho años hoy tienen sesenta. Por lo tanto, el tiempo transcurrido es amplio y no hay objeción para que se aplique la sabiduría ancestral descrita en el refranero popular: “El tiempo sana las heridas”. Por cierto que ello no basta, puesto que se requiere además, de la aplicación concreta del evangelio a la vida y de la vida al evangelio, en especial con el perdón, que nunca daña y siempre enaltece a quien lo imparte de manera oportuna y generosa, tal como lo hemos recordado hace unos momentos.
El día 24 de  Octubre de 1974, se dio cumplimiento -luego de 156 años- a la promesa de O’Higgins hecha a la Patrona de Chile. La independencia de Chile se recuperó en virtud de la intervención de la Santísima Virgen del Carmen ante la cual se celebró a sus pies una sincera  Acción de Gracias, pues: ¡qué duda cabe!..¿No es verdad? que se evitaron tres guerras: primero una guerra civil (1973); segundo una guerra con Perú (1975), y tercero una guerra con Argentina (1978). Estas realidades nos llevan a rezar en este día por cuantos murieron en el cumplimiento de su deber y juramento, como por quienes, eventualmente, sufren penas aflictivas y son procesados por una justicia llamada a ser oportuna, veraz y pacificadora. ¡Viva Cristo Rey!

             


PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ / CALLE SANTOS TORNERO Nº 215 / VALPARAÍSO / CHILE / FONO: 9-97402707

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