Muy apreciados novios:
Roberto Andrés e Ignacia de Paula:
Estimados
padrinos y madrinas, hermanos en el Señor.
A lo largo de nuestra vida tenemos múltiples oportunidades de participar
en la celebración del matrimonio de nuestros seres queridos. A pesar de que la
ceremonia suele ser la misma, en el sentido que pueden coincidir las palabras y
los himnos, siempre entraña -cada matrimonio- un carácter único, toda vez que
la gracia que el Señor concede es particular para cada novio y para cada novia,
tal como lo es la relación del alma hecha única, inmortal e irrepetible
adquiere un sentido de pertenencia y entrega en el seguimiento de la vocación a
la que Dios la ha llamado.
Ambos
se conocen desde hace largo tiempo. Han recorrido parte de vuestra existencia
con el anhelo y el compromiso de lo que en este día van a contraer: Sellar de
una vez para siempre vuestras almas, de tal manera que inician más que una
nueva etapa en vuestras vidas, se trata –ahora- de una nueva manera de vivir
desde la condición de esposos que se pertenecen mutuamente porque se donan
mutuamente en alma y cuerpo.
Cuando
el Señor Jesús nos dio el mandato de la caridad en la Última Cena, en la cual instituyó
el sacramento por medio del cual no sólo nos da una gracia si que se nos entrega
como el autor de cada gracia. En virtud de
la Santa Eucaristía se hace posible la realización plena del mutuo y
verdadero amor, que se enorgullece, se realiza plenamente, y se fortalece por aquella gracia que viene de lo alto.
Cada
matrimonio es un milagro de amor, porque por medio de él un hombre y una mujer
alcanzan la grandeza sublime de hacer presente el amor de Dios en el mundo. Nos
parece tan obvio que el Señor nos bendiga, que el Señor nos proteja, que el
Señor nos inspire, que fácilmente nos olvidamos –frecuentemente-de
sobrecogernos por el carácter sorprendente y novedoso que tiene el Amor de
Dios. Tantas delicadezas, tantas preocupaciones, tantas oportunidades que
nuestro Dios en su misericordia nos tiene de manera cotidiana.
Como
todo día tiene un amanecer, como cada noche encierra la luz de infinitud de
estrellas, la vida de cada uno contiene la aurora de la gracia que de manera
casi imperceptible habla en nuestra vida, a la vez que, incluso en medio de las páginas de
incertidumbre y dificultad, podemos
saber que la mano cercana de nuestro Dios no nos abandona, puesto que no somos fruto
del azar sino hijos de un Dios cuyo amor ha sido interpretado por la generosidad de nuestros padres invitados a
participar, tanto del atributo divino del creador como de su condición eterna
al compartir un proyecto común de vida para siempre a partir de este día
.
Esto
hace que cada celebración nos conmueva en lo más hondo y reavive nuestra fe en
las promesas hechas por Dios a quienes procuran ser fieles para toda la vida.
En efecto, la única bendición que no fue suprimida por las consecuencias del
pecado original fue la hecha a Adán y Eva
al momento de instalarlos en el Paraíso: “Creced multiplicaos poblad la tierra y dominadla”, en tanto que el
salmista no deja de cantar la misericordia de Dios hacia el hombre y la mujer
que se esfuerzan por ser tan fieles como felices, prometiendo que “a los hijos de tus hijos los verán”.
Queridos
novios: hace unos días atrás dos millones de personas se reunieron en el Circo Máximo
de Roma para celebrar el Día de la Familia. Ninguna información salió en la
prensa local. Más, cualquier minucia de una cultura sucia es motivo de extensos
artículos y novedosos análisis. Por ello, ambos bogarán contra corriente, toda
vez que lo que para muchos hoy es “normal” y lo que favorece la sociedad
modernista es precisamente la edificación de una verdadera blasfemia del amor: La exclusividad de vuestra entrega no admite
ser compartida porque responde al designio de Dos inscrito en la humana
naturaleza.
Ahora
bien, cómo navegar en medio de un mar
adverso, cómo avanzar como esposos y familia ante del vientos de una
sociedad que –abiertamente- reniega de Dios y de sus caminos…La respuesta al
igual que ayer como hoy emerge de nuestra condición de creyentes. La fe debe
ilustrar a todo hombre y a todo el hombre, es decir, que como nueva familia en
Cristo que hoy fundan, Roberto e Ignacia deben incorporar a Cristo en sus
determinaciones no como un peregrino que viene de paso sino como el huésped que
ha venido para quedarse. Es este el punto donde se juega vuestra vida
matrimonial
El
Apóstol San Pablo decía: “Quien se case,
se case en el Señor”. ¡Qué hermoso es constatar que dos jóvenes son capaces
de optar por dar a Cristo el lugar fundante en su matrimonio!
Como
en aquel primer milagro, realizado en la localidad de Caná de Galilea, nuestro Señor fue invitado, hoy – en Santa Bárbara de Casablanca- han invitado
a Cristo para que ante Él ratifiquen y sea Él quien definitivamente selle
vuestro mutuo y consiente compromiso.
Permítanme
detenerme en tres consejos que han dado los últimos Pontífices de nuestra Iglesia
Santa a los novios.
Sacerdote Jaime Herrera González, Chile |
El
verano
del matrimonio se presenta con los hijos, a los cuales se comprometen recibir
con amor y generosidad allí se hará necesario dedicar el tiempo de calidad a la
familia, aprendiendo a reservar momentos
“sagrados” para cada miembro del hogar y dando al trabajo el lugar que le
corresponde: ¿Es el trabajo el que sirve al hombre? O acaso… ¿Es el hombre que
sirve al trabajo?
El
otoño
del matrimonio es la época de la cosecha, donde se recogen los frutos de la
estabilidad y la resistencia al tiempo, es la etapa más agotadora por haber
adolescentes. Sabio es el mundo de los refranes: niño pequeño, pequeño
problema, niños grandes, grandes problemas.
La
necesidad en esta estación es la de alentarse y apoyarse mutuamente, por lo que
se requiere de tener la atención a los detalles y la presteza para ser
agradecidos mutuamente, no dando por supuestas ni las gratitudes ni los
conocimientos. ¿Cuántas veces se da por supuesto lo que de suyo no resulta tan
evidente? Si usted quiere ser cariñoso, hágalo saber; si usted quiere ser
agradecido…dígalo.
En
la etapa otoñal se hace imprescindible manifestar a vuestra descendencia la
condición de vida que hoy asumen: “ya no
son dos sino uno solo” (San
Mateo XIX, 6) lo cual, en criterios formativos y en
vistas a la educación de los hijos deben marchar siempre por la misma vereda
para evitar que los hijos tomen las decisiones de sus padres como simples
opiniones que pueden ser fácilmente desechadas. Un mismo sentir, un mismo
pensar, una vida en común.
Como
acontece en la naturaleza, no habría primavera sin invierno,
y esto acontece en la cuarta estación de la vida matrimonial. Allí, dice el Papa Juan Pablo II, “hay menos exigencias externas y se pasa más
tiempo juntos”. Es el tiempo donde con mayor hondura se puede llevar una
vida espiritual más convencida y convincente como testimonio para las nuevas
generaciones.
La
figura del recordado Papa Benedicto nos recuerda su claridad y encendido amor
por la búsqueda de la verdad. Para ello, invita a los novios a estar alegres y
querer ser santos: “Cuando se encuentra a
Jesús y se acoge su Evangelio, la vida cambia y uno es empujado a comunicar a
los demás la propia experiencia…La Iglesia necesita santos. Todos estamos
llamados a la santidad y sólo los santos pueden renovar la humanidad”.
Entonces,
la vida que hoy inician es realmente un camino de santidad que ambos deben
recorrer unidos con un corazón indiviso. No olviden aquella antigua canción: “Corazones partidos yo no los quiero”.
Finalmente,
el actual Sumo Pontífice dice que “El amor es una realización, una realidad
que crece y podemos decir, como ejemplo, que es como construir una casa. Y la
casa se construye juntos, no solos. Para vivir juntos para siempre es necesario
que los cimientos del matrimonio estén asentados sobre roca firme. No querréis
construirla sobre la arena de los sentimientos que van y vienen, sino sobre la
roca del amor verdadero, el amor que viene de Dios”.
Esto
último nos lleva nuevamente a contemplar la grandeza del primer milagro. Allí,
como aconteció a lo largo de toda la vida de nuestro Señor y de su Iglesia
santa y bimilenaria, fundada sobre la fe de los Apóstoles, la presencia de la
Santísima Virgen María no fue la de una estrella fugaz sino la del Sol
permanente cuyo amor maternal se da especialmente en quienes inician su vida
como esposos.
Su
poder de intercesión hoy imploramos que se manifieste generosamente en estos
novios anhelosos de proclamas las hermosas palabras que son reservadas para los
actos más sublimes que toda persona puede proferir a lo largo de su vida: “prometo amarte y respetarse, todos los días
de mi vida, con salud o enfermedad”
Una
vez más, en los oídos de nuestros novios resuenan la exhortación hecha por una
Madre en aquella tarde en Cana de Galilea: ¡Hagan
todo lo que Jesús les diga! (San
Juan II, 5).
¡Viva Cristo Rey¡
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