jueves, 11 de febrero de 2016

En Cristo para toda la vida


HOMILÍA MATRIMONIAL FRITZ  & BENITEZ 


Muy apreciados novios: Roberto Andrés e Ignacia de Paula:

Estimados padrinos y madrinas, hermanos en el Señor.  A lo largo de nuestra vida tenemos múltiples oportunidades de participar en la celebración del matrimonio de nuestros seres queridos. A pesar de que la ceremonia suele ser la misma, en el sentido que pueden coincidir las palabras y los himnos, siempre entraña -cada matrimonio- un carácter único, toda vez que la gracia que el Señor concede es particular para cada novio y para cada novia, tal como lo es la relación del alma hecha única, inmortal e irrepetible adquiere un sentido de pertenencia y entrega en el seguimiento de la vocación a la que Dios la ha llamado.
Ambos se conocen desde hace largo tiempo. Han recorrido parte de vuestra existencia con el anhelo y el compromiso de lo que en este día van a contraer: Sellar de una vez para siempre vuestras almas, de tal manera que inician más que una nueva etapa en vuestras vidas, se trata –ahora- de una nueva manera de vivir desde la condición de esposos que se pertenecen mutuamente porque se donan mutuamente en alma y cuerpo.
Cuando el Señor Jesús nos dio el mandato de la caridad en la Última Cena, en la cual instituyó el sacramento por medio del cual no sólo nos da una gracia si que se nos entrega como el autor de cada gracia. En virtud de  la Santa Eucaristía se hace posible la realización plena del mutuo y verdadero amor, que se enorgullece, se realiza plenamente, y se fortalece  por aquella gracia que viene de lo alto.
Cada matrimonio es un milagro de amor, porque por medio de él un hombre y una mujer alcanzan la grandeza sublime de hacer presente el amor de Dios en el mundo. Nos parece tan obvio que el Señor nos bendiga, que el Señor nos proteja, que el Señor nos inspire,  que fácilmente  nos olvidamos –frecuentemente-de sobrecogernos por el carácter sorprendente y novedoso que tiene el Amor de Dios. Tantas delicadezas, tantas preocupaciones, tantas oportunidades que nuestro Dios en su misericordia nos tiene de manera cotidiana.
Como todo día tiene un amanecer, como cada noche encierra la luz de infinitud de estrellas, la vida de cada uno contiene la aurora de la gracia que de manera casi imperceptible habla en nuestra vida, a la vez que,  incluso en medio de las páginas de incertidumbre y dificultad,  podemos saber que la mano cercana de nuestro Dios no nos abandona, puesto que no somos fruto del azar sino hijos de un Dios cuyo amor ha sido interpretado por la generosidad de nuestros padres invitados a participar, tanto del atributo divino del creador como de su condición eterna al compartir un proyecto común de vida para siempre a partir de este día
.
Esto hace que cada celebración nos conmueva en lo más hondo y reavive nuestra fe en las promesas hechas por Dios a quienes procuran ser fieles para toda la vida. En efecto, la única bendición que no fue suprimida por las consecuencias del pecado original fue la hecha a Adán y Eva  al momento de instalarlos en el Paraíso: “Creced multiplicaos poblad la tierra y dominadla”, en tanto que el salmista no deja de cantar la misericordia de Dios hacia el hombre y la mujer que se esfuerzan por ser tan fieles como felices, prometiendo que “a los hijos de tus hijos los verán”.
Queridos novios: hace unos días atrás dos millones de personas se reunieron en el Circo Máximo de Roma para celebrar el Día de la Familia. Ninguna información salió en la prensa local. Más, cualquier minucia de una cultura sucia es motivo de extensos artículos y novedosos análisis. Por ello, ambos bogarán contra corriente, toda vez que lo que para muchos hoy es “normal” y lo que favorece la sociedad modernista es precisamente la edificación de una verdadera blasfemia del amor: La exclusividad de vuestra entrega no admite ser compartida porque responde al designio de Dos inscrito en la humana naturaleza.
Ahora bien, cómo navegar en medio de un mar adverso, cómo avanzar como esposos y familia ante del vientos de una sociedad que –abiertamente- reniega de Dios y de sus caminos…La respuesta al igual que ayer como hoy emerge de nuestra condición de creyentes. La fe debe ilustrar a todo hombre y a todo el hombre, es decir, que como nueva familia en Cristo que hoy fundan, Roberto e Ignacia deben incorporar a Cristo en sus determinaciones no como un peregrino que viene de paso sino como el huésped que ha venido para quedarse. Es este el punto donde se juega vuestra vida matrimonial
El Apóstol San Pablo decía: “Quien se case, se case en el Señor”. ¡Qué hermoso es constatar que dos jóvenes son capaces de optar por dar a Cristo el lugar fundante en su matrimonio!
Como en aquel primer milagro, realizado en la localidad de Caná de Galilea,  nuestro Señor fue invitado,  hoy – en Santa Bárbara de Casablanca- han invitado a Cristo para que ante Él ratifiquen y sea Él quien definitivamente selle vuestro mutuo y consiente compromiso.
Permítanme detenerme en tres consejos que han dado los últimos Pontífices de nuestra Iglesia Santa a los novios.

Sacerdote Jaime Herrera González, Chile
El gran Papa Juan Pablo II, que condujo a nuestra Iglesia verdadera de un milenio a otro, señaló la importancia de conocer la edad del propio matrimonio que nada tiene que ver con la que sale en el carnet de identidad. Se trata de descubrir que el matrimonio tiene estaciones y hay que descubrir en cual se está. La primavera son los primeros años que se inician desde este mismo instante: Es un periodo de descubrimiento, de ilusión por el futuro ¡una vida que se inicia¡ Los entusiasmos ceden, es necesario colocar el matrimonio sobre roca, lo cual implica aceptarse mutuamente en Jesucristo.
El verano del matrimonio se presenta con los hijos, a los cuales se comprometen recibir con amor y generosidad allí se hará necesario dedicar el tiempo de calidad a la familia, aprendiendo a reservar momentos “sagrados” para cada miembro del hogar y dando al trabajo el lugar que le corresponde: ¿Es el trabajo el que sirve al hombre? O acaso… ¿Es el hombre que sirve al trabajo?
El otoño del matrimonio es la época de la cosecha, donde se recogen los frutos de la estabilidad y la resistencia al tiempo, es la etapa más agotadora por haber adolescentes. Sabio es el mundo de los refranes: niño pequeño, pequeño problema, niños grandes, grandes problemas.
La necesidad en esta estación es la de alentarse y apoyarse mutuamente, por lo que se requiere de tener la atención a los detalles y la presteza para ser agradecidos mutuamente, no dando por supuestas ni las gratitudes ni los conocimientos. ¿Cuántas veces se da por supuesto lo que de suyo no resulta tan evidente? Si usted quiere ser cariñoso, hágalo saber; si usted quiere ser agradecido…dígalo.
En la etapa otoñal se hace imprescindible manifestar a vuestra descendencia la condición de vida que hoy asumen: “ya no son dos sino uno solo” (San Mateo XIX, 6) lo cual, en criterios formativos y en vistas a la educación de los hijos deben marchar siempre por la misma vereda para evitar que los hijos tomen las decisiones de sus padres como simples opiniones que pueden ser fácilmente desechadas. Un mismo sentir, un mismo pensar, una vida en común.
Como acontece en la naturaleza, no habría primavera sin invierno, y esto acontece en la cuarta estación de la vida matrimonial. Allí,  dice el Papa Juan Pablo II, “hay menos exigencias externas y se pasa más tiempo juntos”. Es el tiempo donde con mayor hondura se puede llevar una vida espiritual más convencida y convincente como testimonio para las nuevas generaciones.


La figura del recordado Papa Benedicto nos recuerda su claridad y encendido amor por la búsqueda de la verdad. Para ello, invita a los novios a estar alegres y querer ser santos: “Cuando se encuentra a Jesús y se acoge su Evangelio, la vida cambia y uno es empujado a comunicar a los demás la propia experiencia…La Iglesia necesita santos. Todos estamos llamados a la santidad y sólo los santos pueden renovar la humanidad”.
Entonces, la vida que hoy inician es realmente un camino de santidad que ambos deben recorrer unidos con un corazón indiviso. No olviden aquella antigua canción: “Corazones partidos yo no los quiero”.
Finalmente, el actual Sumo Pontífice  dice que “El amor es una realización, una realidad que crece y podemos decir, como ejemplo, que es como construir una casa. Y la casa se construye juntos, no solos. Para vivir juntos para siempre es necesario que los cimientos del matrimonio estén asentados sobre roca firme. No querréis construirla sobre la arena de los sentimientos que van y vienen, sino sobre la roca del amor verdadero, el amor que viene de Dios”.
Esto último nos lleva nuevamente a contemplar la grandeza del primer milagro. Allí, como aconteció a lo largo de toda la vida de nuestro Señor y de su Iglesia santa y bimilenaria, fundada sobre la fe de los Apóstoles, la presencia de la Santísima Virgen María no fue la de una estrella fugaz sino la del Sol permanente cuyo amor maternal se da especialmente en quienes inician su vida como esposos.
Su poder de intercesión hoy imploramos que se manifieste generosamente en estos novios anhelosos de proclamas las hermosas palabras que son reservadas para los actos más sublimes que toda persona puede proferir a lo largo de su vida: “prometo amarte y respetarse, todos los días de mi vida, con salud o enfermedad”
Una vez más, en los oídos de nuestros novios resuenan la exhortación hecha por una Madre en aquella tarde en Cana de Galilea: ¡Hagan todo lo que Jesús les diga! (San Juan II, 5).
¡Viva Cristo Rey¡
           


No hay comentarios:

Publicar un comentario