HOMILÍA DE SANTA MARÍA EN SÁBADO / MAYO 2016.
Antes de ir al
Evangelio que la Iglesia nos presenta en este día, detengamos a considerar dos
aspectos importantes en esta celebración de la Misa de Rito Extraordinario,
según se ha venido celebrando a lo largo del mundo.
a). El hecho de estar
en este lugar santo, nos coloca en una realidad muy significativa. Es un templo
dedicado a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, cuya presencia
ha inundado la Iglesia con sus siete dones desde aquella mañana de Pentecostés,
que celebramos al inicio de esta semana, y que cada católico ha de procurar
recibir lo más tempranamente en el sacramento de la confirmación.
Precisamente, nuestra
Madre la Iglesia a lo largo de estos días adora de manera especial a la
Santísima Trinidad, en su unidad y en cada una de sus personas: el Padre, que
nos ha creado y protege con su Divina Providencia; en el Hijo Unigénito que nos
ha redimido; y en el Espíritu de Dios que es “el alma de nuestra alma” y “el
alma de la Iglesia santa”.
b). Junto a ello,
estamos celebrando a Santa María in Sábado: Porque la
Iglesia en su perennidad no olvida detalle alguno al momento de destacar la
piedad de los hijos hacia Dios, que en el caso de Nuestra Madre Santísima recibió
el cariño fiel y esperanzado en la solitaria mañana del sábado previo a la
noche sin ocaso del domingo sin fin, en el cual Cristo venció a la muerte, al
pecado y a satanás.
Como “Atrio de la puerta santa” y “Aurora de la mañana” –Stella Matutina-,
nuestra Madre Santísima es honrada como la primera creyente y la fiel
discípulo, que supo esperar primero, y originalmente entregar al Salvador del
Mundo hacia el cual nos conduce cada una de sus palabras, cada una de sus
inspiraciones y cada una de sus acciones. Nada en la Virgen María deja de
referir su ser a la persona de su Hijo y Dios.
Como portadora del
Autor de la vida y de la gracia en el sábado, previo al día del Señor, la
veneramos por su poder de intercesión y su condición privilegiada de Medianera
universal de toda gracia. Toda gracia de Cristo pasa por las manos y el corazón
de la Virgen Santísima.
PUERTO CLARO VALPARAISO CHILE |
c). No menor
importancia, tiene el hecho que nuestra Santa Misa de Santa María en Sábado es a la
hora del mediodía, es decir en la plenitud del día, lo cual nos hace
recordar que estamos en el tiempo favorable de la salvación, donde el Señor no
deja de concedernos nuevas oportunidades de purificación y de poder alcanzar
determinadas gracias que solo están reservadas para los creyentes que,
colocando a Jesucristo en el lugar que le corresponde en sus resoluciones, en
lo que implica la primacía de Cristo en
el pensar y el obrar, hacen que cada jornada y cada hora sean el verdadero “Mediodía de la Salvación”.
Los mártires
contemporáneos veían en sus horas previas al martirio que “el cielo salía barato”. Por cierto estas palabras pueden
sorprender a quien carece de la fe y no esta aferrado a ella con firmeza, más
para quien lee el evangelio desde la cruz, entiende que una vida de largos años
siendo ocasión de grandes gracias es oportunidad para no menores debilidades y
pecados, más el entregar la vida en un instante de martirio obtiene de una vez
el siempre de la bienaventuranza. Un mártir no pierde la vida, más bien la gana.
Por ello, no debemos
esperar tiempos humanamente propicios
para enmendar el rumbo de nuestras vidas, más bien cada jornada es ocasión de
mérito, de búsqueda de virtud, de profundización en una vida más santa, más de
Dios, más del Evangelio, más de su Iglesia.
Ya se nos puede ir la
vida entre las manos esperando tiempos mejores, ya se nos puede evadir el alma
en medio de novedades: ¡Cristo y su Iglesia no pasan! No tienen fecha de
vencimiento, sus enseñanzas son perennes, y oportunas para cada época de la
cual no debemos permanecer esclavos anhelando lo que un día fue, o lo que
eventualmente vendrá. Como católicos estamos llamados a redescubrir que el alma del verdadero apostolado es el
apostolado del alma, el cual se nutre y despliega hacia y desde el misterio
de la presencia de Jesucristo en cada Santa Misa.
El Santo Evangelio nos
habla de un milagro realizado por Jesús en casa de Simón Pedro. Sin duda, como
el resto de los prodigios, tuvo como misión acrecentar la fe de los suyos, en
medio de la predicación del Reino de Dios, para lo cual “fue enviado”. Esto nos hace tomar conciencia que todo milagro
venido del cielo implica siempre un acto de conversión, de cambio de vida.
La gratuidad de la
gracia, de la cual San Pablo tantas veces nos recuerda, no invita a una actitud marmolea sino, más bien, conlleva el seguimiento de una correspondencia
a la gracia inscrita en la bondad misma del Señor, de tal manera, que en todo
momento la misericordia de Dios enlaza la bondad y la verdad, la fidelidad con
la felicidad. Como creyentes descubrimos a Dios que se da a conocer plena y
definitivamente en Jesucristo, como Aquel que nos invita en todo momento de
nuestra vida a una transformación, a un cambio del corazón, según las
apremiantes expresiones paulinas:
“¡Dejaos
reconciliar por Dios!” (2 Corintios V, 20).
Sin lugar a dudas, la
visita del Señor Jesús a casa de Simón Pedro no puede ser catalogada de simple
cortesía, como tampoco puede ser tenida como originada por los afectos. Existe
un trasfondo que llamaremos “religioso”, “espiritual”,
donde el sensus fidei guía a cada uno de quienes habitaban ese pequeño hogar
erigido –ahora con Jesús y por Jesús- como
el domus ecclesiae, en la cual la
mirada al Verbo Encarnado presente obtuvo la retribución, primero de quienes
intercedieron por la suegra enferma, y luego de quienes arrebataron tantas
gracias del Corazón de Jesús luego de buscarle decididamente. En efecto, dice
el texto proclamado: “et turba requirébant
eum, et venérunt usque ad ipsum; et detinébant illum, ne discéderet ab is”…”Le
anduvieron buscando, y no pararon hasta encontrarle, y procuraban detenerle no
queriendo que se apartase de ellos”.
SACERDOTE JAIME HERRERA CHILE |
Con cuánta facilidad
nos desprendemos de la mano protectora de
Dios a lo largo de nuestro caminar. Cualquier bagatela nos distrae y cautiva
la mirada, la razón y el corazón, olvidando que el esplendor de la verdad no
deja de irradiar su luz en todo momento unida a la fuerza tan poderosa como
novedosa de la bondad de nuestro Dios, cuya misericordia puede más que nuestro
pecado, cuya vida puede más que la muerte, cuya verdad puede más que las
tinieblas. Pues, como dicen en México: ¡Que viva Cristo Rey! Amén.
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