jueves, 19 de mayo de 2016

Pentecostés en el mes del Sagrado Corazón de Jesús


CICLO “C” / MISA VESPERTINA PENTECOSTÉS / TIEMPO DE PASCUA.

Confirmaciones Parroquia de Puerto Claro 2015

1.        “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés” (Hechos de los Apóstoles).
El tiempo Pascual  culmina con el día de Pentecostés. Desde aquel día en que el espíritu Santo vino sobre la Iglesia naciente, la festividad de Pentecostés fue celebrada en forma paralela e independiente de la Pascua de Resurrección. Pasaba a ser esta fiesta una “replica” de la Pascua… Pero, más que ser el fin de un ciclo litúrgico determinado, es una fiesta que conmemora la venida del Paráclito al mundo. Esta expresión significa “el defensor”, semejante a un abogado cuya misión es protegernos. El día de Pentecostés no sólo hace referencia a “cincuenta días” después de la Resurrección, es más bien, a ¡la fiesta del día cincuenta!

La celebración de este día, en la Misa Vespertina, es como un resumen, una síntesis final de toda la riqueza de la cincuentena pascual. Eusebio de Cesárea dirá que es “el sello” con el cual, el Señor, quiso cerrar el tiempo “gracioso” de Pascua, por esto, el Padre de la Iglesia señala: “Pascua fue el comienzo de la gracia,Pentecostés es su coronación” (San Agustín, Sermón 43).

Miguel Ángel, pintor y escultor italiano, estaba haciendo la estatua de Moisés que se encuentra en el templo de San Pedro ad Vincula. Ya estaba terminándola, y la encontró tan perfecta que le pareció que solo le faltaba hablar. Entonces, Miguel Ángel, pasando del entusiasmo a la sinrazón le propinó un fuerte golpe y grito: “Habla, ahora”. Más, como imaginamos, la escultura siguió muda como todas por hermosas que sean. Dios al crear al hombre y la mujer les infundió un alma de vida, por la cual fue constituido a “imagen y semejanza” de su Divino Creador.
Parroquia Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, Confirmaciones 2015

El Santo Evangelio que hemos escuchado nos presenta a Nuestro Señor como el “Nuevo Creador”, el “Recreador” que, por medio de su muerte y de su resurrección nos dio una vida nueva. Los Apóstoles, antes que el Espíritu Santo viniera, eran cobardes, débiles, dubitativos e incrédulos. Eran como “estatuas”. El día de Pentecostés, cuando irrumpe en el cenáculo el Espíritu Santo en forma de llamas de fuego  sobre cada uno, adquieren vida, pasando a ser hombres nuevos, auténticos discípulos y apóstoles del Señor Jesús.

2.     “Les enseñó las manos y el costado” (San Juan XX, 20).

El Espíritu Santo nos hace conocer el Corazón de Jesús, primero por la inteligencia y luego, por el deseo vivo de imitar sus virtudes. De hecho, el mismo señor se ha puesto como ejemplo: “Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón”. Cuando hablamos del Sagrado Corazón  no debemos limitarlo al Corazón de carne, sino también a la vida afectiva e intelectual de Jesucristo, es decir, la “personalidad humana de la persona divina, toda vez que todo lo que Jesús sentía y quería, lo que el Señor conocía, pasaba en todo momento a través de su Divino Corazón.

Al Espíritu santo debemos el Corazón de Cristo, como bellamente lo enseña San Agustín: “Recibió el Espíritu Santo como hombre y lo dio en cuanto Dios” (De Trinitr.XV, c.25.n46). El Espíritu fue “tallando”, “esculpiendo” el diamante que destella sin fin de la interioridad de Jesús para conseguir la perfección humana, que es irrepetible modelo para todos nosotros.

El Espíritu Santo se manifiesta en el antiguo Testamento, cuando inspira el santo temor de la ley. Las tablas de la ley que Moisés recibió, eran de fría piedra. En el Nuevo Testamento, el Santo Espíritu inspiró a Cristo que predicara, sobre todo el Amor.   

No se tratará de una predicación de mucho “bla-bla”, tampoco de una larga lista de preceptos, sino que escribirá el Evangelio sobre las tablas de su propia carne. En efecto, en su cuerpo traspasado por la lanza nos habla con “autoridad y convencimiento”: primero, porque  lo que dijo lo hizo, y segundo,  porque su ejemplo permanece. Todo lo cual nos muestra la dulzura del amor de Jesús por el Espíritu.
Cada página del Evangelio nos retrata a un Jesús deseoso de pasar inadvertido ante los honores y poderes del mundo. Tuvo cuidado de pasar “eclipsado” durante su vida: no habló de modo autorreferencial, sino en todo momento lo hizo respecto de su Padre, no buscaba el éxito sino que se acomodó –más bien- a no tenerlo, fue llamado y tenido por “loco” y “blasfemo”.                                                                                                                              


En cierta ocasión, en un prestigioso hotel capitalino, se reunieron jóvenes estudiantes de ingeniería comercial. Entre los expositores se destacaba a un reconocido empresario, dueño de una cadena de supermercados. En parte de su intervención afirmó: “Cuando leguemos allá arriba y se nos pregunte qué hicimos, ojalá no tengamos que decir ganar plata y tener éxito.  Eso hay que tenerlo siempre claro. No hay que hacer las cosas por el éxito o la plata que me den, sino más bien,  qué puedo hacer con esos recursos y con ese éxito”.

Jesús se presenta como “humilde de corazón”, y su búsqueda por la humildad le hizo entregar al Espíritu Santo la misión de hacer la renovación total de las almas, en el mundo, y en la Santa Iglesia. También, Él –a cada uno de nosotros- hoy nos podría preguntar respecto de qué hemos hecho con los dones que nos ha concedido  el Espíritu Santo. Pues bien, ¿Cuál sería nuestra respuesta?
Pidamos luces al Espíritu Santo para dar una respuesta, teniendo a Jesús como modelo e imagen de santidad.

Sin lugar a dudas, la obra maestra del Espíritu Santo fue el Divino Corazón de Jesús. El mundo interior de Jesucristo –Dios y hombre a la vez- se enriqueció con el contacto con las personas, en la oración, en las intervenciones y señales milagrosas, en sus palabras de consuelo cuando dice a la pobre vida de Naim “No llores”, en el reproche y santa ira a los mercaderes del templo en orden a “no hacer de la casa de mi Padre una cueva de ladrones”, en su intransigencia al afirmar  “que tu si sea si, y tu no sea no”, su condescendencia con los caídos y pecadores  como a la adúltera arrepentida dijo: “Yo no te condeno procura no volver a pecar más”, en sus desahogos espirituales, su amor al enemigo al decir: “perdónalos, no saben lo que hacen”, el perdón ante las persistentes injurias. Todo lo anterior, como en una sinfonía, culminó en el último compás, que fue el “consumatum est” (San Juan XIX, 30) de la crucifixión, cuando el Corazón de Cristo es traspasado por la lanza.

La acción del Espíritu Santo en Jesús no se trató de un “crecimiento” sino de “perfección”. El Espíritu asistía en forma gradual a Jesús con lo cual iba “sintonizando” el Corazón de Jesús con la voluntad de Dios Padre.

“Hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor” (San Pablo).
El Espíritu Santo ha dejado de ser el “gran desconocido” y el “pariente pobre” de nuestra devoción trinitaria, para alcanzar una creciente y renovada actualidad en nuestros días. Esto no sólo se explicaría por una mayor profundización en las fuentes de la Santa Biblia, sino que, también, por haber asumido los cristianos una actitud vital frente al materialismo esclavizante de nuestro tiempo.

Dios, por medio del profeta Ezequiel prometió darnos un corazón transformado; “Arrancare de vuestra carme el corazón de piedra y os pondré un corazón de carne” (XXXVI, 216-28). ¡Qué gran verdad nos dice la Secuencia de la Santa Misa!...”Qué vacío hay en el hombre, que dominio de la culpa, sin tu soplo”.

La sociedad en que vivimos es la que el corazón del hombre ha ido construyendo. El mundo materialista que hemos levantado, en el cual el tener más antecede -en todo momento- al procurar ser mejor, y la búsqueda del exitismo y reconocimiento al precio de hipotecar los principios y realidades más preciadas se debe a que el hombre y la sociedad han cerrado la puerta de su corazón al amor de Dios y la vereda de su mente a la luz de la verdad.

Evidentemente, quien se olvida de Dios, se olvida de sí mismo y de los demás. Entonces, si alguien cae en la verdea de la vida…que se ponga de pie solo; tiene dificultades en el trabajo…algo habrá hecho,  tiene complicaciones en su hogar…él se la buscó. Siempre el mundo materialista nos dará una nueva excusa para no vivir el mandamiento de la caridad fraterna.

Ello es consecuencia de un “corazón de piedra”: ciego, inerte, cerrado, que impide amar y ser amado.


Para romper este corazón de piedra, el “Escultor del alma”, que es el Espíritu Santo, nos dará la plenitud del Amor de Dios en el Corazón de Jesús, invitándonos a avanzar en la caridad fraterna, mediante la solicitud por cuantos padecen cualquier necesidad. Entonces, ¿Será necesario que sobrevenga una calamidad o alguna catástrofe para que entendamos y vivamos lo que nos dice el Espíritu de Dios en el fondo de nuestra alma?  ¡Viva Cristo Rey! 

                         
                              
                                 
                                   
Padre Jaime Herrera González

Párroco Jaime Herrera, Diócesis de Valparaíso
                                   


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