HOMILIA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO APOSTOL 2017.
Cercanos a una elección
presidencial y parlamentaria, se hacen encuestas casi de manera permanente. Se
le consulta a las personas sobre cuál es su mejor candidato, y luego los
noticiarios hacen extensos programas para analizar los resultados. Hacer encuestas
hoy es un muy buen negocio que implica una verdadera guerra. Cada uno aspira a
los mejores resultados. Pues bien, nuestro Señor este día hizo una
encuesta no de “opinión” sino referida a
la “fe”.
Las respuestas genéricas
no involucran mayor responsabilidad…si nos preguntan qué dice la gente sobre
tal o cual persona, qué dice la mayoría de la gente sobre tal o cual materia,
la respuesta no es vinculante, no nos involucra ni deberemos responder por
darla. Nada pasa si hablamos en tercera persona: ¡Ellos dicen tal o cual cosa
sobre ti!
Entonces, es obvio que al
momento de responder nos sentiremos libre de hacerlo porque no asumimos ninguna
responsabilidad y nadie nos cuestiona
por ello.
La pregunta que hizo
Jesús entonces implicaba un gran desafío responderla, pues era en primera
persona: “yo digo esto de ti” porque he visto esto, he
experimentado esto, y ocupas un lugar decisivo en mi vida. Tras esa
respuesta “Tu eres el Hijo del Dios vivo”
era reconocer al Mesías esperado, era
decir que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre a la vez, por lo que tras
sus actos palabras y sentimientos podemos encontrar la respuesta a cada una de
nuestras necesidades e interrogantes de todos los tiempos.
Jesús es la respuesta
definitiva, la Palabra de Dios Padre dicha al mundo para siempre, por lo que no
podemos buscar sucedáneos ni bagatelas en personas e ideologías por
deslumbrantes y novedosas que nos parezcan. Siempre hubo y no
dejará de haber voces que traten de
posponer y relegar la presencia de Jesucristo en el mundo, en ocasiones, no
se tratará de negar su existencia sino de menoscabar su grandeza para
distorsionar así su presencia y diluir su influencia en la vida pública y
social. (Es un Cristo que no cuestiona,
no molesta, no interviene, no está en contra de nada y nadie…)
Por esto, la sociedad
en la que vivimos suele aceptar a Jesús sólo como una persona “bondadosa”, como
alguien “importante” de la antigüedad, como alguien que enseña “cosas hermosas”.
Se establece una relación distante, que acepta a Jesús en la puerta de la
calle, en el atrio de nuestro hogar, pero que no entre hasta la intimidad del
hogar.
El cartero se le recibe
en la puerta de la casa, al que es amigo y familiar se le hace entrar: con
Jesús pasa algo semejante, el mundo responde que es una persona importante,
cuya doctrina es antigua y respetable, pero se le equipara a la de otros
personajes de la antigüedad.
Y esto tiene
incidencia en la vida espiritual, en nuestra relación con Dios, en el modo como
le manifestamos nuestro cariño y reconocimiento filial. ¿Qué amistad
verdadera puede darse cuando a alguien se le atiende afuera de la casa? ¿Qué
nivel de confianza hay con quien no visitamos, no sabemos su número de
teléfono, no sabemos su nombre? Si lo anterior puede darse respecto de la
relación entre personas, en nuestra vida de creyentes igualmente puede darse
ese trato distante con el Señor, donde hay apariencia de fe pero ella no tiene mayor
incidencia real en nuestra vida. En muchas partes se vive una
religiosidad de cáscara, de apariencia, que el espíritu mundano ve con buenos
ojos porque en nada modifica nuestra vida y la de la sociedad, las cuales permanecen impermeables al amor
gratuito de Dios.
Una amistad que no se
cultiva se enfría y se termina diluyendo. Nuestra vida como
bautizados no puede reducirse a simplemente saber un poco sobre nuestra fe, a
poseer ciertas nociones históricas y comparadas con diversas creencias de la
antigüedad, porque el acto de creer implica una relación verdadera que nace
del pleno asentimiento dado a lo que Dios ha manifestado de sí mismo.
Así lo dice San Pedro en
este día: “¿Dónde podemos ir? ¡Solo tú
tienes palabras de Vida Eterna!” Es
decir, el hecho de creer en Dios es más que saber sobre Dios, a la vez que
el acto de confianza en Dios, involucra todos los aspectos de nuestra vida, por
lo que no se puede creer parceladamente
o de manera fragmentaria.
Por esto, la profesión de
fe hecha por los Apóstoles en Cafarnaúm, en la voz de San Pedro –nuestro santo
patrono- marca un punto de inflexión, un antes y un después en sus vidas, tanto
en la relación con Jesucristo como en la vida de la Iglesia naciente. Nada
será igual, todo es diferente cuando se reconoce la primacía de Cristo en la
vida personal y en la vida comunitaria, pues los referentes y medidas no son
los anhelos, gustos e intereses personales sino el programa de vida propuesto
por el mismo Señor en el Santo Evangelio.
Como colegio, los
fundadores del establecimiento, sabiamente eligieron a San Pedro para que
intercediera ante Dios por él, a la vez que no se restaron de sacar de sus
enseñanzas y de su vida las mejores lecciones, llenas de tradición y genuina
actualidad, lo cual ha servido para enfrentar los múltiples desafíos que
todo proceso educativo encierra.
¿Qué mejor marco
educativo y programa de enseñanza
podemos encontrar que la propia vida de aquel pescador a quien Jesucristo dijo:
“sobre ti edificare mi Iglesia”? ¿Qué
mejor formación obtendremos que aquella que nos llega por mediación de quien
fue mandatado por el mismo Señor para “confirmar
en la fe a tus hermanos”?
La vida de San Pedro nos
habla de un sencillo pescador de Galilea, que siguió a Jesús de manera inmediata
cuando lo llamó: “Ven y sígueme”. Así
debe ser nuestra respuesta a todo lo que Jesús, sin dilaciones ni prisas, ya
que la vocación a seguir sus pasos e identificarnos con su vida, es lo único
primordial y vital que existe, y nada puede anteceder al hecho de procurar permanecer en su gracia.
Enseñaba el Papa Juan
Pablo II que “La fe se fortalece dándola”.
De manera semejante, la amistad conlleva
a fortalecer el vínculo con los demás. Las amistades cerradas no terminan
bien, porque sabido es que “es bueno que lo bueno se comunique”, según
enseña el gran Santo Tomás de Aquino: “el
bien es esencialmente difusivo”, entonces, las amistades deben tender a ser –especialmente-
integradoras, abiertas a quienes están a nuestro alrededor. El desconfiado
no tiene amigos, y su cercanía se reviste siempre de apariencias. No basta
la simple simpatía para ahondar en la amistad, porque la amistad se nutre de
fidelidades que permanecen y no de entusiasmos que se evaporan ante las
dificultades.
Así lo dice el Antiguo
Testamento: “En todo tiempo quiere el
amigo, y el hermano nace para tiempo de angustia”
(Proverbios XVII, 17).
Queridos niños y jóvenes:
¡No nos confundamos!: No es lo mismo el compañero
con el cual se comparte unos años de formación, no es lo mismo el camarada con quien se comparte una
ideología afín; no es lo mismo un colega
con quien compartimos un trabajo por un tiempo; no es lo mismo un vecino con quien compartimos un barrio
común. Jesús quiere ser infinitamente más que un compañero, que un camarada,
que un colega, que un vecino, pues un día dijo a San Pedro: “Ya no te llamo siervo sino mi amigo” (San Juan XV, 12-15).
Como en el origen de la
Iglesia, en nuestro siglo que amanece, la fe se propagará por el contagio de quienes
opten por ser fieles a Jesucristo a todo evento,
no preocupándose de qué hacen y dicen los demás sino de lo que cada uno hace y
dice por amor a Dios y su única Iglesia, procurando llevar un estilo de vida
donde los criterios de Cristo, el modo de vivir y tratar a los demás, sea el
que guie cada uno de nuestros pasos, palabras y acciones.
Sin duda, el hablar
con Dios en la oración es un buen síntoma de nuestra verdadera amistad con el
Señor Jesús. Los amigos no sólo confían entre ellos, también, conversan de todo con respeto reciproco a la
verdad. ¡Los amigos nunca se mienten! Debemos crecer en espíritu de oración
con el Señor, solo así sabremos qué quiere de cada uno y desharemos los nudos
de rencor, de envidia, de impurezas, de tibieza espiritual, que hay en nuestro
corazón. ¿Quién no se siente liberado cuando se desahoga con sus amigos de un
problema? Si el compartir una dificultad se sana diciéndola a los demás… ¿Cuánto
bien no dejaremos de experimentar al
confiar nuestras cosas al Buen Dios en la oración? Recordemos a este respecto
lo que enseñó San Alfonso María de Ligorio: ¡El
que reza se salva, el que no reza se condena!
Nuestra mirada se dirige
a la imagen de la Santísima Virgen del Carmen, Patrona de Nuestra Patria, que
un día a San Simón Stock entregó el escapulario para que le protegiese en todo
momento, especialmente para llevarle al Cielo con prontitud y seguridad. Suba
nuestra plegaria como un día salió de labios del santo carmelita inglés; “Flor del Carmelo, Viña Florida, Esplendor
del Cielo, Virgen fecunda y singular, oh Madre dulce”. Que la Virgen guie
nuestro caminar ahora y siempre. ¡Que Viva Cristo Rey!
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