sábado, 1 de julio de 2017

“JESUCRISTO EL PRIMER Y MEJOR AMIGO”.

HOMILIA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO APOSTOL 2017.


Cercanos a una elección presidencial y parlamentaria, se hacen encuestas casi de manera permanente. Se le consulta a las personas sobre cuál es su mejor candidato, y luego los noticiarios hacen extensos programas para analizar los resultados. Hacer encuestas hoy es un muy buen negocio que implica una verdadera guerra. Cada uno aspira a los mejores resultados. Pues bien, nuestro Señor este día hizo una encuesta  no de “opinión” sino referida a la “fe”.

Las respuestas genéricas no involucran mayor responsabilidad…si nos preguntan qué dice la gente sobre tal o cual persona, qué dice la mayoría de la gente sobre tal o cual materia, la respuesta no es vinculante, no nos involucra ni deberemos responder por darla. Nada pasa si hablamos en tercera persona: ¡Ellos dicen tal o cual cosa sobre ti!
Entonces, es obvio que al momento de responder nos sentiremos libre de hacerlo porque no asumimos ninguna responsabilidad y  nadie nos cuestiona por ello.


La pregunta que hizo Jesús entonces implicaba un gran desafío responderla, pues era en primera persona: “yo digo esto de ti” porque he visto esto, he experimentado esto, y ocupas un lugar decisivo en mi vida. Tras esa respuesta “Tu eres el Hijo del Dios vivo” era reconocer al Mesías esperado,  era decir que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre a la vez, por lo que tras sus actos palabras y sentimientos podemos encontrar la respuesta a cada una de nuestras necesidades e interrogantes de todos los tiempos.

Jesús es la respuesta definitiva, la Palabra de Dios Padre dicha al mundo para siempre, por lo que no podemos buscar sucedáneos ni bagatelas en personas e ideologías por deslumbrantes y novedosas que nos parezcan. Siempre hubo y no dejará de haber  voces que traten de posponer y relegar la presencia de Jesucristo en el mundo, en ocasiones, no se tratará de negar su existencia sino de menoscabar su grandeza para distorsionar así su presencia y diluir su influencia en la vida pública y social. (Es un Cristo que no cuestiona, no molesta, no interviene, no está en contra de nada y nadie…)

Por esto, la sociedad en la que vivimos suele aceptar a Jesús sólo como una persona “bondadosa”, como alguien “importante” de la antigüedad, como alguien que enseña “cosas hermosas”. Se establece una relación distante, que acepta a Jesús en la puerta de la calle, en el atrio de nuestro hogar, pero que no entre hasta la intimidad del hogar.
El cartero se le recibe en la puerta de la casa, al que es amigo y familiar se le hace entrar: con Jesús pasa algo semejante, el mundo responde que es una persona importante, cuya doctrina es antigua y respetable, pero se le equipara a la de otros personajes de la antigüedad.



Y esto tiene incidencia en la vida espiritual, en nuestra relación con Dios, en el modo como le manifestamos nuestro cariño y reconocimiento filial. ¿Qué amistad verdadera puede darse cuando a alguien se le atiende afuera de la casa? ¿Qué nivel de confianza hay con quien no visitamos, no sabemos su número de teléfono, no sabemos su nombre? Si lo anterior puede darse respecto de la relación entre personas, en nuestra vida de creyentes igualmente puede darse ese trato distante con el Señor, donde hay apariencia de fe pero ella no tiene mayor incidencia real en nuestra vida. En muchas partes se vive una religiosidad de cáscara, de apariencia, que el espíritu mundano ve con buenos ojos porque en nada modifica nuestra vida y la de la sociedad,  las cuales permanecen impermeables al amor gratuito de Dios.

Una amistad que no se cultiva se enfría y se termina diluyendo. Nuestra vida como bautizados no puede reducirse a simplemente saber un poco sobre nuestra fe, a poseer ciertas nociones históricas y comparadas con diversas creencias de la antigüedad, porque el acto de creer implica una relación verdadera que nace del pleno asentimiento dado a lo que Dios ha manifestado de sí mismo.

Así lo dice San Pedro en este día: “¿Dónde podemos ir?  ¡Solo tú tienes palabras de Vida Eterna!”  Es decir, el hecho de creer en Dios es más que saber sobre Dios, a la vez que el acto de confianza en Dios, involucra todos los aspectos de nuestra vida, por lo que no se puede creer parceladamente o  de manera fragmentaria.

Por esto, la profesión de fe hecha por los Apóstoles en Cafarnaúm, en la voz de San Pedro –nuestro santo patrono- marca un punto de inflexión, un antes y un después en sus vidas, tanto en la relación con Jesucristo como en la vida de la Iglesia naciente. Nada será igual, todo es diferente cuando se reconoce la primacía de Cristo en la vida personal y en la vida comunitaria, pues los referentes y medidas no son los anhelos, gustos e intereses personales sino el programa de vida propuesto por el mismo Señor en el Santo Evangelio.

Como colegio, los fundadores del establecimiento, sabiamente eligieron a San Pedro para que intercediera ante Dios por él, a la vez que no se restaron de sacar de sus enseñanzas y de su vida las mejores lecciones, llenas de tradición y genuina actualidad, lo cual ha servido para enfrentar los múltiples desafíos que todo proceso educativo encierra.

¿Qué mejor marco educativo y programa  de enseñanza podemos encontrar que la propia vida de aquel pescador a quien Jesucristo dijo: “sobre ti edificare mi Iglesia”? ¿Qué mejor formación obtendremos que aquella que nos llega por mediación de quien fue mandatado por el mismo Señor para “confirmar en la fe a tus hermanos”?

La vida de San Pedro nos habla de un sencillo pescador de Galilea, que siguió a Jesús de manera inmediata cuando lo llamó: “Ven y sígueme”. Así debe ser nuestra respuesta a todo lo que Jesús, sin dilaciones ni prisas, ya que la vocación a seguir sus pasos e identificarnos con su vida, es lo único primordial y vital que existe, y nada puede anteceder al hecho de procurar   permanecer en su gracia.

Enseñaba el Papa Juan Pablo II que “La fe se fortalece dándola”. De manera semejante, la amistad conlleva a fortalecer el vínculo con los demás. Las amistades cerradas no terminan bien, porque sabido es que  “es bueno que lo bueno se comunique”, según enseña el gran Santo Tomás de Aquino: “el bien es esencialmente difusivo”, entonces,  las amistades deben tender a ser –especialmente- integradoras, abiertas a quienes están a nuestro alrededor. El desconfiado no tiene amigos, y su cercanía se reviste siempre de apariencias. No basta la simple simpatía para ahondar en la amistad, porque la amistad se nutre de fidelidades que permanecen y no de entusiasmos que se evaporan ante las dificultades.

Así lo dice el Antiguo Testamento: “En todo tiempo quiere el amigo, y el hermano nace para tiempo de angustia” (Proverbios XVII, 17).
Queridos niños y jóvenes: ¡No nos confundamos!: No es lo mismo el compañero con el cual se comparte unos años de formación, no es lo mismo el camarada con quien se comparte una ideología afín; no es lo mismo un colega con quien compartimos un trabajo por un tiempo; no es lo mismo un vecino con quien compartimos un barrio común. Jesús quiere ser infinitamente más que un compañero, que un camarada, que un colega, que un vecino, pues un día dijo a San Pedro: “Ya no te llamo siervo sino mi amigo” (San Juan XV, 12-15).


Como en el origen de la Iglesia, en nuestro siglo que amanece,  la fe se propagará por el contagio de quienes opten por ser fieles a Jesucristo a todo evento, no preocupándose de qué hacen y dicen los demás sino de lo que cada uno hace y dice por amor a Dios y su única Iglesia, procurando llevar un estilo de vida donde los criterios de Cristo, el modo de vivir y tratar a los demás, sea el que guie cada uno de nuestros pasos, palabras y acciones.

Sin duda, el hablar con Dios en la oración es un buen síntoma de nuestra verdadera amistad con el Señor Jesús. Los amigos no sólo confían entre ellos, también,  conversan de todo con respeto reciproco a la verdad. ¡Los amigos nunca se mienten! Debemos crecer en espíritu de oración con el Señor, solo así sabremos qué quiere de cada uno y desharemos los nudos de rencor, de envidia, de impurezas, de tibieza espiritual, que hay en nuestro corazón. ¿Quién no se siente liberado cuando se desahoga con sus amigos de un problema? Si el compartir una dificultad se sana diciéndola a los demás… ¿Cuánto bien no dejaremos de experimentar  al confiar nuestras cosas al Buen Dios en la oración? Recordemos a este respecto lo que enseñó San Alfonso María de Ligorio: ¡El que reza se salva, el que no reza se condena! 




Nuestra mirada se dirige a la imagen de la Santísima Virgen del Carmen, Patrona de Nuestra Patria, que un día a San Simón Stock entregó el escapulario para que le protegiese en todo momento, especialmente para llevarle al Cielo con prontitud y seguridad. Suba nuestra plegaria como un día salió de labios del santo carmelita inglés; “Flor del Carmelo, Viña Florida, Esplendor del Cielo, Virgen fecunda y singular, oh Madre dulce”. Que la Virgen guie nuestro caminar ahora y siempre. ¡Que Viva Cristo Rey!

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