MARTES /SEXTA SEMANA / TIEMPO ORDINARIO / 2018
Queridos hermanos:
Estamos celebrando nuestra Santa Misa correspondiente al día martes de la sexta
semana del tiempo común, en la cual hemos conocido el Evangelio de las
preguntas, pues, en los siete versículos que escuchamos se encierran siete
preguntas realizadas por Jesús.
Quien hace pregunta desea
algo de alguien. Hay interés. Se dice habitualmente que el hombre inteligente
es más dado a preguntar que a responder.
En la vida me ha tocado conocer a personas brillantes que suelen tener un tono algo
introvertido, silente y hasta misterioso. Y es que la búsqueda de la verdad
y su eventual encuentro necesariamente van de la mano con el acto de la contemplación.
La pregunta quiere una respuesta e invita a un cambio
de vida. Recuerdo el libro de un autor católico de los
ochenta “Cristo me dejo preocupado” (Padre
Zezinho). Me lo regalaron para la confirmación, solamente el
titulo ya constituía en sí una invitación para cualquier joven…si, aunque parezca tan lejano como increíble en
1980 era un joven quinceañero. Y aquel
libro tenía la fuerza de presentar diversos desafíos y múltiples inquietudes
que hacían pensar, cuestionarse,
respecto de muchas realidades y contingencias: ¿Qué he hecho?, ¿Qué haré?
…¿Cómo?… ¿Dónde?
La certeza de tales
cuestionamientos radicaba en que no podía seguir igual, en que la preocupación
debía desembocar necesariamente en una ocupación, el problema exigía solución. Y es lo que los apóstoles experimentaron este
día ante las reiteradas preguntas que hace Nuestro Señor, quien dice de si
mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la
vida”, vinculando en las dos últimas palabras la verdad con el modo de
vivir, es decir, exhortando a una
integridad, a una complementariedad en la cual, lo que se vive vaya de la mano con lo que se
cree.
Cuando se distancia la
verdad de la vida, nuestra alma pasa a
deambular de un lugar a otro ante los simples estímulos de lo que no es capaz
de trascender ni satisfacer plenamente la capacidad de bien, de verdad y de
belleza que anida en el corazón hecho por Dios para lo grande, puesto que fuimos
“creados a su imagen y semejanza”.
Sin duda, al decir del Magisterio
Pontificio de los últimos setenta años, el mayor mal del mundo contemporáneo
es la escisión entre la fe y la vida, lo cual conlleva a un dualismo
ético, moral y hasta espiritual que nace de la actitud de separar lo que se
cree de lo que se vive, cosa tan absurda como pretender que nuestra alma camine
por una vereda paralela a la de nuestro cuerpo.
Al aventurarse a liberar
el alma de la verdad que es Cristo, se deja al desamparado el corazón humano,
ahora cautivo de ideologías, de
consignas, de volátiles mayorías, y endiosadas redes sociales, por lo que, si acaso no adecuamos oportuna y totalmente
nuestra vida a lo que profesamos, terminaremos cediendo a la tentación de
profesar lo que vivimos. Así, o se vive como se cree o se cree lo que se
vive, y éste es el camino al que conduce irremediablemente el abismo del
progresismo.
Evitando ser mendigos de
verdades y novedades que ofrece la Babel
moderna, los católicos, mas allá de épocas pretéritas o futuras, depositamos
la certeza de la respuesta a tantas preguntas en la persona Jesucristo, quien
en su condición de “Palabra definitiva
del Padre”, es verdaderamente para todo tiempo: “El camino, la verdad y la vida”…!El mismo ayer, hoy y siempre!
Es bueno, por tanto que
subsista en nuestros corazones, a lo largo de toda nuestra vida, la inquietud
por profundizar en las verdades de nuestra fe católica, la cual, sin falsos complejos ha de ser buscada, ha de
ser descubierta y ha de ser manifestada como el mayor bien que para nosotros y
los nuestros puede pasar a lo largo de la vida,
es decir, una fe que nos involucre y permee cada uno de nuestros actos,
palabras y acciones.
La reciente visita a
nuestra Patria del Romano Pontífice para muchos era ocasión de recibir
respuesta a tantas inquietudes que la prensa con avidez exacerbaba. Si hablaría
de compartir el mar con el país de altiplano, si diría algo sobre la violencia
en la novena región, si respondería a
las múltiples inquietudes de la región siguiente referente a sus desavenencias
comunitarias que amenazaban con extenderse a todo el país.
En fin, muchas respuestas se esperaban, más su
visita estuvo marcada por la pregunta, por el desafío, por invitar a salir del
ostracismo, del individualismo, de la ceguera de la humana pretensión de alzar
una vida en un mundo que se construye al margen de Dios, cosa que por un tiempo
puede hacerse…más, tempranamente se
desplomará sobre el hombre mismo y su falso modernismo.
La gracia de saber estar
en el mundo sin ser parte de lo mundano requiere de un grado de fidelidad a
los designios de Dios y a una creciente sintonía con sus mandamientos. La
soberbia del primer pecado cometido por Adán y Eva fue desobedecer a Dios
colocando su proyecto de vida, su manera de pensar su manera de vivir, sus
gustos sobre el amplio margen de la libertad que Dios les había ofrecido: “pueden comer de todos”…menos de uno.
Pero el Demonio los convenció de lo contrario tentándoles con una capciosa pregunta:
“¿Verdad que Dios les prohibió comer de todos los arboles del Paraíso?”
Hoy vemos la urgencia de
centrar la vida personal y social en torno a quien tiene el poder y la bondad
de abrogar la inventiva humana con el fin de aplicar en la vida cotidiana, cada
una de las bienaventuranzas conducentes a alcanzar una vida
propia de los hijos de Dios.
Aquella “levadura de los fariseos” y la “levadura de los herodianos” representaban la desconfianza en las
apariencias de unos y en los poderes de otros, toda vez que su autenticidad se
fundaba en el orgullo. Sus almas estaban infladas de una fuerza que les
impulsaba a colocarse sobre el prójimo y
a erigirse como falsos ídolos de unas verdades consensuadas.
Por eso Jesús llama la
atención a sus discípulos: “Tienen oídos
y no oyen, ojos y no ven”, cosa que nos puede pasar a cada uno si acaso
no centramos el corazón en aquello que no pasa de moda, en lo que no se oxida
ni corrompe como es el amor de Dios y el amor en Dios a los demás.
En este nuevo aniversario
de defunción de nuestra hermana Rosa Pacheco Gil de Riffo, renovamos nuestra fe
en el Dios de la promesa, que habló
de una vez para siempre en la persona de Jesucristo, y nos invita, por medio
de la Virgen María a colocar nuestra vida e intenciones en sus manos
providentes.
Que el cariño
desinteresado y el cuidado lleno de
delicadeza que cada uno recibió de nuestra recordada Laly, constituya una
permanente invitación a seguir su ejemplo de vida
en orden a fortalecer los lazos familiares y de sana amistad, en tiempos
apremiantes que urgen del Cielo tantas bendiciones.
En el Corazón de la
Virgen María, donde todos ocupamos un lugar y donde nadie sobra, nos
abandonamos con la esperanza cierta que por quien hoy imploramos, prontamente
interceda por cada uno en su presencia. ¡Que Viva Cristo Rey!
No hay comentarios:
Publicar un comentario