jueves, 15 de febrero de 2018

CRISTO ME DEJÓ PREOCUPADO…Y OCUPADO


MARTES /SEXTA SEMANA / TIEMPO ORDINARIO / 2018

Queridos hermanos: Estamos celebrando nuestra Santa Misa correspondiente al día martes de la sexta semana del tiempo común, en la cual hemos conocido el Evangelio de las preguntas, pues, en los siete versículos que escuchamos se encierran siete preguntas realizadas por Jesús.

Quien hace pregunta desea algo de alguien. Hay interés. Se dice habitualmente que el hombre inteligente es más dado a preguntar que a  responder. En la vida me ha tocado conocer a personas brillantes que suelen tener un tono algo introvertido, silente y hasta misterioso. Y es que la búsqueda de la verdad y su eventual encuentro necesariamente van de la mano con el acto de la contemplación.

La pregunta quiere una respuesta e invita a un cambio de vida. Recuerdo el libro de un autor católico de los ochenta “Cristo me dejo preocupado” (Padre Zezinho). Me lo regalaron para la confirmación, solamente el titulo ya constituía en sí una invitación para cualquier joven…si,  aunque parezca tan lejano como increíble en 1980  era un joven quinceañero. Y aquel libro tenía la fuerza de presentar diversos desafíos y múltiples inquietudes que hacían pensar, cuestionarse,  respecto de muchas realidades y contingencias: ¿Qué he hecho?, ¿Qué haré? …¿Cómo?… ¿Dónde?

La certeza de tales cuestionamientos radicaba en que no podía seguir igual, en que la preocupación debía desembocar necesariamente en una ocupación, el problema exigía solución.  Y es lo que los apóstoles experimentaron este día ante las reiteradas preguntas que hace Nuestro Señor, quien dice de si mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, vinculando en las dos últimas palabras la verdad con el modo de vivir, es decir,  exhortando a una integridad, a una complementariedad en la cual,  lo que se vive vaya de la mano con lo que se cree.


Cuando se distancia la verdad de la vida,  nuestra alma pasa a deambular de un lugar a otro ante los simples estímulos de lo que no es capaz de trascender ni satisfacer plenamente la capacidad de bien, de verdad y de belleza que anida en el corazón hecho por Dios para lo grande, puesto que  fuimos “creados a su imagen y semejanza”.

Sin duda, al decir del Magisterio Pontificio de los últimos setenta años, el mayor mal del mundo contemporáneo es la escisión entre la fe y la vida, lo cual conlleva a un dualismo ético, moral y hasta espiritual que nace de la actitud de separar lo que se cree de lo que se vive, cosa tan absurda como pretender que nuestra alma camine por una vereda paralela a la de nuestro cuerpo.

Al aventurarse a liberar el alma de la verdad que es Cristo, se deja al desamparado el corazón humano, ahora  cautivo de ideologías, de consignas, de volátiles mayorías, y endiosadas redes sociales, por lo que,  si acaso no adecuamos oportuna y totalmente nuestra vida a lo que profesamos, terminaremos cediendo a la tentación de profesar lo que vivimos. Así,  o se vive como se cree o se cree lo que se vive, y éste es el camino al que conduce irremediablemente el abismo del progresismo.

Evitando ser mendigos de verdades  y novedades que ofrece la Babel moderna, los católicos, mas allá de épocas pretéritas o futuras, depositamos la certeza de la respuesta a tantas preguntas en la persona Jesucristo, quien en su condición de “Palabra definitiva del Padre”, es verdaderamente para todo tiempo: “El camino, la verdad y la vida”…!El mismo ayer, hoy y siempre!

Es bueno, por tanto que subsista en nuestros corazones, a lo largo de toda nuestra vida, la inquietud por profundizar en las verdades de nuestra fe católica, la cual,  sin falsos complejos ha de ser buscada, ha de ser descubierta y ha de ser manifestada como el mayor bien que para nosotros y los nuestros puede pasar a lo largo de la vida, es decir, una fe que nos involucre y permee cada uno de nuestros actos, palabras y acciones.

La reciente visita a nuestra Patria del Romano Pontífice para muchos era ocasión de recibir respuesta a tantas inquietudes que la prensa con avidez exacerbaba. Si hablaría de compartir el mar con el país de altiplano, si diría algo sobre la violencia en la novena región,  si respondería a las múltiples inquietudes de la región siguiente referente a sus desavenencias comunitarias que amenazaban con extenderse a todo el país.

En fin,  muchas respuestas se esperaban, más su visita estuvo marcada por la pregunta, por el desafío, por invitar a salir del ostracismo, del individualismo, de la ceguera de la humana pretensión de alzar una vida en un mundo que se construye al margen de Dios, cosa que por un tiempo puede hacerse…más,  tempranamente se desplomará sobre el hombre mismo y su falso modernismo.

La gracia de saber estar en el mundo sin ser parte de lo mundano requiere de un grado de fidelidad a los designios de Dios y a una creciente sintonía con sus mandamientos. La soberbia del primer pecado cometido por Adán y Eva fue desobedecer a Dios colocando su proyecto de vida, su manera de pensar su manera de vivir, sus gustos sobre el amplio margen de la libertad que Dios les había ofrecido: “pueden comer de todos”…menos de uno. Pero el Demonio los convenció de lo contrario tentándoles con una capciosa pregunta: “¿Verdad que Dios les prohibió  comer de todos los arboles del Paraíso?”

Hoy vemos la urgencia de centrar la vida personal y social en torno a quien tiene el poder y la bondad de abrogar la inventiva humana con el fin de aplicar en la vida cotidiana, cada una de las bienaventuranzas conducentes a alcanzar una vida propia de los hijos de Dios.

Aquella “levadura de los fariseos” y la “levadura de los herodianos”  representaban la desconfianza en las apariencias de unos y en los poderes de otros, toda vez que su autenticidad se fundaba en el orgullo. Sus almas estaban infladas de una fuerza que les impulsaba  a colocarse sobre el prójimo y a erigirse como falsos ídolos de unas verdades consensuadas.

Por eso Jesús llama la atención a sus discípulos: “Tienen oídos y no oyen, ojos y no ven”, cosa que nos puede pasar a cada uno si acaso no centramos el corazón en aquello que no pasa de moda, en lo que no se oxida ni corrompe como es el amor de Dios y el amor en Dios a los demás.

En este nuevo aniversario de defunción de nuestra hermana Rosa Pacheco Gil de Riffo, renovamos nuestra fe en el Dios de la promesa, que habló de una vez para siempre en la persona de Jesucristo, y nos invita, por medio de la Virgen María a colocar nuestra vida e intenciones en sus manos providentes.

Que el cariño desinteresado  y el cuidado lleno de delicadeza que cada uno recibió de nuestra recordada Laly, constituya una permanente invitación a seguir su ejemplo de vida en orden a fortalecer los lazos familiares y de sana amistad, en tiempos apremiantes que urgen del Cielo tantas bendiciones.

En el Corazón de la Virgen María, donde todos ocupamos un lugar y donde nadie sobra, nos abandonamos con la esperanza cierta que por quien hoy imploramos, prontamente interceda por cada uno en su presencia. ¡Que Viva Cristo Rey!

 



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