DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA / FEBRERO DE 2018
LA SANTA MISA VERDADERO SACRIFICIO
|
A lo largo de este tiempo
de Cuaresma nuestra Iglesia nos presenta una pedagogía de acercamiento a la
persona de Jesús. Para ello, cada domingo –y por cierto diariamente-
nos entrega el testimonio de un patriarca,
profeta, y rey del Antiguo
Testamento.
La primera lectura de
este día nos refiere la vida del patriarca Abrahán, a quien Dios llamó de su
tierra natal de Ur de Caldea –actual Irak- para que, dejándolo todo, en una actitud novedosamente radical fuese
hacia el lugar que Él le tenía prometido.
Para ello, Dios hace una
alianza con él, exigiendo la fidelidad y el compromiso exclusivo, al que se
comprometerá “cultualmente” tal como
lo describe el libro del Génesis. En múltiples ocasiones vemos que el encuentro
de Dios con los suyos termina en un acto
cultual, lo que nos lleva a recordar que la liturgia es la celebración de
la fe. Sin duda, el creyente “siente”
y “conoce” la necesidad de estar con Dios
en medio de cada celebración, particularmente en aquella que revive el
sacrificio cruento del Calvario de manera incruenta como es la Santa Misa.
En consecuencia, la merma evidente en la asistencia y el
debilitamiento de la práctica del precepto
bíblico-eclesial de ir a la Santa
Misa todos los domingos y fiestas de guardar, responde a la fractura en la vida
de fe, toda vez que quien no descubre la necesidad de Dios en su vida,
ni concede la primacía en sus determinaciones más fundamentales, difícilmente acudirá
a agradecer a alabar, a implorar e interceder ante al Señor.
Encontramos una “obediencia cultual” en Abraham y su hijo Isaac que denota una disponibilidad,
espíritu de sacrificio y oración perseverante. Son estas las actitudes
que debemos procurar tener al momento de participar en nuestra Santa Misa.
CUARESMA: UNIDOS A LA CRUZ DEL SEÑOR |
I).
Disponibilidad: El tiempo en nuestro culto sagrado “dura lo que dura”…y el consabido refrán
hispano se aplica muchas veces: “La misa empieza cuando llega el cura”.
Mas, el corazón nuestro entrega como cronometrado
el tiempo dedicado a la sagrada liturgia, puesto que, aducimos por mala costumbre y mala
formación, que éste no puede durar
demasiado, y debe ser lo más breve posible, lo que encierra el hecho que Dios
no moleste mucho.
Prueba de ello es que si
vamos al estadio invertimos una hora y media de partido, quince minutos de entretiempo,
media hora en ir y media hora en volver. Proporcionalmente hablando dedicamos al
futbol tres minutos por lo menos…y a Dios sólo un minuto; la fiesta de
matrimonio: prepararse, coctel, cenar,
bailar y traslado…hasta doce
horas. Vale decir: a Dios un minuto y al matrimonio doce minutos.
Sin duda, la
disponibilidad nace de sabernos necesitados de Dios, de asumir que nada podemos
alcanzar sin su auxilio. No basta
con la sola asistencia a la Iglesia, es fundamental el modo cómo participamos:
Todo lo nuestro al servicio de Dios, tiempo, bienes, proyectos, méritos,
limitaciones. ! Nada de mezquindades con el Señor! ¿Acaso Él regatea sus bendiciones hacia
nosotros?
II).
Generosidad: Resulta curioso constatar que cuando se trata de las cosas de Dios todo
parece tener un valor distinto. Lo
verifícanos con algunas malas prácticas del comercio local por el modo cómo se
cobra cuando se trata a un vecino (porteño) o a un turista, constatando –por ejemplo- que un mismo servicio de taxi, de comida o de artesanía
adquiere un valor distinto…se le cobra más
al extranjero que al local. Con Dios nos sucede algo similar. Interiormente
solemos pensar que: “Él tiene todo”, “Él
me termina perdonando”, “Él es siempre comprensivo”, Entonces, ¿para qué darle algo más
nosotros? Hasta el aporte voluntario en una
colecta que se nos pide en la Santa Misa es distinto…Nos colocamos monedas para
ir al culto sagrado…pero si vamos al estadio, a un pub, o a un paseo ahí sí llevamos
tarjeta. ¡Chauchas para el Señor!
El Patriarca Abrahán fue generoso
con lo que más preciaba como era su hijo varón, su primogénito. Lo había anhelado tanto, lo esperó casi con desesperación y ahora, ¿Dios
le pide que lo sacrifique? Él no se
opone, se dispone a hacerlo en virtud que es el Señor quien se lo pide. Su
corazón lo coloca en lo que ofrece a Dios…ahí está su generosidad. La
medida del amor generoso es Dios mismo que ama sin medida.
a).
Hay más alegría en dar que en recibir: Esto lo experimentamos a
lo largo de la vida, cuando vamos comprendiendo que la alegría se nutre con
la caridad cristiana, es decir, va
más allá de las risas y los chistes, que alegran un segundo, sino que cuando
se es generoso se “corre la cerca” de
lo que uno tiene como propio para hacer cercano a Cristo con quien más lo
necesita, y esto sí que alegra de verdad el corazón (San
Marcos XII, 38-44).
b).
El valor de la generosidad está en cómo se entrega:
Cuando recibimos un regalo parece tener un valor distinto cuando viene envuelto
en un papel de regalo, más aún, si éste
es “personalizado”, porque vemos en
ese solo gesto una dedicación y una preocupación. En el caso, de la virtud
de la generosidad el acto de dar, sumado
al cómo se hace, le confiere una grandeza ante los ojos de Dios por lo que la
generosidad constituye un destello de la caridad (San
Mateo VI, 3).
c).
Ser generoso con lo que valoramos: A los ojos de Dios, todo
lo creado tiene relevancia, de modo especial,
el alma nuestra que salida de sus manos, a sus manos está llamada a
retornar. Por esto, en lo que se refiere al cuidado del alma, y al hecho de promover la santidad
de vida, es el primer
paso que –ineludiblemente- hemos de dar como creyentes.
Generosidad y santidad
van de la mano, por lo que todo acto de caridad e
iniciativa pastoral debe estar de la mano
con la búsqueda de la perfección. No es generoso el que no busca la
santidad del prójimo, especialmente de los no creyentes que están llamados a
serlo.
VAMOS DE LA PASIÓN A LA RESURRECCIÓN |
III).
Espíritu de sacrificio: Sin duda, toda la Santa Cuaresma
nos prepara para vivir como protagonistas, en
primera persona, como actores, del misterio de la pasión, muerte y
resurrección del Señor. No podemos permanecer en este tiempo a la vera del
camino, como contemplando admirados lo que “otros” viven, lo que “otros” hacen.
Por el contrario, a Cristo que viene a nosotros hemos de acompañarle en
estos cuarenta días ayudándole a llevar la cruz, a acompañarle con la plegaria
y las penitencias que conlleva la vida diaria como las que voluntariamente le
ofrezcamos.
Teniendo cada día viernes
de Cuaresma la posibilidad de meditar el Santo Vía Crucis, podemos no sólo recordar
lo que aconteció aquel día sino que también revivir como protagonistas
ofreciendo nuestra penitencia en reparación por las ofensas cometidas por cada
uno y por todo el orbe católico, teniendo presente que las que más ofenden el
Corazón de Cristo son las de quienes le han sido consagrados ministerial y
bautismalmente.
¡Estos días de Cuaresma
son días de reparación! Es un período que mucho bien hace a nuestra alma y un
tiempo al que con razón mucho ha de temer el demonio. Quien reza, quien hace
penitencia y quien vive la caridad fraterna hace temblar al demonio. ¡Que Viva Cristo rey!
No hay comentarios:
Publicar un comentario