sábado, 24 de febrero de 2018

NO REGATEAR EL AMOR A DIOS


 DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA / FEBRERO DE 2018

 LA SANTA MISA VERDADERO  SACRIFICIO

A lo largo de este tiempo de Cuaresma nuestra Iglesia nos presenta una pedagogía de acercamiento a la persona de Jesús. Para ello, cada domingo –y por cierto diariamente- nos entrega el testimonio de un patriarca,  profeta, y  rey del Antiguo Testamento.

La primera lectura de este día nos refiere la vida del patriarca Abrahán, a quien Dios llamó de su tierra natal de Ur de Caldea –actual Irak- para que,  dejándolo todo,  en una actitud novedosamente radical fuese hacia el lugar que Él le tenía prometido.

Para ello, Dios hace una alianza con él, exigiendo la fidelidad y el compromiso exclusivo, al que se comprometerá “cultualmente” tal como lo describe el libro del Génesis. En múltiples ocasiones vemos que el encuentro de Dios con los suyos termina en un acto cultual, lo que nos lleva a recordar que la liturgia es la celebración de la fe. Sin duda, el creyente “siente” y “conoce” la necesidad de estar con Dios en medio de cada celebración, particularmente en aquella que revive el sacrificio cruento del Calvario de manera incruenta como es la Santa Misa.

En consecuencia,  la merma evidente en la asistencia y el debilitamiento de la práctica del precepto  bíblico-eclesial  de ir a la Santa Misa todos los domingos y fiestas de guardar, responde a la fractura en la vida de fe, toda vez que quien no descubre la necesidad de Dios en su vida, ni concede la primacía en sus determinaciones más fundamentales, difícilmente acudirá a agradecer a alabar, a implorar e interceder ante al Señor.

Encontramos una “obediencia cultual” en  Abraham y su hijo Isaac que denota una disponibilidad, espíritu de sacrificio y oración perseverante. Son estas las actitudes que debemos procurar tener al momento de participar en nuestra Santa Misa.

 CUARESMA: UNIDOS A LA CRUZ DEL SEÑOR
I). Disponibilidad: El tiempo en nuestro culto sagrado “dura lo que dura”…y el consabido refrán hispano se aplica  muchas veces: “La misa empieza cuando llega el cura”. Mas,  el corazón nuestro entrega como cronometrado el tiempo dedicado a la sagrada liturgia, puesto que,  aducimos por mala costumbre y mala formación,  que éste no puede durar demasiado, y debe ser lo más breve posible, lo que encierra el hecho que Dios no moleste mucho.

Prueba de ello es que si vamos al estadio invertimos una hora y media de partido, quince minutos de entretiempo, media hora en ir y media hora en volver. Proporcionalmente hablando dedicamos al futbol tres minutos por lo menos…y a Dios sólo un minuto; la fiesta de matrimonio: prepararse, coctel, cenar,  bailar  y traslado…hasta doce horas. Vale decir: a Dios un minuto y al matrimonio doce minutos.

Sin duda, la disponibilidad nace de sabernos necesitados de Dios, de asumir que nada podemos  alcanzar sin su auxilio. No basta con la sola asistencia a la Iglesia, es fundamental el modo cómo participamos: Todo lo nuestro al servicio de Dios, tiempo, bienes, proyectos, méritos, limitaciones. ! Nada de mezquindades con el Señor!  ¿Acaso Él regatea sus bendiciones hacia nosotros?

II). Generosidad: Resulta curioso constatar  que cuando se trata de las cosas de Dios todo parece tener un valor distinto. Lo verifícanos con algunas malas prácticas del comercio local por el modo cómo se cobra cuando  se trata a un vecino (porteño)  o a un turista,  constatando –por ejemplo- que un  mismo servicio de taxi, de comida o de artesanía  adquiere un valor distinto…se le cobra más al extranjero que al local. Con Dios nos sucede algo similar. Interiormente solemos pensar que: “Él tiene todo”, “Él me termina perdonando”, “Él es siempre comprensivo”,  Entonces, ¿para qué darle algo más nosotros?  Hasta el aporte voluntario en una colecta que se nos pide en la Santa Misa es distinto…Nos colocamos monedas para ir al culto sagrado…pero si vamos al estadio, a un pub, o a un paseo ahí sí llevamos tarjeta. ¡Chauchas para el Señor!

El Patriarca Abrahán fue generoso con lo que más preciaba como era su hijo varón, su primogénito.  Lo había anhelado tanto,  lo esperó casi con desesperación y ahora, ¿Dios le pide que lo sacrifique?  Él no se opone, se dispone a hacerlo en virtud que es el Señor quien se lo pide. Su corazón lo coloca en lo que ofrece a Dios…ahí está su generosidad. La medida del amor generoso es Dios mismo que ama sin medida.

a). Hay más alegría en dar que en recibir: Esto lo experimentamos a lo largo de la vida, cuando vamos comprendiendo que la alegría se nutre con la caridad cristiana, es decir,  va más allá de las risas y los chistes, que alegran un segundo, sino que cuando se es generoso se “corre la cerca” de lo que uno tiene como propio para hacer cercano a Cristo con quien más lo necesita, y esto sí que alegra de verdad el corazón (San Marcos XII, 38-44).

b). El valor de la generosidad está en cómo se entrega: Cuando recibimos un regalo parece tener un valor distinto cuando viene envuelto en un papel de regalo, más aún,  si éste es “personalizado”, porque vemos en ese solo gesto una dedicación y una preocupación. En el caso, de la virtud de la generosidad el acto de dar,  sumado al cómo se hace, le confiere una  grandeza ante los ojos de Dios por lo que la generosidad constituye un destello de la caridad (San Mateo VI, 3).

c). Ser generoso con lo que valoramos: A los ojos de Dios, todo lo creado tiene relevancia, de modo especial,  el alma nuestra que salida de sus manos, a sus manos está llamada a retornar. Por esto, en lo que se refiere al cuidado del alma, y  al hecho de  promover  la  santidad  de  vida, es  el  primer  paso  que –ineludiblemente-  hemos de dar como creyentes.

Generosidad y santidad van de la mano, por lo que todo acto de caridad e iniciativa pastoral debe estar de la mano con la búsqueda de la perfección. No es generoso el que no busca la santidad del prójimo, especialmente de los no creyentes que están llamados a serlo.

 VAMOS DE LA PASIÓN A LA RESURRECCIÓN

III). Espíritu de sacrificio: Sin duda, toda la Santa Cuaresma nos prepara para vivir como protagonistas, en primera persona, como actores, del misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. No podemos permanecer en este tiempo a la vera del camino, como contemplando admirados lo que “otros” viven, lo que “otros” hacen. Por el contrario, a Cristo que viene a nosotros hemos de acompañarle en estos cuarenta días ayudándole a llevar la cruz, a acompañarle con la plegaria y las penitencias que conlleva la vida diaria como las que voluntariamente le ofrezcamos.

Teniendo cada día viernes de Cuaresma la posibilidad de meditar el Santo Vía Crucis, podemos no sólo recordar lo que aconteció aquel día sino que también revivir como protagonistas ofreciendo nuestra penitencia en reparación por las ofensas cometidas por cada uno y por todo el orbe católico, teniendo presente que las que más ofenden el Corazón de Cristo son las de quienes le han sido consagrados ministerial y bautismalmente.

¡Estos días de Cuaresma son días de reparación! Es un período que mucho bien hace a nuestra alma y un tiempo al que con razón mucho ha de temer el demonio. Quien reza, quien hace penitencia y quien vive la caridad fraterna hace temblar al demonio.   ¡Que Viva Cristo rey!

   

  

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