HOMILÍA MISA MIÉRCOLES DE CENIZAS AÑO 2018 / CICLO B
Un
nuevo tiempo en nuestra liturgia.
Padre Jaime Herrera González |
Al ingresar hoy a nuestro
templo parroquial -de inmediato- hemos percibido
algunos cambios: El color morado es visible en los ornamentos del sacerdote,
del ambón donde se proclama la palabra, del cubre-cáliz sobre la credencia, y
en los altares laterales. Además, no se colocarán flores sobre el altar durante
casi seis semanas, y el canto del Gloria
y del Aleluya se suprimen hasta la vigilia pascual.
Todo esto surge porque como
miembros de la Iglesia iniciamos un tiempo litúrgico muy especial, que nos
preparará durante cuarenta días a la
celebración del misterio central de nuestra fe: por medio de la Pasión vamos a
la resurrección.
Nuestro Señor Jesús
inició su ministerio público entrando al desierto. Aquel era un lugar
evocador para el pueblo israelita de la peregrinación que tuvieron que recorrer en
medio de: fidelidades, incertidumbres, certezas, pecados y abandonos. Por la mañana
confiados en el poder providente del Señor que hacia llover el ansiado “pan del cielo” (maná) se llenaban de
esperanzas y gratitudes; mas, por la
tarde, al caer el día, surgían reclamaciones, murmuraciones, “copuchas” y “pelambres”…eran como bipolares espirituales…
Precisamente, allí donde
el pueblo de Dios fue tentado durante
cuarenta años, allí está ahora el Señor, para indicarnos el camino y los
medios necesarios para vencer toda tentación, tal como lo hizo él ante la
triple incursión del Maligno venciéndolo por la fuerza del Dios de la Palabra.
Tres veces fue tentado, tres veces Jesús citó la Sagrada Escritura; tres veces padeció, tres veces recurrió al
nombre de su Padre; tres veces fue golpeado por la debilidad, tres veces acudió
a la fuerza de la plegaria para salir victorioso. Pero la audacia del hombre
orgulloso no parece tener límites, y renegando de lo que Cristo hizo y de lo
que Cristo nos enseñó.
Ese es el camino que el
Señor nos invita a recorrer y que necesitamos para purificarnos en nuestra
subida a Jerusalén. ¡Vamos para allá! Pero el camino pasa por la huella de la penitencia, de la reparación
y de la oración incesante.
Necesidad
de ser perdonados.
Aquí tomamos conciencia
del valor del perdón de Dios que sobrepasa nuestro pecado. No nos engañemos: No
fue (sólo) Pilato, ni Caifás, ni los gritos del pueblo
judío los que provocaron el misterio del
Calvario… Nuestros pecados son los que hicieron subir a Cristo a la Cruz,
si bien se entrega por todos, es necesario que todos asumamos esta realidad en primera persona, tal como enseña el Apóstol
San Pablo: “Jesús murió y se entregó por mi…a
causa de mis pecados”.
Cuando en nuestra mano con
el dedo acusador recriminamos a otro su pecado, olvidamos que hay tres dedos
que se vuelven a nosotros: Por eso tres veces la liturgia repite en el acto
penitencial: “Señor ten piedad” y “Cristo ten piedad”; luego, tres veces invocamos “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo”, y tres veces
antes de comulgar recordamos las palabras del oficial creyente: “Señor no soy digno”…
Esta Cuaresma nos invita
a asumir nuestra culpa: ¡Nosotros crucificamos a Jesús con nuestros pecados e
infidelidades!. Esa es la gravedad que para Dios Padre tiene nuestro pecado. Si
Él lo tomó muy en serio ¿Por qué seremos tan superficiales nosotros en esta materia?
Una y otra vez, cuantas
veces sea necesario diremos: “valemos el
precio de la sangre derramada por Jesús” (Hebreos IX,
11-15).
En la actualidad, al
interior del mundo católico, hay ciertas corrientes teológicas y movimientos de
Iglesia que tienden a licuar
indebidamente las consecuencias del pecado humano pensando que el hombre no tiene
capacidad de ofender a Dios. Se preguntan cómo una mísera
creatura, la nada misma en relación al universo entero, podrá llegar a “ofender” a su Creador? Subyace de
modo implícita la tentación de negar hasta la existencia misma del pecado original.
Con ello se anestesia la conciencia y se encallece
el alma, quedando como impermeabilizado al perdón del Cielo por la falseada
humildad de desconocer lo que Dios no se privó en crear. No nos cansemos en
desconocer cuál es la vocación que tenemos en este mundo. El hombre es un ser
con capacidad de Dios…Dei capax…”poco inferior a los ángeles”…”casi como dioses
fuisteis creados”.
En efecto, constituidos
como templos de Dios al ceder a la tentación nos transformamos, por el pecado
en aquellos “sepulcros blanqueados”
que nos habla la Santa Escritura. El pecado hiere a Dios y lo ofende, prueba
de ello es que permitió misteriosamente que su Hijo unigénito subiera al madero de la ignominia para transformarlo
en árbol de vida verdadera.
Una
liturgia para estar con Dios.
La Sagrada Liturgia como
celebración de nuestra fe es basilar en la vida del creyente. El acto de ir a la
Santa Misa, de comulgar, de confesarse, de confirmarse no tiene un carácter de adorno, puesto que son el encuentro con Jesucristo, cosa que en la Santa Misa se verifica
de manera real y sustancial. En la liturgia se juega nuestra amistad y
cercanía con Dios por eso tiene una importancia esencial, y la coloca como cima
y fuente de la viuda del cristiano y de cada comunidad en cuya participación se
realiza. Se es comunidad en virtud de la celebración de la liturgia, por lo
que por medio de ella, los vínculos de cercanía se ven posibilitados y
acrecentados.
En efecto, “la Iglesia hace Eucaristía, y la
Eucaristía hace Iglesia”.
Más, la ausencia permanente,
aunque no sea culposa ni consiente, termina destruyendo la vida comunitaria de la misma manera como la
nula participación en la vida familiar termina difuminando la vida al interior del hogar.
Por esto diremos que la
liturgia del hogar tiene sus ritos
propios. La familia conversa: El living o sala de estar, debe ser lugar
para compartir, y de ser posible estar alejados de aquellos medios que no
apunten a solidificar dicho encuentro. En tanto que aquellos medios de comunicación
que sí permitan interactuar son no sólo legítimos sino hasta necesarios, pero los que apunten a un diálogo personal (y
encriptado) cerrado como celulares y juegos individuales han de ser
pospuestos para otras instancias.
El lugar y el tiempo dado
para Dios son de Dios, por lo que no puede rivalizar con otros intereses y
urgencias en nuestra vida. De manera semejante, El tiempo
que damos a la familia es para la familia, y debe ser tenido como algo sagrado, que requiere del esfuerzo de todos, porque
todos tienen mucho que hacer, todos tienen amigos que atender, todos tienen deseos
de diversión y afectos que atender, pero el tiempo de la familia es único, y
debe ser custodiado como un bien precioso, como parte de una bendición recibida
del mismo Dios.
Si orgullosamente decimos
que hoy no necesitamos de nadie no podremos quejarnos mañana de no ser
considerados por los demás. Quien descarta ahora será
descartado después, y esto puede ocurrir al interior de la vida familiar, donde
el desinterés manifiesto de la vida actual, en la cual cada uno vive su metro cuadrado, es una verdadera
bomba de tiempo puesta en el centro
de la sociedad, como es la familia.
La actitud discriminadora se muestra con toda su crudeza especialmente
en razón de las edades que no se han cumplido o sí se han cumplido…por años menos y
años más se habla de mocoso o de viejo, revistiéndolo de un carácter de “inservible”. Así, se termina
desechando fácilmente a los niños y jóvenes por la falta de experiencia o a los
ancianos por su eventual exceso.
Desde una ideología
utilitarista, en ocasiones las personas en la familia se evalúan por lo que
sirven, en tanto que, desde un arraigado
materialismo, sólo se les considera por lo que poseen. Hay
afectos interesados que tienden a:
usar al prójimo, a abusar de ellos y luego a dejarlos abandonados.
Donde hay poder, autonomía
y dinero rara vez no se dan actitudes
abusivas. Muchas personas creen tener el mundo en sus manos por la sola
conexión a internet en un celular o a un computador. Es importante tener
presente que el uso indiscriminado del
celular en la vida familiar puede ocasionar un daño irreparable en el hogar a
causa de un espíritu de disipación.
¿Se imaginan una persona
que interrumpa a cada rato la conversación que tenemos con los padres, hijos y
abuelos al interior del hogar? Sin duda lo tendríamos como entrometido,
inoportuno, y desubicado. Eso es lo que pasa al permitir el uso de
celulares en la mesa familiar o en general, durante las conversaciones…o en una
sala de clases…o un templo. La
hiperconectividad merma la interioridad. No se puede tener una vida
espiritual…seria, creyente y creíble,
sin que existan momentos de intimidad con Dios y de “confianza
cómplice” con quienes son parte de nuestra vida familiar.
Debemos hacer una verdadera
ascesis de purificación interior en esta materia, porque el ruido y el activismo
están matando la vida espiritual y familiar, por lo tanto esta
Cuaresma, procuraremos vivir nuestro desierto personal junto a Jesús, creciendo
en oración, en espíritu de sacrificio y en la vivencia de la caridad fraterna.
Que la Virgen Refugio del pecador y Compañía del Penitente nos acompañe a lo largo de este caminar cuaresmal. ¡Que Viva Cristo Rey!
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