HOMILÍA MATRIMONIO IGLESIAS MOHR & BÓRQUEZ
RABE
/ FEBRERO 2018
SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ |
Una
vocación dada por Dios.
Con inmensa alegría nos
reunimos en este lugar dedicado al Santo Cristo. Una de las características
del templo que nos acoge es que tiene una hermosa imagen de la Sagrada Familia
de Nazaret, la cual encierra un antiguo signo que representa a la Santísima
Trinidad, lo cual nos hace preguntarnos qué relación hay entre José, María
y Jesús con el misterio fundante de nuestra fe católica.
Por cierto, toda analogía
en nuestro lenguaje es limitada. Toda comparación queda estrecha cuando se
trata del ser íntimo de Dios mismo, mas –a pesar de toda consideración- en el medievo
un teólogo designó a la Sagrada Familia como la “Trinidad en la tierra”, pues es tan sublime su misión, tan grande
su amor, tan divina su cercanía que sólo es equiparable a la que existe desde
toda la eternidad entre Dios Padre Hijo y Espíritu Santo.
Sin duda, aquella
familia es el ícono de Dios que es amor, por ello, cada nueva familia encuentra en la Trinidad
Santa su origen, su camino y su destino permanente, lo cual hace que cada
hombre y mujer, que unen sus vidas en
santo matrimonio, apoyados en la mano de la Divina Providencia, puedan seguir
la aventura de una vida juntos con la seguridad que contarán con la gracia en el
futuro.
Ambos se conocieron hace
unos años…y descubrieron que había una afinidad en muchos aspectos, hasta el
punto de decidir llegar a este lugar y a esta celebración. Pero, en este discernimiento no han estado solos ni
responde a un acto autónomo, porque han consultado a Dios respecto de la
decisión, toda vez que no solo Él los creó de la nada sino que les confirió la
vocación sublime al santo matrimonio.
Entonces, como novios que
son –hasta ahora- saben que están cumpliendo un designio, que involucra al Señor
mismo, presente en la vida esponsal como su gestor principal.
En efecto, esta
celebración litúrgica encierra la grandeza que vuestra opción es elevada a
realidad sacramental por lo que siendo ambos los que se donan y reciben
mutuamente, cuentan –a partir de hoy- con la bendición de Dios que hace
posible vivir en plenitud los fines y
propiedades del santo matrimonio a la
luz de la fe.
Vocación
a la santidad de vida.
PUERTO CLARO DE VALPARAÍSO CHILE |
Bautizados tempranamente,
ambos han ido conociendo más perfectamente a Cristo. Hace unos veinte años,
como Capellán del Saint Peter’s School de nuestra ciudad, tuve la oportunidad de confesar por primera
vez y dar la sagrada comunión al novio, quien con alegría y fe acudió a Cristo,
el Pan de Vida Eterna.
El Nuevo Testamento no
ahorra detalles para invitar a los novios amantes a abrir el proyecto de vida a
Jesucristo quien, explica y da sentido a todo el misterio de la vida humana
desde su condición de perfecto Dios y hombre a la vez. Todo lo que con
propiedad responde a la naturaleza humana tiene que ver con Aquel de cuyas
manos un día ha salido y está llamado un día en sus manos retornar.
La llamada que han
recibido está litúrgicamente manifestada por el hecho que han ingresado
separadamente, mostrando con ello que hasta ahora han sido individualmente
benditos por el Señor, mas concluida la celebración, saldrán juntos, con un
mismo paso, un mismo sentir, una misma fe y un mismo gozo, porque al instante
del mutuo consentimiento las almas serán fundidas por la bendición de Dios,
según enseñó Nuestro Señor al momento de ser consultado sobre la
indisolubilidad del vínculo matrimonial: “Ya
no son dos sino que son uno solo”.
El matrimonio no es
vínculo de dos individualidades, sino la unidad de dos almas por lo que a
partir de hoy subsiste un proyecto de vida que incluye para siempre el “nosotros” y “lo nuestro”.
Ciertamente en una
sociedad donde el “yo” es endiosado,
el carácter de pertenencia parece estar encerrado en las cuatro paredes de
nuestra sola existencia, por lo que el individualismo conlleva a imponer los
criterios, los gustos, y las opciones personales sobre el resto.
En cambio, el santo matrimonio
tiende a compartir, a complementar, a entregar…a salir del mundo encerrado del “yoisismo” y del “miismo” –perdonando la expresión- para asumir con el Evangelio en
la mano que el camino para alcanzar la mutua bienaventuranza pasa por hacer
feliz, por encontrar a quien el Señor ha puesto en este caminar, como huella
legible de la voluntad de Dios.
Cada esposo ha de ser -a
partir de hoy- un verdadero intérprete
del amor de Dios, lo cual sólo es posible a la luz de la fe. Por esto recurren
a los pies del altar, implorando por la unidad indisoluble de este santo matrimonio.
Vocación
a servir mutuamente.
CURA JAIME HERRERA |
Para nadie es novedad que
lo que ambos hacen hoy forma parte de una minoría. De cada tres parejas
que viven juntas, sólo una de ellas llega a los altares. Por esto, como
creyentes saben que no es un acto audaz ni meramente un formulismo social lo
que estamos realizando sino que responde
a la convicción de creyentes, que
compartiendo un sincero amor a Dios, imploran su bendición para hacer de la
vida venidera un acto de servicio en vistas a imitar a Jesucristo quien nos enseña
que: “Nadie tiene amor más grande, que el
que da la vida por los suyos”.
¿Qué implica dar la vida?
Eventualmente, no es hacerlo por el camino
del martirio, sino por medio de la entrega permanente, aquella que no sobresale
ni es destacada, sino que se desarrolla en la vida de cada día, que pasa como
desapercibida a los ojos del mundo, que “despacito”
como la canción que bailarán mas tarde, no delata grandeza porque lo ofrece silente y eficazmente a Dios que todo lo ve y todo lo
conoce.
Una antigua plegaria,
sacada de textos de santos, señala “Cristo
no tiene manos…no tiene pies…no tiene voz…no tiene ojos…no tiene oídos…porque
ha querido tener los tuyas”. Es una hermosa meditación que se puede aplicar
a la vida que, los novios…esposos en
unos instantes, vivirán para siempre.
“Cristo
no tiene manos”: Dice un antiguo refrán: “Una mano lava la otra”, para explicar
la necesidad que tenemos unos de otros, y nadie parece ser tan insustituible o
necesario. Pues bien, el matrimonio es de dos…no es lo mío, lo tuyo, y lo de ellos, lo que importa –ahora-
es lo nuestro, para lo cual, vuestras manos tan expresivas para entregar muestras
de amistad, de fuerza, y de seguridad no olvidaran que ambos están llamados a
ser uno para el otro una “caricia de Dios”.
“Cristo
no tiene pies”: Una antiguo verso de Antonio Machado
recuerda: “Caminante no hay camino se
hace camino al andar”. Los pies les llevan a recorrer muchos lugares, les permiten
trasladarse, percibiendo con ello que no
pueden quedarse instalados en la vida, como pensando ya todo lo hemos hecho, ya
todo lo hemos conocido. Cristo quiere llegar a muchas personas con vuestro
caminar juntos hacia la santidad, por lo que el solo hecho de permanecer unidos
constituye en sí un eficaz apostolado. El mejor apóstol de un matrimonio es
otro matrimonio que se esfuerza por permanecer fieles sobre las dificultades.
“Cristo
no tiene voz”: Aprendan a comunicarse todo lo que sienten,
aquello que les agrada y les molesta, pues Cristo quiere hablar por medio
vuestro no sólo a los que están a vuestro alrededor como verdaderos apóstoles
sino para incentivar las buenas acciones, encender los mejores propósitos y enmendar los eventuales
errores y pequeñeces. La corrección
fraterna entre los esposos es tan necesaria como lo es en la vida al interior de
los conventos, a fin de cuentas, ambos están igualmente consagrados y son primeramente pertenencia de Dios.
A este respecto no olviden
preguntar, no actuar pensando por el otro, sino que el debido respeto se
mostrará en la consideración oportuna y permanente que se tengan. El actual
Sumo Pontífice aconsejando a los novios les decía hace unos años que
preguntaran “¿puedo?” con el fin de
no imponerse sobre el ser amado.
“Cristo
no tiene ojos”: Procurarán estar atentos a las
necesidades y gustos, esforzándose por anticiparse en consentir hasta en los
más, insignificantes detalles, ¡No los
hay entre amantes! pues “la caridad es
atenta”, y por lo tanto, no sólo
espera verse requerida o interpelada sino que es diligente y hasta audaz en servir.
Un conocido autor escribía: “El amor no
consiste en mirar al otro, sino en mirar juntos lo mismo” (“Tierra
de Hombres”, Antoine de Saint-Exupéri, 1939).
“Cristo
no tiene oídos”: En una sociedad “ruidosa”, más
facilitadora al hablar que al escuchar, se suele olvidar lo que la misma naturaleza indica:
dos oídos para escuchar… una boca para hablar. Entonces, la sana complicidad
exige que ambos conversen con frecuencia de lo divino y de lo humano, no
cayendo en la superficialidad de la novedad,
sino abriendo la mirada y las palabras hacia la vida presente desde la
perspectiva de la Bienaventuranza eterna a la cual están llamados.
Imploremos a la Sagrada
familia de Nazaret por vuestra mutua fidelidad y felicidad para siempre. ¡Que Viva Cristo Rey!
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