TEMA : “HUMILDAD AL CORREGIR Y SER CORREGIDO”.
FECHA: HOMILÍA VIGÉSIMO
TERCER DOMINGO /
AÑO 2020.
La
semana anterior vimos la severa reprimenda que hizo Jesús a Simón Pedro, luego
que este le insinuara que el camino de la cruz era un contrasentido. Jesús le
dijo: “Aléjate de mí Satanás, porque no
ves las cosas como Dios sino que las ves como los mundanos”. El consejo de
Pedro fue rechazado porque no se fundaba en el amor sino en otras
consideraciones, por esto, de inmediato les enseña a sus discípulos el camino
edificante de la corrección fraterna
que, sin duda forma parte de un
mandato de Jesús, por lo cual, debemos tenerlo como una exigencia en vistas
a alcanzar la perfección, la santidad.
Por
principio, el progresismo actual es renuente a corregir a los demás porque
suele transitar de lo inmoral a lo amoral, es decir, no se detiene en la lucha de lo bueno y malo sino que todo lo envuelve en el
relativismo para quien sólo importa lo que es, independiente de su bondad o
maldad.
La
consabida expresión inglesa “no problem”
y francesa de “laissez faire, laissez
passer” apuntan a un elemento común que relega la realidad objetiva de las
cosas y de nuestro actuar a un endiosamiento de la conciencia, tal como aconteció
en el paraíso terrenal, con lo cual, las expresiones como “!me gusta”, “tengo ganas”,
“lo siento”, “me nace” se alzan como definitivo argumento ante cualquier
situación.
El
juicio propio subyugado ante el subjetivo dictamen de quien, a nivel personal y
como entidad social, cierra sus oídos, sus ojos, su corazón y razón a
cualquier designio de Dios, revelado en la naturaleza y en la Sagrada
Escritura. Por lo que podemos preguntar: ¿Qué lugar tiene corregir a quien
yerra si acaso los actos humanos a nivel social e individual no son sujetos de
moralidad ni virtud?
De
igual modo: ¿Cómo implementar en este tiempo de abierta relajación de las
costumbres, de un declive evidente en la
vida moral y espiritual de la sociedad, el camino de corregir a quien subyace
en el error?
Convengamos
que el camino fácil es callar para no tener problemas diciendo casi como una
actitud digna de ser felicitada: “Yo no
me meto con nadie”. No tengo duda que
la gran mayoría estará de acuerdo con estas palabras, pero sabemos que Jesús no
guarda silencio ante la evidencia de un mal, ante la realidad de un pecado, si
bien, salvaguarda la necesaria
distinción entre quien comete la falta (persona) y el pecado mismo (mal).
El
episodio de la mujer adúltera es elocuente: “Yo
no te condeno, vete y procura no volver
a pecar”. En instancias que las leyes de entonces exigían ultimar por
lapidación a quien fuese sorprendido en una relación adúltera, nuestro Señor
derrama su corazón misericordioso en aquel momento donde reinaban los dedos acusadores y los puños cerrados, lo
cual, de la mano va con la viva exhortación que hace: “Esfuérzate por no volver por el camino del pecado”.
San
Agustín de Hipona nos legó unas expresiones fantásticas en medio de la
abundancia de sus escritos, una de ellas
es: “dureza con el pecado, largueza con
el pecador”. La indulgencia nace una vez que se ha verificado un mal y se
ha dado un signo de arrepentimiento y deseo de conversión.
La
tibieza a la hora de corregir constituye un grave error porque el guardar
silencio ante un mal es homologable al acto de no mirar (ceguera voluntaria) y,
sentencia bíblica es que: “un ciego no puede guiar a otro ciego”. El
mal ajeno no resulta inocuo para quien está llamado a corregir.
Ahora
bien, a lo enseñado por Jesús en vistas al camino de la corrección fraterna:
Primero hablar a solas, luego con dos
testigos, luego decirlo a la comunidad, y finalmente, considerarlo como un
pagano. Según esto, veamos qué elementos son importantes al momento de
considerar aplicar el mandato de la caridad por medio de la corrección fraterna
que invita Jesús en este día:
a). Quien ama corrige:
La caridad es la plenitud de la Ley. Habitualmente existe como un “resquemor” al referirse a la “ley” como
una realidad al margen de la vida interior, por lo cual, se suele oponer la ley
al espíritu, más, una fe enraizada en
Cristo nos debe conducir hacia una vida
espiritual madura, en la que se haga
realidad lo dicho por Jesús: “no he
venido a abolir la ley, sino a darle un pleno cumplimiento”. ¿Qué implica
esa plenitud?
Todos
los días de estos últimos diez meses he viajado ida y regreso desde la ciudad
de Viña del Mar hasta Valparaíso, y he percibido cómo las infracciones del tránsito
aumentan en número, flagrancia y gravedad, ante la falta de vigilancia y
presencia del personal que corresponde por las razones evidentes de estar sobre
exigidos a causa de la pandemia. El punto es que si, muchas personas, no ven
control –entonces- hay descontrol vehicular, si no está la policía midiendo
nuestra conducta caemos en el libertinaje, lo que es síntoma de una mala
formación.
Nuestra
visión de creyentes, atendida la invitación del Señor, nos debe conducir a tener una visión positiva
del precepto de la caridad, toda vez
que ocupa un lugar de privilegio en la enseñanza de Jesús. En primer lugar,
cuando se acerca un joven a preguntar qué hacer para lograr la bienaventuranza,
le dice la importancia de una caridad gratuita, donde la medida aplicada sea
que no tenga medida alguna (la medida del amor es amar sin medida).
En
efecto, la caridad implica desprenderse de lo que poseemos incluida, aquella pretensión ilusa de “llevarse
bien con todos” (nunca quedas mal con nadie), al precio –en ocasiones- de
no decir toda la verdad, de no exigir coherencia entre la fe y la vida, en no
valorar identificarnos con el Señor en ambientes adversos, bajo el pretexto de atribuir
a Dios sea en su misericordia y paciencia la culpa de nuestra cobardía a la
hora de ir a la corrección fraterna.
¿Quién
soy yo para callar lo que Cristo quiere decir por medio de nuestro apostolado?
¿Cómo amordazar a Cristo que incluso a sus amigos corrigió con severidad y
claridad? ¿Olvidamos que a Simón Pedro denominó Satanás y al apóstol Felipe indicó que llevaba tanto tiempo y no le
conocía aún o, cuando, en medio del Huerto de los Olivos les enrostró
que preferían dormir a estar en plegaria vigilante junto a Él?
Quien
se abstiene por “prudencia”, “conveniencia” o “respeto humano” por corregir fraternalmente es un deudor (Romanos
XIII, 8), adquiriendo
una morosidad con Dios que quiere que
su Palabra llegue por medio de esta obra de misericordia, lo cual, puede ser tenido –por lo menos- como parte de
los pecados de omisión hasta llegar a ser una negligencia culposa en materia
grave.
Dice la Santa Biblia: “Yo reprendo y castigo a los que amo” (Apocalipsis III, 19). Por tanto, el acto de no hacerlo es signo de menosprecio y abandono, sabiendo que el nombre de Dios es nuestro Padre, que nos ama y corrige a lo largo de toda nuestra vida. Como Padre que nos ama, Dios nos corrige a lo largo de la vida
b). Seguimiento a la corrección:
Algunas virtudes llegan al peldaño anterior del que logra la perseverancia. Tal
como acontece en una obra de arte, o una pieza musical, la última nota de la
sinfonía, el último brochazo en un óleo, el último golpe en la escultura logran
la “obra maestra”, más, el no hacerlo deja a esa obra como “mocha” e inconclusa. Por ello, si la
causa de la corrección es porque se ama de verdad entonces, no debemos desistir en el empeño por conseguir
el cambio de una persona cuando se trata de algo tan fundamental como es la
salvación.
Es
fruto del amor la perseverancia en la corrección fraterna, donde quien es
sujeto de la corrección como el que es objeto de ella, perciben finalmente, la bondad y necesidad de esta obra de
misericordia espiritual enseñada por el mismo Jesús toda vez que, por medio de ella, nos damos cuenta de lo que falla en nuestra
vida.
Solemos
decir: “Cuatro ojos ven más que dos”,
y “uno no es juez de sus propia causa”,
por lo que, la ayuda de corregir
caritativamente a quien está mal, es un imperativo para el creyente que debe
sobreponerse al reinado imperante de multitud de los falsos respetos humanos.
El
hecho de ser oportuna y caritativamente corregido acrisola el orgullo que
aumenta ante la falta de quien nos diga que vamos mal en algo, que no estamos
actuando bien. La virtud de la humildad debe hacernos descubrir que aquel que nos ayuda por medio de la
corrección fraterna no es alguien que nos quiere dañar sino más bien, se trata
de una eficaz ayuda en el camino de
perfección y santidad. Por esto, cuando es el amor lo que hace ir donde alguien
está equivocado en materia fundamental, quien recibe la corrección percibe que permanece
en un error y, el orgullo declina para se
alce la virtud de la humildad de reconocer y agradecer, elementos que son
genuinamente cristianos.
La
Corrección Fraterna nos ayuda a mejorar porque tomamos conciencia que otros se
han dado cuenta de nuestro error. Cuando un automóvil tiene una falla en su
funcionamiento a veces no nos damos cuenta de un ruido que otra persona sí
puede percibir y saber dónde está la falla, de modo semejante pasa con nuestro
camino de santidad, en ocasiones a causa de nuestra superficialidad, por
acostumbramiento, o por mala formación, no evidenciamos un error, una falla, un
pecado, una imperfección que si otros se pueden dar cuenta con facilidad.
c). Sin rezar no corregir: Cuando
Jesús pide algo que sabe que nos va a costar siempre nos invita a recordar la
necesidad de orar. De manera especial, al referirnos a la corrección fraterna que
exige una disciplina interior muy segura, toda vez que, es un medio de caridad que supone el
cumplimiento de muchas otras virtudes. No se trata de decir: “iré a corregirlo”, porque al igual que en otras materias, se
requiere de nuestra oración para colocar en las manos de Dios las palabras y
acciones más oportunas, para que el consejo dado no se realice de manera
precipitada ni tardíamente, más bien oportunamente, según el querer de Dios.
En
medio de la Novena de la Natividad de la Virgen, imploramos que Ella interceda
por nuestra Patria, en orden a iluminar la conciencia moral con las gracias que
su Hijo y Dios no le niega, para que la grandeza de haber obtenido nuestra independencia y libertad en este Mes
repercuta en el bien espiritual y material de cada uno de sus habitantes
recordando que “en vano se cansan los
albañiles si el Señor no construye la casa”. Amén.
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