domingo, 20 de septiembre de 2020

 TEMA  :     “HUMILDAD AL CORREGIR Y SER CORREGIDO”.

FECHA: HOMILÍA  VIGÉSIMO  TERCER  DOMINGO   /   AÑO   2020.

La semana anterior vimos la severa reprimenda que hizo Jesús a Simón Pedro, luego que este le insinuara que el camino de la cruz era un contrasentido. Jesús le dijo: “Aléjate de mí Satanás, porque no ves las cosas como Dios sino que las ves como los mundanos”. El consejo de Pedro fue rechazado porque no se fundaba en el amor sino en otras consideraciones, por esto, de inmediato les enseña a sus discípulos el camino edificante de la corrección fraterna  que, sin duda forma parte de un mandato de Jesús, por lo cual, debemos tenerlo como una exigencia en vistas a  alcanzar la perfección, la santidad.

Por principio, el progresismo actual es renuente a corregir a los demás porque suele transitar de lo inmoral a lo amoral, es decir,  no se detiene  en la lucha de lo bueno y  malo sino que todo lo envuelve en el relativismo para quien sólo importa lo que es, independiente de su bondad o maldad.

La consabida expresión inglesa “no problem” y francesa de “laissez faire, laissez passer” apuntan a un elemento común que relega la realidad objetiva de las cosas y de nuestro actuar a un endiosamiento de la conciencia, tal como aconteció en el paraíso terrenal,  con lo cual,  las expresiones como “!me gusta”, “tengo ganas”, “lo siento”, “me nace” se alzan como definitivo argumento ante cualquier situación.

El juicio propio subyugado ante el subjetivo dictamen de quien, a nivel personal y como entidad social,  cierra  sus oídos, sus ojos, su corazón y razón a cualquier designio de Dios, revelado en la naturaleza y en la Sagrada Escritura. Por lo que podemos preguntar: ¿Qué lugar tiene corregir a quien yerra si acaso los actos humanos a nivel social e individual no son sujetos de moralidad ni virtud?

De igual modo: ¿Cómo implementar en este tiempo de abierta relajación de las costumbres, de un declive  evidente en la vida moral y espiritual de la sociedad, el camino de corregir a quien subyace en el error?

Convengamos que el camino fácil es callar para no tener problemas diciendo casi como una actitud digna de ser felicitada: “Yo no me meto con nadie”.  No tengo duda que la gran mayoría estará de acuerdo con estas palabras, pero sabemos que Jesús no guarda silencio ante la evidencia de un mal, ante la realidad de un pecado, si bien,  salvaguarda la necesaria distinción entre quien comete la falta (persona) y el pecado mismo (mal).

El episodio de la mujer adúltera es elocuente: “Yo no te  condeno, vete y procura no volver a pecar”. En instancias que las leyes de entonces exigían ultimar por lapidación a quien fuese sorprendido en una relación adúltera, nuestro Señor derrama su corazón misericordioso en aquel momento donde reinaban los  dedos acusadores y los puños cerrados, lo cual, de la mano va con la viva exhortación que hace: “Esfuérzate por no volver por el camino del pecado”.

San Agustín de Hipona nos legó unas expresiones fantásticas en medio de la abundancia  de sus escritos, una de ellas es: “dureza con el pecado, largueza con el pecador”. La indulgencia nace una vez que se ha verificado un mal y se ha dado un signo de arrepentimiento y deseo de conversión.

La tibieza a la hora de corregir constituye un grave error porque el guardar silencio ante un mal es homologable al acto de no mirar (ceguera voluntaria) y,  sentencia bíblica es que: “un ciego no puede guiar a otro ciego”. El mal ajeno no resulta inocuo para quien está llamado a corregir.

Ahora bien, a lo enseñado por Jesús en vistas al camino de la corrección fraterna: Primero hablar  a solas, luego con dos testigos, luego decirlo a la comunidad, y finalmente, considerarlo como un pagano. Según esto, veamos qué elementos son importantes al momento de considerar aplicar el mandato de la  caridad por medio de la corrección fraterna que invita Jesús en este día:

a). Quien ama corrige: La caridad es la plenitud de la Ley. Habitualmente existe como un “resquemor” al referirse a la “ley” como una realidad al margen de la vida interior, por lo cual, se suele oponer la ley al espíritu, más,  una fe enraizada en Cristo nos debe conducir hacia  una vida espiritual madura,  en la que se haga realidad lo dicho por Jesús: “no he venido a abolir la ley, sino a darle un pleno cumplimiento”. ¿Qué implica esa plenitud?

Todos los días de estos últimos diez meses he viajado ida y regreso desde la ciudad de Viña del Mar hasta Valparaíso, y he percibido cómo las infracciones del tránsito aumentan en número, flagrancia y gravedad, ante la falta de vigilancia y presencia del personal que corresponde por las razones evidentes de estar sobre exigidos a causa de la pandemia. El punto es que si, muchas personas, no ven control –entonces- hay descontrol vehicular, si no está la policía midiendo nuestra conducta caemos en el libertinaje, lo que es síntoma de una mala formación.

Nuestra visión de creyentes, atendida la invitación del Señor,  nos debe conducir a tener una visión positiva del precepto de la caridad, toda vez que ocupa un lugar de privilegio en la enseñanza de Jesús. En primer lugar, cuando se acerca un joven a preguntar qué hacer para lograr la bienaventuranza, le dice la importancia de una caridad gratuita, donde la medida aplicada sea que no tenga medida alguna (la medida del amor es amar sin medida).

En efecto, la caridad implica desprenderse de lo que poseemos incluida,  aquella pretensión ilusa de  “llevarse bien con todos” (nunca quedas mal con nadie), al precio –en ocasiones- de no decir toda la verdad, de no exigir coherencia entre la fe y la vida, en no valorar identificarnos con el Señor en ambientes adversos, bajo el pretexto de atribuir a Dios sea en su misericordia y paciencia la culpa de nuestra cobardía a la hora de ir a la corrección fraterna.

¿Quién soy yo para callar lo que Cristo quiere decir por medio de nuestro apostolado? ¿Cómo amordazar a Cristo que incluso a sus amigos corrigió con severidad y claridad? ¿Olvidamos que a Simón Pedro denominó Satanás y al apóstol  Felipe indicó que llevaba tanto tiempo y no le conocía aún o,  cuando,  en medio del Huerto de los Olivos les enrostró que preferían dormir a estar en plegaria vigilante junto a Él?

Quien se abstiene por “prudencia”, “conveniencia” o “respeto humano” por corregir fraternalmente es un deudor (Romanos XIII, 8),  adquiriendo una morosidad con Dios que quiere que su Palabra llegue por medio de esta obra de misericordia, lo cual,  puede ser tenido –por lo menos- como parte de los pecados de omisión hasta llegar a ser una negligencia culposa en materia grave.

Dice la Santa Biblia: “Yo reprendo y castigo a los que amo” (Apocalipsis III, 19). Por tanto,  el acto de no hacerlo es signo de menosprecio y abandono, sabiendo que el nombre de Dios es nuestro Padre, que nos ama y corrige a lo largo de toda nuestra vida.  Como Padre que nos ama, Dios nos corrige a lo largo de la vida

b). Seguimiento a la corrección: Algunas virtudes llegan al peldaño anterior del que logra la perseverancia. Tal como acontece en una obra de arte, o una pieza musical, la última nota de la sinfonía, el último brochazo en un óleo, el último golpe en la escultura logran la “obra maestra”, más,  el no hacerlo deja a esa obra como “mocha” e inconclusa. Por ello, si la causa de la corrección es porque se ama de verdad entonces,  no debemos desistir en el empeño por conseguir el cambio de una persona cuando se trata de algo tan fundamental como es la salvación.

Es fruto del amor la perseverancia en la corrección fraterna, donde quien es sujeto de la corrección como el que es objeto de ella, perciben finalmente,  la bondad y necesidad de esta obra de misericordia espiritual enseñada por el mismo Jesús toda vez que,  por medio de ella,  nos damos cuenta de lo que falla en nuestra vida.

Solemos decir: “Cuatro ojos ven más que dos”, y “uno no es juez de sus propia causa”, por lo que,  la ayuda de corregir caritativamente a quien está mal, es un imperativo para el creyente que debe sobreponerse al reinado imperante de multitud de los falsos respetos humanos.

El hecho de ser oportuna y caritativamente corregido acrisola el orgullo que aumenta ante la falta de quien nos diga que vamos mal en algo, que no estamos actuando bien. La virtud de la humildad debe hacernos descubrir  que aquel que nos ayuda por medio de la corrección fraterna no es alguien que nos quiere dañar sino más bien, se trata de una eficaz ayuda  en el camino de perfección y santidad. Por esto, cuando es el amor lo que hace ir donde alguien está equivocado en materia fundamental, quien recibe la corrección percibe que permanece en un error y,  el orgullo declina para se alce la virtud de la humildad de reconocer y agradecer, elementos que son genuinamente cristianos.

La Corrección Fraterna nos ayuda a mejorar porque tomamos conciencia que otros se han dado cuenta de nuestro error. Cuando un automóvil tiene una falla en su funcionamiento a veces no nos damos cuenta de un ruido que otra persona sí puede percibir y saber dónde está la falla, de modo semejante pasa con nuestro camino de santidad, en ocasiones a causa de nuestra superficialidad, por acostumbramiento, o por mala formación, no evidenciamos un error, una falla, un pecado, una imperfección que si otros se pueden dar cuenta con facilidad.

c). Sin rezar no corregir: Cuando Jesús pide algo que sabe que nos va a costar siempre nos invita a recordar la necesidad de orar. De manera especial,  al referirnos a la corrección fraterna que exige una disciplina interior muy segura, toda vez que,  es un medio de caridad que supone el cumplimiento de muchas otras virtudes. No se trata de decir: “iré a corregirlo”, porque al igual que en otras materias, se requiere de nuestra oración para colocar en las manos de Dios las palabras y acciones más oportunas, para que el consejo dado no se realice de manera precipitada ni tardíamente, más bien oportunamente,  según el querer de Dios.

En medio de la Novena de la Natividad de la Virgen, imploramos que Ella interceda por nuestra Patria, en orden a iluminar la conciencia moral con las gracias que su Hijo y Dios no le niega, para que la grandeza de haber obtenido nuestra  independencia y libertad en este Mes repercuta en el bien espiritual y material de cada uno de sus habitantes recordando que “en vano se cansan los albañiles si el Señor no construye la casa”. Amén.

¡Que Viva Cristo Rey!

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