TEMA : “MENTE ABIERTA PARA AMAR Y OBEDECER A DIOS”.
FECHA: HOMILÍA DOMINGO VIGÉSIMO SEGUNDO
AGOSTO 2020
“Tus pensamientos no son los de Dios sino los de los
hombres”. Dura
expresión del Señor Jesús hacia aquel que horas antes recibió el encargo de
apacentar las ovejas siendo piedra de apoyo y no un corcho que baile al oleaje
de los tiempos y poderes de este mundo.
Esta expresión fue precedida por una aún más fuerte: “apártate de mí Satanás”, lo que todo bautizado debe meditar hasta qué punto la mayor cercanía con Jesucristo implica un mayor grado de compromiso y responsabilidad. ¡Con Dios nadie puede jugar!
¿Qué
criterios podemos tener para
discernir correctamente esta invitación que nos hace el Señor?
a).
“Escuchar al Señor”: A diferencia de
otras épocas la actual carece del aroma de
Dios a nivel social, más bien, subyace
un elemento putrefacto que se esparce por las redes de una sociedad que en
ocasiones adquiere la forma de una “alcantarilla” más que “redes sociales”. En nuestra sociedad actual todo parece
importar menos lo que realmente lo es, llegando a converger determinados “paradigmas” del mundo secularizado
(globalismo ateo) con el neoliberalismo-sicologista
en amplios ambientes ad intra ecclesia, entre los cuales, el de los
autodenominados “consagrades” parece
ser su primera línea.
Por
medio de esto, se busca con denuedo todo
aquello que hace “ruido” y que mantiene
permanentemente ocupado, conduciendo a la vorágine de un activismo vacío, que
ocupa tiempo pero no satisface, que se presenta como fecundo pero en el fondo
es estéril…que hace mucho sin hacer nada….mucha
obra social sedienta de vida espiritual…mucha misión sin pasión.
Este
es, en parte, el origen del drama del creyente en sociedad hoy, que prefiere
escuchar los dictámenes de las mayorías volátiles, que quema incienso a lo
creado olvidando de hacerlo hacia su Creador como tantas veces los salmos y
profetas lo señalaron en un lenguaje tan figurado como es menester recordar una
vez más: “Sus ídolos son de plata y oro
obra de mano de los hombres: Tienen boca
, y no hablan; ojos, y no ven; orejas, y no oyen; narices, y no huelen; sus
manos no palpan, sus pies no andan; no sale de su garganta un murmullo.
Semejantes a ellos serán los que los hacen, y todos los que en ellos confían”
(Salmo CXV, 4-8).
¿Será
ésta la causa de verificar una pastoral que parece llenarse de protocolos para abrir “por goteo” los templos habiendo emitido
sólo un párrafo para cerrarlos “a
raudales”?
¿Será
acaso esto el real querer de Dios? O más bien, puede ser parte de la mirada
solapada, “con chanfle”, o “ladina”, de quienes obsecuentes hacia
una ideología liberacionista, fuertemente desplegada en Chile desde la década
del sesenta, han preferido el servilismo al mundo antes que el servicio al Único
y Verdadero Señor por quien sí vale la pena vivir y arriesgarlo todo?
La
severa reprimenda que hoy hace Nuestro Señor a Simón Pedro, que no dudo algún
exégeta renombrado traducirá como un
simple consejo, es una llamada a cada uno de nosotros en
orden a escuchar al Señor, a dejarle hablar en nuestro corazón y en nuestra
vida, incluida la que se despliega en sociedad evitando tantos complejos como
falsos respetos humanos.
Mas
aquí (en Chile) los católicos amordazamos
a Dios para que permanezca mudo, para
que su voz no tenga repercusión alguna en la vida social excepto en lo referente
a aquello que no resulte molesto como perdonar hasta setenta veces siete, comer y beber su Cuerpo y
Sangre en cada Eucaristía, medir a los demás con la medida de Dios para ser
tratados en misericordia, cargar con la cruz de cada día, visitar al que está
detenido, dar de comer al que tiene hambre, o anunciar la necesidad de la
conversión de vida por medio del apostolado.
b). “El Señor lo llevó aparte, a solas”: Toda
oración implica siempre un cierto grado de “aplicarse”
o “focalizarse” –dirán algunos- , es
decir, de apartarse de lo que nos
resulta habitual, para centrarse en el amor de Dios y simplemente conversar con
Él, asumiendo que a ese encuentro más vamos a escuchar su voz que a repetir la
nuestra.
Esto
hace que nuestra sociedad deba aprender lo que es orar para saber que nuestra
naturaleza está dotada de dos orejas y una boca para escuchar más de lo que
decimos, asumiendo que en el camino de la oración las alas de la alabanza y
adoración han de ir a la par con las de la súplica y petición. Una vida
espiritual madura, que no dice relación con la dimensión etaria, no deja de
exponer lo que necesita reconociendo la grandeza, y la primacía de la voluntad
de Dios en nuestra vida orante, tanto a nivel personal como comunitario.
Particular
énfasis damos al valor que tiene la oración litúrgica, en este tiempo de pandemia
muy postergada, con toda la sublimidad que encierra, con la riqueza bimilenaria de textos nutrientes tanto de la Sagrada Escritura
como de la vida orante de los Santos.
Esa experiencia concede a cada parte del Misal a erigirse como trampolín
eficaz para aprender en la escuela
más segura de oración, donde la que la voz tenue del Espíritu Santo parece
resonar con fuerza en cada corazón.
c). “Negarse a sí mismo”: Sin
duda entre los criterios reinantes en la vida actual, está la centralidad del hombre
como fin de todo, lo que conlleva dos elementos que la develan inequívocamente:
el individualismo y el egoísmo. Ambos guían la conducta particularmente de las
generaciones más jóvenes, donde el voluntariado gratuito, -no sólo de lo
pecuniario sino de todo lo relacionado a la fama y lo lúdico- cada vez parece ubicarse entre las especies
en extinción.
Y
es algo evidente porque la falta de fe en Dios y de reconocimiento de su
primacía lleva al hombre a encerrarse en sí mismo olvidando que sólo el amor a
Dios libera a cada creyente de la cárcel del egoísmo haciendo de la realeza de
Cristo una rareza en nuestros días.
Quien
se “niega a sí mismo” es capaz de dar
sentido pleno a su vida, a cada momento que vive asumirlo como una oportunidad
para hacer algo meritorio por amor a Dios, y en consecuencia, en beneficio de
los que están a su alrededor procurando estar atento a las diversas necesidades
espirituales y materiales, anticipándose a sus requerimientos, salvaguardando
su dignidad desde la gestación hasta la muerte natural, nutriendo de
espiritualidad la sociedad de la que forma parte, y se sabe parte en vistas a
procurar que siempre Reine el Rey.
d). Tomar la cruz: Luego
de los milagros y hermosas palabras de reconocimiento en Cafarnaúm que
conocimos la semana anterior, donde todos estaban felices por lo dicho a Simón
Pedro, en orden a que nunca el mal prevalecerá sobre la Iglesia, lo señalado
por Jesús vino literalmente a “aguarles
la fiesta” de la lógica que no acababan de desprenderse. ¿Para qué tomar el
signo ignominioso de los condenados por los mayores crímenes como estandarte de
vida? ¿Qué sentido tendría “tomar un crucifijo”? ¿Para qué sufrir si puedo gozar? Indudablemente, el camino de perfecta
configuración con el Señor Jesús pasa por ir con Él por la senda que recorrió.
¡Por medio del atajo “negacionista”
del calvario simplemente no se llega al
cielo!
e). Seguir a Jesucristo: Es
lo que hicieron los apóstoles y lo que han hecho particularmente los santos
mártires que prefirieron vestirse con la indumentaria moral del profeta
Jeremías que hemos escuchado en la Primera Lectura que con el disfraz de bufón
de las cortes del liberalismo y progresismo. Notable lección del joven Jeremías
que reconoce ser “la irrisión (burla) cotidiana:
todos me remedan (parodia)” (v8),
mas ello constituye un anticipo de lo
que luego enseña el Apóstol en la Segunda Lectura respecto del seguimiento fiel a Cristo: “No os acomodéis al mundo presente, antes
bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis
distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable y lo perfecto”
(Romanos XII, 2).
f). Perder la vida por amor al Señor: El
último punto nos refiere a nuestra Madre del Cielo,
aquella que en la antigüedad se solía representar con el motivo iconográfico de
la odighitria
es decir, la que (con su mano derecha) nos
indica el camino. Ese es el papel de nuestra madre de guiar, abrir senderos,
encaminar con sabiduría, suavidad y
constancia, tal como lo hace la Virgen con cada uno y con la Iglesia,
cumpliendo la misión encomendada por Jesús en la Cruz: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, a la vez que tomando morada en el
hogar del joven apóstol Juan Evangelista que “la recibió en su hogar”.
Por
singular designio de Dios –que siempre es libre para hacer el bien que quiera-
fue la Virgen la que desde el amanecer de su vida fue capaz de donar su vida,
por lo que no solo es el mejor ejemplo que podemos tener sino la más eficaz
intercesora para obtener cuanto requiere nuestra alma para crecer en santidad,
de modo especial, sintoniza con el que deposita todo su interés por cumplir la
voluntad de Dios.
Lo
anterior conduce al creyente a una disposición permanente de servicio hacia los
demás, con el claro propósito de ser un medio facilitador de la bendición de
Dios preferencialmente hacia quienes deambulan en el cruce de caminos entre la nostalgia de lo sagrado esquina
pesadumbre del egoísmo.
Para
ello, vemos que como toda madre, la Virgen ejerce una eficaz e insustituible
mediación en orden a sacar “brillo” a
aquellos talentos concedidos por el Señor, los cuales, de suyo, son dados para bien toda la Iglesia, por lo
que así como la madre “saca el trote”
a sus hijos en orden al cumplimiento de los deberes, la Madre del Cielo lo hace
respecto a la abnegación, entrega y sacrificio, realidades tan postergadas
frecuentemente en el léxico y cultura actual. Por esto, Jesús indica que “aquel que pierda su vida –por su causa- la encontrará”,
y es –precisamente- lo que celebramos hace unos días cuando contemplamos el
misterio de la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma a los cielos, recibiendo el
premio de la bienaventuranza…ganando lo que perdió. Una vez más, pedimos a
nuestra Madre Santísima la gracia de la perseverancia, particularmente en este
tiempo. ¡Que Viva Cristo Rey! Amén.
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