miércoles, 30 de septiembre de 2020

TEMA  :  “HEMOS DE SERVIR A UN SEÑOR QUE NO SE MUERE”.

FECHA: HOMILÍA DOMINGO XXVI° TIEMPO COMÚN  /  AÑO 2020

Luego del “deslumbrar” de tres milagros, y de las novedosas exigencias que implica el seguimiento a Jesucristo, que hacen implorar la ayuda eficaz para su fiel cumplimiento, en vistas a lo fundamental como es cumplir la voluntad del Padre que está en los cielos.

En la actualidad se suele evaluar todo desde el prisma estrictamente individual: ¿Me gusta? ¿Lo quiero? ¿Me conviene? ¿Lo siento? Sea para cualquier iniciativa, estas preguntan surgen invariablemente al momento de tomar una opción en la vida…para una elección vocacional, para un camino laboral, para un servicio a la comunidad, y hasta el extremo de incluir nuestra vida religiosa en esta perspectiva que conlleva la óptica de  una sociedad abierta.

El orgullo e individualismo exacerbado del que germinan la denominada open mind y una open society prescinden de la pregunta esencial que ha de hacerse todo creyente a la luz del Santo Evangelio  que hoy hemos escuchado: ¿Lo quiere Dios? Todo parece importar más a la hora de las decisiones que lo que entraña cumplir la voluntad de Dios, lo cual, para un católico ha de ser en cualquier circunstancia un imperativo. Si ello es así, entonces,  no hay recreo para hacer lo que Dios nos pide.

Como señalamos el domingo anterior, respecto de los evangelios antecedentes, en momentos donde Jesús se presentaba más exigente, en toda ocasión los doce apóstoles le pidieron que les fortaleciera en la oración y la gracia, puesto que,  se daban cuenta que sin estas “armas del alma” quedaban al arbitrio ciego del enclaustramiento de sus proyectos, intereses, deseos, y pasiones, olvidando totalmente que imitar al Señor incluía hacerlo en  priorizar cumplir la voluntad de Dios y no la nuestra. Tengámoslo claro: Es a Dios al que debemos obedecer y no Dios obedecernos a nosotros.

La santidad, en consecuencia,  implica atribuir a Dios el origen de todas las cosas y situaciones, lo cual,  es causa de múltiples beneficios espirituales.

a). Todo por Dios y para Dios: Esto nos da paz y seguridad, toda vez que estando como greda en las manos de un alfarero, como madera en las de un tallador, o brocha en las de un  pintor, somos capaces por la vía de la docilidad en manos del artista,  ser instrumentos eficaces a la hora de la consecución de una obra de arte.

Una arcilla fosilizada, una madera petrificada, y un pincel gastado impiden al artista ejecutar su obra, del mismo modo, respecto de nuestra vida espiritual, el orgullo hace que el corazón nuestro esté de tal manera cerrado a la gracia, que quien llamado a ser parte de la obra de Dios –que vio todo era bueno- queda como confinado en el abandono a sus poderes, protocolos, historias donde la voz de Dios es relegada a ser nota disonante en el alzamiento de la fantasía de una “sociedad abierta” que encierra la mayor de las cerrazones, la más extendida de las persecuciones, y la más empobrecedora de las realidades como es dejar a Cristo de lado al momento de pensar, proyectar e implementar el desarrollo a nivel personal y social…

Una vez más repetimos…y las veces que sea necesario lo haremos: “En vano se cansan los albañiles si Dios no construye la casa”. Por esto, desear que todo sea para cumplir su voluntad nos atrae múltiples gracias y sobre todo,  nos fortalece en la seguridad en momentos donde,  la supuesta “sociedad abierta” nos ofrece incertidumbre, duda, cuestionamiento y un temor ambiental que en esta hora última del mundo resulta de suyo innegable.

b). Mortificación y penitencia: La acción de cumplir lo que Dios quiere sobre nuestros deseos y gustos, implica un acto pleno de ofrecimiento a Dios y de configuración con el Señor Jesús en la vía a la que invita a caminar con Él: “Aquel que quiera seguirme  tome su cruz, y luego, sígame”.  No existe vida católica alguna que prescinda de la penitencia, ni es posible llegar a Jesucristo por algún atajo que reniegue de la Cruz. Es sorprendente cómo en la actualidad  persisten tantos creyentes por caminos espirituales y movimientos eclesiales que hacen  de la cruz un recuerdo de pared  y no el camino de su vida.

En la escuela infalible de la vida de los mártires en la Historia de la Iglesia,  encontramos muchos ejemplos de quienes ante la disyuntiva de obrar en consecuencia a la fe recibida prefirieron ser asesinados antes de negar una sola verdad de Dios.

Hace sólo una década una veintena de adultos jóvenes católicos coptos de Libia dieron su vida ante la persecución del abortado Estado Islámico. En el dramático video que sus verdugos filmaron se oye el suave susurro de los mártires al decir “Señor Jesucristo”. Para llegar a cumplir hasta ese punto la voluntad de Dios, sin duda no fue por medio de la improvisación sino de la permanente renuncia a si mismo por medio de  la aceptación de lo que el Señor les pedía cotidianamente.

Lleno de sí mismo, hastiado de satisfacer sus gustos, el hombre de mente abierta y partícipe de la autodenominada sociedad abierta, inequívocamente se ve imposibilitado de alcanzar una verdadera libertad a la que conlleva hacer lo que Dios quiere. El camino seguido por gran parte del mundo de hoy olvida que la “aritmética del cielo” enseña que mientras mas nos neguemos a nosotros (mismos)  más aceptaremos lo que Dios nos propone. Y ahí está el domicilio de nuestra realización.

c). Ofrenda a Dios: Hacer lo que Dios quiere es la mejor ofrenda hecha a Dios, lo cual,  durante la Santa Misa recordamos que ofrecemos a Dios junto a las especies eucarísticas del pan y vino, los trabajos y sufrimientos padecidos, y el anhelo de hacer todo grato a los ojos de Dios. En otros ámbitos ofrecemos “cosas” aquí,  es algo “personal” lo que se ofrece, no damos algo sino que nos ofrecemos a Dios al cumplir lo que Él quiere, esa es nuestra mayor victoria, nuestra primera necesidad, y la causa de toda alegría. En este sentido diremos que todo es poco cuando se trata de ofrecerlo a nuestro Señor en orden a los sacrificios. ...”Mi yugo es suave y mi carga liviana”, dijo Jesús.

d). Crecer en el amor a Dios: El amor no termina en palabras sino en obras. La experiencia nos enseña que aquello que más cuesta más se termina valorando, a mayor entrega mayor perfección, por lo que,  buscar hacer lo que Dios quiere es prueba veraz de amar a Dios, y además, implica crecer en perfección (/santidad). Recordemos el Mandato de la Caridad que leemos en San Pablo a los Corintos: La falta de amor diluye lo que a los ojos del mundo se presenta como bueno…si no hay amor nada somos ni tenemos.

Prueba del amor de Cristo es haber ido a la Cruz a pesar de la renuencia de su humana naturaleza: “si es posible pase de mi este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la Vuestra”.

Hace un instante señalamos que lo que cuesta poco se valora poco, lo que mucho cuesta, mucho se valora. Quien asume que todo lo que le pasa, todo lo que vive día a día, sea conocido o desconocido por los demás, implique lágrimas de dolor o de felicidad, se extienda por mucho o poco tiempo, si acaso descubre que todo viene de la mano de Dios, reconocerá que ahí está su felicidad y,  es capaz de ser el mejor constructor de una sociedad que incluye como prioridad a Dios en cada uno de sus proyectos.

 

Nuevamente recurrimos a la escuela segura de la vida de los Santos, por medio de los cuales, el Espíritu Santo susurra originalidad y perseverancia, especialmente en las horas de mayor prueba como son las que vivimos como Iglesia de un tiempo a esta parte. San Francisco de Borja llevó a la ciudad de Granada (España) el cuerpo inerte de la emperatriz, que era trasladado en ataúd de plomo. Al abrirlo develó el rostro más lúgubre e irreconocible de quien hasta hace unos días llevaba una hermosa corona. Ante ello, el Santo escribió: “Desde ahora propongo no servir a ningún otro señor  mas que se me pueda morir más que a Dios y su voluntad”.

El servicio como el activismo no garantiza estar obrando de manera virtuosa, como sí lo constituye el hacerlo por amor a Dios,  el seguimiento de su voluntad, de tal manera que,  la pregunta fundamental surge no por lo que hago sino por quién lo hago. Y aquí, si tenemos un ejemplo notable en nuestra Madre del Cielo que fue reconocida por su hijo y Dios como la que cumple en todo la voluntad del Padre que está en los cielos. Amén.

¡Que Viva Cristo Rey!


SU VIDA, SU PALABRA: ¡SEÑOR JESUCRISTO!

CATÓLICOS MÁRTIRES EN LIBIA                        
SAN FRANCISCO DE BORJA (ESPAÑA)              
¡HÁGASE EN MI SEGÚN TU VOLUNTAD!

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