viernes, 26 de noviembre de 2021

 

TEMA  :  “NO VAYAS TRAS TUS PASIONES, REFRENA TUS DESEOS”.

FECHA: MES DE MARIA  /  VIRTUD  DE  LA  TEMPLANZA   /  AÑO  2021

Es un hábito,  es decir,  una conducta reiterada y asumida, que “modera” el deseo de los diversos placeres, procurando el buen uso de los bienes creados.

Apunta esta virtud a dar cumplimento, desde Dios,  de lo indicado al comienzo de la revelación: “Creced y multiplicados” y luego: “Dominad la tierra y sometedla”, lo que implica que si fuimos creados luego del resto de la naturaleza estamos invitados a cuidarla diligentemente.

Como virtud, la templanza faculta a tomar “las riendas” de nuestros gustos y deseos. En el Antiguo Testamento se nos dice: “No vayas detrás de las pasiones, tus deseos refrena” (Sabiduría XVIII.30). La templanza nos asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos.

En todo orden de cosas se requiere la moderación de los sentidos, en nuestras mascotas el instinto tiene la última palabra en su actuar, pero,  en el hombre no pueden tener el punto final respecto de lo que debemos hacer. Nuestra vida no puede ser como la de un trompo que gira por la fuerza centrífuga y en el piso se mueve por la fuerza de gravedad.

Las diversas pasiones que toda persona posee, pueden y deben ser encaminadas mediante el ejercicio de la virtudes, especialmente de la templanza cuando se trata de los deseos, por ejemplo, el  de comer, de beber, de divertirse, o de hacer deporte. Puedo ser aficionado al deporte pero si quiero ser bueno debo regular tempranamente su ejercicio. En el plano alimenticio no podemos liberar la pasión de comer y desatar los nudos de los que nos gusta, por ejemplo, comiendo sólo un determinado alimento, pues finalmente enfermaríamos.

Algo semejante pasa con nuestra alma. Por ello, si queremos forjar el carácter y fortalecer la voluntad hay que recurrir a la gracia, la cual  supone y perfecciona la naturaleza. Debemos pedir a Dios la perseverancia en el ejercicio de la fortaleza puesto que una de las debilidades más características en la formación de nuestra Patria,  radica en el “espíritu consentidor” que busca satisfacer ilimitadamente lo que uno se vio privado, no exigiendo esfuerzo ni dedicación alguna en la vida cotidiana. En la base de pretender una vida de derechos sin deberes está la falta del ejercicio de la virtud de la templanza.

 

En la actualidad, se quiere todo fácil e inmediato, y bien sabemos que ni en la naturaleza ni en la vida espiritual es buena la bipolaridad. La virtud no ha de ser vista como un muro sino  –más bien- como un camino que encauza y regula nuestro avance, por lo que podemos gozar de los bienes dados por Dios de modo ordenado sin desviarnos del fin que es alcanzar la felicidad en una vida santa, iniciada aquí y que tendrá su plenitud en la Vida Eterna.

Solemos valorar a las personas cuando  tienen un “señorío”, que no es otra cosa que aquella capacidad de una regulación en su vida que les faculta para enfrentar imprevistos y dificultades por una parte, como también –la ausencia de templanza lleva a una vida cuyos excesos de toda índole afectan la vida, y hasta la salud.

La virtud de la templanza implica poseer un autodominio, al que la Biblia nos invita: “Por lo mismo, poned todo empeño en unir a su fe una vida honrada; a la vida honrada, el conocimiento; al conocimiento, el dominio de sí mismo; al dominio de sí mismo, la paciencia; a la paciencia, la religiosidad sincera; a la religiosidad sincera, el aprecio fraterno; y al aprecio fraterno, el amor. Pues si poseéis todas estas cosas, no quedaréis inactivos ni estériles en orden al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 San Pedro I, 5-7).

Templanza y trabajo: Un medio que resulta muy eficaz para la vivencia de la virtud de la templanza lo constituye el mundo del trabajo, incluido –por cierto- el ámbito de la educación, dónde la relación interpersonal nos ofrece muchas oportunidades para regular nuestros deseos en beneficio del prójimo. Decía San Juan Bosco que “la templanza y el trabajo son los mejores custodios de la virtud”. 

Templanza y caridad: La voluntaria moderación ante un placer puede subliminarse si de aquella privación somos capaces  de ir en auxilio de quien lo necesita. Una voluntaria privación que se ofrece constituye una verdadera liberación de aquellas pasiones y deseos que en ocasiones desean mantener esclava nuestra voluntad. Los diversos voluntariados existentes en la década del setenta y ochenta en Chile, que abarcaron múltiples campos, se caracterizaron por tener gran eficacia a la hora de servir porque subyacía la convicción que uno se privaba de algo propio, legítimo en bien de quienes con urgencia lo requerían. El individualismo de una sociedad pagana ha terminado con muchos voluntariados  porque resulta casi imposible que del desenfreno moral lleno en la vida personal tenga como fruto el bien de los que están a su alrededor.

Templanza y disciplina: No menor resulta el mundo donde la disciplina se vive como camino progresivo de formación. Habitualmente la familia es la primera fuente educativa donde se aprenden distintas normas disciplinares que resultan necesarios para la vida al interior del hogar, por ello  los padres de familia no pueden abstraerse de aplicar en justicia, con prudencia, con templanza, la disciplina en casa, lo cual,  no puede dejar de implementarse –sin grave daño al no hacerlo- en bien de quienes están formándose. Por esto, el mundo de la educación o invita a vivir positivamente la virtud de la templanza o termina esterilizando  todo proceso formativo, no hay posibilidad intermedia en este ámbito.

Nuestra Madre del Cielo, resulta imposible no verla como dueña de sí misma, con pleno señorío en cada uno de sus actos. Por esto,  la denominamos  “Nuestra Señora”. Etimológicamente “señorío” proviene de “Dominus”, que es el nombre con el cual reconocemos el poder de Dios mismo, de tal manera que, asociada la Virgen Madre al misterio de la redención desde el primer instante de la Encarnación del Verbo,  puede y ha de ser reconocido su señorío bajo el nombre de Nuestra Señora, y por la huella de Dios –el Señor- en todas sus palabras y en cada una de sus acciones.

Imploremos al Señor Jesús poder participar de cada una de las virtudes cardinales (morales) en este Mes de María, puesto que,  en la oración de inicio hemos dicho que “el mejor regalo de tus hijos son las virtudes”, una de la cuales es la de la templanza que hoy hemos recordado.

Los Invito en este noveno día del Bendito Mes de María a hacer oración: ¡Señor, concédeme la gracia de cdrecer cada dia a tu lado; envíame a tu santo nEspíritu para que mis efuerzos cotiodianos me lleven a ser mejor cristiano, a no dejarme llevare por lo negarivo, a que me venzan los caprichos y los deseos mundanos, a tomar aquello que no es agradablke a Dios! ¡Concédeme la gracia Señor, de dominar mis impulsos y ser siempre dieño de mi no dejándome vencer por las acechanzas del demonio! ¿Envíame, Señor, a tu Santo Espíritu para que sea siempre consecuente con mis pensamientos, palabras y acciones! ¡No permitas, Señor, que vaya siempre justificando mis actos y dando falsos pretextos cuando he hecho mal las osas o no simplemente no he actuado bien! ¡No permitas que mi voluntad venza por ello ayúdame, Señor,  a hacer la voluntad de tu Padre!

 

¡Concédeme Señor, la humildad para darme a los demás, para que sea consiente de mi pequeñez, de mis debilidades, de mi necesidad de Ti! ¡Dame el don del respeto al prójimo para valorarlo y no juzgarlo! ¿Permíteme tener siempre una conciencia recta que no navegue entre las olas del qué dirán!  ¡Ayúdame a comprender al prójimo, al que más cerca tengo, y dame la sabiduría para saber orientarle siempre en sus necesidades! ¡Concédeme la gracia de saber sacrificarme y mortificarme por Ti y por el prójimo! ¡Borra de mi corazón la soberbia y el egoísmo, mis comodidades, mis autosuficiencias, mi utilitario, mi permisividad, mi tibieza porque quiere acercarme más a Ti! ¡Ayúdame, Señor, a mantenerme siempre firme en mis principios y a controlar impere lo que pienso, lo que digo y lo que hago por mi propio bien y para honrarte a Ti y a los demás! ¡Bendíceme, Espíritu Santo, con esta valiosa virtud!

 

¡Que Viva Cristo Rey!



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