viernes, 26 de noviembre de 2021

 

TEMA   : “POR LA PRUDENCIA SABEMOS CUAL ES EL CAMINO”.

FECHA : DÍA CUARTO /VIRTUD DE LA PRUDENCIA / MES DE MARIA 2021

Durante este Mes de María estamos meditando las virtudes teologales y morales a la luz de la vida de la Virgen María, quien por haber sido revestido su corazón de toda gracia, pudo tener una vivencia permanente y plena de cada una de las virtudes, primero de las denominadas “virtudes teologales” que buscan directamente la perfección de nuestra amistad con Dios como son la fe, la esperanza y la caridad, y luego, en el ejercicio  de las llamadas virtudes cardinales que buscan una vida virtuosa hacia los demás procurando -con ello-la gloria de Dios.

En la antigua Roma, la avenida principal de una ciudad se llamaba “cardo”, hacia la cual todos los caminos llegaban y partían. Probablemente, de esto deviene parte del refrán: “Todos los caminos conducen a Roma”…Y, con seguridad viene la denominación de los “cuatro puntos cardinales: Norte, Sur Este, y Oeste”. ¿Por qué se llaman “cardinales” a las virtudes de la Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza? Porque como aquella avenida central, que era la columna vertebral de Roma, tales virtudes son el camino principal que conduce las numerosas demás virtudes cuyo número total llega a cincuenta, según Santo Tomás de Aquino.

¿Qué buscamos al crecer en una determinada virtud? Respondemos: “Procurar llegar a ser semejantes a Dios” (San Gregorio de Nisa). Pues,  si Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y teniendo en cuenta que Jesús en virtud de su encarnación y redención nos permite tener una segunda naturaleza, al hacernos hijos redimidos en Él y por Él, entonces,  todo nuestro actuar, nuestras palabras, y pensamientos han de buscar la mayor perfección que sólo mora en Dios. No podemos achatarnos en la búsqueda de la santidad, no debemos andar con pequeñeces en lo que se refiere a la búsqueda de identificarnos con Cristo. Quien está llamado a volar como las águilas no puede andar en la vida “a vuelo de gallineta”.

SAINT PETER´S SCHOOL CHAPLAIN

En la antigüedad se decía que esta virtud no se aprende por los libros sino conociendo a personas prudentes. Sólo la capta quien la vive. Es definida como “un hábito propio de la razón práctica”. Esto implica actuar de acuerdo a lo que es mejor en cada situación con el fin de conseguir el resultado deseado.

 

En todo momento debemos pensar en las consecuencias que nuestras palabras y acciones generan en las personas. Esta virtud nos ayuda a saber en qué momento hemos decir y actuar buscando el mayor bien posible, de la misma manera que nos permite evitar hacer el menor daño posible.

Para que nos escuchen bien es necesario ni gritar destempladamente ni susurrar de modo imperceptible, de modo semejante diremos que la virtud cardinal de la prudencia implica discernir  y optar en el aquí y ahora por lo mejor posible.

Quizás el ícono del ejercicio de la virtud de la prudencia en la vida de la Virgen María lo encontramos en el episodio de las Bodas en Caná de Galilea, donde interviene la Madre de Jesús con una claridad, oportunidad, firmeza que sorprenden desde hace dos milenios. ¡Cómo aquel primer milagro de Jesús fue precipitado por las palabras, silencios y espera de la Madre del Hijo!

La Virgen no se acercó a los novios, ni a los dueños de casa, ni a los mayordomos: Sólo se acercó a Jesús, y en privado expuso lo que a todas luces sería un bochorno para los esposos, que hoy daría paso a burlas y memes en abundancia.

Su delicadeza inicial luego se transforma en una audaz convicción que se trasluce en sus palabras: “Hagan ustedes, todo lo que Jesús les diga”. Muy alejada de la simpleza, o de expresiones de pequeñeces que ocultar ilimitados orgullos, por el contrario ordena y refiere a totalidad a la hora de obedecer a su hijo y Dios.

La virtud de la prudencia no puede cobijarse en cálculos humanos, en justificar  usar medios malos  para obtener fines buenos. Eso sería una prudencia prostituida, una prudencia mancillada, y una prudencia caricaturizada.

Dice la Santa Biblia: “El hombre prudente medita sus pasos” (Proverbios XIV, 15). Esto implica que de manera habitual el espíritu de oración nos conduce a evaluar según el querer de Dios nuestros pasos, buscando en todo momento hacer el bien que es el agrado de nuestro Dios.

Por ello, la improvisación anexa a la flojera, el apresuramiento unido a la pasividad, el atolondramiento consecuencia de la distracción, son siempre efectos de la falta de la virtud de la prudencia, en tanto que,  nunca –tampoco- dicha virtud puede ser confundida con la timidez, el temor, el doblez o la simulación.

Nuestra Madre del Cielo a la que honramos en este cuarto día de su Mes Bendito nos da el ejemplo de prudencia cuando San Lucas, su mejor confidente, escribe que Ella: “guardaba todo en su corazón”, por lo que evaluaba cada uno de sus pasos a la luz de lo que el Señor le había pedido: “Serás la Madre del Mesías esperado”. La regla de sus pasos  no usaba la medida de su interés autónomo, ni sus humanas capacidades, ni sus derechos o empoderamientos, sino que,  exclusivamente su caminar estaba dado por la fuerza de su fe.

Si al autor de toda gracia ella traería al mundo, como pensaríamos que mediría sus palabras y actos desde la virtud moral de la prudencia. Sin cobardía ni temeridad; sin pausas ni prisas desmedidas, sin arrogancia ni falsos abajismos, vemos que nuestra Madre Santísima supo caminar en este mundo al paso del querer de Dios gracias a la vivencia de la virtud de la prudencia lo que la alza como vivo emblema de amor a Dios.

Nuestro  Catecismo de la Iglesia Católica  nos recuerda que por medio de la virtud cardonal de la prudencia “aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que queremos hacer y el mal que queremos evitar” (número 1086).

En la Biblia encontramos por lo menos 35 versículos que refieren directamente a la virtud de la prudencia, por lo que la vida de un cristiano no puede prescindir del ejercicio  de ella si acaso quiere identificarse con la vida de Jesucristo. Seguir a Cristo es caminar en las vida por la senda de la prudencia, tal como enseñó San José María Escrivá de Balaguer: “Dios y audacia –la audacia n es imprudencia- La audacia no es osadía, no hagas caso. Siempre los “prudentes” han llamado locura a las obras de Dios ¡adelante, audacia!” (Camino,  479).

¡Que Viva Cristo Rey!

ORACION CAIDOS II° GUERRA MUNDIAL 


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