viernes, 17 de octubre de 2014

Detrás del bosque, la familia, tras ella, el Señor


DOMINGO VIGÉSIMO NOVENO / TIEMPO ORDINARIO / CICLO “A”

1.      Todo es nada fuera de mí. Yo soy el Señor Dios, no ningún otro” (Isaías).
Ha sido una semana especial para nuestra Iglesia en Chile. El rostro de diversos sacerdotes ha salido profusamente en nuestros medios de comunicación, la mayoría de las veces explicando situaciones complicadas. Sabido es que “el que se excusa sin que lo acusen de algo se acusa”, a la vez que “el que explica se complica”.
Es preocupante ver que la vida de nuestra Iglesia sea presentada comúnmente por los medios de comunicación en entrevistas, set de televisión, salas de audiencia en tribunales e improvisadas conferencias de prensa en los accesos a ellos. Si la vida de mi familia la viese de ordinario desfilar por los tribunales y set de programas farandúlicos me preocuparía hondamente. Aún más, cuando en nombre de una iglesia popular se asiste sin asco a entrevistas que son financiadas por auspiciadores que terminan festinando de las heridas internas de nuestra Iglesia.
Lejos de ver a nuestros consagrados en templos, aulas, salas de clases, oficina parroquial, confesionario, hospitales, se presenta una vida de Iglesia fantasiosa, que aparenta ser lo que no es de verdad. ¡Tras el bosque hay algo más que el permanente disenso! De esto saben perfectamente los que dirigen los medios de comunicación.
¿Será pedir mucho a los caudillos del liberacionismo religioso en Chile que guarden un pudor mínimo para tratar públicamente situaciones que requieren de maceración y tiempo? Una de las primeras enseñanzas que mi padre me impartió sobre los autos es que el motor debía mantenerse “a punto”, y cuando este no estaba así el vehículo comenzaba a dar “tiritones”. Si eso pasaba, era la hora de llevar el móvil al mecánico.
Existe lo que llamamos el sentido de fe de la Iglesia creyente, por medio del cual el Espíritu Santo concede a la sociedad, y a cada cristiano avanzar según en el querer de la voluntad de Dios. Cuando no se participa de ese sentido de fe, el fiel comienza como el auto que pierde el punto, a andar a tiritones, es decir a regañadientes de lo que la Iglesia vive, de lo que la Iglesia quiere, de lo que la Iglesia valora, de lo que Iglesia inspira, de lo que la Iglesia ama.
Y, todo ello no sólo ahora, sino siempre. ¡Nuestra Iglesia tiene dos mil años de vida! ¡No fue fundada hace medio siglo! ¡Ni será refundada en el futuro!



Mas, no sólo los autos pierden el punto, también la persona creyente, si acaso ésta no deposita toda su confianza en Dios, terminará en algún momento de su vida, perdiendo el Norte de su existencia. El problema se agudiza cuando se participa de la misión profética, sacerdotal y real de la vida de Jesucristo, por medio del sacramento del Orden y, a la vez,  se tiene un camino autónomo: más temprano que tarde se terminará dejando a uno de lado.
¡Ningún ser humano puede caminar por dos veredas distintas a la vez! En un momento de su vida deberá optar por uno,  tal como Jesús lo dijo: “No podéis servir a dos señores”. A esto apunta la primera lectura de este día: Todo es nada fuera de mí. Yo soy el Señor Dios, no ningún otro” (Isaías XVL, 1-6).
2.       “! El Señor Dios es rey!” (Salmo XVIC, 10).
La trasnochada teología de la liberación pretende hacer que la Iglesia termine hipotecando el don más precioso que tiene en aras del altar de lo mundano, que con sus tiempos, necesidades, obligaciones, exige las ofrendas de las almas que a Dios le han costado la sangre derramada por su Hijo Unigénito. Quien pretende caminar más rápido y más lento de lo que lo hace nuestra Iglesia en su Magisterio perenne termina –irremediablemente- en otro camino.
Todo esto en medio de la finalización de un importante Sínodo de los obispos en el cual se trató del tema de la familia, convocado, presidido, clausurado, y eventualmente ratificado por el actual Pontífice -el Papa Francisco- en un documento posterior y definitivo.
Sínodo proviene de una palabra griega que significa “caminar juntos”, y es uno de los medios establecido por el Código de Derecho Canónico para ahondar la comunión. En efecto, señala que “es una asamblea de Obispos escogidos de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los Obispos(canon 342).
El marco evidentemente disolvente de las declaraciones dadas en el pasado por algunos religiosos constituye un lamentable espectáculo, pues se aleja de la invitación hecha por Jesús al enviar a los Apóstoles al mundo entero: “ut sint unum” (San Juan XVII, 21).
Por cierto, que esa unidad, nacida del amor de Dios y del amor a Dios es la única que hace creíble e identificable a nuestra Iglesia en el mundo actual, tal como lo fue, según vemos en los santos evangelios, para los primeros conversos que vieron en ese espíritu hecho vida,  el camino seguro para buscar, encontrar,  y vivir según el querer de Dios, que es lo que finalmente da sentido al ser Iglesia.


Durante varios años nos fuimos acostumbrando a escuchar y ver  en los medios de prensa a reconocidos “religious stars”, que como habituales comentaristas pontificaban sobre cualquier materia, llegando a afirmar su plena concordancia con determinadas prácticas abortivas, aceptación de matrimonios de igual sexo, incluida la adopción de menores, y la legitimidad de la práctica del homosexualismo. Sin olvidar abusos litúrgicos que resultaban francamente intolerables. Todo lo cual resultaba comprensiblemente escandaloso para los fieles creyentes quienes posteriormente se veían interpelados por sus familiares y cercanos sobre los comentarios de dichos eclesiásticos. ¿Es sorprendente –entonces- pensar que el Magisterio de la Iglesia debería guardar silencio ante las abusivas interpretaciones que durante mucho tiempo y de muchas maneras se han sostenido?
Aquello que se opone a la ley de Dios nunca será buena receta para los hombres. Por ello, toda esta farandulización y relativización de las enseñanzas de la Iglesia Santa de la cual hemos sido testigos esta semana, ha parecido  dejar en segundo plano la eventual riqueza que podemos encontrar en algunos textos emanados del reciente Sínodo sobre la Familia, tan necesario para reavivar aquella realidad por la cual “el futuro del mundo pasa (Su Santidad, Juan Pablo II).
Las promesas de Jesús se cumplen siempre. Y, una de ellas es que “el poder del mal nunca prevalecerá sobre la Iglesia”, lo que no implica que no dejará de tener temporalmente tentaciones, traiciones, persecuciones, e incomprensiones. La barca de la Iglesia se puede mover, zarandear fuertemente, pero no va a zozobrar ni encallar porque tiene al mejor en su timón: a Jesucristo. Por ello, Cristo lo dijo y lo hizo: ¡Non prevalebunt!
Con denuedo vemos como se procura separar al interior de la Iglesia la jerarquía y los fieles, hablando de una “iglesia institucional” y de otra “iglesia popular”. Cristo, fundó una sola Iglesia: que es Santa, Católica, Apostólica, y que tiene su Pontífice actual en Roma,  de la cual es cabeza visible de Ella, por lo que quien desecha su Iglesia, terminará despreciando al mismo Jesucristo. ¡No hay Iglesia sin Cristo; ni hay Cristo sin su Iglesia!
Como en los primeros siglos, lo escribieron los mártires y de manera más cercana en palabras de un dilecto hijo del Carmelo, sabemos que “donde no hay amor, colocando amor se saca amor”.  Una vida ejemplar no puede escribirse sin la fidelidad a la enseñanza de Jesús, ni menos reescribiendo antojadizamente sus enseñanzas: los subrayados del Evangelio los hace el Magisterio, asistido por el Espíritu Santo. Entonces, nada más oportuno  que recordar lo que nos ha dicho San Pablo en la Segunda Lectura: “Sabéis cómo nos portamos entre vosotros en atención a vosotros” (1 Tesalonicenses I, 5).  ¡El amor a los fieles, es fiel!  Esta confianza en Cristo y su Iglesia Santa son indisociables, y constituye  el camino para la creación de una nueva y verdadera fraternidad entre los hijos de Dios. Así, la familia puede encontrar en la fe su más poderosa fuerza y clara luz para enfrentar los desafíos de la vida presente y ser desde el Evangelio de la familia, una familia del Evangelio.                                                                                                                           
3.      “Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios”. (San Mateo XXII, 15-21).
La pregunta hecha a Jesús es capciosa, porque entraña un sentido de fondo engañoso. Se quiere hacer una “pillería” al Señor, toda vez que, luego de escuchar tres parábolas contundentes, dirigidas hacia los escribas y fariseos, y de los “ayes” (¡ay de vosotros fariseos hipócritas!) que hemos escuchado en la liturgia de la palabra semanal. Ahora, sin rodeo viene el enfrentamiento cara a cara.
El tema de los impuestos ha sido, es y será motivo de humana controversia. Si la respuesta que daba Jesús era positiva, se molestaban  los judíos y se alegraban los romanos.  Si,  por el contrario,  respondía negativamente se molestaban los romanos y se alegraban los judíos. Ambas afirmaciones colocadas a nivel humano tendrían igual respuesta de rechazo y condenación, fuese de unos u otros.
Sabemos que para los judíos ortodoxos era insoportable  ver la efigie del emperador Tiberio impresa en una moneda con una inscripción que hablaba de divinidad: “divus et pontifex maximus”. Era pagar un impuesto abusivo, a invasores, y que contenía una blasfemia.
Con gran sabiduría Jesús se instala en una perspectiva diferente. No se abstrae de la realidad de la pregunta sino que le da un nuevo sentido que será definitivo, puesto que mirando desde Dios cualquier realidad del hombre se encauza, toma su debido rumbo, y la vida sí tiene sentido. ¡Con Cristo todo vale la pena!
Por esto, “al César lo que es del César” implica que tributar no es pecado, sino que puede constituir una valiosa expresión de compromiso con el desarrollo de la sociedad, manifestando: preocupación, compromiso, presencia y sano interés. Con ello, no se mezcla con la contingencia partidista, que era lo que le trataban de hacer caer con la pregunta suspicaz, a la vez que invita, de inmediato a “dar a Dios lo que es de Dios”.
Esto último va en contra de la ideología secularista, que desde hace tres siglos y medio trata de separar el ámbito religioso y espiritual, de la civilidad y la sociedad, intentando acorralar el evangelio en las cuatro paredes de los templos,  incapacitando a la religión de ser fecunda y activa en la vida cotidiana. La Iglesia no buscó la separación Iglesia y Estado, fue más bien un abandono unilateral, que en ocasiones por feliz inconsecuencia no ha oprimido la fe, aunque en otras haya habido una persecución tan vergonzosa como dolorosa.
Pidamos a Dios por medio de una plegaria: Haznos comprender, Padre Nuestro, que la única efigie que puede estar grabada en nuestro corazón es tu imagen, Dios de bondad y misericordia. No dejes que en nuestro corazón pueda reinar alguien distinto a Ti, Señor. Esta es nuestra felicidad: Tú ere nuestro Rey, nuestras vidas te pertenecen y llevan grabada tu imagen desde que en aquel primer ser humano creado soplaste tu aliento de vida. Abre nuestros ojos, como los de aquellos peregrinos que al estar contigo sintieron vida verdadera en sus almas. Amén.   
   
                                                                                  PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ.


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