martes, 14 de octubre de 2014

Humildad es estar en la Verdad



DOMINGO VIGÉSIMO OCTAVO / TIEMPO ORDINARIO / CICLO “A”.



Los santos no solo son ejemplares por su vida, también lo son por sus enseñanzas y escritos. Es el caso de Teresa de Ávila, cuya fiesta celebramos este mes. ¿Qué es humildad? Le preguntaron…respondió: “Humildad es estar en verdad”. Gracias a ello, pudo dar un impulso decisivo en la formación y creación de nuevo conventos que irradiaron santidad desde una oración incesante en al interior de los claustros a partir del siglo XVI.
Realmente no me imagino a aquella mística hispana diciendo que la Iglesia no es poseedora de la plenitud de la salvación, y en consecuencia,  partícipe mitigada de la verdad. Por el contrario, en su vida hubo convicción, amor a la verdad recibida, lo cual lejos de hacerle tener un espíritu prepotente y abusivo le llevó a poseer una atrayente vida que hizo reverdecer la vida interior de su tiempo. El Siglo de Oro de la literatura hispana solo fue posible gracias a la profunda vida interior que llevaron los mejores hijos de la Iglesia de entonces. Es que hay una necesaria relación entre ser un fiel hijo de la ciudad de Dios y ser un eficaz hijo de la ciudad del hombre, por ello un mundo que incluye a Dios en su base da seguridad a toda la vida humana…! Bien con Dios, bien con los hombres!; ¡se respeta a Dios hoy, se respeta al hombre mañana!
Pero no nos dejemos equivocar: La Iglesia no es humilde si afirmase no ser poseedora de la verdad. ¡La humildad es estar en verdad!  El camino que el mundo necesita y que con desesperación busca es un mundo de certezas y no de vaguedades. Nuestra Iglesia ha sido constituida por Dios para ser depositaria de la plenitud de la verdad revelada, no para ser custodia sólo de una parte. Por ello, no puede presentarse como mendiga de verdades ante aquellas fantasías que el mundo ofrece como bagatelas y sucedáneos.
La Iglesia es columna de verdad que sostiene, faro de certeza que ilumina, y roca segura donde apoyarse en medio del naufragio de la sociedad actual que parece hundirse irremediablemente. Nunca olvidemos lo proclamado por Jesús: ¡No temáis Yo he vencido al mundo! ¡El poder del mal no prevalecerá contra la Iglesia! (San Mateo XVI, 18).
La Iglesia pierde su norte al avanzar en la senda de la incertidumbre. ¿Por qué lo incierto si tenemos lo cierto?  La Iglesia es depositaria de la revelación, y como tal debe creerlo y debe creerse, es decir, confiar en que las verdades que durante dos mil años ha enseñado en su magisterio perenne son enseñanzas emanadas de la voluntad de Dios, que a través del Espíritu Santo sostiene, acompaña y guía eficazmente toda la vida de la Iglesia. Si comparamos nuestra Iglesia con una embarcación iremos que: el timón lo lleva Jesús, y el Espíritu Santo  sopla para que la embarcación avance por el camino de la fidelidad a Dios.  Jesús dijo claramente de: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (San Juan XIV, 6).
En la actualidad, cuando estamos en reunión con padres de familia es frecuente escuchar, de parte de ellos,  que no se está preparado para educar a los hijos, que nadie enseña para ello, a la vez que se asume una neutralidad en la enseñanza, evitando la exigencia y garantizando el libertinaje. Y, esto tiene consecuencias: pataletas, falta de afecto, desinterés generalizado, que a medida que los niños crecen se irán agudizando, haciendo claro el antiguo refrán: “niño pequeño, pequeño problema; niño grande, grande problema”.
Lo anterior, en la vida de la Iglesia se verifica a nivel espiritual y a nivel social, es decir: existe, tal como acontece  con algunos padres de familia, una suerte de vergüenza de manifestar públicamente la misión que se tiene encomendada por Dios, de tal manera que, con el fin de no perder lo poco que se cree poseer, se rebajan las exigencias en la vida moral y en la vida espiritual.
Hoy, para el católico, todo le sale expedito, lo cual es sinónimo de: “simplecito”,  “rapidito” y “facilito”. Si la Iglesia pide ayunar dos días al año, ello parece excesivo, olvidando que los musulmanes en ramadán se abstienen de ingerir  agua, alimentos, relaciones conyugales y cambios de ánimo, durante un mes completo. Si la Iglesia pide colaborar con el mantenimiento económico de sus comunidades, con el uno por ciento de los ingresos, parece demasiado, olvidando que los protestantes, mormones, testigos de Jehová lo hacen habitualmente con el diez por ciento de sus ingresos reales. Si la Iglesia pide vestir decorosamente en sus templos y en la calle, no faltará algún bautizado que asistirá al templo con vestimenta playera y ligera, olvidando que muchas personas de otras religiones el día de su culto acuden a sus templos con tenida formal y a lo menos muy decorosa. Si la Iglesia pide una preparación para la recepción de un sacramento, de inmediato surgen dificultades horarias en los feligreses: ¡No tengo tiempo! Cosa que no acontece si acaso ese tiempo se dedica a la práctica de un deporte, de una reunión social, o de un paseo.
El tiempo, el dinero, el sacrificio, la vestimenta, e interminable lista de otros elementos si se trata de dedicarlos a Dios parecen tener otra medida  -otro valor- respecto de las cosas que definitivamente nos interesan…¿No será acaso que hemos olvidado lo que dijo nuestro Señor un día: “donde está tu tesoro, allí está tu corazón”? (San Mateo VI,21). Por esto, si no ayunamos más, si no ayudamos más, si no somos más respetuosos, no es por falta de tiempo y recursos: es por falta de interés, y finalmente  -seamos claros- es por tener una fe debilitada.
El que nos presentemos con piel de humildad pero,  por dentro siendo lobos de soberbia liberacionista, suena “políticamente correcto” y es socialmente atractivo decir que la Iglesia aprende del mundo cómo avanzar, pero ello entraña un completo error. La gratuita y antojadiza acomodación a los tiempos es ganancia temporal, pero conlleva la pérdida de la Vida Eterna.
Esto, porque la vaguedad lleva al desconcierto, a la duda y al error. Por ello, los más afectados por el expeditismo religioso actual son precisamente aquellos movimientos y sectores más debilitados en su formación.
Actualmente con preocupación y molestia vemos que aquellos grupos que un  día fueron participes de la piedad popular,  ahora  asisten –quizás-  bajo ciertos incentivos de cualquier índole- en actos precristianos, abiertamente paganos, rehuyendo de su carácter confesional. Cómo aceptar que grupos organizados de bailes chinos participen en eventos como los mil tambores donde los desenfrenos son evidentes: una cosa  es tamborear  y otra es ser retamboreado. En la localidad de Los Andes diversas agrupaciones,  provenientes de diversas regiones participan como bailes chinos en un acto de culto pre hispano, dando adoración a elementos de la naturaleza. Como si quinientos veintidós años de evangelización y cristianismo hubiesen sido insuficientes para abandonar la idolatría.

Cómo entender que el primer canal fundado en Chile, nacido al alero de una universidad que ha sido reconocida como “pontificia” y cuyo director ejecutivo es nombrado por autoridades eclesiásticas, transmita programas donde el carácter impúdico se hace intolerable. No se trata de cambiar de canal para no ver se trata de no transmitir esos programas que lesionan gravemente la moral pública y constituyen una ofensa a Dios si acaso  sabiéndolo, no se cambia. Hasta es una burla para el creyente el que se emitan  unos programas de contenido religioso ocasional en medio de impudicia diaria. Ningún rating justifica que el canal cuatro UCV persista en su línea editorial actual. ¿Será acaso  aventurado pensar en que se quiera vender el canal UCV en el futuro y para ello permitir una programación inmoral con el fin de hacer subir el precio a futuro? No es mi deseo juzgar intenciones de terceros, pero si es mi deber de colocar de manifiesto hechos que resultan incontrarrestables.
Monseñor Emilio Tagle en el Canal 4 UCV  
Nuestra diócesis ha tenido en el pasado una enseñanza explicita en materias de vida moral: ya en la década del sesenta con la sabiduría profética del Arzobispo Emilio Tagle con su Carta Pastoral titulada  “Actuar en conciencia”,  y  la Carta Pastoral denominada “La educación de la castidad” del Cardenal Jorge Arturo Medina Estévez. Ambas cartas diocesanas  constituyen un eco histórico en relación con  dos decisivas encíclicas como fueron Humane Vitae de Su Santidad Pablo VI y Evangelium Vitae del Papa Juan Pablo II.
No eran ocurrencias pasajeras y personales, se enmarcaban en el contexto magisterial de la Iglesia universal, por lo cual oponerse a dicha enseñanza hace recordar la exhortación que leemos en el Santo Evangelio: “El que a vosotros escucha, a Mí me escucha” (San Lucas X, 16).
Navegar contra la corriente es algo inhabitual: lo hacen los salmones, y las almas que procuran ser fieles a Dios. Nuestro Señor pide a su Iglesia ser maestra de la verdad. Aún más si tomamos en consideración que bajo nuestra diócesis se encuentra el poder legislativo desde hace un cuarto de siglo. Cada ley emitida en ese lugar debiese tener de parte de cada fiel católico una vigilante compañía, sea a través de la oración, que siempre es eficaz, sea  por  el  testimonio  común,  sea  por  el  apoyo  a  las  iniciativas  loables,  como –eventualmente- al explicito rechazo de toda ley que sean abiertamente anticristianas.
Ninguna ley que rechaza  lo que Cristo ha dicho puede ser tenida como beneficiosa para la sociedad, por el contrario: tempranamente se experimentará su carácter nocivo y disolvente.
Por esto: Iglesia muda…Iglesia mula. Es decir, se debe notar nuestra pertenencia a Cristo, nuestra fidelidad a su persona pasa por el rechazo a todo lo que se oponga a Él, incluida la pretensión de suprimir las escuelas públicas confesionales. El odioso laicismo ha rebrotado con fuerza en los últimos años, y sabido es que viendo su agonía  ante la probidad y vitalidad de la enseñanza confesional, ha ideado la forma de suprimir en el futuro la enseñanza religiosa como lo ha hecho en otras partes del mundo.
No nos engañemos: igual receta solo puede tener como resultado igual comida, y el sabor del ateísmo del estado ya lo hemos probado amargamente  alguna vez… y es desabrido.
Por desgracia, las ideologías reinantes, algunas de las cuales se han aggiornado prestamente, han logrado permear, nuestra vida cristiana, haciéndola desvaída e insalubre. Nuestra Iglesia está llamada a ser “sal de la tierra y luz del mundo”(San Mateo V,13-16), por ello debemos procurar vivir con orgullo nuestra confesionalidad, a la vez que hemos de actuar con la convicción de que la fuerza de la verdad es que es verdadera, por lo que lejos de pretender imponer a la fuerza desde fuera una verdad, sabemos que Dios, en su Divina Providencia, y con los dones dl Paráclito, no dejará de asistirnos en la tarea de Instaurare Omnia in Christo,  para lo cual –incesantemente- proclamamos en cada Santa Misa: ¡Adveniat Regnum Tuum!
Amén.

        

  

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario