DOMINGO VIGÉSIMO OCTAVO / TIEMPO ORDINARIO / CICLO “A”.
Los santos no solo son
ejemplares por su vida, también lo son por sus enseñanzas y escritos. Es el
caso de Teresa de Ávila, cuya fiesta celebramos este mes. ¿Qué es humildad? Le
preguntaron…respondió: “Humildad es estar
en verdad”. Gracias a ello, pudo dar un impulso decisivo en la formación y
creación de nuevo conventos que irradiaron santidad desde una oración incesante
en al interior de los claustros a partir del siglo XVI.
Realmente no me imagino
a aquella mística hispana diciendo que la Iglesia no es poseedora de la
plenitud de la salvación, y en consecuencia, partícipe mitigada de la verdad. Por el
contrario, en su vida hubo convicción, amor a la verdad recibida, lo cual lejos
de hacerle tener un espíritu prepotente y abusivo le llevó a poseer una atrayente
vida que hizo reverdecer la vida interior de su tiempo. El Siglo de Oro de la
literatura hispana solo fue posible gracias a la profunda vida interior que
llevaron los mejores hijos de la Iglesia de entonces. Es que hay una necesaria
relación entre ser un fiel hijo de la ciudad
de Dios y ser un eficaz hijo de la ciudad
del hombre, por ello un mundo que incluye a Dios en su base da seguridad a
toda la vida humana…! Bien con Dios, bien con los hombres!; ¡se respeta a Dios
hoy, se respeta al hombre mañana!
Pero no nos dejemos
equivocar: La Iglesia no es humilde si afirmase no ser poseedora de la verdad. ¡La humildad es estar en verdad! El camino que el mundo necesita y que con
desesperación busca es un mundo de certezas y no de vaguedades. Nuestra Iglesia
ha sido constituida por Dios para ser depositaria de la plenitud de la verdad
revelada, no para ser custodia sólo de una parte. Por ello, no puede
presentarse como mendiga de verdades
ante aquellas fantasías que el mundo ofrece como bagatelas y sucedáneos.
La Iglesia es columna de verdad que sostiene, faro de certeza que ilumina, y roca segura donde apoyarse en medio del
naufragio de la sociedad actual que parece hundirse irremediablemente. Nunca
olvidemos lo proclamado por Jesús: ¡No
temáis Yo he vencido al mundo! ¡El poder del mal no prevalecerá contra la
Iglesia! (San Mateo XVI, 18).
La Iglesia pierde su norte al avanzar en la senda de la
incertidumbre. ¿Por qué lo incierto si tenemos lo cierto? La Iglesia es depositaria de la revelación, y
como tal debe creerlo y debe creerse, es decir, confiar en que las verdades que
durante dos mil años ha enseñado en su magisterio perenne son enseñanzas
emanadas de la voluntad de Dios, que a través del Espíritu Santo sostiene, acompaña y guía eficazmente
toda la vida de la Iglesia. Si comparamos nuestra Iglesia con una embarcación
iremos que: el timón lo lleva Jesús, y el Espíritu Santo sopla para que la embarcación avance por el
camino de la fidelidad a Dios. Jesús
dijo claramente de: “Yo soy el camino, la
verdad y la vida” (San Juan XIV, 6).
En la actualidad,
cuando estamos en reunión con padres de familia es frecuente escuchar, de parte
de ellos, que no se está preparado para
educar a los hijos, que nadie enseña para ello, a la vez que se asume una
neutralidad en la enseñanza, evitando la exigencia y garantizando el libertinaje.
Y, esto tiene consecuencias: pataletas, falta de afecto, desinterés
generalizado, que a medida que los niños crecen se irán agudizando, haciendo
claro el antiguo refrán: “niño pequeño,
pequeño problema; niño grande, grande problema”.
Lo anterior, en la vida
de la Iglesia se verifica a nivel espiritual y a nivel social, es decir:
existe, tal como acontece con algunos
padres de familia, una suerte de vergüenza
de manifestar públicamente la misión que se tiene encomendada por Dios, de tal
manera que, con el fin de no perder lo poco que se cree poseer, se rebajan las
exigencias en la vida moral y en la vida espiritual.
Hoy, para el católico,
todo le sale expedito, lo cual es
sinónimo de: “simplecito”, “rapidito” y
“facilito”. Si la Iglesia pide ayunar dos días al año, ello parece excesivo,
olvidando que los musulmanes en ramadán se abstienen de ingerir agua, alimentos, relaciones conyugales y
cambios de ánimo, durante un mes completo. Si la Iglesia pide colaborar con el
mantenimiento económico de sus comunidades, con el uno por ciento de los
ingresos, parece demasiado, olvidando que los protestantes, mormones, testigos
de Jehová lo hacen habitualmente con el diez por ciento de sus ingresos reales.
Si la Iglesia pide vestir decorosamente en sus templos y en la calle, no
faltará algún bautizado que asistirá al templo con vestimenta playera y ligera,
olvidando que muchas personas de otras religiones el día de su culto acuden a
sus templos con tenida formal y a lo menos muy decorosa. Si la Iglesia pide una
preparación para la recepción de un sacramento, de inmediato surgen
dificultades horarias en los feligreses: ¡No tengo tiempo! Cosa que no acontece
si acaso ese tiempo se dedica a la práctica de un deporte, de una reunión
social, o de un paseo.
El tiempo, el dinero,
el sacrificio, la vestimenta, e interminable lista de otros elementos si se
trata de dedicarlos a Dios parecen tener otra medida -otro valor- respecto de las cosas que definitivamente
nos interesan…¿No será acaso que hemos olvidado lo que dijo nuestro Señor un
día: “donde está tu tesoro, allí está tu
corazón”? (San Mateo VI,21).
Por
esto, si no ayunamos más, si no ayudamos más, si no somos más respetuosos, no
es por falta de tiempo y recursos: es por falta de interés, y finalmente -seamos claros- es por tener una fe
debilitada.
El que nos presentemos con
piel de humildad pero, por dentro siendo
lobos de soberbia liberacionista, suena “políticamente correcto” y es
socialmente atractivo decir que la Iglesia aprende del mundo cómo avanzar, pero
ello entraña un completo error. La gratuita y antojadiza acomodación a los
tiempos es ganancia temporal, pero conlleva la pérdida de la Vida Eterna.
Esto, porque la
vaguedad lleva al desconcierto, a la duda y al error. Por ello, los más afectados
por el expeditismo religioso actual son
precisamente aquellos movimientos y sectores más debilitados en su formación.
Actualmente con
preocupación y molestia vemos que aquellos grupos que un día fueron participes de la piedad popular, ahora
asisten –quizás- bajo ciertos incentivos
de cualquier índole- en actos precristianos, abiertamente paganos, rehuyendo de
su carácter confesional. Cómo aceptar que grupos organizados de bailes chinos
participen en eventos como los mil tambores donde los desenfrenos son
evidentes: una cosa es tamborear y otra es ser retamboreado. En la localidad de Los Andes diversas agrupaciones, provenientes de diversas regiones participan
como bailes chinos en un acto de culto pre hispano, dando adoración a elementos
de la naturaleza. Como si quinientos veintidós años de evangelización y
cristianismo hubiesen sido insuficientes para abandonar la idolatría.
Cómo entender que el
primer canal fundado en Chile, nacido al alero de una universidad que ha sido
reconocida como “pontificia” y cuyo director ejecutivo es nombrado por
autoridades eclesiásticas, transmita programas donde el carácter impúdico se
hace intolerable. No se trata de cambiar de canal para no ver se trata de no
transmitir esos programas que lesionan gravemente la moral pública y
constituyen una ofensa a Dios si acaso sabiéndolo,
no se cambia. Hasta es una burla para el creyente el que se emitan unos programas de contenido religioso
ocasional en medio de impudicia diaria. Ningún rating justifica que el canal cuatro UCV persista en su línea
editorial actual. ¿Será acaso aventurado
pensar en que se quiera vender el canal UCV en el futuro y para ello permitir
una programación inmoral con el fin de hacer subir el precio a futuro? No es mi
deseo juzgar intenciones de terceros, pero si es mi deber de colocar de
manifiesto hechos que resultan incontrarrestables.
Monseñor Emilio Tagle en el Canal 4 UCV |
Nuestra diócesis ha tenido
en el pasado una enseñanza explicita en materias de vida moral: ya en la década
del sesenta con la sabiduría profética del Arzobispo Emilio Tagle con su Carta
Pastoral titulada “Actuar en conciencia”, y la Carta Pastoral denominada “La educación de la castidad” del
Cardenal Jorge Arturo Medina Estévez. Ambas cartas diocesanas constituyen un eco histórico en relación
con dos decisivas encíclicas como fueron
Humane Vitae de Su Santidad Pablo VI
y Evangelium Vitae del Papa Juan
Pablo II.
No eran ocurrencias pasajeras
y personales, se enmarcaban en el contexto magisterial de la Iglesia universal,
por lo cual oponerse a dicha enseñanza hace recordar la exhortación que leemos
en el Santo Evangelio: “El que a vosotros
escucha, a Mí me escucha” (San Lucas X, 16).
Navegar contra la
corriente es algo inhabitual: lo hacen los salmones, y las almas que procuran
ser fieles a Dios. Nuestro Señor pide a su Iglesia ser maestra de la verdad.
Aún más si tomamos en consideración que bajo nuestra diócesis se encuentra el
poder legislativo desde hace un cuarto de siglo. Cada ley emitida en ese lugar
debiese tener de parte de cada fiel católico una vigilante compañía, sea a través
de la oración, que siempre es eficaz, sea por el testimonio común, sea por
el apoyo a
las iniciativas loables, como –eventualmente- al explicito rechazo de
toda ley que sean abiertamente anticristianas.
Ninguna ley que rechaza
lo que Cristo ha dicho puede ser tenida
como beneficiosa para la sociedad, por el contrario: tempranamente se
experimentará su carácter nocivo y disolvente.
Por esto: Iglesia
muda…Iglesia mula. Es decir, se debe notar nuestra pertenencia a Cristo,
nuestra fidelidad a su persona pasa por el rechazo a todo lo que se oponga a Él,
incluida la pretensión de suprimir las escuelas públicas confesionales. El
odioso laicismo ha rebrotado con fuerza en los últimos años, y sabido es que
viendo su agonía ante la probidad y
vitalidad de la enseñanza confesional, ha ideado la forma de suprimir en el
futuro la enseñanza religiosa como lo ha hecho en otras partes del mundo.
No nos engañemos: igual
receta solo puede tener como resultado igual comida, y el sabor del ateísmo del
estado ya lo hemos probado amargamente
alguna vez… y es desabrido.
Por desgracia, las ideologías
reinantes, algunas de las cuales se han aggiornado
prestamente, han logrado permear, nuestra vida cristiana, haciéndola desvaída e
insalubre. Nuestra Iglesia está llamada a ser “sal de la tierra y luz del mundo”(San Mateo V,13-16), por ello
debemos procurar vivir con orgullo nuestra confesionalidad, a la vez que hemos
de actuar con la convicción de que la fuerza de la verdad es que es verdadera,
por lo que lejos de pretender imponer a la fuerza desde fuera una verdad,
sabemos que Dios, en su Divina Providencia, y con los dones dl Paráclito, no
dejará de asistirnos en la tarea de Instaurare Omnia in Christo, para lo cual –incesantemente- proclamamos en
cada Santa Misa: ¡Adveniat Regnum Tuum!
Amén.
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