lunes, 20 de octubre de 2014

La Virgen de las Mercedes como ícono de la libertad. Festividad Patronal de Puerto Claro 2014


1.      “Tú eres la gloria de Jerusalén, tú el gran orgullo de Israel, tú insigne honor de nuestra raza” (Judit XV)
Las palabras que acabamos de escuchar están tomadas del cántico de Judit. Aunque la cultura semita era mezquina en dar reconocimiento a la mujer, en este caso, no se ahorra detalle alguno en denominar a una de ellas –Judit- con adjetivos positivos: eres la gloria, el gran orgullo, y el insigne honor. Todo lo cual, ya en la plenitud de los tiempos, es aplicable a aquel ícono del amor de Dios, resumen de la gracia en plenitud como fue toda la vida de la Virgen Santísima.
En efecto, la grandeza de la Virgen se fundamenta en su relación con Dios, quien la escogió para ser la Madre de Jesucristo, quien desde el instante de la encarnación es, a la vez, perfecto Dios y hombre, por lo que sí, de María Santísima se afirma su maternidad, sólo se puede entender ésta de manera plena, es decir: ¡es Madre de Jesús… es Madre de Dios!
En vistas a esa realidad, Dios revistió de toda gracia a quien sería reconocida como la Madre de Jesús por todas las generaciones. Ninguna creatura es comparable en su grandeza moral y espiritual con lo que Dios hizo en el corazón la Virgen María, por lo que todo  lo que Ella hizo en su vida fue: perfecto, sublime e incomparable, erigiéndose como faro que ilumina, puerto que cobija, y ancla que apoya.
Si los israelitas reconocieron las virtudes de aquella gran mujer como fue Judit, los Apóstoles y la Iglesia a lo largo de dos mil años han visto en la figura de la Madre de Dios, no sólo un ejemplo a imitar sino una fuente donde poder sacar la savia necesaria para ser fieles a la voluntad de Dios.
Los reconocimientos prodigados a María deben transformarse en compromisos de conversión permanente a Dios. Como toda madre, la Virgen desea que las palabras de cariño que le decimos sean el engaste de un estilo de vida coherente con el proyecto que Dios tiene para cada uno.
Mas, lo que cada uno vive, también ha de realizarse en  nuestra sociedad: local, como es el municipio; nacional, como es la Patria. Por esto, nuestra oración en este día sube hacia el cielo de manos de la Virgen Santísima, que está presente desde el Siglo XVI en nuestra ciudad, acompañándola en todas sus vicisitudes: en épocas de paz y conflicto, de esplendor y miseria, de virtud y pecado.  

2.      Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud” (Gálatas V, 1).
El tema de la libertad cruza el interés de muchas personas. De múltiples maneras la búsqueda por alcanzar la libertad es un imperativo por el cual se hacen múltiples esfuerzos. Las esclavitudes contemporáneas tienen diversos rostros. En ocasiones pasan ocultos, no los vemos. La inmediatez, el exitismo y el individualismo no hacen posible darse cuenta de quienes quedan al margen y relegados, del progreso, de la paz y de la felicidad.
Nuestra libertad consiste en cumplir la voluntad de Dios. En la medida que Él realmente ocupe el lugar que le corresponda en nuestras intenciones y acciones, tendremos la certeza de estar actuando libremente. El que cumple los mandamientos es más libre, porque es capaz de descubrir que todo lo que realiza lo hace desde el amor a Dios y está encaminado en el amor de Dios. De modo como una baranda parece estar de más para quien es riguroso  en la conducción, el creyente descubre que las normas, los mandamientos, las exigencias, y las obligaciones ayudan como señales para el mejor obrar, pero en modo alguno son la causa de la libertad del hombre. El cumplir por cumplir es infructuoso y sinsentido, sólo cumplir por amor es santificante y fecundo.
En ocasiones,  nos parece imaginar que lo que uno hace por propia iniciativa es sinónimo de ser libre, que lo que realizamos porque tenemos ganas es sinónimo que somos libres. La libertad para el creyente se ubica sobre los vaivenes de las modas, de los gustos y de los temperamentos. No es lo mismo decir: “me nace hacer esto”, que “debe hacer esto”, porque tan  esclavizaste resulta hacer las cosas solamente porque me lo mandan que hacerla porque tengo ganas. Ni los deseos ni lo exigido me garantizan ser plenamente libres.
Nuestra libertad nace de Dios. ¡Es Él nuestra libertad! Nuestra vida interior se enriquece amando a Dios y a su Iglesia, por lo que la vida cristiana siendo un plus para la vida humana, la hace tanto más humana cuanto más unida esta de Dios. ¡No hay libertad al margen del amor de Dios!  Por esto, señalaba el recordado Pontífice Benedicto XVI: “Dios no quita nada, lo entrega todo”, “no es rival de nuestra libertad sino su primer garante”.
La tentación del católico liberal y mundanizado es pensar que el creer y tener convicciones nacidas de la fe hacen al hombre servil, y con ello un ser que no actúa libremente. Por el contrario, la vida de los santos, y de modo especial la de nuestra Madre Santísima nos señala que el camino para la más perfecta realización como persona solo pudo ser posible gracias a la intensa vida que como creyentes profesaron y vivieron. El imperativo de Jesucristo fue su libertad. ¡En Cristo se es libre de verdad!


Esto lo comprendieron los primeros cristianos. Y, al momento de fundar ciudades siempre fue al alero de un templo, de un convento, de la imagen patronal de un santo. Tras lo cual hubo un estilo de vida marcado por las escrituras y las enseñanzas de la Iglesia, las cuales a pesar de la debilidad de los hombres, en ocasiones más evidentes y manifiestas, finalmente imperaba una cultura católica.
En ella el cultivo de la virtud, de la vida religiosa, de la propagación por contagio virtuoso llevaba a imitar lo conocido. En la actualidad nos enfrentamos a una cultura pagana, es decir,  que ha hecho los mayores esfuerzos por desprenderse de su origen confesional. Ha elevado una sociedad de suciedad, incentivando que el hombre permanezca esclavo de sus intereses y vicios. La corrupción es evidente, porque un mundo que se hace sin Dios es necesariamente inhumano. Tres días atrás, el actual Romano Pontífice señalaba las consecuencias de lo que la implementación de una ideología intrínsecamente perversa ocasionó en una antigua Nación cristiana durante siete  décadas: “Un sistema que negaba a Dios e impedía la libertad religiosa. Los que tenían miedo a la verdad y a la libertad hacían todo lo posible para desterrar a Dios del corazón del hombre y excluir a Cristo y a la Iglesia de la historia de su País, si bien había sido uno de los primeros en recibir la luz del Evangelio”. (Papa Francisco, Plaza de Teresa de Calcuta, Albania, 21 de Septiembre del 2014).
Más, ningún análisis por catastrófico que resulte nos puede hacer olvidar por un instante que Dios ha vencido el poder del maligno, y que con su poder vendrá triunfante al final de los tiempos, en la Parusía,  a dar a cada uno lo que merezcan sus actos más que sus deseos. Recordemos que: ¡El infierno está plagado de buenas intenciones!
Cada acción del hombre y de la sociedad será juzgada por Dios. Su mirada es justa y misericordiosa a la vez. Aun las palabras no dichas, pero pronunciadas en el silencio de la conciencia, el Señor las ha escuchado y recordará en ese instante.
¡Dios nos ve! Saber esto, ¿Nos lleva a confiar en su bondad? o más bien nos conduce ¿a temer por su justicia? ¿Tenemos un alma que vive en libertad? o ¿poseemos un alma que vive acorralada por vicios, temores y rencores no resueltos?
La venida de Jesucristo es de acuerdo a nuestro tiempo,  inminente. Por esto hay que estar siempre preparados y no “dormirse en los laureles” de los bienes hechos del pasado. Un solo pecado grave consentido puede hacernos perder todos los méritos obtenidos en la vida pasada.



3.      “Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como suya” (San Juan XIX, 27).
“Testamento” viene del latín: testatio mentis, es decir: “un testimonio de la mente”. Los testamentos son sagrados. La última voluntad manifestada por una persona, desde  épocas pretéritas, ha sido tenida como una realidad totalmente vinculante. El último deseo generalmente está revestido de gratitud, de confianza y serenidad. Nuestro Señor, perfecto Dios y hombre, al  momento de estar pendiente en la cruz no tuvo atisbo alguno de desesperación, sino que evidenció una serenidad humana y divina que le llevó a proferir las consabidas siete palabras, dos de las cuales hemos escuchado en el Santo Evangelio de este día: “Mujer ahí está tu hijo”, “Hijo ahí está tu madre”.
No nos dejó algo,  sino a alguien. La actitud de Juan Apóstol quien estaba de pie junto a la cruz, representaba a la humanidad completa llamada a recibir a la Virgen María “en su casa”, es decir: en la familia, en el matrimonio, en la comunidad, en la Patria. Ningún lugar donde un cristiano esté como tal,  puede vedar el paso de la mirada de nuestra Madre Santísima. Su dulce rostro detiene su mirada en nuestro mundo actual:
a). Ella mira nuestra familia: La vida se gesta, crece, se robustece y envejece en la familia. El futuro de la sociedad sólo puede pasar por la familia. De lo que es la familia hoy, será la sociedad de mañana. ¡Quien más que la Virgen es capaz de ver el mundo desde un hogar, tal como lo hizo Ella aquella noche bendita de Belén, o durante tres décadas en Nazaret?
b). Ella mira nuestra educación: La educación es la participación de la actitud de un Dios que se ha rebelado en Jesús quien fue reconocido como Aquel enseñaba con autoridad. Esa autoridad no era imposición sino proposición de una verdad imposible de no seguir. El hombre que escuchaba a Cristo, era el mismo que miraba cómo actuaba. Allí estaba su fortaleza, por lo que el educador no es un bicéfalo que puede actuar como tal cuando marca tarjeta de ingreso y deja de serlo,  cuando está fuera de su colegio. No es funcionario ni simple profesional. Educar es más que una profesión.
c). Ella mira nuestro trabajo: Sabido es que el hombre necesita trabajar para sentirse capaz. Que el trabajo es un camino de realización humano que va más allá de una remuneración. Toda persona debe tener un trabajo digno y estable. Por estas razones, una vez más, colocamos en las manos de la Virgen de Puerto Claro el presente y futuro de nuestra comunidad, sabedores que “jamás se ha oído decir que ninguno  de los que han acudido a vuestra protección,  implorando vuestra asistencia y reclamando
vuestro socorro, haya sido desamparado” (San Bernardo de Claraval).
CURA PÁRROCO, JAIME HERRERA GONZÁLEZ.



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