HOMILÍA MES DE MARÍA / COLEGIO MACKAY / 05/12/2017.
El don de piedad que concede el Espíritu Santo es
el abandono confiado en la Divina
Providencia. Es un afecto especial por todo lo que dice relación con Dios, de
tal manera que asumimos todo lo que nos
acerca a Él, y desechamos aquello que
nos aleja de Él. San Agustín de Hipona señala que “el don de piedad da a los que lo reciben un respeto amoroso hacia la
Sagrada Escritura”, comprendamos o no su sentido. Nos da espíritu
reverencial hacia los mayores y espíritu paternal ante los menores. Espíritu
fraternal con los amigos y familiares,
espíritu de compasión con los que pasan penalidades o necesidades, tanto
espirituales como materiales.
Al igual que el resto
de los dones del Espíritu Santo, la piedad
está vinculada a una de las bienaventuranzas en orden a obtener su mejor
vivencia: “Bienaventurados los mansos de
corazón porque ellos recibirán la tierra
por herencia” (San Mateo V, 5).
a).
El don de piedad incrementa la sabiduría: Si miramos la vida de
la Iglesia, y de la sociedad en la que esta inmersa descubrimos que son los
creyentes más piadosos los que viven más
hondamente la sabiduría, suelen ser más ponderados, más pacientes, con mayor
iniciativa sin caer en la intrepidez, no olvidando –a su vez- las pausas en el
momento oportuno sin caer en una negligente inactividad. Es sorprende la
serenidad de vida de los que viven piadosamente: no son prepotentes, ni
disolventes ni insolentes, por el contrario hacen de su vida un verdadero ícono
o reflejo de Himno a la Caridad que nos enseña el Apóstol San Pablo: “La caridad es paciente, la caridad es
amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no
busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la
injusticia, se complace en la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo
espera, todo lo soporta. La caridad nunca acaba” (1
Corintios XIII, 4-8).
El egoísmo, en cuanto
desmedido amor a sí mismo, es causa de la falta del don de piedad,
lo cual decanta –irremediablemente- en tener un “corazón de piedra” con sentimientos y actitudes que van minando la
vida en sociedad, en cada uno de sus niveles: familiar, ciudadano, vecinal.
Ciertamente, que es a causa de la falta del don de piedad de dónde surgen tantas desavenencias en la vida presente.
¡La crispación social es impiedad!
La persona egoísta es
insensible a las necesidades más básicas del prójimo: no los ve aunque le sean
evidentes, no escucha aunque el clamor sea atronador. Muy distinto es quien
vive en el don de piedad: las
miserias circundantes le resultan evidentes, por ello procura responder en
primera persona a cada una de ellas sintiendo como propios tales
requerimientos. Forma parte de la revelación bíblica el hecho que es Dios el
único capaz de hacer palpitar una piedra, fría, inmóvil, e inerte: “Yo cambiaré ese corazón, en un corazón de
carne” (Ezequiel XXXVI, 26).
b).
El hombre piadoso alaba y agradece a Dios: La palabra “religión” significa unir lo que está
divido, juntar dos extremos, en este caso, a Dios con su creatura... Entonces, este
espíritu religioso constituye una nota característica de la persona, así lo
define el catecismo actual de la Iglesia cuando cita a San Agustín: “El hombre es un Dei capax”, un ser con
capacidad de Dios, de relacionarse con Dios, en consecuencia, es lo propio de cada bautizado procurar ser
piadoso, de lo cual siempre ha de estar orgulloso y nunca avergonzado.
¡Vergüenza para pecar, nunca para amar
Dios!
El don de piedad
inclina a confiar en Dios, por lo cual podemos rezar con amor y sencillez,
sabiendo que si con nada hemos venido al mundo y con nada material partiremos
de él, entonces, sólo importa el amor a Dios que subyace en nuestra alma, toda
vez que al final de nuestros días “seremos
medidos por el amor”.
c).
El piadoso como amigo de Dios: Sin duda que la virtud
de la piedad, que perfecciona este don,
presente sobreabundantemente en el corazón de la Virgen María, nos lleva a
rendir el honor, la reverencia y el culto debido a Dios por ser quien es. Fomenta
la verdadera amistad con Dios, por lo que nos permite conocer mejor la Sagrada
Escritura, nos descubre la grandeza del valor del culto sagrado, especialmente
la Santa Misa, donde se renueva de
manera misteriosa pero real, el sacrificio de Cristo en el calvario de modo
cruento en cada altar. Muchas distracciones, urgencias y aburrimientos que se
dan durante nuestra asistencia a la Santa Misa irrumpen por falta del don de piedad.
Se hace necesario, para
quien aún no lo hace, de recibir el sacramento de la confirmación. “Yo doblo mis rodillas ante el (Dios) Padre,
de quien procede toda familia en los cielos y en la tierra” (Efesios
III, 14-15).
Un síntoma muy positivo
de vivir según el Espíritu Santo en el don de piedad es tratar con cariño las cosas santas, sobre todo las que
nos vinculan y sirven al culto sagrado. Actualmente se vive una creciente
desacralización en nuestra sociedad, la pérdida del sentido de lo santo ha
surgido por la impiedad que lleva a menospreciar a Dios y su obra, a marginar
al Señor de la vida cotidiana, sobrevalorando las obras del hombre sobre la de
quien las sostiene realmente.
Recordemos la enseñanza
del Apóstol San Pablo: “Todos los que son
conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros no habéis
recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el
espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios: ¡Padre!” (Romanos VIII, 14-15).
¡Que Viva Cristo Rey!
SACERDOTE
JAIME HERRERA / PARROQUIA PUERTO CLARO / DIÖCESIS DE VALPARAÍSO / CHILE
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