HOMILÍA
SANTA MISA / PRIMERA COMUNIÓN / PUERTO
CLARO /
2016.
Con inmensa alegría
nuestros pasos se han encaminado hoy a este templo. A medida que avanzábamos,
la altura de sus muros y la grandeza de atrio, parecían disminuir ante el
ingreso de quienes recibirán a Jesucristo en sus corazones por primera
vez. Es que lo que confiere nobleza a
una casa no es su antigüedad, ni su volumen, sino la familia que se reúne en ella. La
Iglesia resplandece de manera especial en esta mañana fundamentalmente no
porque se encuentre más ornamentada de lo habitual sino porque el alma de
los que vienen se ha preparado con la doctrina verdadera y el bálsamo del
perdón que es el sacramento de la confesión.
Niños: Hoy, como el
resto de la vida que Dios les conceda, han de esmerarse en cultivar las
virtudes y en recibir las gracias necesarias para tener una vida santa, la cual
de por sí, resplandezca para atraer a los demás al bien definitivo que han
descubierto y reciben en este día.
Jesús es la causa que
nos convoca en este lugar sagrado. Nunca acabaremos de tomar debida conciencia
de la grandeza del amor de Dios, el cual, que les ha elegido y hoy –además- les permite
recibirle sacramentalmente. El misterio insondable de un Dios que se queda en
medio nuestro, en su Cuerpo y Sangre, del que serán participes fue capaz de
impulsar con decisión a los primeros creyentes a recorrer un mundo entero y dar
a conocer un mensaje nuevo, que muchas veces iba en contraposición abierta a
los criterios que tenía la mayoría de las personas.
Recordemos que, por
aquellos años, imperaba la “ley del talión” que establecía la legitimidad
de responder a las ofensas recibidas…ojo por ojo, diente por diente, viva por
vida, lo cual, si bien regulaba los actos de venganza y parecía restringir la
violencia hacia terceros, dejaba incoado el rencor en el corazón, lo que
ocasionaba múltiples desavenencias. Los actos de la humana justicia resultan
estériles cuando no participan del esplendor de la caridad.
En efecto, las obras
y trabajos que emprendemos son ineficaces si el Señor Jesús no está en medio de
ellos, aún más, la vida no tiene sentido
si acaso no le damos a Cristo la centralidad de nuestras acciones y el
principio de cada una de nuestras intenciones. Ya lo dice el Evangelio: “En vano se cansan los albañiles si el Señor
no construye la casa”.
Durante este año han
participado del curso de preparación de la Primera Comunión junto a los padres
y madres. Ha sido un tiempo de bendiciones donde de manera progresiva,
ordenada y con seriedad doctrinal, fueron conociendo la vida de Jesús que
nos enseña el evangelio de la Iglesia.
Sin duda, ha sido una
etapa necesaria y querida por Jesús para ustedes a esta edad donde están
creciendo en lo divino y en lo humano. A las nuevas amistades anteponen la
que es urgente y que nunca falla, como es la cercanía con Jesucristo que no nos
llama siervos si no “sus amigos”: “! Vosotros sois mis amigos!”
¡Qué hermosa etapa es
la viven hoy!
Pueden vislumbrar un mundo entero por llegar a conocer, que se presenta lleno de nuevas amistades para compartir, por
lo cual, se hace necesario cultivar
aquellas –amistades- que nos acerquen a Dios, que nos fortalezcan en la
búsqueda de una vida virtuosa y no tengan una actitud contraria a la de quien
anhela una vida santa, como tampoco, se avergüencen
en la estéril apatía de arrinconar la fe en el ámbito privado.
Sólo con Jesús se puede
ser verdadero amigo de los amigos, y de todos los demás,
por lo que el criterio de selección de una amistad no puede ser como una
tómbola que elige al azar, tampoco puede ser por los bienes materiales o capacidades
que eventualmente se puedan poseer. Es muy importante que valoremos y seamos
valorados por la capacidad de acercar a Dios a los demás, pues uno puede un
día dejar de saber, puede un día verse impedido de poder jugar, puede verse
limitado de carretear, puede perder todos los bienes, pero lo que nunca perderá
es la amistad de Dios y de quienes le son cercanos.
Ahora bien, la
amistad se cultiva. Ustedes han visto cuánta delicadeza requiere el cuidado
de una planta para que de ella salga una simple flor: hay que preparar la
tierra, abonarla, sembrar y regar con precaución, puesto que, el agua no ha de
ser ni demasiada para que inunde ni escasa para que se seque. De modo
semejante, las amistades hay que cuidarlas…como se cultiva una flor, por lo que
todos los cuidados estarían anulados si no le llega sol a nuestra planta, lo
cual, es comprable con la gracia que es
Cristo Luz del mundo. Ninguna verdadera amistad nos aleja de Dios, por el
contrario nos impulsará a buscarle con perseverancia, tal como una planta
busca la luz del sol con insistencia.
Con el paso de los años
la Iglesia fue creciendo. De los doce primeros discípulos que Jesús envió, en
tres siglos se transformaron en una fuerza de apostolado que logró llevar el
nombre de Jesucristo a todos los rincones -hasta entonces- conocidos.
Debieron sufrir persecución,
vacíos, más el hecho de poseer la convicción
de tener a Jesús vivo en medio de ellos, les permitió enfrentar la misión de
dar a conocer a Jesús, su Evangelio y la Iglesia. Es que la fe que se vive al interior del alma, en
nuestros corazones, es capaz de
contagiar a los que está a nuestro alrededor.
Hemos de asumir la primacía
del apostolado con quienes están junto a nosotros, pues no hay mejor apóstol
de los niños que un niño que procura ser fiel a Dios. El testimonio es muy
importante en nuestros días: las palabras conmueven y emocionan, los testigos convencen
y arrastran.
Niños: Recuerden en todo
momento que el alma del apostolado es el apostolado del alma,
es decir: El cultivo de una vida santa, el crecimiento en las virtudes, el
lugar de primacía que ocupe del Señor en nuestras palabras y acciones, siempre resultan
determinantes para que los demás se conviertan. Quien vive su fe es una… –la
mejor- homilía, viva y clara sobre el
amor de Dios, que resulta más gravitante en la medida que hay tantos medios de información
en la actualidad. Tanto de lo que vemos puede ser importante, pero, sólo
hay una cosa que es la principal: amar a Dios, ser amados por El, y hacer que
se ame más a Dios.
Lo anterior (ser
testigos de Jesús) será más arduo de lo que
lo es actualmente, y muchísimo más difícil que lo que fue en el pasado. Los creyentes católicos
del futuro –los hijos de sus hijos- se enfrentarán a una sociedad que quiere alzarse
como si Dios no existiera. Ya no enfrentaran una persecución como la que se
dio de opomerse a Dios y a sus seguidores como en el pasado, donde por el solo
hecho de portar un crucifijo, o una medalla de Virgen, donde por usar un hábito
religioso, o asistir a la Santa Misa y enseñar catecismo, se condenaba a muerte como es el testimonio de
tantos mártires católicos: Maximiliano María Kolbe, Edith Stein, José Sánchez;
Miguel Agustín Pro y tantos otros.
Ellos optaron por ser
fieles a Aquel que un día recibieron por primera vez en la Hostia Santa. Su martirio
ofrecido por amor a Dios se nutrió
previamente de Jesús el Pan de
Vida a lo largo de su vida, lo cual, les permitió ser fuertes al momento de la
prueba y fieles ante la persecución, por lo que finalmente, “Nadie les quitó la vida, sino que ellos la ofrecieron por amor a Dios”.
Las persecuciones
futuras serán “con guante blanco”, es decir: no se notarán porque no irán directamente
contra Dios, sino que lo marginarán de la vida
social, donde no habrá referencia cristiana en todo el ámbito público,
obligando a los creyentes a doblegar su libertad religiosa ante la dictadura
del “olvido de Dios”. ¡No se perseguirá a los cristianos porque se les tendrá
como inexistentes! ¡Debemos prepararnos desde el menosprecio al desprecio
total!
El acto de recibir a
Cristo en la Primera Comunión, les dará la fuerza necesaria para servir mejor a
vuestros hermanos y amigos: Es un distintivo característico
de los primeros creyentes la vivencia pública de la caridad, la cual, en todo momento ha de ser: ordenada, abierta a la trascendencia y no
tiene mayor limite que dar a Cristo a quienes le acojan.
a).
La caridad ordenada: Es decir, primero se encamina a los que
están junto a nosotros: Sin lugar a dudas que “la caridad empieza por casa pero no termina allí”, es un
imperativo impostergable llevar a Cristo a la vida de nuestro hogar, lo
cual tiene el gran desafío que allí nos conocen perfectamente a la vez que
encierra la grandeza de hacer que quienes en este mundo están a nuestro lado no
dejen de acompañarnos cuando partamos de él y nos reencontremos con ellos en la
Vida Eterna, no ya por un tiempo sino para siempre.
Se tiene que notar que
somos parte del “equipo de Jesús” y
que seguimos las enseñanzas de su Iglesia verdadera, toda vez que no se
puede separar a Cristo de su Iglesia ni a su Iglesia de Jesús. Como
creyentes (bautizados) somos parte de
Jesús en su Iglesia: El la fundo, Él la guía, Él la santifica. Entonces,
recibir a Jesús en la Eucaristía implica participar “vitalmente” en su Iglesia,
asistiendo a sus celebraciones, apoyándola en sus necesidades, instruyéndonos
cada vez más seriamente en su doctrina, defendiéndola de las calumnias y
propagando la caridad por medio de
nuestro apostolado. Lo bueno que es para nosotros ha de serlo para todos,
por esto: no dar a conocer a otros a Jesús y no invitar a otros a la Iglesia
es traicionarlo.
Ciertamente, lo
anterior no es lo que caracteriza a los niños quienes –generalmente- procurar
ser fieles a Jesús, tal como lo fueron
los niños de Jerusalén quienes, ante la
llegada de Cristo a la ciudad, fueron
los primeros en saludarle y reconcomerle, con su espontaneidad y pureza característica:
“Hosanna al Hijo de David, bendito el que
viene en el nombre del Señor”. ¡Unos cuantos niños –como vosotros hoy-
contagiaron una ciudad entera! ¿Serán capaces de hacerlo ahora ustedes?
b).
Abierta a la trascendencia: Sin duda, no cualquier testimonio
es el que el Señor desea de nosotros. No cualquier acto hecho por nosotros es
bueno, se requiere llenar de Dios nuestro apostolado, por lo que la validez de
él será la exacta medida que sea fiel a su voluntad, a sus caminos, a sus
mandamientos. En la Iglesia que ustedes fueron bautizados ¡nuestra Iglesia
Católica! Se enseña con certeza lo que Dios le pide, pues Cristo prometió que
el poder del mal “nunca prevalecerá”,
por lo no es mendiga de novedades, ni esclava de componendas, es columna segura
de verdad para todos. Como obedecemos a nuestra madre que nos enseña y
cuida ¡infinitamente más! hemos de hacerlo con la voz de Jesucristo, que habla
por medio del actual Sumo Pontífice en consonancia con cada uno de quienes le
han precedido, como la de quienes en el futuro –Dios mediante- le seguirán.
c).
Grande es el amor de Dios: El hecho de comulgar hoy por primera
vez, de estar con Jesús, que murió en la
Cruz por cada uno de nosotros, y nos invita –ahora- a vivir de su presencia
eucarística, implica tener un corazón que no posea límites para amar al
prójimo, pues, ¿Cuál es la medida del amor? ¡La medida del amor de Dios es
amar sin medida! A partir de hoy, procuraremos: vivir las obras de
misericordia con intensidad, daremos importancia a la oración como verdadera “respiración del alma”, concederemos el
perdón a quienes nos ofendan con diligencia, buscaremos conocer mejor nuestra
religión católica, y sobre todo, estaremos cercanos al Corazón de Nuestra Madre
del Cielo, quien hoy, bajo el título de la Inmaculada Concepción, está llena
de gozo al ver un número de niños que
reciben a Jesús en su Primera Comunión, diciendo en sus vidas: ¡Si Cristo, y Si
a la Iglesia!. ¡Que Viva Cristo Rey!
SACERDOTE
JAIME HERRERA / PARROQUIA PUERTO CLARO / DIÓCESIS DE VALPARAÍSO / CHILE
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