martes, 4 de agosto de 2020


TEMA  :  “SI EL PAN SE CUIDA A CRISTO SE LE ADORA”.
FECHA: HOMILÍA DOMINGO DÉCIMO OCTAVO T.O / AÑO 2020
El episodio escuchado aparece en el relato de los cuatro evangelistas (San Marcos VI, 35-44; San Lucas IX, 12-17; San Juan VI, 1-14), lo que denota la relevancia del hecho, dado en un contexto realmente lleno de dramatismo, toda vez que Jesús recibió el desprecio de los propios habitantes de la región de Nazaret haciendo que señalara: “Nadie es profeta bien acogido en su propia casa”. Luego, el momento de la muerte de Juan Bautista. Era familiar, en su infancia compartió muchos momentos con el, como lo suelen hacer los primos, luego, el drama de una fiesta que termina en muerte, en un compartir que culmina en el odio extremado hasta un crimen…qué elocuente dicotomía entre la fiesta de la muerte respecto de la fiesta de la vida, entre la cena que da un monarca esclavo del progreso del paganismo con el que invita el Rey de Reyes con un simple trozo de pan, signo del misterio que posteriormente instituiría en la Última Cena.
La historia del Pueblo de Dios está marcada por la personal intervención de Dios como aconteció en el largo caminar de cuatro décadas desde la esclavitud en Egipto hasta el arribo a la tierra prometida (Éxodo XVI), o bien cuando el profeta Eliseo (2 Reyes IV, 42-44) con veinte panes alimento a un centenar cuya hambre era real y no un slogan.
El milagro obrado por Jesús es manifiestamente “eucarístico”, es decir, tiene como finalidad preparar el corazón a la luz de la fe respecto de lo que implicaría el Milagro de Milagros como sería la institución de la Santa Misa horas antes de ser puesto en lo alto de la una cruz. Todo el relato de hoy tiene lo que llamaremos “un sabor y olor a misa”, pues: El mismo Cristo, la presencia de los apóstoles, un pan que nutre, una bendición sobre los panes, los discípulos comparten y reparten el milagro, son parte viva y activa,  no meramente decorativa ni funcional, menos funcionaria.
Respecto de esto último, en dos días recordaremos al Patrono de los sacerdotes como es el san Juan María Vianney, conocido como el Cura de Ars, que era una localidad de sólo 230 habitantes donde bien se cumplía el refranero popular: “pueblo chico infierno grande”, toda vez que luego de los estragos de la Revolución Francesa el alma de la Francia creyente había caído en el desenfreno moral , la violencia, la soberbia, la burla hacia lo sagrado, entre otras expresiones que evidenciaban que la sociedad se estaba hundiendo.
                            
Mas, con la llegada de un sacerdote al que en modo alguno hoy se le concedería una primera plana ni ocuparía un protagonismo como influencer, que estuvo a punto de no ser admitido al sacerdocio porque no era dado a la lengua latina, el pequeño pueblo hoy por hoy, sólo es reconocido por la presencia de quien fue objeto de la fijación de satanás y sus colaboradores. ¿Qué hizo en aquel lugar? Nada más ni menos que procurar ser fiel a lo que prometió el día de su ordenación sacerdotal, y a la gracia venida de lo alto, por medio de una vocación recibida tempranamente.
Rezaba diariamente el breviario y el santo rosario, centraba cada jornada en torno a la Santa Misa…el puntapié inicial constituía la centralidad década jornada, privilegiaba la visita personal a los hogares de todos los fieles con una caridad sacerdotal que tendía a enseñarles a llegar al Paraíso. Ninguna necesidad precedía a la de dar a conocer a Jesús a sus fieles, lo que acontece de manera sublime al hacerse presente sustancialmente sobre el altar al momento de la transustanciación, cuando cada sacerdote repite las palabras de la consagración: “Esto es mi cuerpo…Esta es mi Sangre…Haced esto en mi memoria”.
Ninguna licenciatura, ni magister, ni doctorado requirió el Santo Cura de Ars para poder entender que su vida se jugaba en cada Misa, por ello,  colocaba toda su atención y amor en celebrarla según el querer de Dios y su Iglesia señalando que “Todas las obras buenas juntas no equivalen al sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios”.
Desde esta mirada eucarística, tan propia de las almas santas a lo largo de toda la historia de la Iglesia, excepto en este tiempo, encontramos la certeza de la promesa  cumplida por Jesús en orden a estar junto a nosotros presente todos los días de manera física y espiritual como acontece en el instante de la consagración del pan y vino en el cuerpo y sangre del Señor, quedando presente en cada especie y partícula por lo que nuestra adoración manifestada en piedad y cuidado se ha de dar a Cristo total en toda la hostia y en cada una de sus partes, tal como uno respeta la vida, la presencia, y el cuerpo  de toda persona y no la secciona en partes.
                    
Nuestra Iglesia en su sagrada liturgia reserva  una delicadeza especial en todo lo que se refiere al Santísimo: Desde los vasos sagrados que lo contienen, al lugar donde se reserva como es el tabernáculo o sagrario, al uso de una patena para evitar que las partes pequeñas de una hostia caigan por simple descuido,  el cual, menester es reconocer que puede a veces,  evidenciar  una negligencia, una torcida formación sacramental y hasta el drama de una debilitada fe en la misma Eucaristía, que mucho me temo,  está muy difundida en este último tiempo.
Siguiendo el símil del respeto de la persona, quien habitualmente abusa de las personas y se acostumbra a faltar el respeto con lo que considera “pequeñeces” no dejará de seguir la espiral del desprecio en cosas aún mayores, de modo semejante,  acontece con el trato hacia Jesús en la Santa Misa donde bajo la búsqueda de lo simple se cae en el simplismo, donde la sencillez anhelada deviene en la trivialidad, y la nobleza se tiñe de lo burdo.
Hace unos días nuestra ciudad de Valparaíso (Chile) que se encuentra con “confinamiento mayor”, es decir,  encierro total,  fue testigo de dos hechos sorprendentes: La Sede del poder legislativo cobijó en su interior a cincuenta invitados más un número indeterminado en las tribunas, y decenas de periodistas en el acceso principal como vimos. Luego, en las afueras del recinto, el mismo alcalde que clamaba por cuarentena total y exigió que cerrasen todos los locales comerciales y educativos, de la ciudad,  sostenía una pancarta junto a una decena de personas que protestaban. Tuvo tiempo para eso pero no para revisar que las cajas de alimentos dadas por el Estado llegasen prontamente a los hogares que con urgencia lo requerían, tuvo tiempo  para armar una protesta mientras muchos hogares que,  excepcionalmente no han tenido necesidad de ello,  si recibían mercadería  lo que evidencia una negligencia enorme e inoperancia.
Pues bien, como católicos nos hemos visto privados de asistir a la Santa Misa durante varios meses, porque la autoridad sanitaria del Minsal señala que es riesgoso para uno y los demás. Más esto, no parece regir para lugares públicos con personas del servicio público que organizan –como es el caso del alcalde de Valparaíso- protestas en medio de la mayor crisis de la historia en Chile, colocando en riesgo sanitario a los que estaban a su alrededor en esos momentos. ¡Ojala la trazabilidad llegue a ver si uno de ellos enferma luego!
                           
Sin distraer en lo más mínimo nuestra atención en el episodio señalado, como católicos estamos molestos y dolidos por el trato dado que a estas alturas evidentemente es algo abusivo por parte de quienes -sin discernimiento alguno- han equiparado la necesidad espiritual de estar con Jesucristo con la de abrir un casino, un bar, o un gimnasio, postergando la apertura de los templos cuya capacidad promedio no difiere a la hora de albergar menos de cincuenta personas tal como se hizo en el Congreso, o como aconteció con las doce personas como las que protestaban junto con el alcalde adolescente de nuestro puerto.
La apertura de nuestros templos será gradual, asistiendo un número acotado de feligreses que suelen ser como “la primera línea” virtuosa de nuestras parroquias, y cuya participación no se detiene en ser periférica, eventual ni circunstancial. No es el fiel “cometa” sino el fiel “estrella” que procura ser luz de modo permanente y que requiere de la Santa Eucaristía como una necesidad esencial, por lo que no comprende tan extensa privación, y  no le ha bastado subsistir  en este tiempo con la “aspirina” de poder  mirar desde la pantalla de su celular, de su computador o de su Smart tv la realización de la Misa denominada “on line”.
El Evangelio señala que Jesús “se apartó de ellos a un lugar desierto”: Ese contexto fue una preparación para el milagro que iba a realizar. Nosotros hemos pasado por un desierto en este tiempo de extendido confinamiento, donde en muchos casos ha sido rigurosamente seguido, especialmente por nuestros adultos mayores, y por los más pequeños. La falta de una adecuada movilidad puede ocasionar males aún mayores, los cuales, desde la realidad de la vida espiritual puede desencadenar en un anquilosamiento del alma, acostumbrándonos a una relación “pragmática” con nuestro Dios y a un trato virtual con Jesucristo particularmente en lo que se refiere al trato con la Santísima Eucaristía.
En todo este tiempo, como aquella muchedumbre nos debemos preguntar: ¿Hemos tenido hambre de la Eucaristía? ¿Hemos llegado a las lágrimas ante la privación durante meses de poder estar con Cristo presente en la Hostia consagrada? ¿Es Cristo realmente el alimento nuestro?  Sin duda este tiempo de pandemia puede servir para acrisolar nuestras prioridades, necesidades y preocupaciones.
                               
Una chispa enciende una fogata: De unos pocos panes el Señor ha querido mostrar su misericordia y  poder, pudiendo haber prescindido de la generosa colación de ese niño que llevo unos tres pescados y cinco panes…También, a través de la llama humeante, la chispa insignificante,  puede hoy el Señor cambiar el corazón de tantos creyentes y consagrados abducidos por las lógicas liberacionistas, la ceguera ante la falsedad de los nuevos paradigmas, las razones de mayorías mutantes (cambiantes), los poderes mundanos que procuran erigirse al margen la voluntad de Dios, invocando una autonomía cuyo libertinaje será la mayor y más dramática de la esclavitudes, pues no estarán privados externamente como antaño sino que  además, los corazones lo estarán. Y de eso, si cuesta salir.
Escuchando la voz del Santo Cura de Ars, recurrimos a la protección y enseñanza de nuestra Madre del Cielo, con el fin de asumir que el fundamento de toda caridad y fraternidad parten del amor a Dios y del amor en Dios, asumiendo que “quien se coloca al alero de la gracia que viene de lo alto, no tiene por qué errar en la vida”, y puede mirar con esperanza cada época por adversa que parezca. Ánimo…Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera.
¡Que Viva Cristo Rey!
                               

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