TEMA : “SI EL PAN SE CUIDA A CRISTO SE LE ADORA”.
FECHA: HOMILÍA DOMINGO DÉCIMO OCTAVO T.O /
AÑO 2020
El
episodio escuchado aparece en el relato de los cuatro evangelistas
(San Marcos VI, 35-44; San Lucas IX, 12-17; San Juan VI, 1-14),
lo que denota la relevancia del hecho, dado en un contexto realmente lleno de dramatismo,
toda vez que Jesús recibió el desprecio de los propios habitantes de la región
de Nazaret haciendo que señalara: “Nadie
es profeta bien acogido en su propia casa”. Luego, el momento de la muerte
de Juan Bautista. Era familiar, en su infancia compartió muchos momentos con el,
como lo suelen hacer los primos, luego, el drama de una fiesta que termina en muerte,
en un compartir que culmina en el odio extremado hasta un crimen…qué elocuente
dicotomía entre la fiesta de la muerte respecto de la fiesta de la vida, entre
la cena que da un monarca esclavo del progreso del paganismo con el que invita
el Rey de Reyes con un simple trozo de pan, signo del misterio que
posteriormente instituiría en la Última Cena.
La
historia del Pueblo de Dios está marcada por la personal intervención de Dios
como aconteció en el largo caminar de cuatro décadas desde la esclavitud en
Egipto hasta el arribo a la tierra prometida (Éxodo
XVI), o bien cuando el profeta Eliseo (2
Reyes IV, 42-44) con veinte panes alimento a un
centenar cuya hambre era real y no un slogan.
El
milagro obrado por Jesús es manifiestamente “eucarístico”,
es decir, tiene como finalidad preparar el corazón a la luz de la fe respecto
de lo que implicaría el Milagro de
Milagros como sería la institución de la Santa Misa horas antes de ser
puesto en lo alto de la una cruz. Todo el relato de hoy tiene lo que llamaremos
“un sabor y olor a misa”, pues: El
mismo Cristo, la presencia de los apóstoles, un pan que nutre, una bendición
sobre los panes, los discípulos comparten y reparten el milagro, son parte viva
y activa, no meramente decorativa ni
funcional, menos funcionaria.
Respecto
de esto último, en dos días recordaremos al Patrono de los sacerdotes como es
el san Juan María Vianney, conocido como el Cura de Ars, que era una localidad
de sólo 230 habitantes donde bien se cumplía el refranero popular: “pueblo chico infierno grande”, toda vez
que luego de los estragos de la Revolución Francesa el alma de la Francia
creyente había caído en el desenfreno moral , la violencia, la soberbia, la
burla hacia lo sagrado, entre otras expresiones que evidenciaban que la
sociedad se estaba hundiendo.
Mas,
con la llegada de un sacerdote al que en modo alguno hoy se le concedería una primera plana ni ocuparía un protagonismo
como influencer, que estuvo a punto
de no ser admitido al sacerdocio porque no era dado a la lengua latina, el
pequeño pueblo hoy por hoy, sólo es reconocido por la presencia de quien fue
objeto de la fijación de satanás y sus colaboradores. ¿Qué hizo en aquel lugar?
Nada más ni menos que procurar ser fiel a lo que prometió el día de su
ordenación sacerdotal, y a la gracia venida de lo alto, por medio de una
vocación recibida tempranamente.
Rezaba
diariamente el breviario y el santo rosario, centraba cada jornada en torno a
la Santa Misa…el puntapié inicial constituía la centralidad década jornada,
privilegiaba la visita personal a los hogares de todos los fieles con una
caridad sacerdotal que tendía a enseñarles a llegar al Paraíso. Ninguna necesidad
precedía a la de dar a conocer a Jesús a sus fieles, lo que acontece de manera
sublime al hacerse presente sustancialmente sobre el altar al momento de la transustanciación,
cuando cada sacerdote repite las palabras de la consagración: “Esto es mi cuerpo…Esta es mi Sangre…Haced
esto en mi memoria”.
Ninguna
licenciatura, ni magister, ni doctorado requirió el Santo Cura de Ars para
poder entender que su vida se jugaba
en cada Misa, por ello, colocaba toda su
atención y amor en celebrarla según el querer de Dios y su Iglesia señalando
que “Todas las obras buenas juntas no
equivalen al sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, mientras
la Santa Misa es obra de Dios”.
Desde
esta mirada eucarística, tan propia de las almas santas a lo largo de toda la
historia de la Iglesia, excepto en este tiempo, encontramos la certeza de la
promesa cumplida por Jesús en orden a
estar junto a nosotros presente todos los días de manera física y espiritual
como acontece en el instante de la consagración del pan y vino en el cuerpo y sangre
del Señor, quedando presente en cada especie y partícula por lo que nuestra
adoración manifestada en piedad y cuidado se ha de dar a Cristo total en toda
la hostia y en cada una de sus partes, tal como uno respeta la vida, la
presencia, y el cuerpo de toda persona y
no la secciona en partes.
Nuestra
Iglesia en su sagrada liturgia reserva
una delicadeza especial en todo lo que se refiere al Santísimo: Desde
los vasos sagrados que lo contienen, al lugar donde se reserva como es el
tabernáculo o sagrario, al uso de una patena para evitar que las partes
pequeñas de una hostia caigan por simple descuido, el cual, menester es reconocer que puede a veces,
evidenciar una negligencia, una torcida formación
sacramental y hasta el drama de una debilitada fe en la misma Eucaristía, que
mucho me temo, está muy difundida en
este último tiempo.
Siguiendo
el símil del respeto de la persona, quien habitualmente abusa de las personas y
se acostumbra a faltar el respeto con lo que considera “pequeñeces” no dejará de seguir la espiral del desprecio en cosas aún
mayores, de modo semejante, acontece con
el trato hacia Jesús en la Santa Misa donde bajo la búsqueda de lo simple se
cae en el simplismo, donde la sencillez anhelada deviene en la trivialidad, y
la nobleza se tiñe de lo burdo.
Hace
unos días nuestra ciudad de Valparaíso (Chile) que se encuentra con “confinamiento mayor”, es decir, encierro total, fue testigo de dos hechos sorprendentes: La Sede
del poder legislativo cobijó en su interior a cincuenta invitados más un número
indeterminado en las tribunas, y decenas de periodistas en el acceso principal
como vimos. Luego, en las afueras del recinto, el mismo alcalde que clamaba por
cuarentena total y exigió que cerrasen todos los locales comerciales y educativos,
de la ciudad, sostenía una pancarta
junto a una decena de personas que protestaban. Tuvo tiempo para eso pero no
para revisar que las cajas de alimentos dadas por el Estado llegasen prontamente
a los hogares que con urgencia lo requerían, tuvo tiempo para armar una protesta mientras muchos hogares
que, excepcionalmente no han tenido
necesidad de ello, si recibían mercadería
lo que evidencia una negligencia enorme
e inoperancia.
Pues
bien, como católicos nos hemos visto privados de asistir a la Santa Misa
durante varios meses, porque la autoridad sanitaria del Minsal señala que es
riesgoso para uno y los demás. Más esto, no parece regir para lugares públicos
con personas del servicio público que organizan –como es el caso del alcalde de
Valparaíso- protestas en medio de la mayor crisis de la historia en Chile,
colocando en riesgo sanitario a los que estaban a su alrededor en esos
momentos. ¡Ojala la trazabilidad llegue a ver si uno de ellos enferma luego!
Sin
distraer en lo más mínimo nuestra atención en el episodio señalado, como
católicos estamos molestos y dolidos por el trato dado que a estas alturas
evidentemente es algo abusivo por parte de quienes -sin discernimiento alguno-
han equiparado la necesidad espiritual de estar con Jesucristo con la de abrir
un casino, un bar, o un gimnasio, postergando la apertura de los templos cuya
capacidad promedio no difiere a la hora de albergar menos de cincuenta personas
tal como se hizo en el Congreso, o como aconteció con las doce personas como
las que protestaban junto con el alcalde adolescente de nuestro puerto.
La
apertura de nuestros templos será gradual, asistiendo un número acotado de
feligreses que suelen ser como “la
primera línea” virtuosa de nuestras parroquias, y cuya participación no se
detiene en ser periférica, eventual ni circunstancial. No es el fiel “cometa” sino el fiel “estrella” que procura ser luz de modo
permanente y que requiere de la Santa Eucaristía como una necesidad esencial,
por lo que no comprende tan extensa privación, y no le ha bastado subsistir en este tiempo con la “aspirina” de poder mirar desde la pantalla de su celular,
de su computador o de su Smart tv la realización de la Misa denominada “on line”.
El
Evangelio señala que Jesús “se apartó de
ellos a un lugar desierto”: Ese contexto fue una preparación para el
milagro que iba a realizar. Nosotros hemos pasado por un desierto en este
tiempo de extendido confinamiento, donde en muchos casos ha sido rigurosamente
seguido, especialmente por nuestros adultos mayores, y por los más pequeños. La
falta de una adecuada movilidad puede ocasionar males aún mayores, los cuales,
desde la realidad de la vida espiritual puede desencadenar en un
anquilosamiento del alma, acostumbrándonos a una relación “pragmática” con
nuestro Dios y a un trato virtual con Jesucristo particularmente en lo que se
refiere al trato con la Santísima Eucaristía.
En
todo este tiempo, como aquella muchedumbre nos debemos preguntar: ¿Hemos tenido
hambre de la Eucaristía? ¿Hemos llegado a las lágrimas ante la privación
durante meses de poder estar con Cristo presente en la Hostia consagrada? ¿Es
Cristo realmente el alimento nuestro?
Sin duda este tiempo de pandemia puede servir para acrisolar nuestras prioridades, necesidades y preocupaciones.
Una
chispa enciende una fogata: De unos pocos panes el Señor ha querido mostrar su misericordia
y poder, pudiendo haber prescindido de
la generosa colación de ese niño que llevo unos tres pescados y cinco panes…También,
a través de la llama humeante, la chispa insignificante, puede hoy el Señor cambiar el corazón de
tantos creyentes y consagrados abducidos por las lógicas liberacionistas, la
ceguera ante la falsedad de los nuevos paradigmas, las razones de mayorías
mutantes (cambiantes), los poderes mundanos que procuran erigirse al margen la
voluntad de Dios, invocando una autonomía cuyo libertinaje será la mayor y más
dramática de la esclavitudes, pues no estarán privados externamente como antaño
sino que además, los corazones lo
estarán. Y de eso, si cuesta salir.
Escuchando
la voz del Santo Cura de Ars, recurrimos a la protección y enseñanza de nuestra
Madre del Cielo, con el fin de asumir que el fundamento de toda caridad y
fraternidad parten del amor a Dios y del amor en Dios, asumiendo que “quien se coloca al alero de la gracia que
viene de lo alto, no tiene por qué errar en la vida”, y puede mirar con
esperanza cada época por adversa que parezca. Ánimo…Cristo vence, Cristo reina,
Cristo impera.
¡Que
Viva Cristo Rey!
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