martes, 25 de agosto de 2020

 

TEMA  : “VIERON, ADORARON Y DIJERON”.

FECHA: HOMILÍA DÉCIMO NOVENO DOMINGO  /  AGOSTO   2020

No deja de sorprender al creyente buenamente la oportunidad que tiene cada relato del evangelio respecto al momento en que vivimos. La Palabra de Dios no llega tarde ni se anticipa: por venir de Dios es siempre actual, necesaria y eficaz a la vez, de tal manera que podemos tener la seguridad que aquello que hoy hemos escuchado es realmente lo que Dios quiere para nosotros, lo cual –por cierto- es lo mejor para nosotros.

Es lo que acontece  con el milagro que Jesús hace hoy, el cual debemos leerlo desde el episodio del domingo pasado con ocasión de la multiplicación de los cinco  panes y dos pescados. Podemos pensar en la gratitud de tantas personas que recibieron de manos de los apóstoles ese pan, sin duda les hizo “sentirse” realizados por el bien hecho. Pero ahora se trata de un largo momento de incertidumbre, de soledad., de esfuerzo, de desencuentro, y miedo ante unas horas que parecieron interminables.

Todos hemos pasado momentos de angustia alguna vez. De hecho, por valiente que sea una persona un terremoto hace correr al más pusilánime o flemático. Pero eso dura unos minutos que para el que los pasa son eternos, entonces, intuimos que las horas luchando contra la fuerte de un oleaje impetuoso, el rigor gélido de un viento rugiente al que los habitantes de la parte alta de Playa ancha suelen están tan acostumbrados, la oscuridad que parecía tan magra cuanto mas las horas pasaban, el cansancio físico que se hizo sentir del mayor al menor, todo lo cual llevo a la desesperación, el temor, y la pérdida del sentido de la realidad que les hace confundir a Jesús con un fantasma. A pesar de haber estado con El tres años, a pesar de haber permanecido con Jesús solo unas horas antes, no lograron verlo de inmediato porque algo les impedía hacerlo.

¿se trataba de una simple pelusa en sus ojos que no lo vieron bien? ¿Hubo algo tan fuerte que les llevó a desconfiar de todas las promesas recibidas del Señor? ¿Cómo fue posible que en sólo un pestañar de tiempo colocasen su mirada en una fuerza que les hizo temer por sobre una fe que les llevaba a amar al Señor?

 

SACERDOTE JAIME HERRERA CHILE

Lo cierto es que su navegar en medio de un mar revuelto estaba marcado por el miedo, el cual  tiene su origen siempre en el demonio, que como padre de la mentira hace germinar en el alma incertidumbre, desconfianza, dudas que sólo desembocan en el derrotero  de un temor cuyo origen en el hombre parece ser desconocido.

Permitió el Señor que permanecieran largas horas luchando en medio del mar. Fue una dura batalla la que todos debieron dar para no hundirse.

Permitió el error de no reconocerlo, de estar sumergidos  en el miedo y,  de llegar al punto de  gritar por el susto de verlo. Misterio inmenso que la Providencia permite un mal para sacar mayores bienes, que hace al hombre experimentar su propia debilidad para dar paso al poder manifiesto de Jesús.

Jesús llama a sus Doce Apóstoles como “hombres de poca fe(oligopistos) es una expresión inusual al punto que no hay ningún texto griego contemporáneo lo que marca lo especial que marco para los que iban sobre la barca las palabras del Señor.

Los discípulos comprendieron al final de este episodio que la salvación estaba más allá de la fuerza de las olas y de la pasividad de las mismas, porque lo fundamental era confiar en el Señor, en tener una fe a todo evento, lo cual, constituye el talón de Aquiles de la vida actual, el cual, particularmente en este tiempo ha quedado evidenciado tan crudamente al verificar que para muchos católicos la participación presencial en la Santa Misa resulta menos importante que acompañar a una mascotas o ir a un supermercado. ¿Por qué no es cuestionable para un católico chileno hoy que pueda ir a la feria de su barrio y no ingresar con veinte personas a un templo?

PRESBÍTERO DIÓCESIS DE VALPARAÍSO

Miraba  un video hecho para preparar a los fieles de la Diócesis de Chillán para asistir a la Santa Misa en un tiempo más: La verdad es que el citado “tutorial” podría servir para cualquier recinto con asistencia de personas…un Mall, una cafetería o un gimnasio porque,  al ingresar se le coloca un gel purificador, mantiene la distancia de un metro, comulga en la mano y explícitamente se coloca al mal comulgante como arrodillado con una línea roja –no podía de ser otro color si en el ADN rojo subyace siempre la prohibición y la falta de verdadera libertad-  mas, en el video se evita todo acto de piedad al ingreso y egreso del recinto sagrado…si se purifica las manos con abundante alcohol-gel  ¿Por qué luego de ello no puede santiguarse con agua bendita?

Para la comunión de un número acotado de diez, veinte o treinta personas ¿Por qué no usar una hostia grande como la que tiene el sacerdote fraccionada en dos con lo cual se evita todo riesgo de contacto?

Al momento de impartir la comunión puede proponerse darla soto voce (voz baja)  la expresión “Cuerpo de Cristo” y la respuesta “Amén” para evitar un eventual “riesgo de contagio”.

El encuentro con el Señor que viene a ellos al amanecer, luego del paso de la tormenta es figura –aquí y ahora- de nuestra Iglesia que tras el paso de la prueba “tormentosa” del virus chino quiere subir a la embarcación de nuestra alma, de nuestro corazón, como también, al corazón de todos los creyentes. La única condición que coloca es crecer en fe, en abandonar nuestras seguridades en lo que Él puede hacer lo cual no conoce de imposibles.

Por esto, cualquier programa de reapertura de aquellos templos que han permanecido cerrados durante largos meses, debe priorizar una debida preparación espiritual donde el sacramento de la confesión, un tiempo de penitencia comunitaria que forman parte del itinerario de la santidad  precedan a los cuidados de sanidad. Es un drama que un santo enferme, pero lo es más, por su carácter irrevocable que un enfermo no opte por la santidad, de manera especial,  si acaso se trata de una dolencia terminal.

El relato del Evangelio llegó a los primeros creyentes en medio de crueles persecuciones, nada se ahorraba a la hora de martirizarlos, por ello la lectura de este pasaje resultó un consuelo en el corazón de quienes sabiendo que iban a morir no olvidaban que Jesús les tendería la mano como a Simón Pedro en medio de la tempestad. Sin duda, para un católico que confía en Dios tanto la vida como la muerte dicen relación con el acto de reconocer a Cristo tal como lo hicieron todos los Doce Apóstoles ante Jesús aquel día en medio del mar calmado: “Verdaderamente eres el Hijo de Dios”.

Ellos “vieron”, “adoraron” y “dijeron”, con lo cual,  entendemos que si hemos tenido la posibilidad de estar con el Señor durante este largo tiempo de pandemia, que ha sido como el interminable tiempo en el que los discípulos lucharon contra las olas toda una noche, viene pronto el tiempo para ver al Señor, sabiendo que Él nunca oculta su rostro y que en toda época viene en nuestra búsqueda, toda vez que aunque nos escondamos de su mirada sus ojos permanecen fijos en nuestra vida, de tal manera que,  ver al Señor es un don del cual hemos de estar agradecidos.

PADRE JAIME HERRERA VALPARAÍSO

Los tres verbos usados por el evangelista son semejantes a los usados en el relato de la natividad y de los encuentros con Jesús resucitado. La adoración dice relación con el cumplimiento del primer mandamiento: “Adorar a Dios sobre todas las cosas” que es la base de toda obra meritoria. No hay amor humano verdadero y espiritualmente fecundo que no emerja y converja –hacia y desde- ese amor al Dios único y verdadero.

Al momento de reconocer la identidad de Cristo, perfecto Dios y hombre a la vez, abandonan el temor que les abrazaba en virtud de la verdadera libertad que nace de saber que se hace lo que se debe respecto de “primerear” al Señor en su mirada. ¿Qué hizo hundir a Pedro a pesar de ver al Señor? Que tenía un ojo en Jesús y el otro en el oleaje tempestuoso, su adoración al único Dios estaba marcada por otras “importancias” cuya trascendencia se equiparaba al poder de Dios, lo que nos lleva a saber que Dios no quiere rivales en nuestra alma. Adorar implica dar a Dios la primacía en todo lo que somos y tenemos.

La intervención de Jesús en este día establece un puente entre el pavor hecho vida de los discípulos –que no difiere mucho de lo que no pocos creyentes viven en este periodo de pandemia-  con lo que terminan pronunciando junto a Simón Pedro: “Verdaderamente eres el Hijo de Dios”.

El sabernos sacados de las aguas de la incertidumbre, el experimentar el rescate de la oscuridad del pecado, el abandono del temor, ha de conducirnos a expresar nuestra convicción que al “apostar” por el Señor a lo largo de nuestra vida es lo mejor que podemos hacer, y lo único que rentabiliza plenamente las obras de bien. Tras las palabras pronunciadas por  los  Doce Apóstoles en la barca subyace una vida que solo se quiere comprender desde Jesucristo, el único que es capaz de explicar en toda su grandeza y profundidad el misterio de nuestra vida y el peregrinar de nuestra Iglesia llamada como ese día a ver, adorar y decir al mundo la verdad recibida.

Imploremos a Nuestra Madre Santísima, que obtenga de manos de su Hijo y Dios, la gracia de ser perseverantes como Ella hasta permanecer de pie junto a la Cruz; la gracia de ser consecuentes como lo fue Ella ante una sociedad que rechazaba y se mofaba de su Hijo y Dios; y, la gracia de ser convincentes ante los que están llamados por el Señor a “ver”, “adorar” y “decir” no sin el testimonio de cada uno que hoy dice con la fuerza del que estamos convencidos:

¡Que Viva Cristo Rey!

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