TEMA : “VIERON,
ADORARON Y DIJERON”.
FECHA: HOMILÍA DÉCIMO NOVENO DOMINGO / AGOSTO 2020
No
deja de sorprender al creyente buenamente la oportunidad que tiene cada relato
del evangelio respecto al momento en que vivimos. La Palabra de Dios no llega
tarde ni se anticipa: por venir de Dios es siempre actual, necesaria y eficaz a
la vez, de tal manera que podemos tener la seguridad que aquello que hoy hemos
escuchado es realmente lo que Dios quiere para nosotros, lo cual –por cierto-
es lo mejor para nosotros.
Es
lo que acontece con el milagro que Jesús
hace hoy, el cual debemos leerlo desde el episodio del domingo pasado con
ocasión de la multiplicación de los cinco
panes y dos pescados. Podemos pensar en la gratitud de tantas personas
que recibieron de manos de los apóstoles ese pan, sin duda les hizo “sentirse”
realizados por el bien hecho. Pero ahora se trata de un largo momento de
incertidumbre, de soledad., de esfuerzo, de desencuentro, y miedo ante unas
horas que parecieron interminables.
Todos
hemos pasado momentos de angustia alguna vez. De hecho, por valiente que sea
una persona un terremoto hace correr al más pusilánime o flemático. Pero eso
dura unos minutos que para el que los pasa son eternos, entonces, intuimos que
las horas luchando contra la fuerte de un oleaje impetuoso, el rigor gélido de
un viento rugiente al que los habitantes de la parte alta de Playa ancha suelen
están tan acostumbrados, la oscuridad que parecía tan magra cuanto mas las
horas pasaban, el cansancio físico que se hizo sentir del mayor al menor, todo
lo cual llevo a la desesperación, el temor, y la pérdida del sentido de la
realidad que les hace confundir a Jesús con un fantasma. A pesar de haber
estado con El tres años, a pesar de haber permanecido con Jesús solo unas horas
antes, no lograron verlo de inmediato porque algo les impedía hacerlo.
¿se
trataba de una simple pelusa en sus ojos que no lo vieron bien? ¿Hubo algo tan
fuerte que les llevó a desconfiar de todas las promesas recibidas del Señor?
¿Cómo fue posible que en sólo un pestañar de tiempo colocasen su mirada en una
fuerza que les hizo temer por sobre una fe que les llevaba a amar al Señor?
Lo
cierto es que su navegar en medio de un mar revuelto estaba marcado por el
miedo, el cual tiene su origen siempre
en el demonio, que como padre de la mentira hace germinar en el alma
incertidumbre, desconfianza, dudas que sólo desembocan en el derrotero de un temor cuyo origen en el hombre parece
ser desconocido.
Permitió
el Señor que permanecieran largas horas luchando en medio del mar. Fue una dura
batalla la que todos debieron dar para no hundirse.
Permitió
el error de no reconocerlo, de estar sumergidos
en el miedo y, de llegar al punto
de gritar por el susto de verlo.
Misterio inmenso que la Providencia permite un mal para sacar mayores bienes,
que hace al hombre experimentar su propia debilidad para dar paso al poder
manifiesto de Jesús.
Jesús
llama a sus Doce Apóstoles como “hombres
de poca fe” (oligopistos)
es una expresión inusual al punto que no hay ningún texto griego contemporáneo
lo que marca lo especial que marco para los que iban sobre la barca las
palabras del Señor.
Los
discípulos comprendieron al final de este episodio que la salvación estaba más
allá de la fuerza de las olas y de la pasividad de las mismas, porque lo
fundamental era confiar en el Señor, en tener una fe a todo evento, lo cual,
constituye el talón de Aquiles de la
vida actual, el cual, particularmente en este tiempo ha quedado evidenciado tan
crudamente al verificar que para muchos católicos la participación presencial
en la Santa Misa resulta menos importante que acompañar a una mascotas o ir a
un supermercado. ¿Por qué no es cuestionable para un católico chileno hoy que
pueda ir a la feria de su barrio y no ingresar con veinte personas a un templo?
PRESBÍTERO DIÓCESIS DE VALPARAÍSO
Miraba
un video hecho para preparar a los
fieles de la Diócesis de Chillán para asistir a la Santa Misa en un tiempo más:
La verdad es que el citado “tutorial”
podría servir para cualquier recinto con asistencia de personas…un Mall, una cafetería
o un gimnasio porque, al ingresar se le
coloca un gel purificador, mantiene la distancia de un metro, comulga en la
mano y explícitamente se coloca al mal
comulgante como arrodillado con una línea roja –no podía de ser otro color
si en el ADN rojo subyace siempre la prohibición y la falta de verdadera
libertad- mas, en el video se evita todo
acto de piedad al ingreso y egreso del recinto sagrado…si se purifica las manos
con abundante alcohol-gel ¿Por qué luego
de ello no puede santiguarse con agua bendita?
Para
la comunión de un número acotado de diez, veinte o treinta personas ¿Por qué no
usar una hostia grande como la que tiene el sacerdote fraccionada en dos con lo
cual se evita todo riesgo de contacto?
Al
momento de impartir la comunión puede proponerse darla soto voce (voz baja) la
expresión “Cuerpo de Cristo” y la respuesta
“Amén” para evitar un eventual “riesgo de contagio”.
El
encuentro con el Señor que viene a ellos al amanecer, luego del paso de la
tormenta es figura –aquí y ahora- de nuestra Iglesia que tras el paso de la
prueba “tormentosa” del virus chino quiere subir a la embarcación de nuestra
alma, de nuestro corazón, como también, al corazón de todos los creyentes. La
única condición que coloca es crecer en fe, en abandonar nuestras seguridades
en lo que Él puede hacer lo cual no conoce de imposibles.
Por
esto, cualquier programa de reapertura de aquellos templos que han permanecido
cerrados durante largos meses, debe priorizar una debida preparación espiritual
donde el sacramento de la confesión, un tiempo de penitencia comunitaria que
forman parte del itinerario de la santidad
precedan a los cuidados de sanidad. Es un drama que un santo enferme,
pero lo es más, por su carácter irrevocable que un enfermo no opte por la
santidad, de manera especial, si acaso
se trata de una dolencia terminal.
El
relato del Evangelio llegó a los primeros creyentes en medio de crueles
persecuciones, nada se ahorraba a la hora de martirizarlos, por ello la lectura
de este pasaje resultó un consuelo en el corazón de quienes sabiendo que iban a
morir no olvidaban que Jesús les tendería la mano como a Simón Pedro en medio
de la tempestad. Sin duda, para un católico que confía en Dios tanto la vida
como la muerte dicen relación con el acto de reconocer a Cristo tal como lo
hicieron todos los Doce Apóstoles ante Jesús aquel día en medio del mar
calmado: “Verdaderamente eres el Hijo de
Dios”.
Ellos
“vieron”, “adoraron” y “dijeron”, con
lo cual, entendemos que si hemos tenido
la posibilidad de estar con el Señor durante este largo tiempo de pandemia, que
ha sido como el interminable tiempo en el que los discípulos lucharon contra
las olas toda una noche, viene pronto el tiempo para ver al Señor, sabiendo que
Él nunca oculta su rostro y que en toda época viene en nuestra búsqueda, toda
vez que aunque nos escondamos de su mirada sus ojos permanecen fijos en nuestra
vida, de tal manera que, ver al Señor es
un don del cual hemos de estar agradecidos.
Los
tres verbos usados por el evangelista son semejantes a los usados en el relato
de la natividad y de los encuentros con Jesús resucitado. La adoración dice
relación con el cumplimiento del primer mandamiento: “Adorar a Dios sobre todas las cosas” que es la base de toda obra
meritoria. No hay amor humano verdadero y espiritualmente fecundo que no emerja
y converja –hacia y desde- ese amor al Dios único y verdadero.
Al
momento de reconocer la identidad de Cristo, perfecto Dios y hombre a la vez,
abandonan el temor que les abrazaba en virtud de la verdadera libertad que nace
de saber que se hace lo que se debe respecto de “primerear” al Señor en su mirada. ¿Qué hizo hundir a Pedro a pesar
de ver al Señor? Que tenía un ojo en Jesús y el otro en el oleaje tempestuoso,
su adoración al único Dios estaba marcada por otras “importancias” cuya trascendencia se equiparaba al poder de Dios,
lo que nos lleva a saber que Dios no quiere rivales en nuestra alma. Adorar
implica dar a Dios la primacía en todo lo que somos y tenemos.
La
intervención de Jesús en este día establece un puente entre el pavor hecho vida
de los discípulos –que no difiere mucho de lo que no pocos creyentes viven en
este periodo de pandemia- con lo que
terminan pronunciando junto a Simón Pedro: “Verdaderamente
eres el Hijo de Dios”.
El
sabernos sacados de las aguas de la incertidumbre, el experimentar el rescate
de la oscuridad del pecado, el abandono del temor, ha de conducirnos a expresar
nuestra convicción que al “apostar” por
el Señor a lo largo de nuestra vida es lo mejor que podemos hacer, y lo único
que rentabiliza plenamente las obras de bien. Tras las palabras pronunciadas
por los
Doce Apóstoles en la barca subyace una vida que solo se quiere
comprender desde Jesucristo, el único que es capaz de explicar en toda su
grandeza y profundidad el misterio de nuestra vida y el peregrinar de nuestra
Iglesia llamada como ese día a ver, adorar y decir al mundo la verdad recibida.
Imploremos
a Nuestra Madre Santísima, que obtenga de manos de su Hijo y Dios, la gracia de
ser perseverantes
como Ella hasta permanecer de pie junto a la Cruz; la gracia de ser consecuentes
como lo fue Ella ante una sociedad que rechazaba y se mofaba de su Hijo
y Dios; y, la gracia de ser convincentes ante los que están
llamados por el Señor a “ver”, “adorar” y “decir” no sin el testimonio de cada uno que hoy dice con la fuerza
del que estamos convencidos:
¡Que
Viva Cristo Rey!
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