martes, 25 de agosto de 2020

 

TEMA  :  “PROCLAMAR LA VERDAD DE JESUCRISTO SIEMPRE”.

FECHA: HOMILÍA  DÉCIMO PRIMER DOMINGO  /  AGOSTO  2020.

La ciudad virtual como la ciudad real en que vivimos y nos relacionamos no difiere mucho de lo que Jesús experimenta al llegar a Cesárea de Filipo que entonces tenía una población mayoritariamente gentil  no judía. La preguntas hechas y las respuesta  dadas son pronunciadas en tierras adversa a Jesús lo que conlleva un mérito a la orden de reconocer el factor de riesgo que implica proclamar nuestra fe en el mundo de hoy, no exento de temor a ser incomprendidos, temor a tener sólo “me gusta”, temor a los aplausos de la gente, porque el demonio  en su afán por pasar desapercibido suele tomar parte de la galería de las mayorías ávidas de secularización, sedientas de una descristianización, que en nuestra sociedad en la hora actual es de suyo indiscutible.

Dos preguntas hace Jesús que apuntan a conocer la percepción del momento sobre su persona, lo que finalmente dice relación con la identidad –quién es- y qué lugar ocupa en el corazón y vida de sus discípulos. Ya había pasado un tiempo razonable para que respondieran,  no eran neófitos ni adolecentes en crecimiento en lo atingente a creer, y dar respuesta implica un riesgo mayor del que experimentaron cuando estaban siendo batidos por las olas en medio de la tormenta en la jornada anterior.

Cuando nos preguntan respecto de lo que otros opinan es fácil responder porque como acontece  con el eco de un acantilado, éste  permanece inmutable a pesar del ruido a su alrededor….ningún riesgo implica responder a otros de lo que dicen otros, es fácil y bien visto hoy estar enterado sobre cuáles son los principales training topic, lo que “la lleva”, “lo atómico”, los apóstoles vieron la ocasión de quedar bien con su Señor al responder profusamente lo que habían escuchado a lo largo de su caminar.

Todas las respuestas refieren a Cristo respecto de otros, y a personas que hicieron bien en el pasado, pero que nada nuevo ni propio parecían anunciar. Lejos estaban aun de reconocer al Señor como la palabra definitiva de Dios al mundo…y la Palabra era Dios...Y la Palabra vino al mundo…y no la quisieron recibieron. (San Juan I).

 

 

Sus novedades estaban envueltas en las telarañas del pasado, la aventura de caminar con Jesús estaba encerrado en el paso cansino de la monotonía y de proponer una vida encerrada en las cuatro paredes de lo que ya no tenía respuesta, semejante a como se pretende alzar hoy una sociedad organizándola al margen de lo que marca su identidad, ello  sólo conlleva a profundizar los males que se pretende superar, toda vez que,  un mundo sin Dios es un mundo contra el hombre.

Por tanto cualquier proyecto de sociedad que prescinda de reconocer el carácter basilar de la Persona de Cristo hoy en medio nuestro sólo irá por el camino de destruir al hombre,  falseando la institución sobre la que se funda la sociedad como es  la familia fundada por un hombre y una mujer, propiciará que la educación en la cual los padres de familia son primeros protagonistas parezca quedar abducida por la acción de un estado que monopoliza la libertad de enseñanza al modo como lo hacen hoy los sistemas totalitarios de Irán, Corea del Norte, Venezuela, y Cuba.

Igualmente, un proyecto de sociedad debe garantizar la libertad de emprendimiento sabiendo que el Estado  ha de ser apoyo de toda  la iniciativa particular  por medio del principio de subsidiariedad, que como sabemos ha sido  frecuentemente recomendado por la Doctrina Social de la Iglesia. En este sentido diremos que,  es el  Estado quien debe colocarse al servicio de la persona humana y no el hombre quien ha de esclavizarse ante el Estado.  Dicho proyecto debe favorecer que el hombre, la familia, y la sociedad puedan,  por el camino de la libertad,  crecer para erradicar la pobreza por medio del trabajo, y generar riqueza para repartir riqueza evitando el camino de un  igualitarismo dilapidador de mayor pobreza. Es necesario crear riqueza para no terminar ampliando la pobreza…! Igualar en bienes no en pobreza como acontece hoy en Valparaíso!

En este sentido, la propiedad privada es un bien que debe estar garantizado porque ella es fruto del trabajo y sacrificio personal, que ha sido puesta en manos de cada uno para su libre uso,  como parte del beneficio que Dios permite desde la creación del mundo de “dominad la tierra”.  El trabajo y su debida retribución es consecuencia de un acto de la voluntad de Dios y por tanto,  forma parte del camino de perfección de cada creyente.

 

 

Desde la implementación del gobierno socialista mocho que imperó en Chile desde 1970 a 1973, incluyendo la actual administración y la anterior, verificamos que nunca hubo menos personas que estuvieron a favor de su elección, con porcentajes reales que van desde de un 36% hasta un 25%  del total del electorado, por lo que devinieron en gobiernos esclavizados a las ratificaciones circunstanciales y,  han permanecido sujetos a frecuentes cuestionamientos que impidieron en ocasiones,  felizmente,  sus iniciativas y en otros favorecieron un sano espíritu crítico. La mínima representatividad del ejecutivo al momento de ejercer la primera magistratura ha ocasionado un vacío de poder donde al parecer todos mandan y ninguno obedece, lo cual,  puede llevar derecho a una conflagración civil cuyas consecuencias son siempre dramáticas.

Como suele suceder en episodios históricos semejantes,  el “pato de la boda” lo termina saldando la Iglesia que, herida en su corazón por las negligencias y faltas de consagrados y purpurados “de todos los colores”, no ha manifestado de manera oportuna y suficientemente clara el camino que nuestra sociedad debe procurar recorrer con el Evangelio en la mano y Jesucristo en su corazón.

Hermanos: Una sociedad “desanimada” (con el alma herida)   constituye el “pasto seco” facilitador para que ardan las ideologías ateas,  tal como ocurre en todo proceso de descristianización en los cuales,  la secularización termina siempre cediendo  desde la dictadura del relativismo a la del totalitarismo.

Y, es lo que estamos viendo al interior de nuestra Patria (chilena) que parece desintegrarse ante el sistemático acto corrosivo de sus bases fundacionales tal como son: su identidad cristiana, la centralidad de la familia en todo ámbito de la sociedad, el equilibrio de los poderes del Estado marcado por la  incursión sistemática de unos sobre otros y, la inmoralidad de ofrecer una vida llena de derechos y placeres obviando sus necesarios deberes y sacrificios.

Urge para nuestra Patria el retorno a lo esencial, donde Jesucristo sea verdaderamente la base de nuestra estructura social, sabiendo que no nos ha sido dado otro medio para alcanzar la bienaventuranza que el nombre de Jesucristo, el verdadero salvador que si salva.

 

 

Como Iglesia nuestro incienso debe ser quemado como signo de plegaria y ofrenda a Dios y no ser consumido ante los determinados  sistemas de gobierno como lo es la misma democracia que,  en ocasiones,  parece fluir en los labios de algunos pastores con mayor frecuencia y entusiasmo que el de Cristo, lo que nos hace recordar lo que sentencia la Sagrada Escritura: “El hombre habla de  lo que hay al interior de su corazón”…callando por lo que no hay…

Esa búsqueda por lo esencial, que siempre será El que es, el que era  y el que será,, necesariamente buscará llevar al mundo a Cristo, a vivir su lógica, a repetir sus enseñanzas, a presentarlo como mejor y primer modelo, a ser el ideal de vida de los consagrados, a ser el camino actual de perfección y santidad para todos, a invitar a una conversión de vida que implica abandonar lo pasado de pecado como un estorbo y a hacer vida,  la siempre novedosa grandeza del amor de Dios. En una palabra es el mundo el que debe aceptar a Cristo, y no falsear el mensaje católico pretendiendo reducir, esclavizar y amarrar la verdad de Cristo a los criterios  y discursos mundanos.

Este punto es esencial, porque como lo experimentaron los Doce Apóstoles a las orillas de Cafarnaúm, implica el desafío actual de decir una verdad que no será la más atractiva para quienes propician el error y la mentira como forma de pensar, exige proclamar una forma de vida que prontamente estará en contradicción con las formas del mundo del libertinaje y desenfreno moral, evidenciando la realidad de las profecías del anciano Simeón: “Será signo de contradicción”.

Hermanos: Jesucristo para el mundo siempre será como una “piedra en el zapato”, es decir, le resultará molesto e impedirá su normal avance,  por lo que el secularismo buscará desecharlo y dejarlo olvidado tal como lo hicieron en el Gólgota y en el Calvario. Aquel día, los enemigos de Jesús ¡que los tuvo y muchos! regresaron a sus hogares creyendo que todo había concluido, olvidando lo dicho por el Señor quien,  como entonces, hoy –también- tiene la última palabra en nuestra vida y en nuestra sociedad.

 

 

 

 

Cristo pareció vencido e impotente en lo alto de la cruz, en tanto que,  la sociedad que lo puso allí,  se mostraba vencedora y poderosa, con el paso del tiempo –sólo tres días- el vencido fue vencedor y los poderosos del mundo fueron definitivamente derrotados.

Los creyentes somos hijos de una esperanza que tiene su nido en un sepulcro vacío, que repite una y otra vez: “Animo, yo he vencido  al mundo”, lo que nos llena de fuerza a la hora de anunciar al mundo liberacionista, que presenta paraísos terrenales que conllevan muerte, soledad, pobreza, violencia, y enfrentamiento.

El entusiasmo del secularismo puede correr bien los primeros metros de la carrera, suele ser creativo, entretenido, organizado, pero…esta no es una “carrerita” no es un “pique” sino que es una maratón para quienes corren la vida entera, y para ello, sólo es posible lograr llegar a la meta por medio de la esperanza que San Pedro, a nombre de los Apóstoles dice: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Recordemos que el Papa Juan Pablo II dijo que: “el mundo puede por un tiempo alzarse contra Dios, pero prontamente ese mundo se vuelca contra  el hombre”.

Sea nuestra Madre del Cielo, la que como perfume de Dios acoja toda nuestras plegarias, y las presente con su maternal aroma, que nos conceda la gracia de proclamar en todo tiempo, en cualquier situación, por favorable o adversa que parezcan aquella verdad que nunca perece como es la anunciada por Jesucristo, el mismo ayer, hoy y siempre.

¡Que Viva Cristo Rey!

 


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