viernes, 19 de enero de 2018

CRECER INTERIORMENTE PARA SERVIR

 RADIO STELLA MARIS / SAN MARCOS III, 7-12.

“Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También,  de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran”. ¡Palabra del Señor!

Hasta el momento hemos conocido una serie de textos en los cuales Nuestro Señor “viene”,  “se acerca” y “entra”, ahora se inicia el relato con la expresión: “Jesús se retiró con sus discípulos”.

Luego, dice a sus apóstoles que le preparan “una pequeña barca”. Ambas realidades muestran el deseo de Jesús en orden a invitar a sus cercanos hacia una vida marcada por la interioridad, lo cual implica un crecimiento personal que va de la mano con la búsqueda de la perfección creciendo en virtudes por medio de una cada vez mejor sintonía con la gracia que nos es dada de lo alto.

Al parecer, ya en tiempos de Jesús la posibilidad de tener espacios dedicados en exclusiva para hablar con Dios eran muy escasos, hoy por cierto la sociedad tiene un ritmo que hace de cada oportunidad de estar con Dios un verdadero desafío que es necesario asumir.

Mas, como le seguía una gran muchedumbre, que deseaba escucharlo y ser partícipe de su bendición, les hizo comprender que el verdadero apostolado, es el apostolado del alma.

Hoy vemos que se ofrecen innumerables elementos para el cuidado y desarrollo del cuerpo, se multiplican gimnasios, cirugías, peluquerías, y cosméticos. Todo lo que sea para que el cuerpo se vea más perfecto se promueve permanentemente, pero a la vez, se constata un sistemático descuido de todo aquello que dice relación con la debida atención que requiere el alma, que debe ser cuidada, que debe ser sanada, que debe ser iluminada, que debe ser alimentada, para que pueda crecer.

La vida interior, es una realidad y es un imperativo para cada uno, más aun en una época donde el materialismo y el hedonismo, por medio del desenfreno del placer, asfixian la vida espiritual, la cual sólo puede ser oxigenada por medio del personal acercamiento a la gracia que es Jesucristo, la cual es recibida por medio de la frecuente participación de los sacramentos.

Sin duda,  no pasa desapercibida a nuestra consideración el reconocimiento que hacen aquellos “espíritus inmundos” respecto de la persona de Cristo: “Tú eres el Hijo de Dios”. Lo que ni hasta entonces habían hecho sus discípulos, lo que obtusamente negaban los letrados, escribas y fariseos, lo hacen aquellos posesos que –ciertamente-  pueden afirmar pero están imposibilitados de amar y ser amados. Esclavizados, encerrados, amordazados por el Maligno, permanecían sumergidos en esa realidad sin esperanza.

La presencia de Nuestro Señor irrumpe nuevamente y viene a salvar a quienes se encontraban hundidos en el misterio del mal: “Curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle”.

El misterio de la Redención no puede ser limitado a una liberación pues la gracia recibida, además: sana, purifica, vivifica, y libera, es decir, es integral. Cuando nos sabemos amados por Dios, y su presencia habita en medio nuestro desde el día del bautismo,  asumimos con urgencia la tarea de crecer “para adentro”, de procurar que la vida espiritual sea ascendente, con hambre de vivir la verdad, la paz y la bondad hecha misericordia.

Sabemos que nadie da lo que no tiene. Por esto, sólo en la medida que estemos  llenos del amor a Dios podremos comunicar a los que están junto a nosotros ese amor de Dios. Nunca olvidemos que un canal solo puede irrigar en  su entorno si acaso está unido a una fuente.

Como creyentes subamos a la barca con Nuestro Señor, a la pequeña barca de cuantos procuran serle fieles en amar, y en servir a quienes más lo necesiten, a imagen la Virgen Santísima que hizo de cada oportunidad un medio para dar a conocer a Jesucristo.


¡Que Viva Cristo Rey!

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