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Stella Maris / Lunes 15 de Enero / San Marcos II, 18-22.
“Al ver que los discípulos de Juan y los
fariseos ayunaban, algunos se acercaron a Jesús y le preguntaron: ¿Cómo es que los
discípulos de Juan y de los fariseos ayunan, pero los tuyos no? Jesús les contestó: ¿Acaso pueden ayunar los invitados del novio
mientras él está con ellos? No pueden hacerlo mientras lo tienen con
ellos. Pero llegará el día en que se les quitará el novio, y ese día sí
ayunarán. Nadie remienda un vestido viejo con un retazo de tela nueva.
De hacerlo así, el remiendo fruncirá el vestido y la rotura se hará
peor. Ni echa nadie vino nuevo en odres viejos. De hacerlo así, el vino
hará reventar los odres y se arruinarán tanto el vino como los odres. Más bien,
el vino nuevo se echa en odres nuevos”.
Con dos preguntas se inicia el relato de este día. Una
profunda inquietud subyace en el corazón del hombre. Podemos definir la
humana naturaleza como un buscador de Dios, pero también como quien es buscado
por Dios. Pues si algunos se acercaron a Jesús y le preguntaron, lo
hicieron porque sabían que en El encontrarían una respuesta, que no sería una más
entre muchas sino la respuesta definitiva.
En medio de un ambiente marcadamente relativizado, donde
para muchos todo da lo mismo, el hecho de ir hacia Jesucristo, el acto de buscarle
y esperar de Él una respuesta de suyo es una gracia que Dios concede como
primer peldaño en el camino hacia Él…Ya lo describía un sabio pensador
católico francés: “Consuélate, si le
buscas es porque le has encontrado”.
Para nuestra Patria la visita del actual Romano Pontífice constituye
una preciada oportunidad para escuchar en primera persona las enseñanzas que el
Sucesor de Pedro entregue, en especial en lo relativo a una vida católica más
convencida y convincente, la cual pasa por la vivencia de la fe en toda su
grandeza y en cada una de sus exigencias.
La expresión dada por Jesús en el último versículo de hoy
sin duda ha de ser una verdadera consigna para nosotros: “Vino nuevo, en odres nuevos”….Lo cual implica una conversión
profunda, permanente y que involucre todos los aspectos de nuestra vida, donde
no queden “espacios”, “lugares”, “tiempos” en los cuales la palabra y persona
de Jesucristo no imperen.
Es sabido que una de las mayores debilidades de nuestra
vida como católicos en la Iglesia es la tentación de licuar la fe y los mandamientos practicando una religiosidad a la medida de nuestros gustos,
de nuestros proyectos y de tantos deseos
personales, olvidando que, nuestra
vocación es imitar a Cristo, según lo cual: “nuestra
voluntad ha de ser cumplir la voluntad de Dios”.
Si en el pasado existió el galicanismo y el americanismo,
nosotros tenemos el “chilenismo”, que
tantas veces recurre al argumento de “soy
católico a mi manera”…La doctrina “del
más o menos” llevado al ámbito de la fe ocasiona su trivialización que –finalmente-
no es capaz de convencer a nadie. Hay que ser creyente a la medida de
Dios y no a la medida del orgullo personal, lo cual necesariamente conlleva un
nuevo modo de vivir porque se tiene una vida nueva que es Jesucristo en nuestro
corazón. Por esto. “Vino nuevo en
odre nuevo”.
La conversión para un creyente constituye
un itinerario, que puede
estar jalonado por múltiples momentos importantes a lo largo de nuestra vida
espiritual, como son la recepción de un sacramento, las opciones de vida
asumidas en un retiro espiritual, mas hay una realidad que subyace en todas
ellas y es la de dar a Cristo el primer lugar en cada una de nuestras
palabras, pensamientos y acciones.
Y, lo que es bueno y necesario para nosotros, lo ha de ser
–también- para los que están a nuestro alrededor, por esto, una persona que vive su conversión siempre
está abierto al mundo del apostolado y de la misión porque asume como un
imperativo dar a conocer la grandeza, gratuidad, y solidez que implica procurar
llevar una vida nueva en Jesucristo.
En este día donde los pasos del Santo Padre comenzarán a
recorrer nuestras ciudades, ofrezcamos a Dios una semana completa de conversión verdadera, procurando que
en nuestra alma reine la paz que eficazmente deviene de una buena confesión
sacramental, que los buenos propósitos envuelvan las acciones de misericordia
nacidas de la bondad experimentada del amor de Dios, bajo la inspiración de
nuestra Madre Santísima, la Virgen María que a lo largo de su vida “todo lo guardaba en su corazón” tal como
“el vino nuevo se guarda en un odre
nuevo”. ¡Que Viva Cristo Rey!
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