miércoles, 17 de enero de 2018

LEVÁNTATE AHÍ EN MEDIO

 Radio Stella Maris / Miércoles 17  Enero / San Marcos  III, 1-6.

“Entró de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio.» Y les dice: “¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?» Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano.» Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra él para ver cómo eliminarle”.

La inexpresividad que ocasiona una parálisis conlleva no sólo a la limitación a hacer muchas cosas sino que también conduce a no dar conocer lo que uno tiene presente en su corazón.

Sucede con una parálisis facial, donde las alegrías y tristezas, que cuantos la padecen  suelen tener una misma expresión. En el caso de las manos, éstas  son como el rostro: Plenamente abierta  tiene capacidad para saludar a la distancia; extendida puede acoger a quien viene hacia nosotros; sobre el hombro puede dar aliento al que esta apesadumbrado, cerrada puede manifestar iracundia y cerrazón, en su dedo pulgar puede indicar que vamos bien y  mañana mejor; con dos dedos mostrar un signo de victoria. Las manos hablan... Pero cuando, a causa de una enfermedad estas quedan paralizadas, entonces,  se produce una grave incomunicación.

Lo anterior sin considerar las limitaciones que tiene aquel que ve mermada total o parcialmente la movilidad de sus manos. Estando inmerso “ahí en medio de la Sinagoga” podemos pensar que como todo enfermo, la sociedad lo había arrinconado en un lugar. El evangelio simplemente nos dice: “y había allí un hombre que tenía la mano seca”.

La relación con los demás se veía entorpecida seriamente por esta “limitación”. Era una mano atrofiada, pero debía sumarse el hecho de ser tenido como un impuro, por tanto no digno de ser considerado ni por Dios ni por los demás asistentes a la sinagoga. El enfermo era un pecador, por tanto, alguien despreciable al que se le ensimismaba en un metro cuadrado,  del cual –por cierto- no podría sustraerse ni ser sustraído.

SACERDOTE DIOCESANO DE VALPARAÍSO 2018

La irrupción de Nuestro Señor  en la vida de ese enfermo hace que cambie substancialmente. Hay un antes y un después, que hace que nada sea igual desde aquel día. El estar frente al Señor y contar con la gracia de su presencia hace que podamos tener una vida nueva, lo cual conlleva el desafío de la fidelidad que incluye: la persecución,  el cuestionamiento, la suspicacia, el desinterés,  el desprecio y menosprecio.

El relato de momento del milagro es escueto: “dice al hombre…extiende tu mano…Él la extendió y que restablecida su mano”.

Luego de ser sanado, no solo Jesús fue cuestionado, también lo fue el hombre que ahora podía expresarse con ambas manos pues era a los ojos del fariseísmo más profundo, una imagen viva del poder, de la bondad y de la misericordia de Jesús, lo cual les resultaba una locura y necedad.

Si para los adversarios a Jesús el milagro fue ocasión de confabulación, para cada creyente es una oportunidad para imitar al Señor por medio de la vivencia de las diversas obras de misericordia espirituales y corporales, que como una verdadera “caricia de Dios” presencializan o actualizan lo que el Corazón de Cristo quiere hacer en medio nuestro y por nuestro medio.

En horas en que el Sucesor de Pedro está en nuestra Patria, descubrimos el valor que tiene la vivencia de la caridad como abono para alcanzar la paz: Desde el corazón, desde la familia, desde la ciudad, desde la nación, hacia el mundo entero. Es que “la paz del corazón es el corazón de la paz” (Papa Juan Pablo II), de la cual cada católico está llamado a ser un “artesano de la paz” (Papa Francisco)  en medio de una sociedad marcadamente individualista y cuyo distanciamiento hacia una vivencia integral de la fe ha provocado un notorio debilitamiento de la armonía en la vida de nuestra sociedad.

El Señor invitó al “hombre de la mano seca” que diese vuelta la página de toda su vida pasada, alejado de todo resentimiento y rencor. Por esto pudo retomar el verdadero rumbo de su existencia, lo cual se produjo porque Jesús ingresó aquel día en el templo de su corazón. Imploremos a la Virgen María cuya mano protectora ha guiado los pasos de nuestra vida, que  nuestra vida personal y social avance “por el camino de la paz”. ¡Que Viva Cristo Rey!

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