Radio Stella Maris / Martes 16 de Enero / San Marcos II, 23-28.
“Y sucedió que un sábado cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?» Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?» Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado”.
Cumplimiento y transgresión, son dos realidades que se
pueden dar al olvidar la causa por lo que se hacen. Sabido es que los fariseos
eran renuentes a las enseñanzas dadas por Jesús porque no supeditaban sus
criterios, sus proyectos, sus intereses a la voluntad de Dios, sino que terminaban
arrinconando a Dios en sus programas, actividades y normas. Ellos, eventualmente, se salvaban en virtud exclusiva de un conjunto de preceptos que a
su vez se imponían. Más de seiscientos debía cumplir todo fariseo que se
preciase de tal, con ello olvidaban que es Dios el que salva, que la redención
nos viene de la mano y Corazón de Jesús pues sabemos que “no nos ha sido dado otro mediador, otro nombre para alcanzar la salvación que el
de Cristo, y este crucificado” (Hechos IV, 12).
El hecho que Nuestro Señor pase por medio de los sembrados y la
presencia de aquellas abundantes espigas en manos de los Apóstoles nos hace
vislumbrar este episodio desde una manifiesta perspectiva eucaristía. Aun mas,
diremos que la presencia de los doce apóstoles “arrancando las espigas”
anunciaría el episodio de la multiplicación de los panes en el cual Jesús le
encomienda a sus discípulos la misión de repartir los panes, pues “ellos se lo dieron a la gente”.
El hambre y necesidad experimentada por el Rey David,
explícitamente citada por Jesús, nos hace tener presente el hecho que no
podemos vivir sin la Santísima Eucaristía. El alma no sólo se debilita sino que se expone
a ceder fácilmente a las tentaciones si persiste negligentemente en no acudir a
Misa ni comulgar frecuentemente.
Jesús dijo respecto de sí mismo: “Yo soy el pan que da la vida”, “el que come de este pan vive para
siempre”. El plano de la vivencia eucarística es de vida y muerte. El
pan sacado de las espigas del trigo no solo da nuevas fuerzas, sino que, transformado en
nuestros altares en el Cuerpo de Cristo, es un pan que conduce y confiere una
vida verdadera, que cada creyente puede resumir en las palabras de San Pablo: “Ya no soy yo el que vive, es Cristo quien
vive en mí”.
Procuremos mirar las
entrelineas de este relato, y sin duda descubriremos la razón del por qué
las primeras comunidades católicas se reunían en torno al altar de manera
cotidiana, lo cual a su vez les llevaba a compartir la vida, sus tiempo, sus
afectos y bienes con quienes lo necesitaban.
Nuestra participación en la Santa Misa debe conducirnos a una caridad cada
vez más perfecta, donde no sean los necesitados
quienes golpeen nuestros hogares sino que seamos nosotros los urgidos en
golpear aquellos hogares urgidos del pan de la verdad, del pan de la vida, del
pan de la acogida, del pan del perdón, pues si comulgamos -debidamente
preparados- nos hacemos participes de la
vida del mismo Cristo que es el “Camino, la
Verdad y la Vida”.
Colocando nuestra mirada en el contexto donde se desarrolla la conversación que relata el
Evangelio de este día, vemos a Jesús que “cruzaba
por los sembrados”. Lo que para nosotros implica que en todo momento el
Señor viene a nosotros, y está en nuestra búsqueda, manifestándose de manera
cotidiana como lo imploramos en la oración al decir: “Danos hoy nuestro pan de cada día”, y teniendo presente que da
permanentemente cumplimiento a su promesa de “estar junto a nosotros hasta el fin de los tiempos”, tal como se
verifica al constatar que cada segundo que pasa, a lo menos cinco misas se
están celebrando por la salvación del mundo.
Con la alegría inmensa de saber que en este día el
Sumo Pontífice celebra la Santa Misa en nuestra Patria, acudamos a nuestros
templos, y de rodillas ante el sagrario que cobija a Jesús Sacramentado,
coloquemos toda nuestras alegrías y esperanzas, nuestros éxitos y
realizaciones, como también tantas miserias y necesidades, con la certeza que
viviendo como “trigo de Dios” por el
sacrificio asumido y ofrecido, llegaremos a ser un día el “pan limpio de Cristo” (San Ignacio de Antioquía). ¡Que Viva Cristo Rey!
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