martes, 30 de enero de 2018

SE CASAN PARA SER SANTOS

  HOMILÍA MATRIMONIO PARROQUIA LAS MERCEDES DE VITACURA  

La fiesta verdadera en Caná de Galilea.

 SACERDOTE JAIME HERRERA
A los pies de la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes, Patrona de este Templo Parroquial, nos reunimos para participar de la celebración del santo matrimonio de nuestros hermanos, quienes en unos momentos sellarán Sus vidas en presencia de Jesús Sacramentado.

En efecto, el apóstol enseña que “quien se case se case en el Señor”, lo cual confiere una consistencia insospechada al acto de mutua donación que harán en unos momentos, según lo cual, Cristo no será un convidado ocasional a estas bodas sino su primer garante y testigo, ante el quien los esposos darán cuenta (exacta) de las múltiples gracias recibidas hasta el último de sus días.

Durante varias semanas han venido preparando cada uno de los detalles de este día, procurando no dejar nada al azar. Sin duda,  ello es loable, como no deja de serlo el hecho del esmero con el cual prepararon esta celebración litúrgica, en la cual se juega vuestra vida futura en el sentido que las bendiciones obtenidas ahora repercuten decididamente en vuestros sueños, opciones y decisiones venideras.

Qué importante es asumir en nuestro tiempo que esta celebración  religiosa es algo fundamental para la vida matrimonial, la cual no puede ser asumida en toda su hondura si acaso no es colocando la vida (como esposos) en las manos del Señor, que todo lo ve y  que todo lo puede.

IGLESIA PUERTO CLARO CHILE 2018
El matrimonio católico no es un maquillaje para la vida de los nuevos esposos. Fiestas ya abran muchas en el futuro; bailes puede haber cada semana, y cenas no faltarán por cierto a lo largo de la semana…pero, la mutua entrega por la cual se sella el compromiso asumido en orden a “vivir fielmente, en lo favorable y lo adverso,  con salud o enfermedad honrándose mutuamente” es algo para toda la vida.

Para quien carece de una fe arraigada y permanece sumergido en los criterios de un mundo que pasa, el matrimonio religioso es tenido como un adorno más, que luce y  acompaña, pero que no termina de involucrar los diversos aspectos de la vida de un hombre y una mujer.

Entonces, al mirar la definición de Nuestro Señor al ser consultado sobre la consistencia del matrimonio respondió: “Ya no son dos, sino uno solo. No separe el hombre lo que Dios ha unido”. En efecto, el Señor Jesús no usa goma de borrar en esta materia, pues una vez que confiere su bendición ésta permanece vigente a lo largo de toda la vida de quien la imploró y recibió, por lo cual tenemos la seguridad que su mano providente que les ha acompañado hasta hoy no los dejará desamparados en el futuro.

Prueba de ello, es que el primer milagro realizado por el Señor fue en medio de unas bodas en la localidad de Caná de Galilea. ¿Casualidad? Por cierto que no, puesto que  para el creyente sólo existe la causalidad que tiene la gracia de Dios al inicio, durante y como destino de toda obra meritoria y de todo acontecimiento. ¡Dios no pestañea cuando se trata de nuestra salvación!

Lo anterior se enriende aún más, al descubrir que la única bendición que no fue suprimida a causa del pecado original fue la dada a nuestros primeros padres insertos en el paraíso terrenal: “Creced multiplicaos, poblad la tierra y dominadla”.  El acto de  dar la espalda al Señor conscientemente no fue capaz de extinguir la mirada de Dios sobre la realidad  de la unión entre el hombre y la mujer, creados por Dios “a su imagen y semejanza”.

PARROQUIA CERRO TORO VALPARAÍSO

Como entonces, Cristo hoy se hace presente en esta celebración para conceder su gracia con el fin que ambos (Nicolás y Carla) puedan responder fielmente a la medida de Dios mismo, es decir “para siempre”. 

Para ello, procurarán estar enamorados permanentemente, sin el cansancio al que conduce la monotonía, la tibieza de creer haberlo vivido todo, y la somnolencia de los sueños acabados. Por el contrario, serán aquel  aire puro de la gracia, el agua fresca del mutuo espíritu de sacrificio, y la alborada tenue de la vivencia mutua de las obras de misericordia,  los que conjuntamente les permitirán seguir adelante en cada jornada, procurando vivirla intensamente como si fuera la primera, la única y la última vez que se vieran en la vida.

Por favor, queridos novios: ¡No sean fomes ni aburridos! Aprendan a entretenerse con la sana alegría que nace de saberse amados en todo momento por Dios. Alejen el prematuro envejecimiento de los ideales que hoy les mantiene atentos, pues se saben mutuamente enamorados. Los peinados pasan de moda, los trajes pasan de moda, la música pasa de moda, pero el amor verdadero siempre permanece como una novedad, siempre es capaz de cautivar los corazones. ¡Siempre puede más! como sentenciaba el Papa Juan Pablo II.

Los novios de Cana de Galilea tenían muchas razones para apesadumbrarse: “No tenían vino” y debían despedir a los convidados…esperemos que eso no se repita hoy, por cierto. Lo que ahora puede ser un momento ingrato, en aquel tiempo constituía  –además-  una obligación legal: El acto de acoger al peregrino que venía de lejos al matrimonio estaba incluido en la legislación que tenía graves sanciones para todo aquel que las incumplía. No era la simple vergüenza de no poder agasajar bien a los invitados, el problema es que podían ir a la cárcel si no acogían a las visitas que anticipadamente debían despedir por no tener más vino.

Junto a ello, al carecer de más vino, que al decir de la Sagrada Escritura “alegra el corazón del hombre”, el ambiente se diluía y “la fiesta se acababa”. Lo que hasta el momento era compartir, estar junto a otros, quedaba cubierto todo por el manto de un sigiloso y silente retorno, aplicando el antiguo refrán: “calabaza, calabaza, cada uno parta su casa”. Es decir, sumergirse al mundo del individualismo, tan característico de nuestro tiempo.

Jesús quiebra el hielo realizando el milagro de la transformación del agua en vino abundante y de calidad, lo cual,  hace retomar aquel ambiente inicial, ahora santificado por la presencia del mismo Jesucristo.

        PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ


Tal como aconteció  aquel día, Nuestro Señor desea cambiar nuevamente el agua de las purificaciones  -que era usada para limpiar las manos, por tanto de desecho-  para colocar el vino de su gracia, siempre eficaz y suficiente, en el alma de estos novios que anhelan la bendición que viene de lo alto y hace posible lo que a los ojos del mundo contemporáneo parece imposible: “amarse en exclusiva para toda la vida”. ¡Todo es posible para Dios y para quienes confían totalmente en su poder  y en su bondad!

El matrimonio como camino de santidad.

Para ello,  es necesario que estos  novios amantes permitan al Señor entrar en sus vidas, transformándola, primero por medio del acto de asumir que la gran fiesta de Bodas en Caná de Galilea sólo se inició cuando Jesús hizo el milagro, por tanto, el matrimonio es un camino de santidad en el cual ambos deben procurar tener un mismo pensar y un mismo vivir en lo relacionado a las cosas de Dios. La piedad no es cosa sólo de mujeres, no es cosa sólo de ancianos, no es cosa sólo de jóvenes, ni es cosa sólo de niños: Es  inherente a todo ser que ha salido de las manos de Dios y está llamado a la Bienaventuranza eterna. Vuestro matrimonio debe tener un lema y este es: “modo mutua santidad”.

El matrimonio como ejercicio de las virtudes.

En segundo lugar,  es muy importante que las virtudes florezcan al interior de la vida familiar. Cualquier jardín requiere cuidado, paciencia y sacrificio. Las flores y frutos no se dan automáticamente sino que sólo emertgen con el paso del tiempo; los huertos suelen ser generosos con quien es generoso en su cuidado. Nada en la vida se obtiene sin el debido sacrificio, el cual,  en el santo matrimonio requiere de un grado no menor pues,  son múltiples las oportunidades que se dan para aprender a practicar la invitación que leemos en los evangelios: “Nadie tiene amor más grande por los suyos que el que da la vida por los suyos”.  En los pequeños detalles al interior  de la vida del hogar es posible –entonces-  practicar la abnegación, la delicadeza, y el servicio hacia quien hoy ocupa un lugar preferencial de vuestra mirada y de vuestro corazón.

Como Dios, procuren imitar aquella característica que le es propia: ¡No se dejen vencer en generosidad!, evitando colocar límites, barreras, exigencias, o condiciones. San Agustín de Hipona solía decir: “Ama y haz lo que quieras”, lo cual,  correctamente entendido,  implica que “la verdadera  medida del amor es amar sin medida”.

En vuestras futuras palabras, insertos ya en la vida esponsal, no faltarán las palaras de gratitud, de perdón y de reconocimiento reciproco, toda vez que de tanto tenemos que agradecer a Dios por quién es y por lo que hace en medio nuestro; de tanto hemos de arrepentirnos  e implorar el bálsamo del perdón sacramental y familiar sabiendo que nadie es tan perfecto y valioso como una monera de oro…Por mucho hemos de implorar el perdón, por menos hemos de aprender a conceder el perdón.

Estamos en la Sede Parroquial de Nuestra Señora de las Mercedes, la cual es una antigua denominación que recibe la Virgen Santísima por medio de la cual se destaca su carácter de medianera universal de toda gracia, en especial, de aquella que nos permite  obtener la plena libertad propia de los hijos de Dios. Ella rompe las cadenas del pecado que nos impide amar verdaderamente al Señor, permitiéndonos reconocer que sólo por medio del cumplimiento de los mandamientos alcanzaremos la anhela da libertad como preclaramente nos enseñaba  el Papa Benedicto XVI: “Dios no es rival de nuestra libertad sino su primer garante”.  Así entendemos por qué la Virgen María dice en aquellas Bodas en Cana de Galilea: “! Haced todo lo que Jesús os diga!”. ¡Que Viva Cristo Rey!

  

  

   






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