HOMILÍA MATRIMONIO PARROQUIA LAS MERCEDES DE
VITACURA
La
fiesta verdadera en Caná de Galilea.
SACERDOTE JAIME HERRERA |
A los pies de la imagen
de Nuestra Señora de las Mercedes, Patrona de este Templo Parroquial, nos
reunimos para participar de la celebración del santo matrimonio de nuestros
hermanos, quienes en unos momentos sellarán Sus vidas en presencia de Jesús
Sacramentado.
En efecto, el apóstol enseña
que “quien se case se case en el Señor”,
lo cual confiere una consistencia insospechada al acto de mutua donación que
harán en unos momentos, según lo cual, Cristo no será un convidado ocasional a
estas bodas sino su primer garante y testigo, ante el quien los esposos darán
cuenta (exacta) de las múltiples
gracias recibidas hasta el último de sus días.
Durante varias semanas
han venido preparando cada uno de los detalles de este día, procurando no dejar
nada al azar. Sin duda, ello es loable, como no deja de serlo el
hecho del esmero con el cual prepararon esta celebración litúrgica, en la
cual se juega vuestra vida futura en el sentido que las bendiciones obtenidas
ahora repercuten decididamente en vuestros sueños, opciones y decisiones
venideras.
Qué importante es asumir
en nuestro tiempo que esta celebración
religiosa es algo fundamental para la vida matrimonial, la cual no puede
ser asumida en toda su hondura si acaso no es colocando la vida (como esposos) en las manos del Señor,
que todo lo ve y que todo lo puede.
IGLESIA PUERTO CLARO CHILE 2018 |
El matrimonio católico no
es un maquillaje para la vida de los
nuevos esposos. Fiestas ya abran muchas en el futuro; bailes puede haber cada
semana, y cenas no faltarán por cierto a lo largo de la semana…pero, la
mutua entrega por la cual se sella el compromiso asumido en orden a “vivir fielmente, en lo favorable y lo
adverso, con salud o enfermedad
honrándose mutuamente” es algo para toda la vida.
Para quien carece de una
fe arraigada y permanece sumergido en los criterios de un mundo que pasa, el
matrimonio religioso es tenido como un adorno
más, que luce y acompaña, pero que no
termina de involucrar los diversos aspectos de la vida de un hombre y una mujer.
Entonces, al mirar la
definición de Nuestro Señor al ser consultado sobre la consistencia del
matrimonio respondió: “Ya no son dos,
sino uno solo. No separe el hombre lo que Dios ha unido”. En efecto, el
Señor Jesús no usa goma de borrar en
esta materia, pues una vez que confiere su bendición ésta permanece vigente a
lo largo de toda la vida de quien la imploró y recibió, por lo cual tenemos
la seguridad que su mano providente
que les ha acompañado hasta hoy no los dejará desamparados en el futuro.
Prueba de ello, es que el
primer milagro realizado por el Señor fue en medio de unas bodas en la
localidad de Caná de Galilea. ¿Casualidad? Por cierto que no, puesto que para el creyente sólo existe la causalidad
que tiene la gracia de Dios al inicio, durante y como destino de toda obra
meritoria y de todo acontecimiento. ¡Dios no pestañea cuando se trata de
nuestra salvación!
Lo anterior se enriende aún
más, al descubrir que la única bendición que no fue suprimida a causa del
pecado original fue la dada a nuestros primeros padres insertos en el paraíso
terrenal: “Creced multiplicaos, poblad la
tierra y dominadla”. El
acto de dar la espalda al Señor conscientemente no fue capaz de extinguir
la mirada de Dios sobre la realidad de
la unión entre el hombre y la mujer, creados por Dios “a su imagen y semejanza”.
PARROQUIA CERRO TORO VALPARAÍSO |
Como entonces, Cristo hoy
se hace presente en esta celebración para conceder su gracia con el fin que ambos
(Nicolás y Carla) puedan responder
fielmente a la medida de Dios mismo, es decir “para siempre”.
Para ello, procurarán
estar enamorados permanentemente, sin el cansancio al que conduce la monotonía,
la tibieza de creer haberlo vivido todo, y la somnolencia de los sueños
acabados. Por el contrario, serán aquel aire
puro de la gracia, el agua fresca
del mutuo espíritu de sacrificio, y la alborada
tenue de la vivencia mutua de las obras de misericordia, los que conjuntamente les permitirán seguir
adelante en cada jornada, procurando vivirla intensamente como si fuera la
primera, la única y la última vez que se vieran en la vida.
Por favor, queridos
novios: ¡No sean fomes ni aburridos! Aprendan a entretenerse con la sana
alegría que nace de saberse amados en todo momento por Dios. Alejen el
prematuro envejecimiento de los ideales que hoy les mantiene atentos, pues se
saben mutuamente enamorados. Los peinados pasan de moda, los trajes pasan
de moda, la música pasa de moda, pero el amor verdadero siempre permanece como una
novedad, siempre es capaz de cautivar los corazones. ¡Siempre puede más! como sentenciaba el Papa Juan Pablo II.
Los novios de Cana de
Galilea tenían muchas razones para apesadumbrarse: “No tenían vino” y debían despedir a los convidados…esperemos que
eso no se repita hoy, por cierto. Lo que ahora puede ser un momento ingrato, en
aquel tiempo constituía –además- una obligación legal: El acto de acoger al
peregrino que venía de lejos al matrimonio estaba incluido en la legislación
que tenía graves sanciones para todo aquel que las incumplía. No era la
simple vergüenza de no poder agasajar bien a los invitados, el problema es que
podían ir a la cárcel si no acogían a las visitas que anticipadamente debían
despedir por no tener más vino.
Junto a ello, al carecer
de más vino, que al decir de la Sagrada Escritura “alegra el corazón del hombre”, el ambiente se diluía y “la fiesta se acababa”. Lo que hasta el
momento era compartir, estar junto a otros, quedaba cubierto todo por el manto
de un sigiloso y silente retorno, aplicando el antiguo refrán: “calabaza, calabaza, cada uno parta su casa”.
Es decir, sumergirse al mundo del individualismo, tan característico de
nuestro tiempo.
Jesús quiebra el hielo
realizando el milagro de la transformación del agua en vino abundante y de
calidad, lo cual, hace retomar aquel
ambiente inicial, ahora santificado por la presencia del mismo Jesucristo.
PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ
|
Tal como aconteció aquel día, Nuestro Señor desea cambiar
nuevamente el agua de las purificaciones -que era usada para limpiar las manos, por tanto
de desecho- para colocar el vino de su
gracia, siempre eficaz y suficiente, en el alma de estos novios que anhelan la
bendición que viene de lo alto y hace posible lo que a los ojos del mundo
contemporáneo parece imposible: “amarse
en exclusiva para toda la vida”. ¡Todo es posible para Dios y
para quienes confían totalmente en su poder y en su bondad!
El
matrimonio como camino de santidad.
Para ello, es necesario que estos novios
amantes permitan al Señor entrar en sus vidas, transformándola, primero por
medio del acto de asumir que la gran fiesta de Bodas en Caná de Galilea sólo se
inició cuando Jesús hizo el milagro, por tanto, el matrimonio es un camino
de santidad en el cual ambos deben procurar tener un mismo pensar y un mismo
vivir en lo relacionado a las cosas de Dios. La piedad no es cosa sólo de
mujeres, no es cosa sólo de ancianos, no es cosa sólo de jóvenes, ni es cosa sólo
de niños: Es inherente a todo ser que
ha salido de las manos de Dios y está llamado a la Bienaventuranza eterna.
Vuestro matrimonio debe tener un lema y este es: “modo mutua santidad”.
El
matrimonio como ejercicio de las virtudes.
En segundo lugar, es muy importante que las virtudes florezcan
al interior de la vida familiar. Cualquier jardín requiere cuidado,
paciencia y sacrificio. Las flores y frutos no se dan automáticamente sino que
sólo emertgen con el paso del tiempo; los huertos suelen ser generosos con
quien es generoso en su cuidado. Nada en la vida se obtiene sin el debido sacrificio,
el cual, en el santo matrimonio requiere
de un grado no menor pues, son múltiples
las oportunidades que se dan para aprender a practicar la invitación que leemos
en los evangelios: “Nadie tiene amor más
grande por los suyos que el que da la vida por los suyos”. En los pequeños detalles al
interior de la vida del hogar es posible
–entonces- practicar la abnegación, la
delicadeza, y el servicio hacia quien hoy ocupa un lugar preferencial de
vuestra mirada y de vuestro corazón.
Como Dios, procuren
imitar aquella característica que le es propia: ¡No se dejen vencer en
generosidad!, evitando colocar límites, barreras, exigencias, o condiciones.
San Agustín de Hipona solía decir: “Ama y
haz lo que quieras”, lo cual, correctamente entendido, implica que “la verdadera medida del amor es
amar sin medida”.
En vuestras futuras
palabras, insertos ya en la vida esponsal, no faltarán las palaras de gratitud,
de perdón y de reconocimiento reciproco, toda vez que de tanto tenemos que
agradecer a Dios por quién es y por lo que hace en medio nuestro; de tanto hemos
de arrepentirnos e implorar el bálsamo
del perdón sacramental y familiar sabiendo que nadie es tan perfecto y valioso
como una monera de oro…Por mucho hemos
de implorar el perdón, por menos hemos de aprender a conceder el perdón.
Estamos en la Sede Parroquial
de Nuestra Señora de las Mercedes, la cual es una antigua denominación que
recibe la Virgen Santísima por medio de la cual se destaca su carácter de
medianera universal de toda gracia, en especial, de aquella que nos
permite obtener la plena libertad propia
de los hijos de Dios. Ella rompe las cadenas del pecado que nos impide amar
verdaderamente al Señor, permitiéndonos reconocer que sólo por medio del
cumplimiento de los mandamientos alcanzaremos la anhela da libertad como
preclaramente nos enseñaba el Papa
Benedicto XVI: “Dios no es rival de nuestra libertad sino su primer garante”. Así entendemos por qué la Virgen María dice
en aquellas Bodas en Cana de Galilea: “!
Haced todo lo que Jesús os diga!”. ¡Que Viva Cristo Rey!
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