MEDITACIÓN SEGUNDA NOVENA DEL CARMEN 2018.
¡MADRE DEL HIJO! |
Uno de los nombres
basilares que recibió la Virgen María de los primeros creyentes fue: “Madre de Jesús”. Durante la vida pública
los vecinos de Nazaret y otros lugares se preguntaban: “¿No es este el hijo de María?”. Lo que les parecía un escándalo, toda vez que
no comprendían cómo tales milagros y enseñanzas proviniesen de quien “no llamaba la atención” porque era una
persona “común y corriente”…No había
participado en reconocidas escuelas de liderazgo rabínico ni exhibía títulos ni condecoraciones por
doquier. Era visto como un hijo más de una joven doncella, que dio a luz a Luz
del mundo en un establo para animales en la localidad de Belén, mismo lugar en
la cual siglos atrás había nacido el rey David. Pero, este Jesús sólo tenía a
María como su Madre. En la pregunta hecha por los nazarenos ¿No es este el hijo
de María? Subyace el germen de lo que será el fundamento de toda piedad hacia
la Virgen hecha veneración y reconocimiento a Jesús, el Hijo Unigénito de Dios
por medio de María Santísima…La Madre del Hijo.
La maternidad de la
Virgen es reconocida por los Apóstoles que “oran
junto a Ella” y “la reciben en su hogar” pues Jesús fue engendrado en el vientre de
María, y durante meses se gestó y desarrolló ininterrumpidamente como cada uno de nosotros lo hizo en el
cuerpo de nuestras madres durante nueve meses.
No se trata sólo de una
maternidad biológica, sino que Nuestro Señor recibió de la Virgen, su Madre
verdadera, todas las lecciones propias
de cada una de las etapas de crecimiento, y no por un tiempo limitado por una
mayoría de edad que tanto se suele anhelar en la actualidad a causa del espíritu autonomista, sino que
durante tres décadas vivió sujeto, escuchando y siguiendo lo que sus padres le
indicaban.
En efecto, leemos que
luego se ser encontrado por sus padres -José y María- en el templo de Jerusalén, rodeado de maestros
que preguntaban y escuchaban con asombro, el joven Jesús –de sólo doce años- regresó con
ellos y vivió “obediente” a su padre
y su madre. Esto confiere al amor filial un valor enorme a los ojos de Dios,
toda vez que si queremos imitar a Jesús, si queremos seguir al pie de la letra
sus enseñanzas sería fantasioso no hacerlo respecto del amor y servicio hacia
nuestros padres.
Sin duda, la Virgen Santísima con su piedad humana respondió a Dios a la
medida de Dios, lo que la llevó a “guardar todo en su corazón” y a
responder con diligencia al programa de vida, que de manera inesperada le
proponía Dios Padre. Así vemos que, el
día de Anunciación pregunta: ¿Cómo será si no conozco varón?...Ante la
respuesta del Arcángel la Virgen señala: “Hágase
en mi según tu palabra”. Luego, ante
la realidad de dar a luz en un pesebre la Virgen responde cobijando a Jesús
entre sus brazos y cubriéndolo en pañales; a los pocos días debe partir a Egipto
al exilio para proteger a su Hijo y Dios a quien la sociedad y sus autoridades
querían eliminar por sus leyes y protocolos… ¿Qué hizo María? ¡Defendió al Hijo!
Jesús, en virtud del
misterio de la Encarnación asumió en todo la condición humana menos el pecado,
por esto, cumplió los Diez Mandamientos,
el cuarto de los cuales nos dice: “Honrarás
al padre y a la madre”. No se puede ser hermano en Cristo sino se reconoce
primero la maternidad de María. Así como no se habla de ser madre sin
referencia al hijo, del mismo modo no se entiende ser hijo sin referencia a la
madre, la cual –en el caso de la Virgen- es única tal como su Hijo y Dios lo
es.
MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA |
Como la Virgen enseñó a
Jesús, de la misma manera las madres
deben procurar ser fieles en transmitir la doctrina y el estilo de vida, que el
Señor le encomienda de manera indelegable, particularmente en medio de la tempestad de apostasía en que estamos
inmersos. Por cierto, María, Madre del
Hijo nos recuerda que no se puede cambiar una ley moral de origen divino, del
mismo modo que no se puede cambiar las leyes de la física. Tales leyes
inscritas por Dios en la naturaleza nos evidencian una gran verdad: que cuando
el hombre juega a ser Dios lo termina pagando caro siempre.
Entonces, no es lícito “hacer el mal para que venga un bien” (Romanos
III, 8). Y como toma madre la Virgen Santísima por cierto “aprendió
de Jesús” –como los que escuchaban atentos en el templo cuando se extravió por
tres días-, mas, por particular designio
divino, fue Ella la que enseñó a Jesús a
caminar, a ponerse de pie, a jugar, a visitar habitualmente a sus abuelos –Joaquín
y Ana- a balbucear las primeras palabras, a fortalecer los vínculos familiares,
como con Juan Bautista, y sus demás primos descritos en el Evangelio.
LA VIRGEN MARÍA: MADRE DE DIOS |
La “normalidad” de Jesús que para algunos era sorprendente fue dada en
parte por aquella que las generaciones y generaciones no han dejado de
reconocer como “Madre del Hijo” ¡Que
Viva Cristo Rey!
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