TEMA :
“AQUEL QUE TE CREO SIN TI NO SE SALVARÁ SIN TI”.
FECHA : DOMINGO DÉCIMO
SÉPTIMO TIEMPO ORDINARIO/ 2018MILAGRO DE JESÚS
La comida es una característica de los
pueblos. De algún modo la historia del
sabor da sabor a la historia. En la antigüedad –griega por ejemplo- el hombre
era definido como un “comedor de pan”,
así lo dijo Homero (Odisea IX, 191) no
el de Springfield para los más jóvenes.
En
el Evangelio de este domingo vemos que hay dos preguntas: La primera dice: ¿Dónde
vamos a comprar pan para que coman
estos? El pan era el alimento básico que había en Israel, los pobres comían pan de cebada y los ricos de
trigo. En general en los pueblos de Oriente, y particularmente en la Palestina había un respeto casi sagrado hacia el pan toda vez que si llegaba una visita y en ese
momento se estaba partiendo, debía esperar la visita a la fracción del pan. No
se usaba cuchillo sino se trozaba con las manos, generalmente eran redondos y se preparaba a
nivel de familia, no de modo “industrial”
como acontece en nuestros días. Incluso había normas legales que establecían
que no se colocara carne cruda sobre el pan, no se ubicaran jarros sobre el pan, ni un plato caliente a su lado, además, el pan se preparaba cada dos o tres días.
Entre los días de pascua se debía comer pan sin levadura y el que lo hacía “seria cortado de la comunidad” (Éxodo
XII, 18-20), lo cual podía llegar a ser algo literal.
La
segunda pregunta, la hacen los Apóstoles, casi cómo lamento de buena crianza: “¿Qué
es eso para tantos?”. A los
ojos de los hombres las dos preguntas pueden entenderse como algo lógico,
aterrizado, y realista. Lo mismo que
escuchamos en la primera lectura cuando Baal-Salisá al profeta Eliseo le dicen: “¿Cómo voy a dar esto a cien hombres?” (2
Reyes IV, 43) y eso que ellos tenían
veinte panes.
El
denario equivale a tres cuartos de dólar, que llevado a nuestra economía
actual, serían unos 500 pesos, por lo que “200
denarios en pan” serían cien mil pesos. Demasiado dinero para gastar en pan
de una sola familia pero el evangelista dice que “eran cinco mil hombres sin contar mujeres y niños”. Entonces,
deducimos que el presupuesto eran de unos diez pesos por persona, por cierto
muy poquito. Algo tenían pero era aparentemente
insuficiente.
San
Pablo equipara el pan ázimo a “la
sinceridad y la verdad”, es decir quien coloca su seguridad en la verdad
revelada y procura caminar de frente por la vida, sin suspicacias y dobles
intenciones, posee un corazón disponible en el cual Dios puede escribir sus
designios.
MILAGRO DE LA
MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES Y PECES
El
pan ázimo implica la disponibilidad del creyente que deja actuar al Señor en su
vida, en toda su vida, sin dejar que las salvaguardas humanas, las aparentes
seguridades, los por si acaso, terminen por hacer que el pan sin levadura se
descomponga y endurezca como una piedra sobre la cual la gracia que viene de lo
alto escurra y pase de largo.
La
dureza del corazón hace que el hombre que está lleno de sí mismo cierre su
corazón a Jesús, por lo que frente un alma ensimismada Dios no tiene espacio. ¡Abrid
las puertas del corazón a Cristo! ¡Abrid las puertas de nuestra vida a Cristo!
Dos
lecciones podemos sacar de este milagro:
Dios sabe lo que
necesitamos: Dios creó al hombre y la mujer a su
imagen y semejanza, es decir, “muy
parecidos a Él”, siendo la única creatura en la cual Dios ve su rostro…Si
la creación nos habla de Dios, en Cristo perfecto Diosa y hombre a la vez, Dios
habla de sí de manera definitiva.
Por
esto, sabe perfectamente quienes somos y conoce hondamente cómo somos, incluso
mejor de lo que cada uno cree conocerse. ¿Cuántas veces después de una
expresión o de una acción nos arrepentimos y decimos cómo pude haber hecho eso?
¿Cómo pude pensar de esa manera? Lo cual demuestra que en ocasiones nuestro
autoconocimiento no es tan perfecto ni acabado como lo solemos pensar. Respecto de lo que otros saben de nosotros
casi es mejor no profundizar porque es evidente el desconocimiento. En consecuencia, primero que nos debe preocupar es cómo nos conoce nuestro
Dios. A Él no cautivamos con apariencias ni nuestra imagen cambia con un la
aplicación de una fotofancy.
Dios puede más: Por
muy adversas que sean las realidades que se nos presenten, en este caso dar
alimento a una inmensa muchedumbre que andaba “como ovejas sin pastor” y “hambrientas”,
en modo alguno podemos caer en la desesperación de pensar que nada puede
cambiar, por el contrario, para un creyente cada momento en gracia es una nueva
oportunidad de mejorar, de crecer, de ser más santos, y de ser mejores.
Recordemos
lo que solía decir un niño mexicano cuando arreciaba la más cruda de las
percusiones que nuestra Iglesia Católica ha padecido en el continente
americano: “ánimo, nunca fue más fácil
llegar al cielo”. En la actualidad, no se quita la vida a nadie…por el
momento, pero se urde el manto de cuestionamiento sobre todos los creyentes,
particularmente los consagrados procurando obtener con ello la desafección de
unos, el abandono de otros, y el desprecio todos, hasta el extremo de lacerar
con insultos a quien no se conoce por el
sólo hecho que hablar de Dios o habla con Dios.
En
la primera lectura tomada del Antiguo
Testamento, en plena época de hambruna, donde las necesidades eran muy
superiores a las actuales, Dios invita a la generosidad, sabiendo que quien
actúa bien en tiempos de carencia recibirá múltiples bendiciones en épocas de
abundancia. Por esto, el pan dado al profeta para repartirlo entre cien hombres
fue más que suficiente, toda vez que sobró una gran cantidad. Recordemos que
Dios siempre puede más, incluso que aquello que siquiera vamos a imaginar en el
futuro. De aquí surge la confianza en su providencia, que nos acoge, nos acompaña
y nos protege.
El
niño descrito en el Santo Evangelio debe haber estado en etapa de crecimiento,
pues su madre le preparó una “colación” consistente
en “cinco panes de cebada y dos pescados”,
alimento que –ciertamente- resultaba más que suficiente para una familia
completa. El denominado “pez de pedro”
– en árabe muscht- media cuarenta
centímetros y pesaba un kilo y medio, bien podemos imaginar a un niño con “con tortillas de rescoldo y tres hilos de pescado”
¡Hambre no pasaría!
En
este sentido, al ver que Jesús pide a sus discípulos su colaboración,
descubrimos porque San Agustín de Hipona dice: “Quien te creó sin ti, no te salvará sin ti”, por lo que nunca
debemos pensar que ese sacrificio hecho, que esa contribución dada, que esa enseñanza
impartida caen en el vacío, porque si Dios puede hacer todo de la nada, ¿qué no
dejará de hacer desde aquello que ya ha creado? Si tiene incidencia lo que
hacemos, entonces: “cuida siempre lo que piensas, porque tus pensamientos se
volverán palabras. Cuida tus palabras porque estas se convertirán en tus
actitudes. Cuida tus actitudes porque, más tarde o más temprano, serán tus
acciones. Cuida tus acciones que terminarán transformándose en costumbres.
Cuida tus costumbres, porque ellas forjarán tu carácter. Finalmente, cuida tu
carácter porque esto será lo que forje
tu destino eterno”…que para ello hemos sido creados y redimidos.
Hermanos,
desde que Cristo asume nuestra condición humana, el Buen Dios mira a cada
persona valorizada por medio de la sangre derramada por Cristo, lo que confiere
a nuestras acciones una nueva condición que va de la mano con la redención, por
lo que el acto de “repartir el pan” a una “muchedumbre con hambre” implica dar a conocer la salvación querida
por Dios para todo aquel que reconociéndole le acepte, se convierta sinceramente y viva verdaderamente según los mandamientos
de Dios y de su única Iglesia.
Invoquemos
a la Virgen María, que así como precipitó el primer milagro con la
transformación del agua en vino en Cana de Galilea haga que aumente nuestra
piedad eucariótica en este Año Santo, y asumiendo nuestro apostolado con una
urgencia particular de este tiempo de salvación en que estamos inmersos. ¡Que
Viva Cristo Rey!
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