MES DE LA CARIDAD FRATERNA / AÑO
DE LA MISERICORDIA.
Lágrimas de alegría y
de congoja emergen a causa del amor. Esto quiere decir un antiguo refrán español:
“quien te quiere, te hace llorar”. De
mas está decir que saberse querido, amado verdaderamente hace feliz, por lo que
una frase, una caricia, un regalo, en ocasiones emociona hasta llorar. Por otra
parte, el recibir una corrección oportuna y firme de quien sabemos nos quiere
sinceramente, en ocasiones también puede hacer llorar no por la importancia
ante la reprensión recibida sino como efecto del sentido de contrición presente
en un corazón arrepentido.
En efecto, asumir el
error ante la evidencia de la corrección nos lleva a sabernos queridos, pues,
sin duda, es síntoma de desamor el hecho de guardar silencio ante las faltas
ajenas evidenciando con ello un abierto desinterés. Quien se preocupa de
corregir los defectos ajenos, haciéndolo como obra de misericordia espiritual
lo hace con el fin de procurar la santidad. Por esto, la corrección fraterna
debe hacerla todo creyente de acuerdo a un camino bien preciso y a unas
condiciones que son complementarias y necesarias:
MES DE LA CARIDAD FRATERNA CHILE |
a).
Una corrección que nace del amor: Quien corrige debe
sentir mayor dolor, mayor vergüenza, mayor contrición que quien es corregido.
Un sano pudor cristiano lleva a descubrir la pureza y rectitud de intención al
momento de corregir, sabiendo que dicha corrección es una forma de amar,
necesaria y que sólo puede ofrecer la persona que ama de verdad.
La Sagrada Escritura
con frecuencia nos habrá de la corrección fraterna hecha desde la caridad: “Date cuenta, pues, de que el Señor tu Dios
te corregía como un hombre corrige a su hijo” (Deuteronomio
VIII, 5). De modo semejante, Cristo no dejó de corregir a sus
apóstoles cuando entre ellos hubo ambición, envidia, y deseos de venganza (San
Mateo IX, 33-39 y San Lucas IX, 54-56).
San Pablo es preciso al
respecto: “Hermanos, aun cuando alguno
incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de
mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado” (Gálatas
VI, 1).
Por tanto, si acaso
hemos visto equivocarse seriamente a nuestros prójimos y ello nos ha sorprendido
es necesario recordar en ese mismo
momento que en virtud de su naturaleza herido por el pecado original es propio
del hombre equivocarse. Solo Dios no falla, y su criatura más perfecta que es
la Virgen María: ¡Todos los demás fallamos muchas veces a lo largo de la vida! San francisco de Sales dijo que “aquello que no se puede hacer por amor, no
debe ser hecho de otra manera, porque no da resultado”. Por lo tanto, Si la
motivación de corregir no nace, no se encamina y no tiene como fin el amor es
mejor no corregir y rectificar la intención.
b). Corregir
ante la certeza de un mal: No se trata de una impresión, de un parecer. Hay
que tener fundados antecedentes al momento de ir a corregir un defecto, ante la
menor duda que tengamos o una simple sospecha, hemos de abstenernos de hacerlo.
Por otra parte, es un deber de todo cristiano asumir que ante el mal no podemos
guardar silencio.
Así lo dijo su
Santidad: “Pienso en la actitud de
aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan
a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de
los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino
del bien” (Benedicto XVI, Mensaje de Cuaresma año 2012).
c)
La corrección busca enmendar un mal hecho: Por lo tanto
antes de ir a corregir se debe evaluar si el bien que se quiere obtener es
posible y útil. La eficacia de la corrección fraterna será consecuencia de haber puesto “la finalidad en ayudar a la persona a darse
cuenta de lo que ha hecho, y que con su culpa ha ofendido no solamente a uno,
sino a todos” (Papa Francisco, Ángelus del 7 de
Septiembre del 2014).
El mal debe ser
corregido, el camino torcido ha de ser rectificado. San hablo explicita que “Si alguno de vosotros es sorprendido en
alguna falta, vosotros, que tenéis el espíritu, corregidlo con espíritu de
mansedumbre. Y no te descuides tú mismo, que también tú puedes ser puesto a
prueba” (Gálatas VI, 1).
Consabido es el
programa de oro dado por Jesús para el seguimiento de la corrección fraterna,
es tan preciso que no requiere mayores comentarios: primero se haga la
corrección en privado, luego, con uno o dos testigos y, finalmente –si todo lo
anterior a resultado inútil (infructuoso) - recurrir al superior y decidlo a la
comunidad (San Mateo XVIII, 15-17).
CORREGIR A QUIEN SE EQUIVOCA |
d).
La corrección fraterna se fortalece con la oración:
Para ser verdaderamente capaces de corregir a quien se ha equivocado y avanza por el camino del
error y del pecado se requiere previamente de hacer oración, toda vez que de
esta manera dejaremos hablar a Dios en nuestra alma para poder transmitir más
expeditamente el mensaje por medio de una sana reconvención (exhortación),
nacida primero del amor a Dios, y desde El, a nuestro prójimo inmediato.
Ese camino de la
oración hará que la corrección fraterna hecha conduzca a las verdades
fundamentales de nuestra fe: que Dios nos ama, que en todo momento nos invita a
la conversión, y que, aunque el hombre se canse, “Él no se cansa de ser
misericordioso y perdonar” (Papa Francisco).
e)
Corregir desde la humildad: Es una verdad irrefutable que todos
debemos ser corregidos. El Señor nos invita a no ver la maleza en el ojo ajeno olvidando
la viga presente en el ojo propio. Es muy importante tener presente la actitud
que tengamos como creyentes al momento de procurar la corrección fraterna, toda
vez que ha de hacerse no desde un sentido juicioso sino como un humilde
servicio a la verdad y de caridad cristiana. Por esto, no ha de confundirse
actuar firmemente, con tratar con aspereza, evitando en todo momento, humillar
al que es invitado a mejorar y corregir su error.
Para ello, no hay que
olvidar “de qué estamos hechos”, y que “llevamos tesoros en vasijas de barro”.
Cuya fragilidad es evidente: falibles, exagerados, imprecisos, perezosos,
ligeros y superficiales, por lo que nos solemos equivocar al actuar y al
hablar. Aunque amplificamos las faltas ajenas, siempre eclipsamos las propias,
porque el orgullo suele ser mayor que la virtud de la humildad en nuestra vida
cotidiana. Lo anterior nos debe hacer recapacitar al momento de corregir, para
que en toda circunstancia esta sea hecha desde la humildad que tanto cautiva a
nuestro Dios como al corazón más apegado en su error.
f).
No criticar a quien es corregido: A este respecto
conviene tener presente la Carta del Apóstol Santiago que afirma: “Sepan esto: el que endereza a un pecador de
su mal camino, salvará su alma de la muerte y consigue el perdón de muchos
pecados” (V, 20). Lo anterior, va unido a procurar privilegiar siempre la
discreción y el ámbito privado al momento de la corrección fraterna evitando
hacerlo jamás frente a los demás. ¡Que Viva Cristo Rey!
PADRE
JAIME HERRERA GONZÁLEZ / DIÓCESIS DE VALPARAÍSO CHILE
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