MES DE LA CARIDAD FRATERNA / AÑO DE LA MISERICORDIA.
La octava obra de
misericordia corporal es alimentar a quien lo necesita. Esto lo vemos patente
en el relato de la multiplicación de los panes y peces, en medio del cual
Nuestro Señor le dijo a los Apóstoles: “¡Dadles
vosotros de comer!” (San Lucas IX, 13) lo
cual la Iglesia ha procurado hacerlo a lo largo dos mil años. La respuesta
que recibieron los discípulos no era dónde buscar sino en quién encontrar ese
alimento. Sólo entonces, “todos pudieron
comer hasta quedar satisfechos” (San Mateo XIV, 13-21).
Luego de la
resurrección, Jesús se presenta con su cuerpo glorioso ante los discípulos a
quienes les dice: “¿Tenéis algo de
comer?” (San Juan XXI, 5). En su
petición estaría inscrita –también- la de tantos que padecen, por diversas
circunstancias hambre: sequías, mala administración, mala distribución. Más
allá de las razones que pueden explicar el origen de tanta miseria, a la luz de
la fe sólo cabe una respuesta y pasa por dar de nuestro aliento a quien lo
necesita con urgencia.
En muchas naciones del
mundo, pero también en la inmediatez de algunos hogares de nuestra Patria, el
tema de la falta de alimentos y la calidad de los mismos para fortalecer
debidamente la salud, es cosa de subsistencia. Es verdad: hay personas que
a la hora que comemos en alguna parte puede estar diciendo: “me muero de hambre”, no como una
exagerada expresión juvenil sino como una vital experiencia llena de dramatismo.
MES DE LA CARIDAD FRATERNA CHILE |
El refranero popular
señala que “el pan no se le niega a nadie”.
En tanto, la piedad popular de nuestra Patria evita “botar el pan” y cuando ello es imposible de evitarlo, se establece
besarlo antes de hacerlo. Una delicadeza del valor que el sentido común tiene respecto del alimento
que Dios nos concede día a día.
a). Agradecer el alimento que se tiene:
¿Qué tenemos que nos haya sido otorgado? Demos gracias siempre por cada
alimento que comamos, estando solos o acompañados.
b).
Implorar tener el alimento cada día: El hecho que Jesús
haya incluido en la plegaria del Padre nuestro pedir “el pan de cada día” (San Lucas XI, 3)
es motivo suficiente para comprender la necesidad de rezar para obtener el
alimento nuestro y el de los demás. El trabajo por conseguir el sustento
diario no puede hacernos olvidar que es la Providencia de Dios la que en todo momento encamina nuestros pasos.
La Madre Teresa de
Calcuta, quizás como nadie en nuestro tiempo, procuró obtener el alimento en
circunstancias muy adversas, para quienes morían de hambre. Pues bien, antes de
iniciar cualquier actividad para reunir el pan cotidiano dedicaba extensas
horas de oración ante Jesús Sacramentado,
no permitiendo edificar ningún dispensario ni comedor sin previamente
haber edificado el templo para rezar.
c).
Cuidar el alimento que es servido: Para nadie es un
misterio que los alimentos que se producen en todo el mundo en la actualidad alcanzarían
para alimentar suficientemente a toda la humanidad. Por desgracia, subsiste la
costumbre de botar ilimitadamente mucha comida que al no calcular adecuadamente
en su elaboración ni salvaguardar su cuidado posterior se terminan desechando.
En realidad, el alimento que se bota
es el que se le saca de la boca a quien lo precisa, por ello se debe tener
especial cuidado en preparar las porciones necesarias, en refrigerar las que
luego se consumirán y en regalar aquellas que no se consumirán. Hace unos días,
durante la realización de los Juegos Olímpicos en Rio de Janeiro importantes
maestros de cocina prepararon los platos más exclusivos con las sobras que dejaban
los deportistas y fueron repartidos a los más necesitados en las favelas
cercanas.
Dar de comer a quien tiene hambre |
d).
Compartir los alimentos día a día: Las diversas formas de
voluntariado actual suelen organizar “campañas
viralizadas” de recaudación de alimentos. Como en todo orden de cosas
referidas a la vivencia de la caridad fraterna, la mano izquierda no debe saber lo que hace la mano derecha, y se
requiere gran discreción y diligencia en vistas a compartir el pan con quienes
lo necesitan, para lo cual estaremos “atentos y vigilantes” con quien pasa
hambre a nuestro alrededor. A diferencia de otras necesidades, por una
misteriosa razón, en ocasiones podemos saber quién enferma, quién necesita de
mejor educación, quién requiere de una vivienda, pero las ollas vacías de los
hogares suelen ser parte de una realidad silenciosa. En este sentido, entre
las listas de supermercado no dudemos en incluir un segmento para colaborar
donde sea preciso, en tanto que procuremos privilegiar dar alimento en la calle
a quien nos solicita un aporte económico por pequeño que este sea.
e).
Compartir desde la penitencia hecha: El ayuno, la
abstinencia y la moderación en comer puede ser un camino muy adecuado para
poder practicar esta obra de misericordia corporal, pues permite vincular el
amor a Dios con el sacrificio voluntario del cristiano que directamente
repercute en beneficio de quien más lo necesita. Tratándose de salvaguardar
una necesidad básica, el hecho de dar alimento a quien lo requiere, se ubica entre los primeros derechos fundamentales
de la persona y sus familias, por lo que recordando la exhortación del Papa
Juan Pablo II en orden a que “los pobres
no pueden esperar” (Discurso
del 3 de Abril de 1987, número 7)
ello,
es aplicable –principalmente- a quien padece hambre.
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