MES DE LA CARIDAD FRATERNA / AÑO DE LA MISERICORDIA.
Las obras de
misericordia son acciones de caridad
que buscan servir las necesidades espirales y materiales de quienes están junto
a nosotros, a quienes habitualmente reconocemos como prójimo.
Cada una de las Obras
de Misericordia, las encontramos
explicitadas en la Santa Biblia, tanto en el Antiguo
Testamento: “Sabéis que ayuno quiero Yo,
dice el Señor Dios…Romper las ataduras de iniquidad, deshacer los haces
opresores, dejar libres a los oprimidos, y quebrantar todo yugo. Partir tu pan
con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo, y no volver
tu rostro ante tu hermano” (Isaías LVIII, 6-7), como
en el Nuevo Testamento: “Acordaos de los
presos, como si vosotros estuvierais presos con ellos, y de los que sufren los
malos tratos, como si estuvierais en su cuerpo” (Hebreos
XIII, 3). Más, será el mismo Cristo quien enumere varias de
ellas, para hablar de la bienaventuranza eterna, término de nuestro peregrinar
terrenal: Así leemos en San Mateo XXV, 35-46. Sabiamente sentencia a este
respecto el místico doctor: que “En la
tarde de la vida seremos juzgados por el amor” (San Juan de la Cruz).
Obra de misericordia espiritual |
La primera obra de
misericordia es: “Enseñar al que no sabe”.
Una de las
consecuencias del pecado original fue la irrupción de la ignorancia en la vida
del hombre. Uno de los dones preternaturales (ciencia) era tener un conocimiento por medio del cual se “sabia más”,
se “recordaba mejor” y se “intuía más”. Indudablemente, Adán y Eva antes del
pecado original eran más sabios que nosotros.
En el primer discurso El
Señor dijo: “Bienaventurados los limpios de
corazón porque verán a Dios”. El hecho de poder “aprender bien” es una
gracia que es necesario implorar. Es un don el aprender, el entender. Sabemos que la gracia supone la
naturaleza y que la perfecciona, por ello el acto de conocer ha de ser
tenido como parte de una misma realidad: un don que gratuitamente concede el
Señor, y del que -por cierto- se es plenamente responsable, toda vez que
todo don es una tarea por cumplir.
La enseñanza es un
deber de todo católico, que permanentemente se debe procurar
transmitir “al que no sabe”. Nadie
puede marginarse de vivencializar esta
obra de misericordia, aún más, ella constituye un imperativo para todo creyente.
Teniendo presente la multiplicidad de dones y virtudes que Dios da con
abundancia y originalidad, sabemos que siempre hay algo que se puede enseñar
y que siempre hay algo que se puede aprender., toda vez que nunca se sabe demasiado ni se está imposibilitado
de enseñar. Uno tiene que saber que no sabe lo suficiente para enseñar, pero
que enseñar lo que se sabe es suficiente.
La misericordia y la
enseñanza tienen como centro el amor de Dios. Porque se ama, entonces, se enseña: con humildad, en lo relativo a
la fe, y con autoridad.
¡Cuánto cambiaría nuestro entorno si con el similar afán de los incrédulos y paganos nos
esmerásemos en procurar enseñar al quien se encuentra a nuestro lado! No puede
ser que se afanen más los que prometen un premio con fecha de vencimiento en
esta vida, que quienes nos sabemos
depositarios de la promesa de bienaventuranza eterna. Una cosa es segura: Si
el castigo eterno llega para quien enseña mal y corrompe, también, el premio divinamente
prometido de la bienaventuranza llegará a quien enseñe al que no sabe.
Enseñar al que lo necesita |
a).
Enseñar con humildad: Es muy importante, porque abre la
puerta del entendimiento. Uno escucha al humilde y se cierra al soberbio. El
que verdaderamente más sabe suele ser más humilde. Los maestros se forjan por
el camino de la humildad. Aquello que sabemos ha sido dado para que seamos fieles
servidores de la verdad. A este respecto conviene recordar el testimonio de
sabiduría del Papa Benedicto XVI quien escogió como lema de su pontificado: “Humilde servidor de la verdad”. Parece
imposible desconocer los méritos que
tuvo como maestro, guía y docente el Papa Benedicto, a la vez que nadie puede
desconocer que la fuerza de sus argumentos y certezas de sus enseñanzas en todo
momento llevaron el envoltorio de la humildad.
Esta virtud adquiere
mayor relevancia si consideramos al menos cuatro modelos de personas que pueden
recibir el mensaje y de cuatro circunstancias: Enseñar al que no sabe…Enseñar
al que no sabe que no sabe-…Enseñar al que no acepta que no sabe….Enseñar al
que sabe que no sabe y que no ve la necesidad
de saber. ¡Gran tarea es la de implementar la
primera obra de misericordia!
b)
Enseñar sobre la fe recibida: Es bueno que lo bueno
se comunique. Y, lo que es mejor para nosotros ha de serlo para quienes están
junto a nosotros. Por ello, la enseñanza se debe revestir de testimonio y exige
dar a conocer el don de aquella fe bautismal recibida en todo lo que uno
enseña, por lo que es impensable para un creyente impartir una educación neutra
frente a la religión.
Así lo indicaba Su
Santidad hace unos años al decir que “lo más
urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la
verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo a la existencia” (Encíclica
Fides et ratio, Juan Pablo II, año 1998).
c).
Enseñar con autoridad: Es una realidad cuando afirmamos
que nadie nace sabiendo: El hecho evidente de la globalización evidencia la necesidad de
reconocer lo poco que sabemos. La cantidad de
posibilidades para buscar información de cualquier materia, en la actualidad, parece ilimitada, y ello nos hace descubrir
que aquello que diferencia un tipo de enseñanza de otra, es que cuando se
hace como obra de misericordia, ésta
nace de la unión entre lo que se vive y lo que se enseña, procurando imitar el
estilo de enseñar que tuvo nuestro Señor quien lo hacía “con autoridad” (San Mateo VII, 29):
“Coepit facere et docere”…”comenzó a
hacer y a enseñar” (San Marcos I, 22).
Esta es la primera de
las obras de misericordia espirituales que vincula la educación y el amor de
Dios, de tal manera que “enseñar” no se reduce sólo a aportar nuevos
conocimientos, sino que apunta a sacar lo mejor que subyace en el interior y
fructifique abriéndose a nuevos aprendizajes. Más que instruir es educar,
como un derecho básico y un deber inherente a la vida humana que no puede
quedar ajeno a la adhesión a la fe en Jesucristo.
El Papa Francisco a dicho
que el nombre de Dios es misericordia, entonces su apellido es cada una de las
obras de misericordia. Con frecuencia nos aferramos a lo malo, a lo sucio, a lo
impuro, a lo poco saludable, y al pecado. Hablar de la causa de por qué ello
ocurre desde el pecado original no es necesariamente juzgar a los pecadores,
sino que es hacerles partícipes del camino que conduce a la verdad. No
juzga el que informa, pero sí, el silencio culposo de no hacerlo, puede sentenciar a quien está sumergido en el
pecado.
Son múltiples los
premios que Dios concede al que enseña a quien no sabe, aún más si se trata de
aquel que está sumergido en el mundo del pecado. Muchos de nuestros pecados son
expiados por enseñar la verdad de verdad a un solo pecador.
Así o dijo el Apóstol Santiago: “Hermanos
míos, si uno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sepan
que el que hace volver a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte
y obtendrá el perdón de numerosos pecados” (V, 19-20).
Aunque puede ser
escandaloso el hecho que en el mundo actualmente hay alrededor de 700 millones
de personas que no tienen ninguna posibilidad de educarse, hay que reconocer
que la raíz de muchas pobrezas anquilosadas en nuestra sociedad es la
indigencia de la verdad, pues la mayor pobreza es no buscar a Cristo, no
encontrar a Cristo y no vivir en Cristo.
Oración
para Enseñar al que no sabe:
“Vosotros
me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo, el Señor
y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies
unos a otros”. Señor, tú eres el verdadero Maestro, porque
tú enseñabas con autoridad. Primero fuiste discípulo de tu Padre, viendo lo que
Él hacía y decía. También, supiste aprender de tus padres en Nazaret y de todas
las cosas que pasaban en la vida. Después quisiste dar a los demás todo lo que
sabías y tenías, y te pusiste en camino para llegar a todos y enseñarles,
especialmente a los más sencillos y necesitados. Fuiste Maestro siendo siervo, poniendo
todo al servicio de los demás. Esa fue tu verdadera sabiduría: “Amaos los unos a los otros como Yo os he
amado”. Tú nos invitas a ser tus discípulos, a que aprendamos en la vida
como lo hiciste Tú. Has puesto en nuestras manos muchas cosas buenas para
educarnos. Hoy te queremos dar gracias por todo lo bueno que hemos aprendido.
Ayúdanos a aprovecharlas muy bien para formarnos como personas a tu estilo, que
lleguemos a saber mucho para servir más y mejor a los demás. No permitas que
seamos ciegos e ignorantes, danos un corazón de misericordia para enseñar a los
que no saben. ¡Que Viva Cristo Rey!
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