sábado, 20 de agosto de 2016

Soportar con paciencia los defectos ajenos

MES DE LA CARIDAD FRATERNA / AÑO DE LA MISERICORDIA.

“Nadie es una moneda de oro”. Este dicho forma parte del refranero popular y por cierto del sentido común, que suele ser el menos común de los sentidos (Chesterton). Saber a cabalidad quién uno es constituye una tarea que puede llevar la vida entera, si para los demás es arduo saberlo, no es menos evidente para cada uno, por lo que de cara el Evangelio, y ante el rostro del Señor Jesús –perfecto Dios y hombre a la vez- hemos de buscar nuestra identidad.

Dios nos conoce perfectamente, por ello nos conoce mejor que lo que nosotros podemos saber. Por esto, la mirada del Señor nos permite descubrir lo que subyace en lo más profundo del corazón, permitiéndonos una visión en perspectiva dando importancia a lo que importa, postergado lo que no es necesario y desdeñando lo que es nocivo.  La lógica del creyente es muy simple: me sirve para llegar al cielo, es importante y lo tomo, me aleja de la bienaventuranza eterna (del Cielo) lo dejo, pues: cielo ganado, todo ganado…cielo perdido, todo perdido.

Sabido es que la gran mística española e impulsora de las religiosas carmelitas de claustro, señalaba que “gran penitencia es la vida comunitaria”, en la cual se requiere del ejercicio frecuente de múltiples virtudes. Esto, es aplicable a toda vida comunitaria, incluida la propia familia, toda vez que al interior de  ella se desarrolla “el más rico humanismo” (S.S. Pablo VI), con todas sus vicisitudes: es que la grandeza y miseria presentes en cada corazón se constatan en las diversas actitudes y palabras al interior del hogar.
   ACOGER CON LA ALEGRÍA DEL ALMA


Por esto, como creyentes hemos de procurar cumplir la sexta obra de misericordia espiritual soportando los defectos ajenos, sabiendo que los (defectos)  nuestros suelen ser no sólo más numerosos sino mayores. Entonces, si acaso el Señor nos ha tenido la paciencia de darnos hasta hoy una nueva jornada para convertirnos, y procurar cambiar de vida, resulta menor el hecho de esforzarnos en asumir al prójimo –cercano o lejano- en sus falencias.

Sin duda, mayor mérito tendrá el hecho de asumir con mayor docilidad, diligencia y silencio las mayores carencias y defectos de nuestro prójimo. Sin duda en ocasiones resulta imposible negar el sufrimiento que entraña la conducta de quien está a nuestro lado, más en todo momento hemos de tener presente que el hecho de esforzarnos seriamente en “soportar las deficiencias ajenas” tiene como premio una vida presente más llevadera y en el futuro la bienaventuranza eterna.  

Ante los defectos ajenos, nada que ofrezcamos por amor a Dios, por insignificante que parezca, quedará sin recompensa de parte del Señor  con tal que lo asumamos por amor a los demás.
Para procurar vivir esta sexta obra de misericordia espiritual, es necesario que nos detengamos en tres puntos importantes, complementarios y necesarios:

a). Crecer en la virtud de la paciencia: El Himno de la Caridad de San Pablo dice: “El amor es paciente, es bondadoso” (1 Corintios XIII, 4).  Es frecuente que digamos de algunas personas: “es insufrible”, “no lo soporto”, “es intolerable”. Esas expresiones nacen de un juicio previo que coloca a nuestra persona o al ofensor en primer lugar olvidando la necesidad de ejercitar la paciencia, lo cual tiene una promesa hecha por el mismo Jesucristo: “Bienaventurados los que sufren con paciencia, porque ellos heredarán la tierra prometida” (San Mateo V).

b) Dar tiempo necesario: A todos cuesta cambiar un defecto arraigado, por lo que en ocasiones debemos saber que aquello que no podemos  corregir personalmente, o modificar en otros, simplemente debemos soportarlo con paciencia hasta que Dios disponga (permita) otra cosa. Por ello se debe rezar al cielo para que nos conceda una “santa resignación” para sufrir con paciencia las dificultades y limitaciones de nuestro prójimo. El libro de la Imitación de Cristo señala al respecto. A ninguno nos gusta que nos hagan notar que les molestamos, que somos indeseables. Pues entonces tampoco hagamos eso a nuestro prójimo, porque no hay que hacer a ninguno lo que no gusta que nos hagan a nosotros, así lo ordenó Dios para que aprendamos a llevar las cargas ajenas porque no hay ninguno sin defecto, ninguno sin carga, ninguno es suficiente ni cumplidamente sabio para sí. ¡Nada descubre mejor la sólida virtud del hombre, que la adversidad porque las ocasiones no hacen al hombre débil, más declaran que lo es¡” (Beato Tomas de Kempis).

c) Acoger con la alegría del alma: Procurar ser bueno y caritativo con todos, y prodigar amabilidad para soportar las miserias ajenas  por amor, implica estar recorriendo el camino de la santidad. Dicha senda sólo puede hacerse con el gozo de saber estar cumpliendo la voluntad de Dios.

Así lo recuerda San Juan Bosco: “La caridad todo lo soporta, de donde se deduce que no tendrá jamás verdadera caridad el que no quiere soportar los defectos ajenos”. Un espíritu agrio sólo es capaz de establecer relaciones amargas que nacen de olvidar que,  en la medida que el hombre sale de sí mismo, es capaz de descubrir la grandeza de quienes están a su alrededor. Sin duda resulta santificante el procurar pasar desapercibido el acto de sufrir los defectos ajenos, lo cual Dios que ve en lo secreto (San Mateo VI, 6), premiará con abundancia.


    6ª Obra de Caridad: Sufrir los defectos ajenos  

Oración para pedir soportar los defectos ajenos: “Señor, haz que tu gracia haga posible lo que según mi naturaleza se presenta como imposible. Que me vuelva amable y deseable el poder sufrir contrariedades por tu amor, porque sufrir tristezas y padecer molestias por amor a Ti siempre resulta  reparador para nuestra alma. Amén”. ¡Que Viva Cristo Rey!
   

              

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