MES DE LA CARIDAD FRATERNA / AÑO DE LA
MISERICORDIA.
“Nadie
es una moneda de oro”. Este dicho forma parte del
refranero popular y por cierto del sentido común, que suele ser el menos común
de los sentidos (Chesterton). Saber a cabalidad quién uno es constituye una
tarea que puede llevar la vida entera, si para los demás es arduo saberlo, no
es menos evidente para cada uno, por lo que de cara el Evangelio, y ante el
rostro del Señor Jesús –perfecto Dios y hombre a la vez- hemos de buscar
nuestra identidad.
Dios nos conoce
perfectamente, por ello nos conoce mejor que lo que nosotros podemos saber. Por
esto, la mirada del Señor nos permite descubrir lo que subyace en lo más
profundo del corazón, permitiéndonos una visión en perspectiva dando
importancia a lo que importa, postergado lo que no es necesario y desdeñando lo
que es nocivo. La lógica del creyente es
muy simple: me sirve para llegar al cielo, es importante y lo tomo, me aleja de
la bienaventuranza eterna (del Cielo) lo dejo, pues: cielo ganado, todo ganado…cielo perdido, todo perdido.
Sabido es que la gran mística
española e impulsora de las
religiosas carmelitas de claustro, señalaba que “gran penitencia es la vida comunitaria”, en la cual se requiere
del ejercicio frecuente de múltiples virtudes. Esto, es aplicable a toda vida
comunitaria, incluida la propia familia, toda vez que al interior de ella se desarrolla “el más rico humanismo” (S.S. Pablo VI),
con todas sus vicisitudes: es que la grandeza y miseria presentes en cada
corazón se constatan en las diversas actitudes y palabras al interior del
hogar.
ACOGER CON LA ALEGRÍA DEL ALMA |
Por esto, como creyentes
hemos de procurar cumplir la sexta obra de misericordia espiritual soportando
los defectos ajenos, sabiendo que los (defectos) nuestros suelen ser no sólo más numerosos sino
mayores. Entonces, si acaso el Señor nos ha tenido la paciencia de darnos hasta
hoy una nueva jornada para convertirnos, y procurar cambiar de vida, resulta
menor el hecho de esforzarnos en asumir al prójimo –cercano o lejano- en sus
falencias.
Sin duda, mayor mérito
tendrá el hecho de asumir con mayor docilidad, diligencia y silencio las
mayores carencias y defectos de nuestro prójimo. Sin duda en ocasiones resulta
imposible negar el sufrimiento que entraña la conducta de quien está a nuestro
lado, más en todo momento hemos de tener presente que el hecho de esforzarnos
seriamente en “soportar las deficiencias ajenas” tiene como premio una vida
presente más llevadera y en el futuro la bienaventuranza eterna.
Ante los defectos
ajenos, nada que ofrezcamos por amor a Dios, por insignificante que parezca,
quedará sin recompensa de parte del Señor
con tal que lo asumamos por amor a los demás.
Para procurar vivir
esta sexta obra de misericordia espiritual, es necesario que nos detengamos en
tres puntos importantes, complementarios y necesarios:
a).
Crecer en la virtud de la paciencia: El Himno de la Caridad
de San Pablo dice: “El amor es paciente, es bondadoso” (1
Corintios XIII, 4).
Es frecuente que digamos de algunas personas: “es insufrible”, “no lo soporto”, “es intolerable”. Esas
expresiones nacen de un juicio previo que coloca a nuestra persona o al ofensor
en primer lugar olvidando la necesidad de ejercitar la paciencia, lo cual tiene
una promesa hecha por el mismo Jesucristo: “Bienaventurados
los que sufren con paciencia, porque ellos heredarán la tierra prometida” (San
Mateo V).
b)
Dar tiempo necesario: A todos cuesta cambiar un defecto
arraigado, por lo que en ocasiones debemos saber que aquello que no
podemos corregir personalmente, o modificar
en otros, simplemente debemos soportarlo con paciencia hasta que Dios disponga
(permita) otra cosa. Por ello se debe rezar al cielo para que nos conceda una “santa resignación” para sufrir con
paciencia las dificultades y limitaciones de nuestro prójimo. El libro de la
Imitación de Cristo señala al respecto. A ninguno nos gusta que nos hagan notar
que les molestamos, que somos indeseables. Pues entonces tampoco hagamos eso a
nuestro prójimo, porque no hay que hacer a ninguno lo que no gusta que nos
hagan a nosotros, así lo ordenó Dios para que aprendamos a llevar las cargas
ajenas porque no hay ninguno sin defecto, ninguno sin carga, ninguno es
suficiente ni cumplidamente sabio para sí. ¡Nada descubre mejor la sólida
virtud del hombre, que la adversidad porque las ocasiones no hacen al hombre
débil, más declaran que lo es¡” (Beato Tomas de Kempis).
c)
Acoger con la alegría del alma: Procurar ser bueno y
caritativo con todos, y prodigar amabilidad para soportar las miserias
ajenas por amor, implica estar
recorriendo el camino de la santidad. Dicha senda sólo puede hacerse con el
gozo de saber estar cumpliendo la voluntad de Dios.
Así lo recuerda San
Juan Bosco: “La caridad todo lo soporta,
de donde se deduce que no tendrá jamás verdadera caridad el que no quiere
soportar los defectos ajenos”. Un espíritu agrio sólo es capaz de
establecer relaciones amargas que nacen de olvidar que, en la medida que el hombre sale de sí mismo,
es capaz de descubrir la grandeza de quienes están a su alrededor. Sin duda
resulta santificante el procurar pasar desapercibido el acto de sufrir los
defectos ajenos, lo cual Dios que ve en lo secreto (San
Mateo VI, 6), premiará con abundancia.
6ª Obra de Caridad: Sufrir los defectos ajenos |
Oración para pedir
soportar los defectos ajenos: “Señor, haz
que tu gracia haga posible lo que según mi naturaleza se presenta como
imposible. Que me vuelva amable y deseable el poder sufrir contrariedades por
tu amor, porque sufrir tristezas y padecer molestias por amor a Ti siempre
resulta reparador para nuestra alma.
Amén”. ¡Que Viva Cristo Rey!
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