MES DE LA CARIDAD FRATERNA / AÑO DE LA
MISERICORDIA.
La segunda obra de
misericordia espiritual implica dar buen consejo a nuestro prójimo. Dos
dificultades enfrentamos al momento de hacerlo: primero la soberbia implica no recibir buenamente lo que se nos dice, el
hombre actual se considera autónomo por lo que se confía ciegamente en su criterio, en su experiencia, en sus poderes,
olvidando que sólo Dios se basta a sí mismo. Él es y todo en Él adquiere
existencia, en el caso del hombre necesita de mucha ayuda para subsistir.
¿Cuántas personas intervienen con su trabajo, con su esfuerzo para que uno
pueda desayunar, pueda estudiar, pueda trabajar, puedan tener los servicios
básicos en su propio hogar? Sin duda, infinitud de personas.
Por otra parte, el egoísmo inserto en la cultura
individualista hace callar al momento de aconsejar dejando “hacer”, libremente
a los demás. Como creyentes no
podemos permanecer indiferentes respecto del crecimiento espiritual de nuestro prójimo.
Si somos capaces de cuidar el crecimiento de una flor e incluso de domesticar
en lo básico a una mascota, entonces…¿cuánto más hemos de procurar aconsejar
buenamente a los demás?
OBRA DE MISERICORDIA ESPIRITUAL |
Es cierto, que resulta
más cómodo y fácil guardar silencio (callar) por un falso respeto humano: nadie se molesta,
nadie nos responde con molestia y nadie luego nos tratará con desdén. Más, sabemos que Dios nos pedirá cuenta de
la vida nuestra y de la de quienes un día estuvimos en oportunidad de ayudar y
negligentemente no lo hicimos a causa de la desidia, por cobardía o por simple
superficialidad.
Sin duda que Nuestro
Señor es el mejor y primer consejero. El Nuevo Testamento aplica cuatro
nombres a la persona del Mesías: “Consejero
admirable”, “Príncipe de la paz”, “Padre Eterno” y “Dios Fuerte” (Isaías
IX, 6).
La Santísima Virgen María
desde el comienzo de la vida pública de Jesús aconsejó a quien lo necesitaba,
tal como aconteció en las Bodas de Cana de
Galilea donde dijo: “Hagan todo lo que Él
les diga”. Sin duda, se trata un consejo que nació de la contemplación y
de la certeza de tener a Dios en el corazón para poder proponer un camino determinado
a seguir.
El dar un consejo es una invitación dada para el
bien de quien lo recibe. El consejo tiende a hacer más integra la vida, para lo
cual podemos citar algunos criterios para aconsejar:
a). La
necesidad de un consejo: Por diversas formas podemos descubrir que una
persona requiere de nuestro consejo. En ocasiones alguien nos pedirá interceder
por un tercero, en otras uno mismo descubre que se requiere intervenir. Según
sea la necesidad podemos aconsejar para: amonestar, exhortar o animar.
b). Aconsejar en el momento oportuno: La
oportunidad es un elemento muy importante que hay que saber discernir
correctamente. Para ello se requiere de una dosis importante de paciencia,
en vistas a esperar la ocasión más propicia, toda vez que un consejo por bueno
que sea, si se da en el momento inadecuado termina siendo ineficaz y en
ocasiones, abiertamente contraproducente.
c). Aconsejar sugerentemente: Es decir, que el aconsejado reciba lo dicho
como una sugerencia con el fin que tome inicialmente o retome el camino más
perfecto. Un consejo que es asumido -sin duda que- tiene una raíz que dura
para toda la vida, puesto que desde el momento que se recibe es tenido como
algo propio, personal y necesario. Un buen consejo es aquel que provoca
interrogantes, más aun si se trata de lo relativo a la Vida Eterna, pero
también el consejo puede abrir un conjunto (abanico) de posibilidades que
uno no había reparado en encontrar.
d). Aconsejar en primera persona: Colocarse
en el lugar de quien es aconsejado implica buscar las palabras más
adecuadas, que nacen de la sabiduría, de la experiencia y del afecto de la
corresponsabilidad espiritual. Se trata de dar un consejo que uno hubiese
agradecido recibir previamente. “Bendeciré
al señor que me aconseja, hasta de noche me instruye” (Salmo XVI, 7).
e). Rezar antes de aconsejar: “El consejo del sabio es como una fuente de
vida” (Proverbios XI, 14). Dios no deja de
hablar en todo momento si se trata de nuestro bien, por ello, recurrir a Él en la oración antes de
aconsejar no sólo es prudente y útil, sino sobre todo es necesario, tal
como dice la Sagrada Escritura: “Atiende
el consejo de tu corazón, porque nadie te será más fiel. Pues la propia
conciencia suele avisar mejor que siete centinelas apostados en una torre de
vigilancia. Pero, sobre todo, suplica al Altísimo, para que dirija tus pasos en
la verdad” (Eclesiástico XXXVII, 13-15).
f) Aconsejar brevemente: Un consejo muy extenso cansa, aburre, y se
olvida. El consejo no debe parecer parte de un sermón. La capacidad actual
de concentración y la premura con que se vive habitualmente amerita que al
momento de aconsejar se haga de manera sucinta, precisa, sin mayores rodeos, lo
cual en caso contrario, puede hacer perder el foco de lo que se quiere enseñar.
DAR CONSEJO AL QUE LO NECESITA |
La localidad de Mirasol
en Algarrobo (Chile) en su avenida principal tiene todos los árboles inclinados
por la fuerza del viento. Ello sucede a causa de no haberle puesto una vara que
lo guiase. Algo similar ocurre con el cristiano que necesita de buenos consejos
a lo largo de toda su vida con el fin de no correr el riesgo de perder el
rumbo, de no perder tiempo en enmendar, pudiendo dedicar ese mismo tiempo en ir
más lejos en perfección y santidad.
Salmo XXXII, 8: “Yo te instruiré, yo te mostraré el camino
que debes seguir; yo te daré consejos y velaré por ti”. Proverbios VIII,
14: “Míos son el consejo y el buen juicio;
míos son el entendimiento y el poder”. Job XII, 13: “Con
Dios están la sabiduría y el poder; suyos son el consejo y el entendimiento”.
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