sábado, 2 de noviembre de 2019


TEMA  : ¿QUÉ SOCIEDAD ES LA QUE DIOS QUIERE?
FECHA: HOMILÍA SEMANA TRIGÉSIMA / CICLO “C” / 2019.
Estamos celebrando la Misa dominical correspondiente a la semana trigésima del año Litúrgico, por lo cual iniciamos la “recta final” de las semanas previas a un nuevo año que se inicia con la primera semana de adviento. Sin duda, serán cuatro semanas para reconocer  en qué medida hemos procurado ser fieles a la vocación de bautizados y a la misión de ser apóstoles. ¡Tantas gracias concedidas y muchas veces y tan mal aprovechadas! En el derrotero de las ganas, instintos, orgullos, temores sucumbieron innumerables oportunidades que Dios nos ha concedido, asumiendo que cada instante de vida es ocasión propicia de aceptar a Cristo o bien de rechazarlo, según lo cual se juega nuestra Vida Eterna al momento de optar.
San Ignacio de Loyola en una de las meditaciones de sus “Ejercicios Espirituales” nos habla de las Dos Banderas. Dios quiere que seamos felices junto a Él en el Cielo y –también- aquí en la tierra. El demonio siempre se opone a esta obra de Dios. No cabe “tercera vía” en esta realidad, puesto que  estamos llamados a optar o  por Dios o,  de parte de Satanás.
La parábola que nos enseña Jesús hoy describe a dos hombres al interior de un templo. Ambos acuden a Él para orar, uno era fariseo y el otro publicano. El primero expone una serie de realidades que quizás pocos de los que estamos en este templo hoy nos aventuraríamos a reafirmar, más bien,  quedamos al debe ante las palabras del fariseo. Recordemos que el Señor Jesús dijo que había que hacer lo que ellos hacen pero no por la razón que ellos tienen.
El fiel cumplidor de la ley, que –posiblemente- podía citar de memoria muchos versículos de la Torah y había pasado años en traducirla por lo que debía ser reconocido como “doctor” o “magister”: aplicaba la justicia semita de la ley del talión, tiraba piedras a las mujeres adulteras hasta darles muerte…Como esposo era por ley dueño de su mujer, y podía repudiar o divorciarse de la mujer porque no sabía cocinar, porque estaba muy envejecida, o porque era maloliente. El fariseo era cumplidor y fiel a estas normas que hoy nos parecen absurdas pero entonces eran las que debía cumplir todo fariseo. Junto a ello, daba el diezmo de todos sus bienes cosa que en Chile el católico cumple con suerte para dar el 1% sólo el tres %  de los fieles habilitados para ello. Respecto del ayuno que hacia eran 96 días al año, y nosotros los católicos sólo tenemos dos días que solemos soslayar con sobreabundantes alimentos de nuestro mar para esos días.
Ante esto, reconoceremos que materialmente no llegamos ni a los talones de lo que “hacía” aquel fariseo. Mas, el problema no estaba centrado en lo que hacía sino en lo que dejaba de hacer puesto que,  sólo le importaba su elevado orgullo personal que,  autónomo de la gracia,  obtenía un status moral y material sobre el resto de las personas cegándolo ante la vida de Dios, ante sus miserias y ante las necesidades ajenas. Es que cuando el corazón del hombre está lleno de si, Dios no tiene lugar donde estar en él, y en ocasiones –salvando el libre albedrío de cada persona  que no es robot ni marioneta- lo parece dejar a la suerte de su orgullo.
Las palabras de aquel fariseo rebotan en las paredes de un lugar donde Dios no vive, pues aquel hombre posee un corazón petrificado, en el cual sólo resuena su voz pero está ausente la del Señor. En la medida que logre guardar silencio de su acrecentado ego, la voz de Dios resonará nítida y poderosa en su alma, la cual,  prístina de pecado, descubrirá, una vez convertido y bautizado,   a quienes permanecen a su alrededor como prójimos y hermanos en la fe.
Esta es la raíz de muchos de los males de la vida presente. El fariseísmo del liberacionismo teológico, moral y político. En efecto, se ha ido alzando una “sociedad de soledades”, lo que –ciertamente- evidenciado como un contrasentido,  en la práctica,  es un hecho: Durante décadas se formó una generación donde no se respetaba ninguna norma, alzada al margen de toda institución…terminaron solos…pateando piedras y lanzándolas.
Así, se dificulta el tejido social en virtud del individualismo promovido. La actitud formativa de decir a quien está al propio cuidado, como padres, abuelos, maestros, consagrados, tutores: “haz lo que quieras” implica que se termine endiosando las “ganas y antojos” como exclusivo criterio de validez ante la verdad, a la vez que se corre el riesgo que esa frase sea interpretada como un desinterés desde la perspectiva de quien está siendo educado y de quien debe hacerlo. Recordemos que quien no forma, deforma,  ¡no hay neutralidad en esta materia! 

GRUPO ISIS DESTRUYE TEMPLO                    

Para el creyente el tejido social tiene su fundamento en Dios que se mostró trinitariamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo, una comunidad de amor y de vida que se ha dado plenamente a nosotros en la persona de Jesucristo, verdadero  Dios y Hombre, palabra definitiva del Cielo para el mundo de ayer, hoy y siempre. Por lo tanto, la vocación de todo apóstol es testificar permanentemente la unidad y ser fuente de paz pues la mejor causa puede naufragar si se aducen caminos directos o indirectos que aniden violencia.
El demonio como la violencia suelen ocultarse hasta el momento que se desata como inevitable su nefasta presencia. En este sentido,  decir que uno no está en guerra no implica necesariamente que uno sea un hombre de paz, toda vez que parafraseando las palabras de San Alberto Hurtado Cruchaga , diremos que “está muy bien no hacer la guerra pero,  está muy mal no construir la paz”. La paz no es simple ausencia de guerra, por lo que  los carnavales orgiásticos de violencia que piden la muerte de connacionales es simplemente un travestismo del odio propio de quien eternamente vive sumergido en él.
Manifestar un “sentimiento” es propio de nuestra naturaleza: llorar, reír, molestarse, ayudar, son realidades que se pueden exteriorizar en un funeral,  en una fiesta, en una protesta, y en una colecta (Teletón). Pero, en estas circunstancias que vivimos,  sería bueno preguntarnos, por ejemplo,  si acaso hacer una fiesta es legítimo y hasta oportuno si  esa acción termina siempre con parte de los invitados o de los no invitados que golpean y hacen estragos, y durante días hacemos la misma fiesta y siempre terminan algunos invitados desmalentando las casas vecinas, ¿no sería bueno preguntarse respecto de la oportunidad y hasta legitimidad de hacer esas fiestas?
Como sabemos sólo en nuestra Patria se da una espiritualidad marcada por el “más o menos”, lo que permea un espíritu relevista en decisiones, sueños, promesas, ideales y juramentos, dejando en el plano de las ganas y gustos nuestra vida moral y espiritual. Surge la religiosidad a la manera de cada uno.
Constatamos que para muchos hoy aquello que es verdad, bueno, y bello son derivados desde un nuevo criterio que es propio de este tiempo, que las más jóvenes generaciones son proclives y es lo que uno ve en una red social es lo bueno, lo que otros dicen es lo bello, y lo que la masa afirma es lo verdadero esclavizando con ello,  la verdad y la razón a la aprobación que ésta eventualmente pueda recibir.
En esto constatamos que hay una adolescencia intelectual. Y un infantilismo entre  los que ejercen la política. Existe un “sentimiento deliberativo”, donde “el instinto se hace razón” y parece tener para todo la última palabra.
Así, podemos hablar de una generación carente de normas en la cual hay quienes creen que ven lo que otros no pueden hacerlo por el solo hecho de ser más jóvenes. Hay una verdad generacional en la cual basta tener la certeza subjetiva acerca de la justicia de una causa para que esa causa tenga validación general. Una certeza donde lo subjetivo se alza como verdadero.
Frente a lo anterior que ha construido una sociedad de soledades de fuerte narcisismo moral, donde Dios ha sido exiliado de la vida familiar y social,  procuremos permear nuestra mirada de los acontecimientos a la luz de la fe.
Como mayores tenemos más responsabilidad de colocar ponderación en nuestros juicios e iluminar a los más jóvenes que no han vivido en carne  propia lo que implica un quiebre social tal como lo experimentó nuestra Patria en las últimas seis décadas. Recordemos que las avalanchas inicialmente son silenciosas pero terminan provocando grandes desastres.
Hoy Domingo se inicia una nueva semana. Como creyentes tenemos el deber de impregnar con la fe los hechos que vienen cada día. El Apóstol San Pablo nos recuerda que la vida del creyente es una milicia, una guerra contra las fuerzas del demonio, del mundo y de la carne, con los cuales con la ayuda de la Virgen María podemos vencer de manera definitiva. Por ello, sabemos Quién es nuestro Rey –Cristo- ; sabemos cuál es nuestro estandarte –la cruz- ; y sabemos cómo obtener la victoria definitiva – por medio de la santidad-.
¡Que Viva Cristo Rey!

ATAQUE DE TEMPLO EN CHILE

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