viernes, 2 de noviembre de 2018

EL AMOR VENCE SIEMPRE


TEMA  :                “EL AMOR VENCE SIEMPRE”.

FECHA: MEDITACIÓN TERCERA / RETIRO ESPIRITUAL 2018

Hace unos días recordábamos la figura del Papa Juan Pablo II, el cual como sabemos visito nuestra Patria hace más de tres décadas, en  el mes de abril. Tan hondo caló su llegada que hasta los índices de delitos bajaron durante los seis días de su visita, que era la 33° de du Pontificado. Quienes estuvimos en algunas de los encuentros no olvidaremos el mensaje dado al finalizar la beatificación de Santa Teresa de Los Andes: “El amor vence siempre”…”El amor siempre puede más”.
Lo dijo a una generación tremendamente ideologizada, donde la mutua violencia era el alimento de cada día, donde los proyectos de sociedad eran excluyentes prescindiendo de la existencia del que no formaba parte de nuestras ideas.
CURA JAIME HERRERA CHILE
Era el tiempo donde un muro aun separaba familias y naciones,  alzado al precio de la vida de quienes intentaban cruzarlo. En ese contexto el testimonio del querido Pontífice “venido de un país lejano”, resultó determinante para quienes nos formábamos en este Seminario Pontificio, con todas sus grandezas y miserias, capacidades y limitaciones.

Ante quienes hoy se forman con la misma ilusión de ser sacerdotes, les doy mi testimonio  “testimomio” para algunos- que vale la pena seguir los pasos de Jesús Sacerdote, una y mil vidas no cambiaría en nada la libre opción de seguir la vocación que un día fue asumida y reconocida.
Aunque han pasado largas décadas de aquella visita pontificia, el mensaje esencial permanece –plenamente- vigente, toda vez que las modas pueden haber cambiado, pero nuestra humana naturaleza sigue siendo la misma, jalonada de debilidades y anhelos; de tantos sueños y esperanzas propias de nuestro ser religioso y espiritual.
Por esto, ¡Qué bien hace detenernos una vez más en meditar respecto del Himno de la Caridad del Apóstol San  Pablo! Por medio de él nos invita a venerar la imagen de Dios que subyace en cada persona, por lo que es como el prisma necesario para tratar a quienes encontramos  en nuestro futuro ministerio sacerdotal. Leamos  en 1 Corintios XII, 31-XIII, 13.                              
“Aspirad a los carismas mejores. Sin embargo, todavía os voy a mostrar un camino más excelente. Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, sin o tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos.
Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los  misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada.
Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, sin o tengo caridad, de nada me aprovecharía. La caridad es paciente, la caridad es amable, no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad, todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. La caridad nunca acaba.  
Las profecías desaparecerán, las lenguas cesarán, la ciencia quedará anulada. Porque ahora nuestro conocimiento es imperfecto, e imperfecta nuestra profecía. Pero cuando venga lo perfecto desaparecerá lo imperfecto. Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como niño, razonaba como niño. Cuando he llegado a ser hombre, me ha desprendido de las cosas de niño. Porque ahora vemos como en un espejo, borrosamente, entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, entonces conoceré como soy conocido.
Ahora permanecen la fe, la esperanza la caridad; las tres virtudes. Pero de ellas, la más grande es la caridad”.
Lo propio de sacerdote es buscar la santidad en la vivencia del amor a Dios y al prójimo. Para ello, estamos –cotidianamente-  llamados a configurarnos a Cristo Sumo y eterno Sacerdote. Nuestra identidad, nuestro sello es la persona de Cristo del cual estamos llamados a ser signo y realidad de su presencia.
Así lo recordaba  el venerado Arzobispo Emilio Tagle, fundador de este Seminario Pontificio: “ser Alter Christus”…”ser otro Jesús”, no se refiere a asumir una semejanza, es decir “como Cristo” sino por gracia directa del Señor estamos llamados a perpetuar sui misión en su nombre y en su persona, por lo que cada uno puede repetir con toda propiedad lo dicho por San Pablo; “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mi” (Gálatas II, 20)…”Para mí el vivir es Cristo”.
Nuestra vocación sacerdotal se origina, se encamina y tiene como destino el amor de Dios. Esa es la clave para descubrir cada uno de los misterios que encierra nuestro caminar hacia el sacerdocio.

FIELES MISA TODOS LOS SANTOS

El amor es paciente: El conocer nuestra condición, limitada, de creaturas, procurando ver quienes somos a la luz del amor de Dios,  nos lleva a recordar la necesidad de dar nuevas oportunidades, a colocarnos en el caso puntual de quien ya nos parecen insufribles sus acciones, si no podemos excusar la acción consideremos la intención, decía San Bernardo.
Ya enseñaba Santa Teresa de Ávila que es gran penitencia la vida en comunidad, la cual engañosamente nos puede hacer pensar que es difícil cuanto más extendida está, pero la verdad, es que suele ser al revés: más pequeña, mas difícil.
El amor es benigno: Como consagrados estamos exhortados en primera persona a devolver el mal con el bien, lo cual para el mundo actual o es una locura o es una necedad, en cualquier caso resulta algo inaceptable. También aquí es aplicable lo que recordaba el actual Sumo Pontífice a los jóvenes reunidos en el templo Votivo de Maipú: “Está muy bien no hacer el mal, pero está muy mal no hacer el bien”.
La bondad debe ser una característica propia del ejercicio de nuestro ministerio, el cual ya aquí en este “laboratorio de la caridad” como ha de ser el Seminario. Una bondad que tienda a hacer más llevadera cada una de las dificultades que se presenten, una bondad que anticipe a las necesidades y busque cada recoveco de dolor en quienes buscan consagrarse en la vida como sacerdotes.
Juan Yepes, nuestro venerado San Juan de la Cruz, fue capaz de escribir las páginas más hermosas del amor en su Cantico Espiritual en momentos de mayor prueba y persecución. Fue entonces que una religiosa segoviana lo conforta  a la cual responde San Juan: “De lo que a mi toca, hija, no le dé pena, que ninguna a mí me da. De lo que la tengo muy grande es que se eche culpa a quien no la tiene; porque estas cosas no las hacen los hombres, sino Dios, que sabe lo que nos conviene y las ordena para nuestro bien. No piense otra cosa sino que todo lo ordena Dios. Y adonde no hay amor, ponga amor, y sacará amor” (6 Julio 1501).

Frente a los dolores externos los podemos soportar porque  los vemos como ajenos, más, una persecución como las tantas que ha sufrido nuestra Iglesia a lo largo de dos milenios, es “la sangre de los mártires semilla de nuevos cristianos” (Tertuliano), mas, el mal de la corrupción en una erosión interna cuya nocividad resulta más honda, y por lo tanto, requiere de un mayor esfuerzo y vivencia del amor engastado en la bondad.
El amor no es envidioso: En el origen de la existencia del pecado está la envidia. Esta fue la causa que hizo caer a los ángeles, los cuales teniendo todo ante ellos, miraron hacia el costado, hacia el hombre creado “a imagen y semejanza de Dios” (Génesis I, 26-27). Del mismo modo, vemos cómo Caín mata a su único hermano porque se preocupa de la generosidad de aquel y  no de la propia. La medida de su amor estaba atada en lo que otros hacían, no en el valor de lo que él daba a Dios, que por cierto era bastante menguado. Lo facilito y expedito, lo que estaba en el suelo como sobrante, aquello que era tenido como inútil.
Leamos el relato: “Conoció Adán a su mujer, que concibió y parió a Caín, diciendo: “He adquirido de Dios un varón”. Volvió a parir y tuvo a Abel, su hermano. Fue Abel pastor, y Caín labrador. Y al cabo de tiempo hizo Caín ofrenda a Dios de los frutos de la tierra, y se lo hizo también Abel de los primogénitos de sus ganados, de lo mejor de ellos: agradose el Señor Dios de Abel y su ofrenda, pero no de Caín y de la suya. Se enfureció Caín y andaba cabizbajo, y Dios le dijo: ¿Por qué estás enfurecido y por qué andas cabizbajo? ¿No es verdad que, si obraras bien, andarías erguido, mientras que, si no obras bien, estará el pecado a la puerta? Y siente apego a tú y tu debes dominarle. Dijo Caín a Abel, su hermano: ¡Vamos al campo! Y cuando estuvieron en el campo, se alzó Caín contra Abel, su hermano y le mató. Preguntó Dios a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Contestole: No sé. ¿Soy acaso el guardián de mi hermano? ¿Qué has hecho? –le dijo Él- La voz de la sangre de tu hermano está clamando a mi desde la tierra. Ahora, pues, maldito serás de la tierra, que abrió su boca para recibir de mano tuya la sangre de tu hermano. Cuando la labres, te negará sus frutos y andarás por ella fugitivo y errante” (Génesis IV, 1-12. Traducción Nácar-Colunga).
Tras toda envidia está el acto de compararse. En realidad,  humanamente  si miramos hacia “arriba” siempre hay alguien, y surgirá la envidia de creernos inferiores a otros, en tanto que,  si miramos hacia “abajo” habrá alguien, por lo que emergerá la soberbia de tenernos como superiores y mejores que otros. En consecuencia, toda comparación siempre es nociva. Compararse es algo odioso.
El amor no es ambicioso: Hay tanto que debemos buscar para alcanzar la sanidad, es tan arduo el cauno de la perfección, y tan hondo la búsqueda de nuestra identificación con Jesús sacerdote, que no ha de haber espacio para anhelos propios, para medallas, pergaminos y reconocimientos. Si llegan… humildemente hemos de recibirlos, si no llegan hemos de aprender a preocuparnos de que Dios esté contento con nuestra vida.
Mirar que hay en la “vasija de barro” en nuestro corazón donde llevamos un tesoro, no descuidar los ojos del alma y de la mente en las ofertas (bagatelas) que nos presenta el mundo actual y sus bienes y honores temporales.
La imagen del joven rico que tenía el corazón cautivo de bienes nos hace buscar lo propio en el servicio, en dar a los demás pues asumimos que las cosas propias de este mundo son pasajeras en tanto que las que nos importan son las permanentes y que no caducan. ¡Donde está nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón! (San Mateo VI, 21).
El amor se complace en la verdad: El lema asumido por el gran Benedicto XVI al inicio de su pontificado fue: “cooperador de la verdad”, las cuales están tomadas de la carta del Apóstol San Juan. Se trata y se tratará siempre de lo mismo: “seguir la verdad y ponerse al servicio de ella”.
El extenso caminar para llegar a la cumbre que es el sacerdocio, implica la humildad de saber que no estamos para ser dueños de verdades inventadas y novedosas sino custodios  del tesoro verdadero que nos ha sido revelado, por lo que no somos dueños de la verdad sino sus depositarios y propagadores.
El amor es verdadero, lo que implica que ninguna caridad se puede hacer al margen de la verdad; la misericordia no sólo se besa con la paz como dice la Santa Biblia sino también con la verdad, por lo que nunca ha de oponerse el ser misericordioso con aquello que es verdadero. No es de Dios, ni por lo tanto de su Iglesia, el dejarse cautivar por la falsedad que, finalmente,  es la marca del demonio. Por esto no agüemos  (licuemos) la verdad para seducir a quienes anhelan vivir de verdad.
Entre los múltiples nombres que Jesús recibe, sin duda los que decían sus cercanos son importantes, los que anunciaban los profetas de la antigüedad son importantes, pero las “principales denominaciones” son las que Jesús dijo de sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
SAGRADA COMUNIÓN MISA 2018

El amor nunca acabará: Las horas de nuestro encuentro con Jesucristo en este retiro mensual, no pueden dejar de incluir la cumbre de las virtudes, con la cual Dios ha querido identificarse y ser reconocido: Dios es caridad, Dios es amor.  Por esto imploramos que “convierta  en realidad lo que fue un sueño tu gran amor que todo lo engrandece” (Himno de  completas)
Nuestra vocación está en las mejores manos, está en las manos de Dios. Si transitamos por la gratuidad del amor de Dios estamos ciertos nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios.
Desde que fui ordenado sacerdote he hecho particular seguimiento respecto de la vida de los santos, los cuales en toda época y por muy diversas circunstancias han practicado la plenitud de las virtudes. La lectura de los héroes de la fe hace mucho bien a nuestra alma. Entre ellos vemos como se verifica que un santo triste es un triste santo.
Al final de nuestros días seremos juzgados por el amor. Tanto amas,  tanto vales, por eso el sacerdote vale lo que vale su misa. Cuan edificante es ver celebrar la Misa a los Santos contemporáneos: san Pio de Pietrelcina, San Juan Pablo II, como edifica verlos junto al altar…sus vidas fueron un altar
La caridad es mayor que todos los dones de Dios, toda vez que cada uno de ellos nos han sido dados para que alcancemos la perfección y la bienaventuranza eterna…en cambio la caridad es la misma bienaventuranza por lo que por medio de la vida como consagrados testimoniamos no la vida que pasa,   sino la que tendremos junto a Dios para siempre.
(Filipenses I, 12-21): “Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del Evangelio, de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás. Y la mayoría de los hermanos, cobrando ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor.  Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda, pero otros de buena voluntad. Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones, pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del Evangelio. ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún. Porque sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi liberación, conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir ganancia”.

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