TEMA
: “EL AMOR VENCE SIEMPRE”.
FECHA:
MEDITACIÓN TERCERA / RETIRO ESPIRITUAL 2018
Hace
unos días recordábamos la figura del Papa Juan Pablo II, el cual como sabemos
visito nuestra Patria hace más de tres décadas, en el mes de abril. Tan hondo caló su llegada que
hasta los índices de delitos bajaron durante los seis días de su visita, que
era la 33° de du Pontificado. Quienes estuvimos en algunas de los encuentros no
olvidaremos el mensaje dado al finalizar la beatificación de Santa Teresa de
Los Andes: “El amor vence siempre”…”El
amor siempre puede más”.
Lo
dijo a una generación tremendamente ideologizada, donde la mutua violencia era
el alimento de cada día, donde los proyectos de sociedad eran excluyentes prescindiendo
de la existencia del que no formaba parte de nuestras ideas.
CURA JAIME HERRERA CHILE |
Era
el tiempo donde un muro aun separaba familias y naciones, alzado al precio de la vida de quienes
intentaban cruzarlo. En ese contexto el testimonio del querido Pontífice “venido de un país lejano”, resultó
determinante para quienes nos formábamos en este Seminario Pontificio, con
todas sus grandezas y miserias, capacidades y limitaciones.
Ante
quienes hoy se forman con la misma ilusión de ser sacerdotes, les doy mi
testimonio –“testimomio” para algunos- que vale la pena seguir los pasos de
Jesús Sacerdote, una y mil vidas no cambiaría en nada la libre opción de seguir
la vocación que un día fue asumida y reconocida.
Aunque
han pasado largas décadas de aquella visita pontificia, el mensaje esencial
permanece –plenamente- vigente, toda vez que las modas pueden haber cambiado,
pero nuestra humana naturaleza sigue siendo la misma, jalonada de debilidades y
anhelos; de tantos sueños y esperanzas propias de nuestro ser religioso y espiritual.
Por
esto, ¡Qué bien hace detenernos una vez más en meditar respecto del Himno de la
Caridad del Apóstol San Pablo! Por medio
de él nos invita a venerar la imagen de Dios que subyace en cada persona, por
lo que es como el prisma necesario para tratar a quienes encontramos en nuestro futuro ministerio sacerdotal.
Leamos en 1 Corintios XII, 31-XIII,
13.
“Aspirad a los carismas mejores. Sin embargo, todavía
os voy a mostrar un camino más excelente. Aunque hablara las lenguas de los
hombres y de los ángeles, sin o tengo caridad, sería como el bronce que resuena
o un golpear de platillos.
Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los
misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera
tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada.
Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi
cuerpo para dejarme quemar, sin o tengo caridad, de nada me aprovecharía. La
caridad es paciente, la caridad es amable, no es envidiosa, no obra con
soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma
en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad,
todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. La caridad
nunca acaba.
Las profecías desaparecerán, las lenguas cesarán, la
ciencia quedará anulada. Porque ahora nuestro conocimiento es imperfecto, e
imperfecta nuestra profecía. Pero cuando venga lo perfecto desaparecerá lo
imperfecto. Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como niño, razonaba
como niño. Cuando he llegado a ser hombre, me ha desprendido de las cosas de
niño. Porque ahora vemos como en un espejo, borrosamente, entonces veremos cara
a cara. Ahora conozco de modo imperfecto, entonces conoceré como soy conocido.
Ahora permanecen la fe, la esperanza la caridad; las
tres virtudes. Pero de ellas, la más grande es la caridad”.
Lo
propio de sacerdote es buscar la santidad en la vivencia del amor a Dios y al
prójimo. Para ello, estamos –cotidianamente- llamados a configurarnos a Cristo Sumo y
eterno Sacerdote. Nuestra identidad, nuestro sello es la persona de Cristo del
cual estamos llamados a ser signo y realidad de su presencia.
Así
lo recordaba el venerado Arzobispo
Emilio Tagle, fundador de este Seminario Pontificio: “ser Alter Christus”…”ser
otro Jesús”, no se refiere a asumir una semejanza, es decir “como Cristo”
sino por gracia directa del Señor estamos llamados a perpetuar sui misión en su
nombre y en su persona, por lo que cada uno puede repetir con toda propiedad lo
dicho por San Pablo; “Ya no soy yo quien
vive, es Cristo quien vive en mi” (Gálatas II, 20)…”Para mí el vivir es
Cristo”.
Nuestra
vocación sacerdotal se origina, se encamina y tiene como destino el amor de
Dios. Esa es la clave para descubrir
cada uno de los misterios que encierra nuestro caminar hacia el sacerdocio.
FIELES MISA TODOS LOS SANTOS |
El amor es paciente:
El conocer nuestra condición, limitada, de creaturas, procurando ver quienes
somos a la luz del amor de Dios, nos
lleva a recordar la necesidad de dar nuevas oportunidades, a colocarnos en el
caso puntual de quien ya nos parecen insufribles sus acciones, si no podemos
excusar la acción consideremos la intención, decía San Bernardo.
Ya
enseñaba Santa Teresa de Ávila que es gran penitencia la vida en comunidad, la
cual engañosamente nos puede hacer pensar que es difícil cuanto más extendida
está, pero la verdad, es que suele ser al revés: más pequeña, mas difícil.
El amor es benigno:
Como consagrados estamos exhortados en primera persona a devolver el mal con el
bien, lo cual para el mundo actual o es una locura o es una necedad, en
cualquier caso resulta algo inaceptable. También aquí es aplicable lo que
recordaba el actual Sumo Pontífice a los jóvenes reunidos en el templo Votivo
de Maipú: “Está muy bien no hacer el mal,
pero está muy mal no hacer el bien”.
La
bondad debe ser una característica propia del ejercicio de nuestro ministerio,
el cual ya aquí en este “laboratorio de
la caridad” como ha de ser el Seminario. Una bondad que tienda a hacer más
llevadera cada una de las dificultades que se presenten, una bondad que
anticipe a las necesidades y busque cada recoveco de dolor en quienes buscan
consagrarse en la vida como sacerdotes.
Juan
Yepes, nuestro venerado San Juan de la Cruz, fue capaz de escribir las páginas
más hermosas del amor en su Cantico Espiritual en momentos de mayor prueba y
persecución. Fue entonces que una religiosa segoviana lo conforta a la cual responde San Juan: “De lo que a mi toca, hija, no le dé pena,
que ninguna a mí me da. De lo que la tengo muy grande es que se eche culpa a
quien no la tiene; porque estas cosas no las hacen los hombres, sino Dios, que
sabe lo que nos conviene y las ordena para nuestro bien. No piense otra cosa
sino que todo lo ordena Dios. Y adonde no hay amor, ponga amor, y sacará amor”
(6 Julio 1501).
Frente
a los dolores externos los podemos soportar porque los vemos como ajenos, más, una persecución
como las tantas que ha sufrido nuestra Iglesia a lo largo de dos milenios, es “la sangre de los mártires semilla de nuevos cristianos” (Tertuliano),
mas, el mal de la corrupción en una erosión interna cuya nocividad resulta más
honda, y por lo tanto, requiere de un mayor esfuerzo y vivencia del amor
engastado en la bondad.
El amor no es envidioso:
En el origen de la existencia del pecado está la envidia. Esta fue la causa que
hizo caer a los ángeles, los cuales teniendo todo ante ellos, miraron hacia el
costado, hacia el hombre creado “a imagen
y semejanza de Dios” (Génesis I, 26-27). Del
mismo modo, vemos cómo Caín mata a su único hermano porque se preocupa de la
generosidad de aquel y no de la propia.
La medida de su amor estaba atada en lo que otros hacían, no en el valor de lo
que él daba a Dios, que por cierto era bastante menguado. Lo facilito y expedito, lo que estaba en el suelo como sobrante, aquello que era tenido como inútil.
Leamos
el relato: “Conoció Adán a su mujer, que
concibió y parió a Caín, diciendo: “He adquirido de Dios un varón”. Volvió a
parir y tuvo a Abel, su hermano. Fue Abel pastor, y Caín labrador. Y al cabo de
tiempo hizo Caín ofrenda a Dios de los frutos de la tierra, y se lo hizo
también Abel de los primogénitos de sus ganados, de lo mejor de ellos: agradose
el Señor Dios de Abel y su ofrenda, pero no de Caín y de la suya. Se enfureció
Caín y andaba cabizbajo, y Dios le dijo: ¿Por qué estás enfurecido y por qué
andas cabizbajo? ¿No es verdad que, si obraras bien, andarías erguido, mientras
que, si no obras bien, estará el pecado a la puerta? Y siente apego a tú y tu
debes dominarle. Dijo Caín a Abel, su hermano: ¡Vamos al campo! Y cuando
estuvieron en el campo, se alzó Caín contra Abel, su hermano y le mató. Preguntó
Dios a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Contestole: No sé. ¿Soy acaso el
guardián de mi hermano? ¿Qué has hecho? –le dijo Él- La voz de la sangre de tu
hermano está clamando a mi desde la tierra. Ahora, pues, maldito serás de la
tierra, que abrió su boca para recibir de mano tuya la sangre de tu hermano.
Cuando la labres, te negará sus frutos y andarás por ella fugitivo y errante”
(Génesis IV, 1-12. Traducción Nácar-Colunga).
Tras
toda envidia está el acto de compararse. En realidad, humanamente
si miramos hacia “arriba” siempre
hay alguien, y surgirá la envidia de creernos inferiores a otros, en tanto
que, si miramos hacia “abajo” habrá alguien, por lo que
emergerá la soberbia de tenernos como superiores y mejores que otros. En
consecuencia, toda comparación siempre es nociva. Compararse es algo odioso.
El amor no es ambicioso:
Hay tanto que debemos buscar para alcanzar la sanidad, es tan arduo el cauno de
la perfección, y tan hondo la búsqueda de nuestra identificación con Jesús
sacerdote, que no ha de haber espacio para anhelos propios, para medallas,
pergaminos y reconocimientos. Si llegan… humildemente hemos de recibirlos, si
no llegan hemos de aprender a preocuparnos de que Dios esté contento con nuestra vida.
Mirar
que hay en la “vasija de barro” en
nuestro corazón donde llevamos un tesoro, no descuidar los ojos del alma y de
la mente en las ofertas (bagatelas) que nos presenta el mundo actual y sus
bienes y honores temporales.
La
imagen del joven rico que tenía el corazón cautivo de bienes nos hace buscar lo
propio en el servicio, en dar a los demás pues asumimos que las cosas propias
de este mundo son pasajeras en tanto que las que nos importan son las
permanentes y que no caducan. ¡Donde está nuestro tesoro, allí estará nuestro
corazón! (San Mateo VI, 21).
El amor se complace en la verdad:
El lema asumido por el gran Benedicto XVI al inicio de su pontificado fue: “cooperador de la verdad”, las cuales
están tomadas de la carta del Apóstol San Juan. Se trata y se tratará siempre
de lo mismo: “seguir la verdad y ponerse
al servicio de ella”.
El
extenso caminar para llegar a la cumbre que es el sacerdocio, implica la
humildad de saber que no estamos para ser dueños de verdades inventadas y
novedosas sino custodios del tesoro
verdadero que nos ha sido revelado, por lo que no somos dueños de la verdad
sino sus depositarios y propagadores.
El
amor es verdadero, lo que implica que ninguna caridad se puede hacer al margen
de la verdad; la misericordia no sólo se besa con la paz como dice la Santa Biblia
sino también con la verdad, por lo que nunca ha de oponerse el ser misericordioso
con aquello que es verdadero. No es de Dios, ni por lo tanto de su Iglesia, el
dejarse cautivar por la falsedad que, finalmente, es la marca del demonio. Por esto no
agüemos (licuemos) la verdad para
seducir a quienes anhelan vivir de verdad.
Entre
los múltiples nombres que Jesús recibe, sin duda los que decían sus cercanos
son importantes, los que anunciaban los profetas de la antigüedad son
importantes, pero las “principales denominaciones” son las que Jesús dijo de sí
mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida”.
SAGRADA COMUNIÓN MISA 2018 |
El amor nunca acabará:
Las horas de nuestro encuentro con Jesucristo en este retiro mensual, no pueden
dejar de incluir la cumbre de las virtudes, con la cual Dios ha querido
identificarse y ser reconocido: Dios es caridad, Dios es amor. Por esto imploramos que “convierta en realidad lo que
fue un sueño tu gran amor que todo lo engrandece” (Himno de completas)
Nuestra
vocación está en las mejores manos, está en las manos de Dios. Si transitamos por
la gratuidad del amor de Dios estamos ciertos nada ni nadie podrá separarnos
del amor de Dios.
Desde
que fui ordenado sacerdote he hecho particular seguimiento respecto de la vida
de los santos, los cuales en toda época y por muy diversas circunstancias han
practicado la plenitud de las virtudes. La lectura de los héroes de la fe hace
mucho bien a nuestra alma. Entre ellos vemos como se verifica que un santo
triste es un triste santo.
Al
final de nuestros días seremos juzgados por el amor. Tanto amas, tanto vales, por eso el sacerdote vale lo que
vale su misa. Cuan edificante es ver celebrar la Misa a los Santos contemporáneos:
san Pio de Pietrelcina, San Juan Pablo II, como edifica verlos junto al
altar…sus vidas fueron un altar
La
caridad es mayor que todos los dones de Dios, toda vez que cada uno de ellos
nos han sido dados para que alcancemos la perfección y la bienaventuranza
eterna…en cambio la caridad es la misma bienaventuranza por lo que por medio de
la vida como consagrados testimoniamos no la vida que pasa, sino
la que tendremos junto a Dios para siempre.
(Filipenses
I, 12-21): “Quiero que sepáis, hermanos,
que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del
Evangelio, de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en
todo el pretorio, y a todos los demás. Y la mayoría de los hermanos, cobrando
ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra
sin temor. Algunos, a la verdad,
predican a Cristo por envidia y contienda, pero otros de buena voluntad. Los
unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir
aflicción a mis prisiones, pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto
para la defensa del Evangelio. ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o
por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré
aún. Porque sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de
Jesucristo, esto resultará en mi liberación, conforme a mi anhelo y esperanza
de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre,
ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte.
Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir ganancia”.
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