sábado, 24 de noviembre de 2018

LA VIRTUD DE LA FE EN LA VIRGEN SANTÍSIMA


“LA VIRTUD DE LA FE EN LA VIRGEN SANTÍSIMA”

FECHA:    SÉPTIMA MEDITACION / MES DE MARÍA / AÑO 2018.

En horas que un nuevo diluvio azota gran parte de la humanidad tal como es la apostasía de las antiguas naciones confesionales, nos detenemos contemplar cómo la virtud teologal de la fe reinó en el corazón de la Virgen María.
Hay preocupación por el cambio climático porque gran parte de las costas quedarían sumergidas pero ninguna preocupación parece tenerse por quienes permanecen sumergidos en los abismos de la herejía. Se toman medidas por lo que eventualmente sucederá, pero se hace vista gorda de lo que ya está pasando con tantas almas que avanzan al despeñadero de la eterna condenación.

Particular novedad entraña que hace unos días un reportaje  sostenía como virtud de un lugar en nuestro país  “que no se notaba la presencia humana en él ya que el hombre no lo había contaminado con su presencia”, ¿será que la persona, la sociedad, y la familia constituyen un adorno o un estorbo para la naturaleza en este tiempo?
Lo anterior nos hace ver hasta qué punto la visión reduccionista del materialismo y la cosificación de la persona son capaces de terminar  privilegiando un árbol, un pescado, un ave sobre la grandeza que encierra el alma de cada bautizado, cuya grandeza ontológica a los ojos de Dios es indudablemente mayor que todo lo que nuestros ojos pueden llegar a contemplar.
La falta de fe tiene consecuencia en la vida cotidiana, toda vez  que resulta imposible para el creyente verdadero no exteriorizar en su “estilo de vida” en quién cree, como también,  aquel que reniega de lo que un día creyó  termina –prontamente-  evidenciando en sus actos esa falta de fe.
Sabiamente se suele decir que ante la fe sólo hay dos opciones: “o se vive como se cree”, o “se termina creyendo lo que se vive”. La Santísima Virgen María apostó desde su primera infancia por lo primero, adecuando sus pensamientos y voluntad; su inteligencia y corazón, al seguimiento fiel de la voluntad de Dios. Por esto, la honramos con la jaculatoria de “Madre de los creyentes”, por aquella que: primero, más, y permanentemente tuvo fe en Jesucristo, su Hijo y Dios.
La fe le hizo creer que Dios se ocuparía de Ella tal como así fue. La fe no es un acto “por si resulta” sino que apunta a lo decisivo, a lo que es, a lo que no cambia, lo cual sólo puede provenir de nuestro Dios.

En fe la Virgen dio a luz y tuvo a su Hijo y Dios entre sus brazos. La primera en escuchar con atención a Cristo predicando fue su Madre. Si nosotros hoy daríamos lo indecible por escuchar por un instante la voz de Jesús, por haber sido testigos de cada uno de sus milagros, que somos pecadores, débiles, ¿Cuánto más nuestra Madre del Cielo estaría atenta a todo lo que Jesús decía y hacia?
Podemos imaginar su rostro dulce, su ánimo pacífico, su actitud expectante al momento de estar junto a Jesús en todo momento. ¡Ninguna cara agria! ¡Ningún rostro de abatimiento! ¡Ninguna faz de molestia! Todo en Ella hablaba de Dios por medio de las virtudes de fe, esperanza y caridad.
La Virgen contagia su fe para alejarnos del error: Las madres suelen ser muy previsoras respecto de los eventuales riesgos que pueden tener cada uno de sus hijos.
La sociedad suele atribuir casi un “sexto sentido” a las madres en orden a lo que se refiere la protección de ellos. Recuerdo un día que tuve un alza de presión algo complicado, por lo cual solicite al conductor que se estacionara cerca de un hospital. Mientras “esperaba” que todo se regularizara sonó mi celular y era mi madre preguntando si estaba bien. Yo mire para mi alrededor pensando cómo lo sabía, mientras ella insistía que “algo me pasaba”. ¡Ese es el sexto sentido maternal!
La lógica es exacta. Si nuestras madres velan por lo que nos pasa en el cuerpo y en el alma, ¡cuánto más! la Virgen Santísima no dejará de salir en defensa por las almas de quienes su Hijo entregó (inmoló) su vida para salvarlos. La intercesión de la Virgen María apunta a extender la salvación de su Hijo para que sean santos “aquí” y “allá”.
En el orden de la naturaleza, hay cosas que sólo se purifican con fuego, de modo semejante, en nuestra vida espiritual,  hay realidades que sólo se descubren y asumen por medio de la fe, por ello es fundamental imitar a la Virgen quien en todo momento practicó esta virtud teologal, no sólo sabiendo sino viviendo lo profesado.
Recordemos lo que el Apóstol Santiago nos dice: “¿Qué le aprovecha, hermanos míos, a uno decir: Yo tengo fe, si no tiene obras? ¿Podrá salvarle la fe? Si el hermano o la hermana están desnudos y carecen de alimento cotidiano, y alguno de vosotros les dijere: Id en paz, que podáis calentaros y hartados, pero no les diereis, con qué satisfacer la necesidad de su cuerpo, ¿qué provecho les vendría? Así también la fe, si no tiene obras, es de suyo muerta” (v.14-17).
Es bueno tener presente que los demonios conocen el credo –no olvidan ninguna parte de él- y saben lo que es verdad, la diferencia es que no reciben una fe operativa, que no lleva a testimoniarla toda vez que  no es fe verdadera.
“La fe sin obras es fe muerta”, lo cual no sólo apunta a repartir bienes temporales, por urgente que ello sea, sino a cada una de las obras de misericordia espirituales, de tal manera que todo aquello que apunte a vivir plenamente  modo católico, como es la pureza pre-matrimonial, el celibato –en caso de los sacerdotes,  la penitencia ofrecida por amor a Dios, la búsqueda pronto a perdonar y olvidar las ofensas cometidas,  la formación valórica en los colegios, la defensa de toda vida humana siempre, el procurar el crecimiento económico como principal arma contra la pobreza e iniquidad’ buscando más propietarios que proletarios.
De manera práctica ¿Cómo crecer en la fe durante este mes bendito?
a). No complicarse tratando de entender lo que no se puede entender: El Señor Jesús dijo: “Bienaventurados los que no vieron y creyeron”. No cuestionarse no implica superficialidad sino abandono Dios que nos da plena seguridad.
b).  La fe no se dialoga ¡se vive!: Evitar que personas de sectas y falsas creencias coloquen dudas donde solo debe primar la certeza de lo que Dios ha revelado. Quien ama a su mujer no busca otras opiniones, quien ama a su familia no busca en la vecindad, por qué si amamos y confiamos en lo que Dios nos dice en la Santa Biblia por medio de su Iglesia, vamos a permitir filtraciones falsas al interior de  nuestro hogar?
c). Creer en todos los dogmas que la Iglesia nos enseña: El creyente que confía en Dios no cree en partes sino en un todo que ha sido revelado. Tal como la Virgen María lo hizo a lo largo de toda su vida, pues fue “Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le dijo de parte de Dios” (San Lucas I, 45). ¡Que Viva Cristo Rey!

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