“LA
VIRTUD DE LA FE EN LA VIRGEN SANTÍSIMA”
FECHA:
SÉPTIMA MEDITACION / MES DE MARÍA / AÑO 2018.
En
horas que un nuevo diluvio azota gran
parte de la humanidad tal como es la apostasía de las antiguas naciones
confesionales, nos detenemos contemplar cómo la virtud teologal de la fe reinó
en el corazón de la Virgen María.
Hay
preocupación por el cambio climático porque gran parte de las costas quedarían
sumergidas pero ninguna preocupación parece tenerse por quienes permanecen
sumergidos en los abismos de la herejía. Se toman medidas por lo que
eventualmente sucederá, pero se hace vista gorda de lo que ya está pasando con
tantas almas que avanzan al despeñadero de la eterna condenación.
Particular
novedad entraña que hace unos días un reportaje sostenía como virtud de un lugar en nuestro
país “que
no se notaba la presencia humana en él ya que el hombre no lo había contaminado
con su presencia”, ¿será que la persona, la sociedad, y la familia constituyen
un adorno o un estorbo para la naturaleza en este tiempo?
Lo
anterior nos hace ver hasta qué punto la visión reduccionista del materialismo y la cosificación de la persona son capaces de terminar privilegiando un árbol, un pescado, un ave
sobre la grandeza que encierra el alma de cada bautizado, cuya grandeza
ontológica a los ojos de Dios es indudablemente mayor que todo lo que nuestros
ojos pueden llegar a contemplar.
La
falta de fe tiene consecuencia en la vida cotidiana,
toda vez que resulta imposible para el
creyente verdadero no exteriorizar en su “estilo
de vida” en quién cree, como también,
aquel que reniega de lo que un día creyó
termina –prontamente-
evidenciando en sus actos esa falta de fe.
Sabiamente
se suele decir que ante la fe sólo hay dos opciones: “o se vive como se cree”, o “se termina creyendo lo que se vive”. La Santísima Virgen María apostó desde su primera infancia por lo
primero, adecuando sus pensamientos y voluntad; su inteligencia y corazón, al
seguimiento fiel de la voluntad de Dios. Por esto, la honramos con la
jaculatoria de “Madre de los creyentes”,
por aquella que: primero, más, y permanentemente tuvo fe en Jesucristo, su Hijo
y Dios.
La
fe le hizo creer que Dios se ocuparía de Ella tal como así fue. La fe no es un
acto “por si resulta” sino que apunta
a lo decisivo, a lo que es, a lo que no cambia, lo cual sólo puede provenir de
nuestro Dios.
En
fe la Virgen dio a luz y tuvo a su Hijo y Dios entre sus brazos. La primera en
escuchar con atención a Cristo predicando fue su Madre. Si nosotros hoy
daríamos lo indecible por escuchar por un instante la voz de Jesús, por haber
sido testigos de cada uno de sus milagros, que somos pecadores, débiles,
¿Cuánto más nuestra Madre del Cielo estaría atenta a todo lo que Jesús decía y
hacia?
Podemos
imaginar su rostro dulce, su ánimo pacífico, su actitud expectante al momento
de estar junto a Jesús en todo momento. ¡Ninguna cara agria! ¡Ningún rostro de
abatimiento! ¡Ninguna faz de molestia! Todo en Ella hablaba de Dios por medio
de las virtudes de fe, esperanza y caridad.
La Virgen contagia su fe para alejarnos del error:
Las madres suelen ser muy previsoras respecto de los eventuales riesgos que
pueden tener cada uno de sus hijos.
La
sociedad suele atribuir casi un “sexto
sentido” a las madres en orden a lo que se refiere la protección de ellos.
Recuerdo un día que tuve un alza de presión algo complicado, por lo cual
solicite al conductor que se estacionara cerca de un hospital. Mientras
“esperaba” que todo se regularizara sonó mi celular y era mi madre preguntando
si estaba bien. Yo mire para mi alrededor pensando cómo lo sabía, mientras ella
insistía que “algo me pasaba”. ¡Ese es
el sexto sentido maternal!
La
lógica es exacta. Si nuestras madres velan por lo que nos pasa en el cuerpo y
en el alma, ¡cuánto más! la Virgen Santísima no dejará de salir en defensa por
las almas de quienes su Hijo entregó (inmoló) su vida para salvarlos. La
intercesión de la Virgen María apunta a extender la salvación de su Hijo para
que sean santos “aquí” y “allá”.
En
el orden de la naturaleza, hay cosas que sólo se purifican con fuego, de modo
semejante, en nuestra vida espiritual, hay realidades que sólo se descubren y asumen
por medio de la fe, por ello es fundamental imitar a la Virgen quien en todo
momento practicó esta virtud teologal, no sólo sabiendo sino viviendo lo
profesado.
Recordemos
lo que el Apóstol Santiago nos dice: “¿Qué
le aprovecha, hermanos míos, a uno decir: Yo tengo fe, si no tiene obras?
¿Podrá salvarle la fe? Si el hermano o la hermana están desnudos y carecen de
alimento cotidiano, y alguno de vosotros les dijere: Id en paz, que podáis
calentaros y hartados, pero no les diereis, con qué satisfacer la necesidad de
su cuerpo, ¿qué provecho les vendría? Así también la fe, si no tiene obras, es
de suyo muerta” (v.14-17).
Es
bueno tener presente que los demonios conocen el credo –no olvidan ninguna
parte de él- y saben lo que es verdad, la diferencia es que no reciben una fe operativa,
que no lleva a testimoniarla toda vez que
no es fe verdadera.
“La fe sin obras es fe muerta”,
lo cual no sólo apunta a repartir bienes temporales, por urgente que ello sea,
sino a cada una de las obras de misericordia espirituales, de tal manera que
todo aquello que apunte a vivir plenamente modo
católico, como es la pureza pre-matrimonial, el celibato –en caso de los
sacerdotes, la penitencia ofrecida por
amor a Dios, la búsqueda pronto a perdonar y olvidar las ofensas
cometidas, la formación valórica en los colegios,
la defensa de toda vida humana siempre, el procurar el crecimiento económico
como principal arma contra la pobreza e iniquidad’ buscando más propietarios
que proletarios.
De
manera práctica ¿Cómo crecer en la fe durante este mes bendito?
a). No complicarse tratando de entender lo que no se
puede entender: El Señor Jesús dijo: “Bienaventurados los que no vieron y
creyeron”. No cuestionarse no implica superficialidad sino abandono Dios
que nos da plena seguridad.
b). La fe no se
dialoga ¡se vive!: Evitar que personas de
sectas y falsas creencias coloquen dudas donde solo debe primar la certeza de
lo que Dios ha revelado. Quien ama a su mujer no busca otras opiniones, quien
ama a su familia no busca en la vecindad, por qué si amamos y confiamos en lo
que Dios nos dice en la Santa Biblia por medio de su Iglesia, vamos a permitir
filtraciones falsas al interior de
nuestro hogar?
c). Creer en todos los dogmas que la Iglesia nos
enseña: El creyente que confía en Dios no cree en
partes sino en un todo que ha sido revelado. Tal como la Virgen María lo hizo a
lo largo de toda su vida, pues fue “Dichosa
la que ha creído que se cumplirá lo que se le dijo de parte de Dios” (San
Lucas I, 45). ¡Que Viva Cristo Rey!
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