TEMA : “LA
VIRTUD DE LA FE EN LA SANTÍSIMA VIRGEN”.
FECHA:
QUINTA MEDITACIÓN / MES DE MARÍA
/ AÑO 2018
Desde
el día de nuestro bautismo recibimos como tres semillas en nuestra alma que han
ido creciendo en virtud de la oración, de la penitencia personal y del esfuerzo
personal, aplicando lo dicho por Agustín de Hipona: “Quien te creo sin ti no te salvará sin ti”.
Las
virtudes teologales son regalos de Dios no son –exclusiva- conquista nuestra; para crecer exigen nuestro
compromiso y dedicación; están estrechamente vinculadas entre sí, de tal manera que allí donde hay una
de ellas están las tres…”todos para uno y
uno para todos”, algo semejante pasa con las virtudes teologales de la fe,
la esperanza y la caridad.
Por
medio de la fe podemos ver que todo lo que nos pasa como lo ve Dios, evitando
la superficialidad de pensar que las cosas pasan por el azar o la simple
casualidad.
PUERTO CLARO VALPARAÍSO 2018 |
En
todo momento la Virgen María fue creyente, y como nadie Ella se abandonó a los
designios de Dios entendiendo que todo lo que le pasaba era porque Dios de
manera misteriosa lo había establecido. En medio de las dificultades, que no
fueron pocas, tuvo la serenidad de quien vive con fe lo cual nos invita en este
día a repetir la plegaria hecha por los Apóstoles: ¡Auméntanos la fe!
a). La fe para estar con Dios:
Por medio de nuestra inteligencia y voluntad la fe nos permite relacionarnos
con Dios que es espíritu. Por medio de la fe tenemos certeza de estar con Dios,
de tal manera que no puede haber nada más seguro para nosotros que aquello que
conocemos a través de la fe, puesto que los sentidos pueden engañarnos, Dios
nunca. A este respecto recordemos que el gran Apóstol San Pablo no tenía fe,
aun mas, era experto perseguidor de los cristianos: “Dios le esperó camino a la ciudad de Damasco: Pablo –le dice- no
pienses en encabritarte y dar forcejeos como un caballo desbocado. Yo soy Jesús
a quien tú persigues. Tengo mis planes sobre ti. Es necesario que cambies. Se rindió
San Pablo, cambió de arriba abajo la propia vida. Después de algunos años,
escribirá a los fieles de la ciudad de Filipo: “Aquella vez, en el camino a
Damasco, Dios me aferró; desde entonces no hago sino correr tras Él para ver si
soy capaz de aferrarle yo también imitándole y amándole cada vez más”. La
virtud de la fe lo transformó de perseguidor a seguidor de Jesucristo.
b). La fe es adhesión a Dios:
El verbo adherir implica estar unido,
“pegado” de modo permanente,
asumiendo un estilo, un modo, una forma que mientras más pasa el tiempo más se
solidifica. Por medio de la fe asumimos el “pensar”
de nuestro Dios, descubriendo su voluntad en todo lo que está a nuestro
entorno. Quien cree debe estar dispuesto a modificar su conducta, y muchas
veces aquel que se aleja de creer fue porque no quiso tener el “estilo de Dios” en su vida. Se cree
para vivir, tal como San Pablo nos lo recuerda: “El justo vive de la fe”. Como es nuestra fe, así será nuestra vida.
San Agustín de Hipona al momento de convertirse pasó por una etapa de dilatar
la respuesta al Señor. “! Qué difícil. Me
encontraba en la situación de uno que está en la cama por la mañana. Le dicen:
“¡Fuera! Levántate, Agustín”. Yo en
cambio, decía: Si, más tarde, un poco más todavía”. Al fin el Señor me dio un
empujón y salí. Ahí está, no hay que decir: Si, pero…Si, luego…Mas bien
diremos: Señor, sí… enseguida. Ésta es la fe. Responder con generosidad al Señor…Pero,
¿quién es el que dice este sí? Aquel que es humilde y se fía enteramente de
Dios”.
c). La fe hay que vivirla:
Esto es que mientras más creemos más honda se arraiga nuestra convicción en lo
que se nos ha revelado. Podemos aprender sobre la fe, podemos conocer
testimonios de creyentes, pero el acto de fe es personal, y el asentimiento
dado es una experiencia que resulta irrepetible. No hay dos personas que amen
igual a Dios y sean igualmente amados por Dios, lo que implica una “originalidad”
que conmueve el cielo y la tierra. Destacar el acto íntimo, personal e individual
de la fe no implica desconocer su apertura hacia la vivencia en la comunidad de
los creyentes. Constituye un deber de todo católico profesar, difundir y propagar de manera pública aquello que se
cree. ¿Cómo entender no hacerlo? ¡Cómo avergonzarse de Dios y su obra en medio
nuestro!
PARROQUIA CERRO TORO 1965 |
d). La fe es compromiso:
La virtud teologal de la fe invita a defenderla de toda desconfianza y
falsedad, ocultas en herejías y apostasías. La cultura en que vivimos no es
mayoritariamente creyente, por lo que exige de todo aquel que cree de un
esfuerzo especial por dar testimonio en la vida cotidiana, no debiendo ocultar
en el baúl de los recuerdos ni el cuarto de lo prescindible el maravillo don de
creer. ¡La fe nos asegura que Dios no es moda! ¡Que Dios no es adorno! ¡Que
Dios no es negocio ¡ tal como para muchos que se llaman “cristianos” parece
serlo, traficando lo sagrado sin arrepentimiento alguno.
Todos
debemos vivir preparados para confesar a Cristo ante los hombres y a seguirle
por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan en la Iglesia y a la Iglesia, las cuales
se extienden en nuestros días a graves situaciones de corrupción que afectan la
vida del creyente pero que en modo alguno nos alejan de la certeza de ser amados
originalmente por Dios.
e). Fe en la Iglesia: Este
año de manera especial meditamos en las virtudes pues es la carencia de ellas
la causa de tanta debacle moral. La Virgen María acepta ir a la casa de San
Juan y luego acompañar a los discípulos a pesar que estos desconfiaron,
renegaron y abanderaron a su Hijo en el camino al Calvario. Fue más la
propuesta del perdón que la condena merecida por tanta miseria, de modo
semejante, debemos amar a la Iglesia a
la luz de la fe.
Así
nos lo recuerda el Papa Juan Pablo I –Albino Lucianni- en una de sus hermosas
enseñanzas… ¿y si se diera el caso de que
alguna vez hubiera gente mala en la Iglesia? Nosotros tenemos madre. Si una
madre enferma, si mi madre se quedase coja, yo la querría más todavía. Lo mismo
en la Iglesia: si existen defectos y faltas –y existen- jamás debe disminuir
nuestro amor a la Iglesia”.
Al
finalizar cada Santa Misa en el rito hermoso y edificante como es el denominado
“extraordinario” (en latín), se termina con la recitación del capítulo primero
del Evangelio de San Juan, en parte del cual se dice: “La verdadera luz que ilumina a todo hombre, vino a este mundo” (I,
9).
La
virtud teologal de la fe no es efecto de la luz de nuestra inteligencia, sino que
-más bien- es una “dilatación” de
nuestro conocimiento mediante un conocimiento de Dios, realizada por medio de
la revelación.
En
este sentido, nuestra inteligencia se rinde por la fe ante la autoridad de
Dios. Por medio de la virtud de la fe nuestra inteligencia va más allá de lo
que el “razonamiento” por sí solo nos
puede hacer descubrir.
¡Que
Viva Cristo Rey!
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