“NACER PARA LA
VIDA ETERNA”.
FECHA: MISA
EXEQUIAL RODRIGO PEÑALOZA CASTRO 2018
Hace unas horas a la salida de un centro médico en
Santiago veíamos a nuestra ex miss universo hacer una emocionada declaración
referida a su hijo único enfermo: “es un
regalo ver nacer por segunda vez a mi hijo”. Esa frase me quedó dando vuelta
por un instante y me hizo recordar tres momentos.
Al inicio de la predicación pública del Señor, un buen
día, a la medianoche fue visitado por Nicodemo (San Juan II, 23-III, 21), un
magistrado judío a quien le dijo: “Es
necesario que nazcas de nuevo”. La tentación de interpretar aquella
invitación del Señor con ojos de este mundo le llevó a preguntar algo no exento
de una fina suspicacia: “¿acaso puedo por
segunda vez entrar en vientre materno y volver a nacer?”. Aquel anciano de Jerusalén no conocía otra
lógica aceptable más que la imperante por entonces, aprendida rigurosamente por
sus antepasados: lo práctico, lo útil, lo productivo, fuera de lo cual nada
parecía tener mayor importancia y sentido alguno.
Mientras él hablaba de un parto físico, Jesús le señalaba el nacimiento a la fe: “Si no naces del agua y del Espíritu no
tienes Vida Eterna”. El sacramento del bautismo es presentado con el rostro
de un verdadero nacimiento. Así como sólo se nace una vez, sólo se es bautizado
una vez. Por lo tanto, al momento que se
es constituido como hijo de Dios, siempre se será hijo de Dios y de su Iglesia.
No es posible borrar con el codo nuestro, aquello que Dios no dejó de sellar indeleblemente
con su amor.
Insertos en la cultura de lo relativo con frecuencia se nos dice que todo puede cambiar y
hasta –en ocasiones- nos acostumbramos a ello, olvidando que nuestro Dios se ha
dado a conocer como el Dios “siempre fiel”
(Deuteronomio VII, 9), por lo que sus palabras son seguras para apoyarse y
sus acciones resultan decisivas para alcanzar la perfección.
Es esta fidelidad la que en esta tarde deseamos
destacar, para profundizar en el misterio que encierra la partida de nuestro
hermano difunto –Rodrigo Ignacio- por quien aplicamos esta Misa en sufragio de
su alma, quien casi empinado en las tres décadas de vida, partió de este mundo a la hora signada por el
Buen Dios. Ni un minuto antes ni después de lo que Dios permita permaneceremos
en este mundo, por lo que, a la luz de la fe,
nadie parte de manera prematura o tardía sino que, el tiempo otorgado por el Señor es el nuestro.
ESTAMOS EN LAS MANOS DEL SEÑOR |
Para ello debemos estar preparados, tal como el
caminante que parte de un lugar hacia su destino, sabiendo que ahora estamos de
paso y que todo lo que nos circunda de este mundo es pasajero y, muchas veces forma parte de aquellas primeras
palabras que nos entrega el libro sapiencial:
“vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés XII, 8).
En efecto, con la certeza que somos convocados a una
vida nueva, a un nuevo nacimiento, la
Iglesia en su liturgia refiere el día de la muerte del siervo fiel a Dios como el “Dies natalis”, según lo cual el morir forma parte del parto hacia
la bienaventuranza eterna, tan hermosamente descrita por el Apóstol San Pablo
al momento de referirse a la Vida Eterna: “Lo
que no ojo vio, lo que ni oído escuchó, lo que ni mente llegó a imaginar es lo
que Dios tiene preparado para quienes le son fieles” (1 Corintios II, 9).
Esta última frase no puede resultar ser más exigente
ni más atractiva para nuestra alma, ávida de logros, de conocimiento, de amor,
de paz, de libertad, ya que si acaso “hemos
sido creados para ti Señor, inquieto estará nuestro corazón mientras no
descanse en Ti” señala en su autobiografía el gran San Agustín de Hipona.
Lo anterior lo vemos porque lo que más solemos
apreciar en la vida son las cosas que más esfuerzo nos han costado obtener. La
dedicación, el tiempo, el amor, las virtudes son un conjunto de realidades que
permiten distinguir entre una obra acabada y perfecta con un trabajo más entre
otros. Si tomamos un kilo de greda y lo moldeamos hay un instante que sabemos
deja de ser simple arcilla hasta pasar a ser un objeto para ser contemplado por
otros…La búsqueda de la santidad es una tarea que conlleva toda la vida, y que
exige una dedicación a toda hora, puesto que la voluntad de Dios Padre es que “todos seamos santos”…!aquí y allá! haciendo que toda nuestra vida actual sea la antesala necesaria para
llegar al Puerto Claro de la eterna Salvación.
Detenernos a meditar en la meta a la que estamos
convocados no nos hace desentendernos de la vida presente, por el contrario,
implica anclar la vida actual en la persona de Cristo, la que nos impide encallar como -buque a la deriva-
en los vicios y debilidades a los que la naturaleza humana permanece inclinada
como consecuencia del pecado original.
SAN DAMIAN DE MOLOKAI SSCC (HAWAI) |
El vencimiento personal es una tarea que nos lleva
toda la vida. Tal como el buen deportista debe entrenar día a día, y el buen estudiante
para lograr culminar su vocación ha de estudiar día a día, el alcanzar las
virtudes y la búsqueda por hacer en todo la voluntad de Dios exige implementarlo
toda la vida. Para el creyente todo
sirve para buscar, para encontrar y para vivir en Jesucristo, modelo y fuente
de perfección humana.
Fue esta búsqueda la que motivó a nuestro hermano
difunto a procurar profundizar en su vida como creyente no contentándose con sólo
revolotear superficialmente en las cosas
temporales sino alzando el vuelo hacia aquellas realidades que no tienen fecha
de término, que no se oxidan, ni se
pierden, como son las propias de Dios.
Mediante la oración, la participación en retiros, el rezo del santo rosario, la
asistencia frecuente a la Santa Misa, la lectura espiritual y misiones,
nutría su alma descubriendo con ello la
vocación de servicio que le caracterizó a lo largo de su vida con una
sensibilidad especial hacia todas las personas, preferencialmente a las más
enfermas y necesitadas.
Durante su extensa preparación para ser médico tuvo la
oportunidad de experimentar en primera persona dos grandes verdades que iluminarian
su vida: primero, debió asumir una enfermedad que la acompañaría por largo
tiempo, por lo cual, al mirar a los
enfermos podía repetir las palabras con que San Damián de Molokai se dirigía a
sus feligreses con lepra…”nosotros los
leprosos”. Nuestro hermano difunto, al atender en cada jornada a tantos
enfermos pudo –entonces- asumir que para ellos fue doctor y con ellos fue
paciente, aunque es menester reconocer que era mejor lo primero que lo segundo,
es decir: ”excelente médico y regular
paciente”.
Esta condición moldeó su ser
médico asumiendo la debilidad como la fuerza necesaria para comprender de
una manera más amplia y realista lo que implica cualquier padecimiento físico
con todas las consecuencias en la vida personal, familiar y social. No dejó de
mirar lo que Cristo hizo en la Cruz por cada uno de nosotros reconociendo que
el sacrificio de Jesús es el precio saldado por nuestra redención. ¡Valemos la sangre de Cristo! (1 San Pedro I, 18-21).
En segundo lugar, el hecho de reconocerse enfermo le
llevó a valorar mas hondamente lo que Santa Teresa de Calcuta, gran apóstol en
las paupérrimas barriadas de la India, señalara respecto del padecimiento
humano: “Cuando un hombre sufre no es
alguien a quien Dios olvidó sino alguien en que Dios habló”…como en Jesús
que mientras más debilitado se mostró, más poderoso fue. ¡Este ha de ser el camino de
nuestra Iglesia hoy!
Entonces, el sufrimiento no es el que nos aleja de
Dios, sino por el contrario, asumiendo
la condición de Cristo que padece por
medio de la enfermedad y la penitencia nos parecemos (asemejamos) a El que ama entrañablemente a su Iglesia. Hoy, con la partida de nuestro hermano Dios
nos habla y a cada uno de los que estamos en este templo santo… Nos pregunta: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo
entero si pierde su alma?” (San
Mateo XVI, 26). Nos
pregunta: “¿Por qué buscan entre los
muertos a quien está vivo?” (San
Lucas XXIV, 5).
Sí hermanos: Jesús con la muerte de Rodrigo Ignacio
nos exhorta a una respuesta que se hace búsqueda inquieta, que en medio de las
aguas turbulentas de la sociedad y de nuestra Iglesia, nos invita a apoyarnos
con fuerza en la persona de Cristo, verdaderamente presente en este altar en su
cuerpo y alma, por lo que no vamos a la deriva en la navegación de la vida, ni
la noche de la partida de un ser querido es capaz de extinguir la luz de la fe
en la resurrección a la cual el Nuestro Señor nos invita a participar siendo
fieles a Aquel que jamás traiciona nuestra esperanza.
San Alberto Hurtado solía recordar una frase que a
esta hora nos invita a crecer en la fe: “La
vida fue dada para buscar a Dios, la muerte fue dada para encontrar a Dios y la
eternidad para poseer a Dios”.
Si de algo estamos seguros es que el amor de Dios
nunca defrauda, y que Rodrigo Ignacio percibió el cariño y cercanía de su
familia llegando a ser el regalón al interior del hogar, con los privilegios que
suelen gozar los más pequeños, por esto hoy, se suma una numerosa cantidad de
amigos que compartieron la historia de su vida “aquí”, pero que, también
están llamados a ser parte de su vida “allá”
donde nos encontraremos con nuestros seres queridos en la presencia del Señor,
a quien imploramos hoy, tenga a bien
repetir lo que un día señaló en los Santos Evangelios: “Venid benditos de mi padre al lugar preparados para vosotros desde
toda la eternidad…porque estuve enfermo y me visitasteis” (San Mateo XXV, 34). ¡Que Viva Cristo Rey!
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