domingo, 17 de diciembre de 2023

 

TEMA  : “EL VALOR DE LA ORACIÓN HECHA EN COMUNIDAD”

FECHA: HOMILÍA   /   DOMINGO  VIGÉSIMO  TERCERO   /   2023

1.    “YO TE HE HECHO CENTINELA DE LA CASA DE ISRAEL  (Ezequiel XXXIII, 7).

El Señor en esta semana nos invita a asumir la misión que nos ha encomendado: “ser centinelas” lo que implica una elección de su parte, y una confianza puesta en la respuesta que daremos al advertir a quien se aleja de Dios que enmiende su camino de lo contrario daremos cuenta de su sangre dice el Señor. Por eso decimos que en la Iglesia no hay espacio para los espectadores, sino sólo para los testigos que acogidos a la misericordia “han salvado su vida”.

Quizás, un versículo que puede pasar desapercibido es el que acabamos de citar, pero en él se destaca la importancia de la respuesta del hombre creyente y converso que tiene como consecuencia o salvarse o condenarse para siempre. ¿De qué depende ello? De haber advertido a quien ha desoído a Dios. Por ello, nuevamente hablamos de la necesidad de la conversión, del cambio de vida, de la transformación de nuestra manera de pensar y de vivir.

Habitualmente tenemos la tentación de pensar “no es para tanto” y “no es tan urgente”, lo cual,  en uno y otro caso dice relación con la importancia que damos al tema de la necesidad de la conversión. Más, hay gracias que Dios otorga en un momento preciso y no las concede nuevamente. Por lo que se requiere de la virtud de la diligencia que mueva nuestra voluntad a estar despiertos, como un centinela al momento que la gracia pasa en nuestras vidas.

Como el agua corre a raudales y va a dar al mar sin que nada la contenga, muchas bendiciones que Dios otorga pasan sin que las recibamos, simplemente por la inadvertencia nacida de postergar a Dios, por desidia de afanarnos en lo que es perecedero, y en la búsqueda de los placeres como objeto de nuestra existencia. El lamento del Salmista es elocuente: “!Oh, si escuchaseis hoy su voz!” (Salmo XCV, 7).

No pensemos que esto es irreal: Los israelitas fueron testigos de las siete plagas antes de salir de la esclavitud en Egipto; en medio del desierto pasaron a pie por medio del Mar Rojo; ese mismo pueblo vio una nube que los acompañaba y  protegía; comieron del maná cada mañana  y bebieron agua de la roca de Horeb; con todo se hicieron un becerro de oro al que adoraron en vez de honrar a Dios, si nos sorprende, ¿no es acaso lo mismo de nuestras idolatrías modernas?

2.    “LA CARIDAD ES LA LEY EN SU PLENITUD” (Romanos XIII, 8).

Estamos celebrando a lo largo de todo este mes, la bondad de Dios hacia nuestra Patria, por ello,  el último domingo de este Mes de Septiembre honramos de manera pública a la Virgen del Carmen como Patrona y Reina de Chile, acogiéndonos a su protección maternal, especialmente para crear un clima más fraterno lo cual,  pasa necesariamente por el fortalecimiento de la vida espiritual, pues como dice la Escritura Santa: “En vano se cansan los albañiles si el Señor no construye la casa”. Si construir sobre arena es riesgoso, y colocar agua en un saco resulta inoficioso, el cultivar la vida de una comunidad requiere siempre de la ayuda que viene de Dios. No se trata de que unas cosas pasen por nosotros, o por otro y,  otras devengan de Dios, ¡todo lo que de bien nos pasa viene siempre del Señor!

Es por eso que el Santo Evangelio, refiriendo a la corrección fraterna, que es      uno de los medios que más exige de virtud y santidad para su buen ejercicio, de inmediato Jesús nos habla del poder y eficacia de la oración, en dos dimensiones: primero, la confianza puesta en su fuerza que es poderosa. Bastaría recordar aquella expresión: “Dios mueve el mundo y a Dios lo mueve nuestra oración”. Y, en segundo lugar, el valor que tiene la oración comunitaria, pues donde dos o más se reúnen en mi nombre “allí está el Señor en medio de ellos”.

Cada semana acudimos a nuestros templos para escuchar la Palabra de Dios y poder participar del Sacrificio del calvario renovado sobre nuestros altares y, del que recibimos a Jesús sacramentado en la Hostia Santa, asumiendo que como miembros de la Iglesia somos parte del Cuerpo de Cristo y partícipes como verdaderos hijos de Dios…en el Hijo, y hermanos verdaderos signados por la sangre derramada en la cruz. Tal vínculo es más estrecho que los de la familiaridad porque tiene a Cristo como centro.

Es ese el camino usado por Dios para sanar los corazones heridos, también al interior de nuestras comunidades, por esto,  la senda de la corrección fraterna es  tan delicada como frágil, al igual que acontece con un fino cristal que ha de ser cuidado especialmente, el medio de corrección mutua entre los hermanos: debe hacerse pero con esmero, con pulcritud espiritual con el fin que sea un medio efectivo de la gracia de Dios.

 

“Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el Cielo(San Mateo XVIII,18).

Siempre que Jesús les pide algo especial y nuevo a los apóstoles, les invita luego a rezar, para que asuman que con las solas fuerzas personales quedan a medio camino, y finalmente, fuera de él. Así por ejemplo, cuando les dijo que debían tener un corazón magnánimo para perdonar “hasta setenta veces siete”, de inmediato les invitó a rezar el Padre Nuestro. Los santos, a quienes honramos y tenemos como maestros de santidad, en todo momento han privilegiado la oración en vistas a procurar alcanzar aquellas metas que son más exigentes, tanto a nivel espiritual como material.

Esa confianza hecha plegaria les permite a los santos no desesperar por la lentitud ni apresurarse con impaciencias, obteniendo a la hora que Dios dispone, lo que mejor resulta de bien para la perfección y vida del alma. El mejor “armonil” siempre será –para toda ocasión- la oración que ha sido la verdadera fuerza de los santos.

Todos recordamos el silencio de una catedral de Santiago bullente y repleta de fieles aquel primero de abril de 1987 cuando el Papa  Juan Pablo II se arrodilló por largos minutos ante el sagrario del templo, tal como lo hizo luego de concluida la Santa Misa en el Parque O’Higgins en medio de una efervescencia que se vivía en algunos sectores…arrodillado, con sus manos juntas como signo de oración y en silencio daba la mejor de las lecciones sobre la utilidad y medio de la oración para los creyentes.

Cuando San Agustín definió a la oración como “la llave del Cielo” apuntó precisamente a que es una realidad que está como sumergida tanto  en las realidades temporales como en las trascendentes, que tiene como un pie puesto acá en la tierra y otro junto a Dios en el Cielo, lo cual ratifica Jesús al decirnos hoy: “Lo que atéis en la tierra quedará atado en el Cielo”.

El acto de rezar no se enmarca en el de las posibilidades sino en el de las seguridades, porque la respuesta está dada por el mismo Jesús que avala la respuesta de Dios Padre: “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los Cielos”. Por ello, esta semana recemos especialmente por las necesidades de nuestra Patria, tanto en el plano material como sobre todo espiritual.

¡Que Viva Cristo Rey!

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