HOMILÍA MES DE MARÍA / COLEGIO MACKAY / AÑO 2016.
Estamos celebrando
nuestra Misa correspondiente al día vigésimo primero del Mes de María. Esta
semana meditamos sobre los dones del Espíritu Santo en el corazón de nuestra
Mare del Cielo. El tercer don es de consejo,
el cual, es una luz por medio de la cual
el Espíritu de Dios muestra lo que se debe hacer en el hogar y en las vida
presente, juzgando rectamente –en los casos particulares- lo que conviene hacer
en orden al fin último sobrenatural. Siempre el don de consejo tendrá como
objetivo que Dios sea: buscado, encontrado y amado sobre todas las cosas.
No es por tanto la capacidad
humana de aconsejar al prójimo, sino que es el Don del cielo por el cual somos
aconsejados (guiados) por el Espíritu Santo.
La carencia de este don
en nuestra vida implica actuar con precipitación, obrando con demasiada
prontitud y sin la debida consideración de las diversas realidades, cosas y
circunstancias, sino que siguiendo exclusivamente el espíritu de un malsano
activismo. Sin duda, lo anterior sirve de antesala para el surgimiento de
conductas contrarias a lo que Dios quiere, como por ejemplo: la necedad, la
terquedad, la grosería, y la ignorancia. Si actuamos inconsultamente al
Espíritu Santo seremos como las aves que revolotean en círculos sin saber de
dónde vienen, por dónde van, y hacia dónde deben llegar. El alma sin el don de consejo es un “tiro al aire”, un “tiro al
vacío”.
Muchos vicios pueden
encontrar raíz en la falta del don de consejo,
pues, las pasiones como acontece con la
fuerza de un río turbulento hace actuar de manera impulsiva e impetuosa, lo
cual, termina llenando el corazón
nuestro de: Intranquilidad, amargura e impaciencia temeraria.
Una vez recibido el don
del consejo actuamos sin la premura ciega, la cual nos hace confiar en demasía
en uno mismo –por orgullo y soberbia- olvidando la voz interior del Espíritu de
Dios. Mas, de la misma manera el no recibir el don de consejo hace que uno sea lento en tomar resoluciones y decisiones
oportunas. La sensatez no es tozudez, tampoco, es lentitud.
Don del Santo Consejo |
¿Cómo vivir el don de
consejo en nuestros días?
a). Por medio de la práctica de las obras de misericordia: La bienaventuranza prometida por Jesús al comienzo de su
ministerio publico dice: “Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Enseña San Agustín
de Hipona que “Dios no deja de ayudar con
su gracia y dones a los que con su desprendimiento asisten al prójimo en cada
una de sus necesidades”. El don de consejo
apunta especialmente a los frutos de la bondad y la benignidad, por esto, tal
como la Virgen permanece atenta a todas nuestras necesidades, hemos de implorar recibir el don de consejo en nuestra confirmación.
b).
En la devoción al Sagrado Corazón de Jesús: Una vez que el
Espíritu Santo vive en nuestra alma, y una vez que recibimos el sacramento de
la confirmación, con sus siete dones sagrados, el don de consejo comienza a sensibilizarnos a su voz y a orientar nuestros
pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras intenciones y acciones según el
Corazón de Cristo quien nos dice, cada
Primer Viernes de Mes: ¡Aprended de Mi!
Sin duda, que es la devoción más segura según enseña el Magisterio Pontificio,
toda vez que nace del centro del Evangelio mismo. Si Cristo es la buena noticia
al mundo, entonces, su Sagrado Corazón es el que la hace amable, a la vez que, constituye el Modelo de cada una de nuestras
acciones y relaciones con Dios y su obra.
c).
En los pequeños detalles de la vida diaria: El don de consejo nos inspira los medios
adecuados (qué hacer) y oportunos (cuándo hacerlo), para realizar –ordenadamente- el bien a los demás.
Por esto, si realmente tenemos el deseo de servir al prójimo lo primero es
prepararnos convenientemente para el sacramento de la confirmación. En efecto,
si queremos dar consejos a los demás, nadie lo hace mejor que aquel que lleva
en su alma el don de consejo, que
opera “aconsejándonos para aconsejar”.
Aún más, nos enseña Santo Tomas de Aquino que: “todo buen consejo acerca de la salvación de los hombres viene del
Espíritu Santo” (Sobre el Padrenuestro).
Por medio del don de consejo vamos dejando de lado nuestra “lógica
personal” (caminos propios y autonomías de rebeldías revolucionarias) , nuestros
deseos más terrenales…tan llenos de falta a la caridad, prejuicios y
ambiciones, llegando a preguntarnos antes de actuar y decir cualquier cosa:
Señor Jesús, ¿Cuál es tu deseo? ¿Qué deseas de mi ahora y en esto?
Así lo experimentó el
salmista cuando escribió: “Bendigo al
Señor que me ha dado consejo; también de noche mi alma me instruye. Yo tengo
siempre ante mí al Señor, está a mi derecha, no vacilaré” (vv.7-8).
Con el paso de los
años, tomamos conciencia que son muchas las oportunidades en que nos desviamos
del camino trazado por el Señor para nosotros. El sinnúmero de pecados y
pequeñeces es prueba de ello…! Hasta setenta veces diarias nos olvidamos del
Señor y su primacía! Y aun así, creemos tener la razón en todo. Mas, el Señor
nos ha asegurado: “Yo te haré saber y te
enseñaré el camino que debes seguir, seré
tu consejero y estarán mis ojos sobre ti” (Salmo XXXII, 8).
El Espíritu Santo es el
Consejero de nuestra alma, el amigo permanente que intercede por nosotros, y
nos concede como un “instinto divino” para
acertar el camino más seguro para obtener nuestra salvación y reconocer la
Gloria de Dios.
Imploremos a la Virgen Santísima
como Madre del Buen Consejo que nos
señale el camino que debemos seguir, los peligros que hemos de evitar y los
obstáculos que procuremos vencer. ¡Que Viva Cristo Rey!
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