HOMILÍA MES DE
MARÍA / COLEGIO MACKAY / AÑO 2016.
Iniciamos el día
catorce de nuestro Mes de María. Como todas las mañanas, estamos meditando
sobre los frutos del Espíritu Santo en el corazón de la Virgen María. Hoy nos
corresponde detenernos en la templanza.
PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ |
Sin duda la frase que
llevan inscrita en la insignia del Colegio se la saben de memoria: “vincit qui se vincit” (Publilio
Siro), es
una expresión en latina que dice relación con la necesidad de vencer
permanentemente nuestras debilidades, en superarse a sí mismo cotidianamente, Por
esto, “vence el que se vence”, lo
cual no se puede entender sin el fruto del Espíritu Santo y la virtud de la templanza.
La templanza proviene
de la palabra “fortaleza” que significa –etimológicamente- “aquel que es capaz de sostenerse por sí
mismo”. En la Santa Biblia encontramos en tres ocasiones la palabra “templanza”: En Hechos de los Apóstoles
XXIV, 25; Gálatas V, 23; 2 San Pedro I, 6
La templanza es necesaria en diversos ámbitos de nuestra vida: en lo
que pensamos, imaginamos y observamos;
en lo que comemos y bebemos; en lo que consumimos, y en el modo cómo usamos
nuestro tiempo personal. En todas estas realidades, como en otras –por cierto-
se requiere de procurar un uso medido, donde la templanza modere convenientemente lo que uno desea.
El Papa Juan Pablo II
dijo a los jóvenes: “En el hombre el
instinto no tiene la última palabra”, lo que significa que en virtud de la vocación
a la santidad que tenemos desde el bautismo, y teniendo presente que nuestra
vida sólo es buena si acaso estamos unidos a Jesucristo, quien dijo: “sin mi nada podéis”, es que
–particularmente- durante la niñez y juventud se requiere de la formación de la
voluntad, para lo cual, la vivencia de la templanza resulta no sólo
conveniente sino necesaria. En efecto, dijo Jesús: “No me elegisteis vosotros a mí, mas yo os elegí a vosotros y os he
puesto para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca, para que todo
lo que pidiereis del Padre en mi nombre Él os lo de” (San
Juan XV, 16).
Entonces, unidos a
Jesucristo podemos vivir la virtud de la templanza,
tal como la Virgen María de manera plena la vivió, por lo cual recibió de parte
del Señor un explícito reconocimiento: “¿Quién
es mi Madre, quienes son mis parientes? sino los que cumplen en todo la
voluntad de mi Padre que está en los cielos? (San Mateo XII,
50).
Así, el fruto del
Espíritu Santo de la templanza va de la mano con el cumplimiento de la voluntad
de Dios y de cada uno de sus preceptos o mandamientos, pues así se va moldeando
nuestra conducta no según los propios deseos sino según el querer de Dios. Nuestros
instintos se pueden equivocar, sólo Dios no se equivoca jamás, por ello, el
hecho de buscar hacer su voluntad es lo mejor y lo más seguro para cada uno de
nosotros.
CERRO TORO VALPARAISO CHILE |
Pero esta tarea es
ardua, porque siempre cuesta el dominio propio, el Rey Salomón dijo que “era más fácil conquistar una ciudad que
vencerse a sí mismo” (Proverbios XVI, 32). Por ello,
es necesario trabajar permanentemente en el vencimiento
personal. Algo semejante acontece, por ejemplo, con los deportistas cuando desean alcanzar un
premio: horas de entrenamiento, privaciones de diversos alimentos, evitar
deambular por la noche (carrete). Sólo por ese camino llegarán a destacarse y
ascender en el mérito, bueno, quien quiere alcanzar la santidad debe saber, que
con la gracia de Dios y los dones del Espíritu Santo, moderar sus deseos para ser cada vez más
perfecto.
¿Cómo podemos vivir
este fruto del Espíritu Santo a imagen
de nuestra Madre Santísima en este Mes?
a). Para querer a los demás se requiere del
dominio propio que va más allá de los deseos personales: Si buscamos hacer
felices, hacer el bien, y ser generosos con los demás, desde las propias
privaciones, descubriremos cómo cambia
nuestra vida pues constaremos que “hay
más alegría en dar que en recibir” (Hechos XX, 35). Nuestra Madre del
Cielo, como suelen hacerlo nuestras madres de la tierra,
b). Procuremos descubrir tantas razones para
estar felices y contagia la sana alegría a los que están junto a nosotros:
No siempre podemos dar algo material pero siempre podemos compartir el gozo de
saber que podemos hacer felices a los demás. El dominio de sí mismo es causa de
una alegría interior que aleja toda melancolía insana y diluye las tristezas.
c) Por medio del dominio de uno mismo podemos edificar la paz: El
hecho de llevarnos bien con todos implica una constante capacidad de
sobreponernos a la tentación de responder con la “ley del talión” y no con la ley de la caridad a quien actúa mal
con nosotros. Ser constructores de la paz requiere de un dominio personal que
es necesario profundizar de modo permanente. Sin templanza personal y social
no existe una paz estable.
SACERDOTE JAIME HERRERA
|
d). Por medio de la templanza podemos avanzar
en santidad: El ingreso al Cielo implica hacerlo por la puerta angosta dice
Jesucristo: “Ancho es el camino de la
perdición angosto el de la santidad” (San Mateo VII, 13).
Dar el gusto a todos los deseos nos aleja irremediablemente del camino de
parecernos a Jesús que al despojarse de todo se hizo para todos. Es el camino
que siguió nuestra Madre santísima, la cual en todo momento se privó de su
tranquilidad, de su seguridad, de su bienestar en bien de los demás: A Ain
Karím fue corriendo, en Caná intervino; en Jerusalén acompañó audazmente; en el
Calvario permaneció de pie por la fuerza de su fe. Imitemos a la Virgen en la
vivencia de la templanza. ¡Que viva Cristo Rey!
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