HOMILÍA MES DE MARÍA / COLEGIO MACKAY / 28
/ 11 / 2016.
Los dones del Espíritu
Santo llevan a un mayor grado de perfecciones las virtudes.
Si queremos navegar de Valparaíso a Isla de Pascua podemos hacer de tres modos:
o remando, o con un motor, o con velas. Esta distante 1309 kilómetros, más o
menos lo que uno está de Viña del Mar a
Antofagasta. En kayak podemos tardar
casi seis meses si remamos todo
el día a una velocidad de siete kilómetros por hora…Podemos imaginar el
cansancio, las dificultades, que harían casi imposible llegar a nuestro
destino. Cosa distinta es si colocamos un motor, en días estaríamos allá. Más aún
si además agregamos, el desplegar las velas de nuestra embarcación. Ahí
ahorramos combustible, tiempo, tranquilidad de saber que con la fuerza del
viento a favor llegaremos a nuestro destino.
Cuando hablamos de
virtudes, gracia y dones es algo semejante a nuestra embarcación, por lo que
nuestra alma dispone del esfuerzo “de los
remos” para lograr las virtudes,
“del motor funcionando” que es la gracia; y “de las velas” que son cada uno de
los siete dones del Espíritu
Santo.
A la pregunta es
necesario confirmarse para ser un buen católico, responderemos diciendo que sí,
puesto que la gracia que viene de lo alto no sólo supone la humana naturaleza
sino que la eleva y perfecciona, por lo que sin la asistencia que viene de lo
alto –como la del viento a nuestra barca- no podemos avanzar mucho en perfección
(a la que estamos llamados) , haciendo arduo y dificultoso el camino de la
santidad (bienaventuranza).
Necesitamos de Dios.
Sin El –que es Padre, Hijo, y Espíritu Santo- nada `podemos, y quedamos a
la deriva en nuestra vida, por lo que la existencia no parece tener sentido
si acaso, marginamos a Dios de nuestra “navegación
al Cielo”. Nuestra vida interior debe revestirse de los dones del
Espíritu Santo para poder crecer y avanzar, en caso contrario toda detención en
la vida espiritual implica un retroceso. El hecho de alejarnos de las prácticas
de piedad que antes” realizábamos; el hecho de acercarnos a los sacramentos con
la asiduidad pasada, el percibir que ahora damos menos a Dios de nuestro
tiempo, es un claro síntoma de la ausencia de una vida en el Espíritu Santo.
Un texto muy claro a
este respecto es aquel que leemos en el antiguo testamento, en el profeta
Ezequiel, a través de quien dice Dios: “cambiare
el corazón de piedra y os infundiré un corazón de carne”. Sólo el
Espíritu Santo es capaz de hacer nuevo lo que ha envejecido: ideales,
propósitos, decisiones, juramentos, promesas y votos, todos los cuales requieren
de la lozanía del primer amor para
mantenerse vibrantes.
Nuestra alma cuando no
vivimos según el Espíritu de Dios se estanca. ¿Hemos visto una poza de agua estancada por
largo tiempo? Por cierto huele tan mal y se ve tal indeseable y hace tanto mal
como las mismas aguas servidas… ¿Qué hacer para mejorar esa agua apozada y
putrefacta? Recurrir al oxígeno y a un poco de cloro, entonces, recupera la frescura original, así también revive
nuestro corazón cuando se oxigena por medio
de la oración frecuente y confiada y por medio de la vida sacramental, por
medio del cual nos son dados los dones del Espíritu Santo como a nuestra Madre
en el día de Pentecostés.
La Iglesia, en aquel
episodio fundacional del Cenáculo de Jerusalén, cumpliendo el mandamiento dado
por el Señor en vistas a permanecer
unidos en la oración, con la Virgen presidiendo la invocación, recibió los
siete dones del Espíritu Santo, que viene a “renovar la faz de la tierra”. Lo que fue anunciado en la Ultima
Cena por Jesucristo, en el mismo lugar, dará cumplimiento a lo prometido para
completar su obra redentora: “Estará con
vosotros para siempre. El espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir.
¡No es dejaré huérfanos!”.
La Virgen recibió al
Espíritu Santo y con Ella la Iglesia entera, por tanto, en nuestro tiempo al
venerar a la Santísima Virgen durante este Mes descubrimos los dones con que
Dios la revistió, y que quiere que recibamos –como aquel primer Pentecostés- en
cada uno de los sacramentos de iniciación a la fe, de manera específica, en el
de la confirmación (Hechos I, 14).
Los siete dones que a
partir del próximo lunes meditaremos,
aparecen en la Santa Biblia en el libro del profeta Isaías: “Sobre Él reposará el Espíritu de Dios:
espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia
y de temor de Dios.” (Isaías
XI, 1-2). La
versión de la Vulgata de San Jerónimo de Estridón (año 382)
añade el “espíritu de piedad”.
a).
Esperar lo mejor siempre: La Virgen por ser Madre de Dios
tuvo los siete dones del Espíritu Santo en relación al papel que tendría en la
Redención del mundo. El plan de Dios pasaba por
Aquella que sería la Madre de
Hijo Unigénito, por esto, era necesario
revestirla de un alma tan grande, pura y generosa, que sólo desde el Cielo
podía ser engalanada por la gracia de
poseer los siete dones durante su vida.
Así, supo esperar y mirar cada acontecimiento con perspectiva de trascendencia.
b).
Compartir el don de la fe: Presurosa fue la Virgen María a
comunicar lo recibido, en medio de la predicación del Señor le buscó hasta encontrarle;
el dolor no detuvo sus pasos para seguir los de su Hijo y Dios hacia el
Calvario. Si para nosotros resulta vital tener fe ¿Cómo no comunicarla a los
demás? Recordemos que el católico que no es un verdadero apóstol es un
apóstata. En la Iglesia y para la Iglesia imploremos los siete dones del Espíritu
Santo como la Virgen lo hizo con los primeros creyentes. ¡Que Viva Cristo Rey!
Cura
Párroco de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro / Valparaíso / Chile
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