viernes, 24 de noviembre de 2017

EL LLAMADO DE MARÍA SANTÍSIMA EN SU MES

 HOMILIA MISA EXEQUIAL /  SR. SERGIO CUETO / NOVIEMBRE / AÑO 2017

Hace sólo seis días estuve aquí. Algunos lo saben, otros lo ignoran: Desde 1990 que soy sacerdote, y desde marzo de ese año que sufrago en esta ciudad: muchos me preguntan ¿Por qué no se cambia de lugar? La respuesta es invariable: no lo hago porque tengo una familia que me espera, es verdad, con afecto, con cariño, y con un rico almuerzo.

El pasado domingo fue especial: El dueño de casa estaba enfermo, le di la bendición, y rezamos con  él y por él la plegaria del Padrenuestro. Lo note más débil que la última vez donde nos parecía que estaba repuntando, una vez que salió del hospital en Santiago. Estando en aquel lugar, su familia y yo pensábamos que su partida era algo inminente, pero no fue así, debían pasar varios días, y semanas para que ello aconteciera. Contra todo pronóstico de los médicos, que le daban sólo unas horas de vida, constatamos, lo que los médicos llamaron como milagroso, el hecho que logró sobreponerse, y como los viejos robles que mueren de pie, quiso hacerlo en su ciudad, en su hogar y junto a su familia.

Transcurridas siete décadas desde que nació, y fue tempranamente bautizado, en la Parroquia de Santa Bárbara en Casablanca, Dios lo llamó a su presencia luego de una breve enfermedad, la cual dejó caer toda su fuerza, particularmente en su última etapa.  Tuve ocasión de verlo bailar danzas tradicionales de la colonia un par de veces con su querido Grupo de la Tercera Edad, lo cual hacía con gran entusiasmo y esmerada preparación. En la Caleta de Pescadores y en la Escuela de San José –ex Internado- lo vi bailar entusiasmado junto a su esposa Anita Aranda de Cueto.

¡Cuánto gozo traslucía su mirada el recordar el viaje al Vaticano para conocer la cuna de la cristiandad donde,  en primera persona,  descubrió la grandeza que una cultura enraizada en la persona de Jesucristo hizo en dos milenios. Sus ojos que vieron toda su vida las Parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria, el Santuario de la Virgen de Lo Vásquez en cada peregrinación anual, en las celebraciones familiares en la Parroquia de Santa Bárbara de Casablanca, ahora contemplaban lo que para muchos es sólo signo de admiración por la soberbia de sus edificaciones, más el entendía que todo ello formaba parte de una misma realidad.

Lo importante no era la magnificencia de tantas edificaciones sino lo que estaba en su interior, la presencia de Cristo, el mismo al que recibía al momento de comulgar en la más sencilla de las capillas de la Parroquia: San Jerónimo, Piedrecitas, Aguas Marinas, la Candelaria, y San José de Casablanca.

Esa misma realidad es la que nos recibe en este día. Jesús conocido como el Nazareno se hace presente en medio nuestro, no de manera simbólica y como un recuerdo fotográfico, sino de manera “real y substancial”…Es el mismo…el que nació en Belén…el que creció en Nazaret…el que predicó en la Judá y Palestina…el que murió y resucitó en Jerusalén, ciudad de la redención…el que ascendió a los cielos y volverá a juzgar a vivos y muertos…es el que cumple la promesa de estar diariamente en medio nuestro “hasta el fin de los tiempos”.

Por eso nuestra Iglesia vive de la Eucaristía, hacia la cual convergen todas nuestras gratitudes a esta hora y,  desde la cual emergen todas las bendiciones y consuelos que concede Jesús personalmente -a cada uno- al momento de acercarnos a comulgar.

Es entonces, cuando nuestra inteligencia se ve encandilada ante la grandeza del misterio del Dios hecho hombre, que es Jesucristo quien,  en el colmo de su humildad viene a nosotros como alimento que fortalece el alma, permitiéndonos tener la mayor cercanía con nuestros seres queridos que ya han partido de este mundo.

Entre aquellos están los que anhelan vivamente llegar lo antes posible a la bienaventuranza eterna, superando,  en virtud de tantas oraciones y sacrificios hechos, de tantas misas aplicadas por su eterno descanso, aquel tiempo de purificación. Sin duda, serán estas las almas más agradecidas,  las que rescatadas del purgatorio entran al Cielo para alabar intercediendo e interceder alabando.

Pero, también están las almas de aquellos que,  directamente acontecida su muerte han llegado ya al Cielo. Medio en broma, medio en serio,  con el hijo mayor de don Sergio estamos habitualmente conectados por wasap: allí me llegan las fotos de las andanzas publicables de mi buen amigo…Desde lo alto de una montaña con las nubes a sus pies, o escalando las escarpadas cimas de la costa, y venciendo las enormes olas en el mundo del surf. 
  
En la última imagen enviada, horas antes de saber ambos la partida de don Sergio,  colocó la frase “llegué al cielo”. Sin querer, de modo misterioso, profetizaba lo que –Dios mediante- nuestro hermano difunto diría al estar en presencia del Dios, y reencontrarse con cada uno de sus seres queridos que le precedieron.

Bueno, la respuesta que le envié, en mi condición de padrino de confirmación a mi ahijado, fue: “Mira, creí que era más difícil llegar al Cielo”…Mas tenemos el testimonio de vida de quienes sí han llegado al Cielo. Y lo podemos afirmar en la seguridad que nos da la enseñanza bimilenaria de nuestra Iglesia que, asistida por el Espíritu Santo, declara de modo infalible dicha verdad respecto de sus mejores hijos.
Los santos son quienes luego de una vida virtuosa han logrado llegar junto a Dios. Sus nombres ya están inscritos en el libro de la Vida Eterna. La Iglesia Santa  nos pide acogernos a su ejemplo e intercesión, para lo cual,  son elevados a los altares.

De ellos conocemos el nombre de muchos: sobre siete mil, sin contar a los beatos y los venerables. Cada día podemos recordar unos veinte distintos, mas, junto a estos, intuimos que hay muchísimos otros que anónimos no dejan de ayudarnos tal como acontece con tantas buenas personas que de manera oculta y sin propaganda nos han ayudado en algún momento de nuestras vidas.

Por esto, si de manera secreta (privada)  en este mundo podemos hacer el bien a los demás siendo pecadores, ¿Cuánto mas no dejarán de hacer los Santos anónimos que están en el Cielo anhelosos de ayudarnos a ser con plenitud los hijos de Dios?

Es que esa es la vocación de cada bautizado: ¡Ser ciudadano del Cielo! Muchas cosas podemos hacer, muchas cosas podemos juntar, muchas cosas podemos conocer, pero sólo una constituye  un imperativo a lo largo de toda nuestra vida y nos lleva a sentenciar una gran verdad: “cielo perdido, todo perdido, cielo ganado todo ganado”.

Esta querida ciudad de Algarrobo tiene un tesoro. Su parroquia…el colonial templo de La Candelaria,  tiene un campanario que fue hecho por manos de Fray Pedro Subercaseaux (OSB), quien mientras realizaba un estudio sobre la vida de San Francisco para plasmarlo en un conjunto de pinturas, “se consagró a Dios, optando por un amor más alto” y dedicó el resto de su vida a la oración como monje benedictino en la Abadía de Quar en la Isla de Vihgt (Inglaterra).


                  FRAY PEDRO SUBERCASEAUX (OSB)

También podemos decir en esta tarde que nuestro hermano “optó por un amor más alto”, pues desde que contrajo matrimonio con su esposa Doña Ana Aranda de Cueto, prometieron permanecer unidos, “con salud o enfermedad”, hasta el último de sus días. De esa unión nacieron sus cuatro hijos: Manuel, Sergio, Lía, y Gabriel. A ellos conocí, según expresión latina, “in illo tempore”, cuando en esta ciudad durante el invierno se podía improvisar una cancha de fútbol en plena Avenida Carlos Alessandri.

No puedo dejar de destacar la grandeza de ese hogar, cuya alma sin duda es doña Ana, quien con la entereza y fuerza propia de la mujer, como navegante en medio de un temporal, sabia y virtuosamente  supo sacar adelante la familia, acompañando a su esposo en todo momento por difícil que se presentase. Con mesura y delicadeza, no exenta de firmeza a la hora de exigir, junto a su marido educaron a sus hijos en un clima de respeto, en campo de las virtudes y de la fe.

Por ello, a esta hora, donde miramos a Jesús muerto y resucitado, nos apoyamos en la fuerza de sus palabras, que nos recuerdan que “todo aquel que se une a Él con fe viva no muere para siempre y vivirá eternamente”, con lo cual el hecho de la muerte para el católico no tiene derecho a dar la última palabra porque esa la da Dios mismo: “Yo le resucitaré”.

Esta Santa Misa de Exequias  nos invita a dar gracias a Dios, por tantas bendiciones que recibió don Sergio Cueto a lo largo de toda su vida; nos invita a alabar a Dios por quién es y por lo que hace; invita a Dios a estar inclinado a bendecirnos (propiciar)  y clama el perdón de los pecados cometidos por cada uno de los hijos de la Iglesia, vivos y difuntos (impetrar).

Si la madre ha sido la protagonista principal en la vida del hogar de la familia Cueto-Aranda, la figura de la Virgen Santísima ha velado por su unidad y santidad, colocando el desafío permanente de “hacer todo lo que Jesús les diga”, tal como han procurado hacerlo en el pasado y con firme propósito no lo olvidarán en el futuro.

Con la gracia de Dios, que siempre puede más que nuestras miserias, imploramos, en medio de este Mes Bendito de la Virgen María, que el alma de don Sergio Cueto goce ya de la bienaventuranza eterna. ¡Que Viva Cristo Rey!




 




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