HOMILIA MISA EXEQUIAL / SR. SERGIO CUETO / NOVIEMBRE / AÑO 2017
Hace sólo seis días estuve
aquí. Algunos lo saben, otros lo ignoran: Desde 1990 que soy sacerdote, y desde
marzo de ese año que sufrago en esta ciudad: muchos me preguntan ¿Por qué no se
cambia de lugar? La respuesta es invariable: no lo hago porque tengo una
familia que me espera, es verdad, con afecto, con cariño, y con un rico
almuerzo.
El pasado domingo fue especial:
El dueño de casa estaba enfermo, le di la bendición, y rezamos con él y por él la plegaria del Padrenuestro. Lo
note más débil que la última vez donde nos parecía que estaba repuntando, una
vez que salió del hospital en Santiago. Estando en aquel lugar, su familia y yo
pensábamos que su partida era algo inminente, pero no fue así, debían pasar
varios días, y semanas para que ello aconteciera. Contra todo pronóstico de los
médicos, que le daban sólo unas horas de vida, constatamos, lo que los médicos
llamaron como milagroso, el hecho que logró sobreponerse, y como los viejos
robles que mueren de pie, quiso hacerlo en su ciudad, en su hogar y junto a su
familia.
Transcurridas siete
décadas desde que nació, y fue tempranamente bautizado, en la Parroquia de Santa
Bárbara en Casablanca, Dios lo llamó a su presencia luego de una breve
enfermedad, la cual dejó caer toda su fuerza, particularmente en su última
etapa. Tuve ocasión de verlo bailar
danzas tradicionales de la colonia un par de veces con su querido Grupo de la
Tercera Edad, lo cual hacía con gran entusiasmo y esmerada preparación. En la
Caleta de Pescadores y en la Escuela de San José –ex Internado- lo vi bailar entusiasmado
junto a su esposa Anita Aranda de Cueto.
¡Cuánto gozo traslucía su
mirada el recordar el viaje al Vaticano para conocer la cuna de la cristiandad
donde, en primera persona, descubrió la grandeza que una cultura enraizada
en la persona de Jesucristo hizo en dos milenios. Sus ojos que vieron toda su
vida las Parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria, el Santuario de la
Virgen de Lo Vásquez en cada peregrinación anual, en las celebraciones
familiares en la Parroquia de Santa Bárbara de Casablanca, ahora contemplaban
lo que para muchos es sólo signo de admiración por la soberbia de sus
edificaciones, más el entendía que todo ello formaba parte de una misma
realidad.
Lo importante no era la
magnificencia de tantas edificaciones sino lo que estaba en su interior, la
presencia de Cristo, el mismo al que recibía al momento de comulgar en la más sencilla
de las capillas de la Parroquia: San Jerónimo, Piedrecitas, Aguas Marinas, la Candelaria,
y San José de Casablanca.
Esa misma realidad es la
que nos recibe en este día. Jesús conocido como el Nazareno se hace presente en
medio nuestro, no de manera simbólica y como un recuerdo fotográfico, sino de
manera “real y substancial”…Es el
mismo…el que nació en Belén…el que creció en Nazaret…el que predicó en la Judá
y Palestina…el que murió y resucitó en Jerusalén, ciudad de la redención…el que
ascendió a los cielos y volverá a juzgar a vivos y muertos…es el que cumple la promesa
de estar diariamente en medio nuestro “hasta
el fin de los tiempos”.
Por eso nuestra Iglesia
vive de la Eucaristía, hacia la cual convergen todas nuestras gratitudes a esta
hora y, desde la cual emergen todas las
bendiciones y consuelos que concede Jesús personalmente -a cada uno- al momento
de acercarnos a comulgar.
Es entonces, cuando
nuestra inteligencia se ve encandilada ante la grandeza del misterio del Dios
hecho hombre, que es Jesucristo quien, en el colmo
de su humildad viene a nosotros como alimento que fortalece el alma,
permitiéndonos tener la mayor cercanía con nuestros seres queridos que ya han
partido de este mundo.
Entre aquellos están los
que anhelan vivamente llegar lo antes posible a la bienaventuranza eterna,
superando, en virtud de tantas oraciones
y sacrificios hechos, de tantas misas aplicadas por su eterno descanso, aquel
tiempo de purificación. Sin duda, serán estas las almas más agradecidas, las que rescatadas del purgatorio entran al Cielo
para alabar intercediendo e interceder alabando.
Pero, también están las
almas de aquellos que, directamente
acontecida su muerte han llegado ya al Cielo. Medio en broma, medio en
serio, con el hijo mayor de don Sergio
estamos habitualmente conectados por wasap: allí me llegan las fotos de las
andanzas publicables de mi buen amigo…Desde lo alto de una montaña con las
nubes a sus pies, o escalando las escarpadas cimas de la costa, y venciendo las
enormes olas en el mundo del surf.
En la última imagen
enviada, horas antes de saber ambos la partida de don Sergio, colocó la frase “llegué al cielo”. Sin querer, de modo misterioso, profetizaba lo
que –Dios mediante- nuestro hermano difunto diría al estar en presencia del
Dios, y reencontrarse con cada uno de sus seres queridos que le precedieron.
Bueno, la respuesta que
le envié, en mi condición de padrino de confirmación a mi ahijado, fue: “Mira,
creí que era más difícil llegar al Cielo”…Mas tenemos el testimonio de vida de
quienes sí han llegado al Cielo. Y lo podemos afirmar en la seguridad que nos
da la enseñanza bimilenaria de nuestra Iglesia que, asistida por el Espíritu
Santo, declara de modo infalible dicha verdad respecto de sus mejores hijos.
Los santos son quienes
luego de una vida virtuosa han logrado llegar junto a Dios. Sus nombres ya
están inscritos en el libro de la Vida Eterna. La Iglesia Santa nos pide acogernos a su ejemplo e intercesión,
para lo cual, son elevados a los
altares.
De ellos conocemos el
nombre de muchos: sobre siete mil, sin contar a los beatos y los venerables.
Cada día podemos recordar unos veinte distintos, mas, junto a estos, intuimos que hay muchísimos otros que
anónimos no dejan de ayudarnos tal como acontece con tantas buenas personas que
de manera oculta y sin propaganda nos han ayudado en algún momento de nuestras
vidas.
Por esto, si de manera secreta (privada) en este mundo podemos hacer el bien a los
demás siendo pecadores, ¿Cuánto mas no dejarán de hacer los Santos anónimos que
están en el Cielo anhelosos de ayudarnos a ser con plenitud los hijos de Dios?
Es que esa es la vocación
de cada bautizado: ¡Ser ciudadano del
Cielo! Muchas cosas podemos hacer, muchas cosas podemos juntar, muchas
cosas podemos conocer, pero sólo una constituye un imperativo a lo largo de toda nuestra vida
y nos lleva a sentenciar una gran verdad: “cielo
perdido, todo perdido, cielo ganado todo ganado”.
Esta querida ciudad de
Algarrobo tiene un tesoro. Su parroquia…el colonial templo de La
Candelaria, tiene un campanario que fue
hecho por manos de Fray Pedro Subercaseaux (OSB), quien mientras realizaba un
estudio sobre la vida de San Francisco para plasmarlo en un conjunto de
pinturas, “se consagró a Dios, optando
por un amor más alto” y dedicó el resto de su vida a la oración como monje benedictino
en la Abadía de Quar en la Isla de Vihgt (Inglaterra).
FRAY PEDRO SUBERCASEAUX (OSB)
|
También podemos decir en
esta tarde que nuestro hermano “optó por
un amor más alto”, pues desde que contrajo matrimonio con su esposa Doña
Ana Aranda de Cueto, prometieron permanecer unidos, “con salud o enfermedad”, hasta el último de sus días. De esa unión
nacieron sus cuatro hijos: Manuel, Sergio, Lía, y Gabriel. A ellos conocí,
según expresión latina, “in illo
tempore”, cuando en esta ciudad durante el invierno se podía improvisar una
cancha de fútbol en plena Avenida Carlos Alessandri.
No puedo dejar de
destacar la grandeza de ese hogar, cuya alma sin duda es doña Ana, quien con la
entereza y fuerza propia de la mujer, como navegante en medio de un temporal, sabia
y virtuosamente supo sacar adelante la
familia, acompañando a su esposo en todo momento por difícil que se presentase.
Con mesura y delicadeza, no exenta de firmeza a la hora de exigir, junto a su
marido educaron a sus hijos en un clima de respeto, en campo de las virtudes y
de la fe.
Por ello, a esta hora,
donde miramos a Jesús muerto y resucitado, nos apoyamos en la fuerza de sus palabras,
que nos recuerdan que “todo aquel que se
une a Él con fe viva no muere para siempre y vivirá eternamente”, con lo
cual el hecho de la muerte para el católico no tiene derecho a dar la última
palabra porque esa la da Dios mismo: “Yo
le resucitaré”.
Esta Santa Misa de
Exequias nos invita a dar
gracias a Dios, por tantas bendiciones que recibió don Sergio Cueto a
lo largo de toda su vida; nos invita a alabar a Dios por quién es y por
lo que hace; invita a Dios a estar inclinado a bendecirnos
(propiciar) y clama el perdón de los pecados
cometidos por cada uno de los hijos de la Iglesia, vivos y difuntos (impetrar).
Si la madre ha sido la protagonista
principal en la vida del hogar de la familia Cueto-Aranda, la figura de la
Virgen Santísima ha velado por su unidad y santidad, colocando el desafío
permanente de “hacer todo lo que Jesús
les diga”, tal como han procurado hacerlo en el pasado y con firme
propósito no lo olvidarán en el futuro.
Con la gracia de Dios,
que siempre puede más que nuestras miserias, imploramos, en medio de este
Mes Bendito de la Virgen María, que el alma de don Sergio Cueto goce ya de la
bienaventuranza eterna. ¡Que Viva Cristo Rey!
No hay comentarios:
Publicar un comentario