martes, 14 de noviembre de 2017

“SANTA MADRE DE DIOS”.

 MEDITACIÓN TERCERA / MES DE MARÍA / AÑO 2017

IGLESIA DE VALPARAÍSO


El comienzo de cada año lo hacemos invocando a la Virgen como Madre de Dios. El primer día del año, cada 1 de Enero, miramos al cielo y recordamos a la Virgen, y de ella tenemos presente su primera gran verdad: Es la Madre de Dios.

En las mismas catacumbas de Roma, donde los cristianos se reunían para celebrar la Santa Misa en medio de las persecuciones, las imágenes más antiguas colocaban esta inscripción demostrando que los primeros actos de piedad dirigidos hacia María Santísima era reconocerla como la Madre de Dios. Así, el primer título que la Iglesia reconoce en Ella fue el de la maternidad divina.

El año 431, un hombre llamado Nestorio dijo que María no era la Madre de Dios. Ante ello, se reunieron todos los obispos del mundo en la ciudad griega de Éfeso, en la cual la Virgen vivió durante sus últimos años, y una vez que invocaron la asistencia del Espíritu Santo todos declararon: “La Virgen María sí es Madre de Dios porque su hijo, Cristo es Dios”. Con fuerza sentenciaron que “si alguno no confesare que el Emanuel es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima Virgen es Madre de Dios, porque parió al Verbo de Dios según la carne, está condenado” (Papa San Clementino I, 431). Luego caminaron por la ciudad, junto a todos los fieles que llevaban en sus manos  cirios encendidos y entonaron el himno: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores en la hora de nuestra muerte”.

En el Sínodo pastoral del Vaticano II se hizo mención al dogma de la maternidad divina de la Virgen: “Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades” (Lumen Gentium, número 66).

Recientemente, el actual Sumo Pontífice: “Ninguna otra criatura ha visto brillar sobre ella el rostro de Dios como María, que dio un rostro humano al Verbo eterno, para que todos lo puedan contemplar” (Papa Francisco, 1 Enero 2015).

a). La Madre de Dios quiere que seamos santos.

Si queremos ser santos, llevando el estilo de vida de Jesucristo, entonces encontramos en la Virgen Madre el mejor ejemplo para poder decir un día: “ya no soy yo el que vive, sino que Cristo quien vive en mí”.

Así como cada uno de nosotros, estuvimos nueve meses en el vientre de nuestra madre, Jesús estuvo meses en el vientre de la Virgen, recibiendo el alimento y la genética de su Madre. Por la sangre de Jesús corría la sangre de la Virgen María, por lo que fue por medio de Ella que el Señor “nació de la descendencia de David, según la carne” (Romanos I, 3)…De María nació Jesús” (San Mateo I, 16).

De manera similar sucede con nuestras madres y cada uno de los que están aquí: ellas no son mamá sólo de nuestro cuerpo, sino que lo son –también- de nuestra alma, que es creada por Dios directamente,  “caso a caso”, por lo que con propiedad nuestras madres lo son de la totalidad de la persona de cada uno de sus hijos. Por esto, cuidan de cualquier enfermedad que podamos tener, nos enseñaron a caminar y hablar, nos ayudan en las tareas, están atentas a nuestra alimentación, y si acaso comemos mucho o comemos poco. Entonces,  nuestras madres deben cuidar –también- de nuestra vida espiritual, recordando que la educación del alma es el alma de toda educación.

El hecho de venir durante todo este Mes de María temprano a la capilla para participar en la Santa Misa, forma parte de la educación espiritual que toda Madre debe procurar fomentar,  no sólo a temprana edad,  sino a lo largo de toda la vida de sus hijos. Aunque el desarrollo biológico indique madurez, aunque el carnet de identidad marque una eventual mayoría de edad, siempre la madre velará por la salud física y espiritual de sus hijos, tal como la Virgen Madre lo hace con cada uno de  nosotros.

Madre total del Cristo total, es la que cuida de nosotros. Ella llevó en su vientre inmaculado a una persona divina, Jesucristo, que es Dios y hombre a la vez, de Ella se tomó el material genético para la forma humana que Dios asumió en Jesucristo…La madre engendra y da a luz a una persona no a un grupo de células ordenadas.

 PARROQUIA PUERTO CLARO 2017


b). La Madre quiere que seamos virtuosos.

Una vida espiritual seria va de la mano con la vivencia de las virtudes, pues santidad y virtud forman parte de una  realidad común, ambas vienen de Dios como una gracia que pasa por el corazón maternal de la Virgen y que se da en nuestro corazón creado por Dios: para alcanzar cumbres no para vivir rastreramente; hecho para recorrer distancias no para permanecer estáticamente inservibles (sin servir al prójimo); constituido para descubrir la novedad de la fidelidad a todo evento que no se deja vencer ni por la monotonía ni por lo novedoso.

La virtud viene de la expresión latina “vir” que significa “hombre” y de “vis” que es “fuerza”, por lo que es la “fuerza interior que tiene el hombre”. Es un hábito operativo bueno. Las madres son las que forman los hábitos en todo orden de cosas, dando una educación permanente en este aspecto. Estas virtudes se aprenden en la vida cotidiana por eso el Colegio debe ser una verdadera escuela de virtudes para niños y jóvenes.

La “madre” y el “colegio” son especialistas en la formación de las virtudes, por eso el hecho de que el Mes de María sea celebrado en el Colegio tiene tanta incidencia en la vida religiosa del resto de nuestros años dentro y fuera del Colegio. Más aún si tenemos presente que poseer estas “características positivas” hace bien al que las tiene y a cuantos están junto a él.

La Virgen Madre desea que crezcamos en: fe, esperanza y caridad. Como también, en Prudencia, Fortaleza, Justicia y Templanza. El tener una vida marcada por las virtudes apunta principalmente a ser mejor recordando que siempre el ser más estará sobre el poseer más, por lo que llevar una vida más santa y con más virtudes alegra el corazón de nuestra Madre del Cielo y llena de sano orgullo el de nuestras madres aquí en la tierra. ¡Que Viva Cristo Rey!






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