MEDITACIÓN TERCERA / MES DE MARÍA / AÑO 2017
IGLESIA DE VALPARAÍSO |
El comienzo de cada año
lo hacemos invocando a la Virgen como Madre de Dios. El primer día del año,
cada 1 de Enero, miramos al cielo y recordamos a la Virgen, y de ella tenemos
presente su primera gran verdad: Es la Madre de Dios.
En las mismas catacumbas
de Roma, donde los cristianos se reunían para celebrar la Santa Misa en medio
de las persecuciones, las imágenes más antiguas colocaban esta inscripción
demostrando que los primeros actos de piedad dirigidos hacia María Santísima
era reconocerla como la Madre de Dios. Así, el primer título que la
Iglesia reconoce en Ella fue el de la maternidad divina.
El año 431, un hombre
llamado Nestorio dijo que María no era la Madre de Dios. Ante ello, se
reunieron todos los obispos del mundo en la ciudad griega de Éfeso, en la cual
la Virgen vivió durante sus últimos años, y una vez que invocaron la asistencia
del Espíritu Santo todos declararon: “La
Virgen María sí es Madre de Dios porque su hijo, Cristo es Dios”. Con
fuerza sentenciaron que “si alguno no
confesare que el Emanuel es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima
Virgen es Madre de Dios, porque parió al Verbo de Dios según la carne, está
condenado” (Papa San Clementino I, 431). Luego
caminaron por la ciudad, junto a todos los fieles que llevaban en sus manos cirios encendidos y entonaron el himno: “Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores en la hora de nuestra muerte”.
En el Sínodo pastoral del
Vaticano II se hizo mención al dogma de la maternidad divina de la Virgen: “Desde los tiempos más antiguos, la
Bienaventurada Virgen es honrada con el título de madre de Dios, a cuyo amparo
los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades”
(Lumen
Gentium, número 66).
Recientemente,
el actual Sumo Pontífice: “Ninguna otra criatura ha visto brillar sobre ella
el rostro de Dios como María, que dio un rostro humano al Verbo eterno, para
que todos lo puedan contemplar” (Papa
Francisco, 1 Enero 2015).
a).
La Madre de Dios quiere que seamos santos.
Si queremos ser santos,
llevando el estilo de vida de Jesucristo, entonces encontramos en la Virgen Madre
el mejor ejemplo para poder decir un día: “ya no soy yo el que vive, sino que Cristo
quien vive en mí”.
Así como cada uno de
nosotros, estuvimos nueve meses en el vientre de nuestra madre, Jesús estuvo
meses en el vientre de la Virgen, recibiendo el alimento y la genética de su
Madre. Por la sangre de Jesús corría la sangre de la Virgen María,
por lo que fue por medio de Ella que el Señor “nació de la descendencia de David, según la carne” (Romanos
I, 3)…”De
María nació Jesús” (San Mateo I, 16).
De manera similar sucede
con nuestras madres y cada uno de los que están aquí: ellas no son mamá sólo de
nuestro cuerpo, sino que lo son –también- de nuestra alma, que es creada por
Dios directamente, “caso a caso”, por lo
que con propiedad nuestras madres lo son de la totalidad de la persona de cada
uno de sus hijos. Por esto, cuidan de cualquier enfermedad que podamos tener,
nos enseñaron a caminar y hablar, nos ayudan en las tareas, están atentas a
nuestra alimentación, y si acaso comemos mucho o comemos poco. Entonces, nuestras madres deben cuidar –también- de
nuestra vida espiritual, recordando que la educación del alma es el alma de
toda educación.
El hecho de venir durante
todo este Mes de María temprano a la capilla para participar en la Santa Misa,
forma parte de la educación espiritual que toda Madre debe procurar
fomentar, no sólo a temprana edad, sino a lo largo de toda la vida de sus hijos.
Aunque el desarrollo biológico indique madurez, aunque el carnet de identidad
marque una eventual mayoría de edad, siempre la madre velará por la salud
física y espiritual de sus hijos, tal como la Virgen Madre lo hace con cada uno
de nosotros.
Madre total del Cristo
total, es la que cuida de nosotros. Ella llevó en su vientre inmaculado a una
persona divina, Jesucristo, que es Dios y hombre a la vez, de Ella se tomó el
material genético para la forma humana que Dios asumió en Jesucristo…La madre
engendra y da a luz a una persona no a un grupo de células ordenadas.
PARROQUIA PUERTO CLARO 2017 |
b).
La Madre quiere que seamos virtuosos.
Una vida espiritual seria
va de la mano con la vivencia de las virtudes, pues santidad y virtud forman
parte de una realidad común, ambas vienen
de Dios como una gracia que pasa por el corazón maternal de la Virgen y que
se da en nuestro corazón creado por Dios: para alcanzar cumbres no para
vivir rastreramente; hecho para recorrer distancias no para permanecer
estáticamente inservibles (sin servir al prójimo); constituido para descubrir
la novedad de la fidelidad a todo evento que no se deja vencer ni por la
monotonía ni por lo novedoso.
La virtud viene de la
expresión latina “vir” que significa
“hombre” y de “vis” que es “fuerza”,
por lo que es la “fuerza interior que
tiene el hombre”. Es un hábito operativo bueno. Las madres son las que
forman los hábitos en todo orden de cosas, dando una educación permanente en
este aspecto. Estas virtudes se aprenden en la vida cotidiana por eso el Colegio
debe ser una verdadera escuela de virtudes para niños y jóvenes.
La “madre” y el “colegio”
son especialistas en la formación de
las virtudes, por eso el hecho de que el Mes de María sea celebrado en el
Colegio tiene tanta incidencia en la vida religiosa del resto de nuestros años
dentro y fuera del Colegio. Más aún si tenemos presente que poseer estas
“características positivas” hace bien al que las tiene y a cuantos están junto
a él.
La Virgen Madre desea que
crezcamos en: fe, esperanza y caridad. Como también, en Prudencia, Fortaleza,
Justicia y Templanza. El tener una vida marcada por las virtudes apunta
principalmente a ser mejor recordando que siempre el ser más estará sobre el
poseer más, por lo que llevar una vida más santa y con más virtudes alegra el
corazón de nuestra Madre del Cielo y llena de sano orgullo el de nuestras madres aquí en la tierra. ¡Que Viva
Cristo Rey!
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